miércoles, 23 de septiembre de 2015

Marcos Paz

Marcos Paz



Nació en Tucumán el 7 de octubre de 1811, siendo sus padres, el Dr. Juan Bautista Paz, célebre ministro del gobernador Alejandro Heredia y varias veces delegado en el mando de la Provincia, y Plácida Mariño Lobera Castro, ambos tucumanos.  Se educó en Buenos Aires, graduándose de abogado en 1835, en la Universidad de esta Capital.  Recién recibido de abogado se trasladó a Tucumán, donde el gobernador general Alejandro Heredia lo designó su secretario, acompañándolo en la campaña emprendida en agosto de aquel mismo año (1835) contra las fuerzas catamarqueñas del general Felipe Figueroa, al que derrotó en 13 de setiembre en el Chiflón, provincia de Catamarca.
Heredia otorgó grados militares al joven abogado, el cual se incorporó en 1837 al ejército confederado que operó a las órdenes del general de referencia, contra el dictador de Bolivia, mariscal Santa Cruz.  El Dr. Marcos Paz formó parte de las fuerzas de vanguardia bajo el mando del general Gregorio Paz, en el carácter de sargento mayor, y cuando en mayo de 1838, Marcos Paz entraba con la extrema vanguardia de las fuerzas argentinas en el pueblo de San Diego, al sur de Tarija, a fines de aquel mes, el gobernador boliviano Dorado, de aquella provincia, se puso en vergonzosa fuga.  Paz estuvo en el combate de Cuyambuyo, el 24 de junio.  El 2 de abril de 1839 fue incorporado a la Plana Mayor Activa del Ejército de la Provincia de Buenos Aires como teniente coronel de Caballería “por haber tomado parte en la guerra contra Santa Cruz”, figurando en las listas de la mencionada P. M. correspondientes al mes de enero de 1852, con la nota “En la División del Centro”.
Continuó prestando servicios a la causa federal y después de Caseros (1) se incorporó a las filas de Urquiza cuando sitió la ciudad de Buenos Aires en 1853, actuando en calidad de secretario del general Hilario Lagos durante el asedio.  El 12 de junio de aquel año fue elegido diputado por la 9ª Sección de la Provincia, a la Convención encargada de estudiar la Constitución de Buenos Aires, que no cumplió su cometido por el levantamiento del sitio.
El 11 de noviembre de 1853 fue designado para formar parte de la Comisión encargada de gestionar en varias provincias que cesare el estado de guerra en que se hallaban.  En 1855 fue elegido senador por la provincia de su nacimiento al Congreso Federal de Paraná, cargo que ejerció hasta el año 1858, en que renunció.
Se hallaba en Buenos Aires cuando fue designado el 15 de marzo de 1858 gobernador de Tucumán, pero no se recibió del cargo hasta el 16 de mayo, ejerciéndolo hasta el 15 de marzo de 1860, en que fue reemplazado por el Dr. Salustiano Zavalía.  Compartió con el gobernador Paz las tareas administrativas el Dr. Prudencio José Gramajo, primeramente, desde mayo a setiembre de 1858, por hallarse ausente el Dr. Próspero García que las ejerció hasta el término del período de gobierno del Dr. Paz y al que sustituyó tres veces por ausentarse el titular para recorrer la sede de su mando.
Cuando el Dr. Paz llegó a Tucumán y tomó a su cargo los negocios públicos, el Erario de la provincia se hallaba en completa bancarrota; pues a más del déficit del presupuesto, una parte considerable de las rentas habían sido invertidas en el sostenimiento del orden público, continuamente amenazado.  El primer paso del nuevo gobernador fue levantar un empréstito voluntario para atender los gastos que demandara la conservación del orden amenazado por Isidoro López y se realizó con una facilidad inesperada, en vista de la crisis momentaria porque hacía tiempo estaba pasando la provincia de Tucumán.  Todas las obras públicas que se habían emprendido en la administración de su antecesor, el Dr. Agustín Justo de la Vega, y se suspendieron por razones poderosas, quedaron terminadas o por terminarse.
En los altos del Cabildo quedó listo el departamento destinado a casa de gobierno.  Quedó igualmente listo el amplio salón destinado a sesiones del cuerpo legislativo, con un local conveniente para la ubicación del público durante las sesiones; una sala bien cómoda para el tribunal común a las provincias del Norte: Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy; una oficina para el juez de alzada y otra para el de primera instancia.  Se instalaron en la parte baja del mismo Cabildo, cómodamente las escribanías.
Al gobernador Marcos Paz debe Tucumán la fundación e instalación de la Sociedad de Beneficencia, el 23 de junio de 1858, la que estaba compuesta por 21 distinguidas matronas de la sociedad.  Echó, igualmente, los cimientos para la biblioteca pública, para cuyo fomento se levantaron suscripciones, además de los fondos destinados por el gobierno.  La obra del Colegio de San Martín quedó también terminada.
Fue también durante la progresista administración del Dr. Paz que el ciudadano Emidio Salvigny, antiguo oficial del ejército de Belgrano, hizo reparar, bajo su dirección y pagando de su peculio, la pirámide erigida en La Ciudadela por el vencedor de Tucumán y Salta, patriótica demostración que el gobernador Paz aceptó por decreto del 13 de junio de 1858.  En este asunto tuvo participación entusiasta, el entonces Jefe de Policía, coronel Juan Estanislao de Elías, veterano del Ejército Libertador.
También fue una medida de este gobierno ejemplar, el levantamiento de un censo en la capital y provincia, en el mismo año 1858, comisionando para su arreglo a su cuñado, el coronel José Segundo Roca, que reemplazó al coronel Elías, por renuncia de éste, en el cargo de Jefe de Policía, el 27 de octubre de aquel año.  Tal censo arrojó un total de 90.000 habitantes en toda la provincia.  Durante su administración murió en Tucumán, el presbítero Dr. José Eusebio Colombres, congresal de la declaratoria de la Independencia de las Provincias Unidas, infausto suceso que tuvo lugar el 11 de febrero de 1859, rindiéndole el Gobierno honores militares que estuvieron a cargo del precitado coronel Elías.
La instrucción pública mereció especial atención de este gobernante.  Cuando debieron tener lugar las elecciones para elegir su sucesor, el Dr. Paz tomó (enero de 1860) las más amplias medidas para impedir el fraude electoral tan común entonces y ahora en este país, y que el acto se cumplimentara de acuerdo a las disposiciones de la ley de la materia en aquella provincia, de fecha 19 de mayo de 1826, sancionada bajo el gobierno del general Aráoz de Lamadrid.  Las mesas eran presididas por el juez de 1ª instancia en lo civil y por el comercio en la ciudad, y por los jueces de distrito en la campaña.
A los dos años de una administración digna de imitarse, el coronel Dr. Marcos Paz entregó el mando a su sucesor, Dr. Zavalía.  Por los importantes servicios prestados a la provincia, la Legislatura acordó un voto de gracias a su ex-gobernador; y los residentes extranjeros le hicieron una demostración al día siguiente de entregar el mando, en la que se evidenció la alta simpatía con que se había visto su obra realmente patriótica.  El gobernador Paz supo reunir dos cosas en el ejercicio de su cargo: la justicia y la fuerza, la energía en la moderación, la generosidad para con todos y el desinterés por sí solo.
Poco después fue designado convencional para la reforma de la Constitución del 53, en conformidad con el tratado ajustado entre la Confederación y Buenos Aires, el 11 de noviembre de 1959.  En 1860, el Dr. Paz obtuvo 49 votos en los colegios electorales de la República para vice-presidente de la Confederación.  Fue nuevamente elegido senador hasta 1861.
Se hallaba el Dr. Derqui, Presidente de la Confederación, al mando de la provincia de Córdoba, cuando el 17 de junio de 1861 fue tomado preso por el comandante Pedro Rapela, el senador nacional al Congreso Federal de Paraná, coronel Dr. Marcos Paz, que atravesaba clandestinamente los campos del sur de la provincia de Córdoba, con escolta de fuerzas porteñas, el cual marchaba con una misión subversiva, de la cual tenía conocimiento el Dr. Derqui, el cual sabía la fecha y hora de su partida de Buenos Aires, las instrucciones que le había impartido el general Mitre y los propósitos que debía poner en ejecución.  Acompañaban al coronel Dr. Paz varios oficiales porteños destinados a mandar y organizar cuerpo en Córdoba y Santiago del Estero (2).  El 19 de junio, Paz llegó a Córdoba bien asegurado y a pesar de la representación de más de 50 señoras de las principales familias de Córdoba, el 9 de julio, ante el general José María Francia, pidiendo por el preso, que se hallaba con grillos y en un calabozo húmedo y helado, lo único que se logró fue el traslado de Paz a la ciudad de Paraná, a donde fue conducido por el teniente coronel Mariano Cordero.
Puesto en libertad a consecuencia de la batalla de Pavón y del derrumbe de la Confederación por orden expresa del general Urquiza, se trasladó a Rosario.  El coronel Paz fue elegido gobernador provisorio de la provincia de Córdoba el 16 de diciembre de 1861 hasta el 28 de enero del año siguiente, en el que Mitre le encomendó una comisión ante los gobiernos de las provincias del Norte: Catamarca, Santiago del Estero, Tucumán y Salta.  En el cumplimiento de esta misión, Paz se comportó en forma satisfactoria, no obstante haberse enfermado en el viaje, aunque no de gravedad.  De regreso de la misma, pasó por Córdoba el 8 de mayo del mismo año, prosiguiendo su viaje a Buenos Aires.
En esta misión que tenía por  objeto tratar de aunar opiniones políticas en las provincias mencionadas, el coronel Marcos Paz llevó en calidad de secretario al Dr. Saturnino M. Laspiur, el 3 de marzo de 1862 arregló el conflicto existente en la provincia de Catamarca, donde dimitió el gobernador Francisco R. Galíndez, sucediéndole José Luis Lobo, de acuerdo con lo arreglado con el comisionado Paz.
En el mismo año 1862 fue elegido senador nacional, pero poco después su nombre figuraba integrando la fórmula presidencial encabezada por Mitre, la que resultó triunfante.  Ocupó la vicepresidencia el 12 de octubre de 1862 y al estallar la guerra del Paraguay, Mitre delegó en Paz el mando supremo el 17 de junio de 1865. 
Con motivo de la epidemia de cólera reinante en Buenos Aires, el Dr. Paz se trasladó a San José de Flores, donde falleció víctima del flagelo el 2 de enero de 1868, siendo sepultados sus restos en el cementerio de la Recoleta.
El coronel Dr. Marcos Paz había formado su hogar con Micaela Cascallares; hija de Francisco Cascallares Chávez y de Carmen Chávez Casas; matrimonio que se realizó en Buenos Aires el 21 de octubre de 1841.
Referencias
(1) En la campaña de Caseros, el Dr. Marcos Paz actuó como ayudante mayor del general Angel Pacheco.  En julio y agosto de 1852 figura en Navarro como coronel del Regimiento Nº 8 de Guardias Nacionales.
(2) Iba escoltando al Dr. Paz el capitán Juan Bautista Escobar, con 8 hombres del Regimiento del coronel Benito Villar; el que también quedó prisionero junto con el Dr. Paz.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

Cosme Argerich

Cosme Argerich




Cosme Mariano Argerich nació en Buenos Aires el 26 de setiembre de 1758, siendo sus padres el coronel Francisco Argerich Batallas, natural de Sistero, obispado de Nigel, provincia de Cataluña; y María Josefa del Castillo Burgués.  De muy corta edad fue enviado a España, siguiendo la carrera de medicina en Barcelona, obteniendo en 1783 el título de Medicina del Gremio y Claustro de la Real y Pontificia Universidad de Cervera (Barcelona), después de seguir los cursos con brillo.  De regreso a Buenos Aires, perteneció a la hermandad de caridad, en 1795, al hospital de mujeres y casa de huérfanas, siendo nombrado en 1800 por el gobierno peninsular para dirigir la cátedra de medicina en Buenos Aires, inaugurando sus cursos el 1º de marzo de 1802, en que empezó a funcionar la Escuela de Medicina que Argerich regenteó con sabiduría y dignidad; enseñó igualmente, química, física y botánica.  “El doctor Argerich –dice un biógrafo-, cuyos talentos y saber hicieron en su tiempo el panegírico de los literatos y la instrucción de sus profesores, concibió y ejecutó casi por sí solo el avanzado proyecto de establecer en esta ciudad una escuela de medicina.  En efecto, inflamado de este celo honroso que las profesiones científicas saben inspirar a los que las ejercen, con dignidad y sabiduría, libró a sus propias fuerzas un trabajo, que en todas partes ha necesitado la cooperación de muchos profesores”.  El primer curso dictado por el doctor Argerich terminó en 1806, “produciendo los profesores que en la Guerra de la Independencia han ocupado nuestros ejércitos y llenado con gloria y honor los diferentes destinos de la medicina militar”.
En 1806 y 1807 prestó servicios profesionales en las rudas jornadas que tuvieron por teatro la ciudad de Buenos Aires y por su intervención en la Reconquista, el 12 de noviembre de 1806, fue nombrado cirujano del 2º Escuadrón de Húsares.  Tuvo participación activa en los trabajos preparatorios de la revolución de mayo figurando entre los concurrentes a la asamblea del día 22 de aquel mes glorioso, en la que se depuso el virrey Cisneros, y en la cual seguramente influyó mucho su consejo sabio y escuchado por todos.  En aquel Cabildo Abierto sostuvo que habiendo caducado la suprema autoridad, debía ésta reasumirse en el pueblo y por consecuencia, interinamente en el Cabildo, hasta tanto se organizase el gobierno local por medio de los diputados nombrados por votación popular, Gobierno que el 25 de mayo tomaba el nombre de Junta.
En junio de 1811 fue designado para desempeñar el cargo de conjuez en el Tribunal del Proto-medicato.  Al producirse el combate de San Lorenzo, el 3 de febrero de 1813, tan pronto tuvo conocimiento el Gobierno de este suceso, despachó por la posta al doctor Francisco Cosme Argerich, con un botiquín, para ir a atender a los heridos, siendo quien practicó la operación al capitán Bermúdez, que falleció el 14.
El 10 de diciembre de aquel año, el doctor Argerich era designado por el Gobierno, cirujano del Ejército Auxiliar del Alto Perú, haciendo toda la campaña a las órdenes de San Martín primero, y de Rondeau después, asistiendo a los combates de Puesto del Marqués el 17 de abril de 1815, y de Venta y Media el 20 de octubre del mismo año; no encontrándose en Sipe-Sipe por haberse retirado a Cochabamba enfermo, donde se reunió al sargento mayor José María Paz que había sido herido de bala en el codo derecho en el combate de Venta y Media.
En septiembre de 1816 el doctor Cosme Argerich, junto con Diego Paroissien (nombrado Cirujano Mayor del Ejército de los Andes) tuvo a su cargo la organización del departamento de Hospitales del Ejército, el mismo estaba constituído por 3 profesores, 5 betlemitas y 7 civiles asistentes de cirujanos en cumplimiento del mandato del Instituto Médico Militar.  El mismo ordenaba el mejor servicio de los Ejércitos de la Patria, y proveyeron a San Martín los insumos médicos y sanitarios para la campaña libertadora de Chile.  Entre todos lograron formar un verdadero hospital de sangre que auxilió al ejército en el cruce de los Andes.
Posteriormente el doctor Argerich abandonó las filas del ejército siendo nombrado jefe y director del Instituto Médico creado en reemplazo de la primera Escuela de Medicina que él fundara y, desempeñando este puesto, la muerte lo sorprendió en medio de sus tareas profesionales el 14 de febrero de 1820.  Sus restos fueron depositados en el templo de San Francisco, de donde fueron exhumados tres años después para ser trasladados al cementerio de la Recoleta, siendo conducidos a pulso hasta este enterratorio, el 24 de febrero e 1823.  El doctor Pedro Rojas, uno de sus discípulos, pronunció un elocuente discurso en este acto y por él se sabe que el doctor Argerich era de un carácter dulce y de un espíritu vehemente, benévolo, bondadoso y desinteresado; de una erudición vasta y profunda, aunque dotado de un extremado amor propio.
El doctor Cosme Argerich se casó en primeras nupcias con Margarita Martí el 18 de mayo de 1786.  Habiendo enviudado, contrajo segundo matrimonio con Juana López Camelo Cheves, y al fallecer ésta se casó por tercera vez con Juana Chávez.  Tuvo cinco hijos con su primera esposa (Francisco Cosme, Juan Antonio, Petrona Josefa, Luis José y Josefa) y 11 con la segunda (Ramón, Gregoria, Ana María, Manuel José, Manuela, Ignacia, Dolores, Mercedes, Justo, Benito y Petrona Ignacia).
El Hospital Militar Central de Buenos Aires lleva su nombre.  También honra su memoria el Hospital Municipal “Dr. Cosme Argerich”, situado en la calle Almirante Brown 240, de la misma ciudad de Buenos Aires.
Su hijo, el Dr. Francisco Cosme Argerich, fue quien exhumó en el pueblo de Navarro los restos del coronel Manuel Dorrego, luego de producido su fusilamiento el 13 de diciembre de 1828.  El Dr. Miguel de Villegas, que asistió al reconocimiento por ser el camarista más antiguo, acompañado por el Escribano Mayor de Gobierno, José Ramón de Basavilbaso, expresó: “Se encuentra el cadáver entero, a excepción de la cabeza que estaba separada del cuerpo en parte, y dividida en varios pedazos, con un golpe de fusil al parecer, en el costado izquierdo del pecho…”.  El día 14, Manuel Dorrego fue enterrado en el Cementerio de Navarro, que entonces estaba junto a la Iglesia.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Litvachkes, Roberto – Historia del Hospital Argerich
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).

Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

martes, 22 de septiembre de 2015

Juan Vucetich

Juan Vucetich




Nació en Lésina, ciudad de la antigua Dalmacia, el 20 de julio de 1858.  Fueron sus padres Victor Vucetich y Vicenta Koracevich.  Llegó al país en 1882, y se desempeñó como empleado en Obras Sanitarias de la Nación hasta 1888, fecha en que ingresó en la Policía de la provincia de Buenos Aires, como meritorio.  En 1890 fue designado jefe de la Oficina de Estadística, de ese organismo policial a cargo del capitán de navío Guillermo J. Nuñez.
Había conocido, y de ahí parte su investigación, un trabajo de H. de Varigny publicado en Francia sobre las investigaciones de Francis Galton, a propósito de los relieves digitales.  Este último destacaba el valor de aquellos para la identidad individual.  Comparó tales estudios con el sistema de antropometría de Alphonse Bertillon, que por entonces constituía el recurso en uso para la identificación de los delincuentes.
Vucetich estaba bien interiorizado de este sistema, y dio gran difusión a láminas que él mismo preparó y otras indicaciones que en esa época podían observarse en todas las comisarías de policía, a la vista del público; pero comprobó que era muy deficiente e inseguro y se pronunció por las impresiones digitales.
Después de pacientes estudios sobre los trabajos de Galton, y los 40 tipos de relieves digitales que éste había definido, Vucetich llegó a aumentarlos a 101, y creó un sistema que él denominó “Icnofalangometría”, poniéndolo en aplicación el 1º de setiembre de 1891.  Esa fecha se recuerda anualmente como la de implantación del sistema de identificación dactiloscópica que, con su perfeccionamiento posterior, realizado por su creador, lleva su nombre.  Por primera vez se tomaron aquel día las impresiones digitales de los diez dedos a 23 procesados por distintos delitos, según consta en el archivo que el propio Vucetich inició.
El sistema quedó así implantado, estimada la perennidad e inmutabilidad de los relieves digitales, cuyos caracteres individuales acompañan a la persona en todo el curso de su vida, y que se manifiestan a través de infinitas variedades específicas.  No pocas dificultades, propias de toda investigación creadora, debió vencer Vucetich para imponer su sistema, primero en su propia elaboración, y también por los derivados de toda innovación en otros medios que, por entonces sólo se referían a la lucha contra la delincuencia.  Además debían obtenerse comprobaciones prácticas.
Fue un paso decisivo el caso ocurrido con motivo de la muerte violenta de dos niños de corta edad en Necochea en 1892.  La madre de las víctimas denunció como autor del hecho a un vecino, pero el hallazgo de impresiones digitales en una puerta de la habitación permitió establecer, por la aplicación primera del procedimiento dirigido por Vucetich, que, lejos de pertenecer al acusado, los rastros eran de la propia madre, con lo cual se comprobó en forma fehaciente que era ella la autora del crimen.  Esto trascendió como demostración de la validez científica del sistema dactiloscópico, con lo cual el método fue incorporado a la labor investigadora de la Policía y se instalaron las primeras oficinas de identificación en las cárceles y en las comisarías.
Entretanto su creador continuaba sus investigaciones, y poco tiempo después, lograba reducir los 101 tipos digitales de sus primeros ensayos a cuatro fundamentales, que clasificó así: arco, presilla inferior, presilla exterior y verticilo.  Ese conjunto sistematizado, es lo que denominó Sistema Dactiloscópico Argentino.
La ficha creada según su sistema fue la que luego se adoptó universalmente, y es la que rige en la actualidad en todo el mundo, junto con los elementos de aplicación ideados por Vucetich que se mantienen sin variantes.
El creador no quedó satisfecho, sin embargo, y siempre con abnegación y sacrificio, cubriendo de su magro peculio gastos que los poderes públicos no podían afrontar en la medida que la importancia del asunto requería, perfeccionó aún el sistema, consiguiendo corregir insuficiencias tales como la difícil visibilidad de ciertos tipos digitales, y creó una clave de subclasificaciones que recogió el doctor Luis Reyna Almandos en su trabajo “Clave de subtipos de Vucetich para subclasificaciones”, basado en los cuatro tipos fundamentales.
En 1893, escribió ya un tratado sobre el procedimiento de filiación en Buenos Aires, y luego el gobernador Julio Costa anunciaba en su mensaje a la Legislatura la incorporación del sistema Vucetich al gabinete antropométrico de la policía local.  En esa época se escribe con César Lombroso y con Rafael Garófalo, y en los días de la gobernación del Dr. Guillermo A. Udaondo, restablecida la oficina de identificación que fuera suprimida, se le confía la dirección de la misma.
Poco después se declaraba texto oficial de la Policía de la provincia su libro aludido, mientras su sistema adquiría mayor difusión.  El descubrimiento de algunos crímenes por su procedimiento, afirmaron cada día su seguridad, por lo que publicó otro libro titulado “Registro de Existencia”.  Poco después se expedían las primeras cédulas de identidad, y en 1901, asistió Vucetich al II Congreso Científico Latinoamericano, de Montevideo.  Dio entonces su primera conferencia pública acerca del sistema de su creación.  En Río de Janeiro comenzó desde entonces la adopción del sistema dactiloscópico argentino, y ya su incorporación a la vida de otras naciones fue sólo cuestión de tiempo. 
En 1904, apareció la obra capital de Vucetich, “Dactiloscopia comparada”, que recibió premios y menciones.  La Policía de Roma implantó su sistema, y creció la confianza en la bondad de su invento.  La Academia de Ciencias de París sancionó el sistema, se difundió en toda América y se extendió al resto del mundo.
Se estableció el canje universal de fichas de identificación, por medio de convenios, y en 1906, el Código de Procedimientos Penales de la provincia de Buenos Aires sancionó el principio dactiloscópico de la identidad humana.
El gobierno bonaerense lo designó perito identificador, y su discípulo y amigo, el Dr. Reyna Almandos publicó otro trabajo de mérito sobre “La dactiloscopia argentina”.
Brasil había ya impuesto el sistema en la marina, y entre nosotros llegó a ser realidad un sueño del investigador: la creación del Registro Nacional de Identificación, que con algunas variantes se organizó por medio de una ley.  Vucetich fue su director.  El Congreso de la Nación le acordó una pensión por 10 años.
La incansable labor de Vucetich, hasta el día de su muerte, alternó con polémicas, viajes de estudio y propaganda por el mundo –llegó hasta la China y la India en busca de comprobaciones sobre utilización de impresiones digitales, en tiempos inmemoriales-, publicaciones, instrucciones, congresos científicos, conferencias, que llevaron a todos los ámbitos el conocimiento de los métodos hallados y que terminaron por imponerse en todas partes.
No omitió sacrificio personal en su afán altruista.  El viaje mundial que realizó en 1912 fue costeado por él, cuando acababa de jubilarse en la Policía –se habían frustrado iniciativas generosas en la Legislatura para premiar su labor- y para la impresión de su obra “La dactiloscopia y su aplicación internacional”, enajenó su biblioteca.
Poco antes de morir donó su museo particular a la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de La Plata, donde el doctor Alfredo L. Palacios, entonces decano, instaló el Museo Vucetich, el 11 de octubre de 1924, en un acto al que asistió el creador de la dactiloscopia, ya gravemente enfermo.
Vucetich falleció en Dolores, el 25 de enero de 1925.  Se casó con María Etcheverry, y en segundas nupcias con María Cristina Flores.  Sus restos descansaron en el cementerio local hasta el 27 de agosto de 1941, en que fueron trasladados al Panteón de la Policía de La Plata, ciudad en la que residió desde su ingreso a la institución, donde se mantiene vivo el culto a su memoria, con su nombre al frente de la Escuela Superior de la misma.
La personalidad de Vucetich adquiere a medida que transcurre el tiempo, un perfil cada vez más esclarecido y noble, justificándose los homenajes que se le tributaron a su existencia laboriosa y contraída, expuesta en la síntesis cabal que contiene la frase de su amigo el eminente penalista italiano Enrico Ferri: “Suo Nome restará nella storia della civiltá umana”.
Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo diccionario biográfico argentino – Buenos Aires (1985)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

Juan Bautista Thorne

Juan Bautista Thorne



Arreciaba el combate de la Vuelta de Obligado donde fuerzas argentinas enfrentaron con valentía la agresión anglo francesa. Por orden del gobernador de Buenos Aires  y encargado de las Relaciones exteriores de la Confederación don Juan Manuel de Rosas, el general Lucio Mansilla había fortificado las costas del Paraná, cerrándolo en ese punto mediante botes atados con cadena.  Sobre el parapeto de la batería Manuelita, el teniente coronel Juan Bautista Thorne arengaba a sus artilleros y solo descendía de su atalaya para rectificar el blanco de los cañones.
En esa batalla el retumbar de las piezas dañó irremediablemente su oído, aunque no frustro su voluntad de seguir disparando, cuando los buques enemigos lograron forzar el paso y seguir remontado el río hacia el norte, el general Mansilla ordeno dos veces a Thorne que suspendiera el fuego y se retirara recibiendo como respuesta “que sus cañones le imponían hacer fuego hasta vencer o morir” como consecuencia de estos hechos la historia lo recordó para siempre como el  “Sordo de Obligado”.
Su desobediencia le sirvió para marchar arrestado al convento de San Lorenzo y allí permaneció hasta que el mismo Mansilla transformo la medida disciplinaria en el nombramiento de comandante en jefe de las costas del Paraná. En ese carácter  mando las baterías del Quebracho, en la que fue herido en el hombro.
Thorne no nació en nuestra tierra como muchos de nuestros primeros marinos, pero avaló su ciudadanía adoptiva con una foja de servicios impecable. Nació en Nueva York el 8 de marzo de 1807, su padre era un marino que había participado en la guerra de la Independencia de EEUU, a los once años su padre lo puso a bordo de una escuadra que tocó los puertos del Atlántico y del Pacífico entonces tuvo su primera oportunidad de conocer el puerto de Buenos Aires, de regreso a su hogar, su padre lo envió a Francia para que se formara en la escuela de marinería de Tolón. Allí conoció al oficial francés Le Blanc, quien muchos años después sería su enemigo. Sin embargo su espíritu  aventurero se cansó de  la vida de guarnición y se embarcó en un barco corsario dirigido por un pariente suyo,  el  barco corsario fue hundido en alta mar  por un navío inglés, y Thorne salvó su vida, asido con fuerza a un trozo del palo mayor del barco.
Luego recorrió los márgenes de Africa, hasta que un barco pirata lo condujo a las costas del Perú.
Hacia 1822 llego nuevamente a Buenos Aires, donde encontró un amigo el oficial de marina José María Pinedo,  sin embargo luego se alejó hacia el Oriente donde recorrió los puertos de China y Japón, finalmente regresó a la Argentina en 1825 y su  personalidad llamó la atención del gobierno interesado en formar la escuadra que debía combatir contra el imperio de Brasil, a las órdenes de Fournier formo parte de la oficialidad del Congreso. Poco tiempo después a principios de 1827, fue designado al bergantín Chacabuco que bajo el mando de Santiago Bynon se iba a destacar en lo que se denominó Gesta de Patagones, en dicha batalla ocupó un lugar destacado, al abordar el buque brasileño “Itaparica” donde arreó la bandera imperial brasileña e izó la bandera argentina.
La acción le mereció alcanzar el mando del bergantín Patagones, luego mostró su valentía en distintas acciones hasta que cayó prisionero y fue llevado hasta Río de Janeiro. Regreso al celebrase la paz y paso a comandar el Balcarce que había  sido buque insignia del almirante Brown.
En 1833 emprendió la campaña del Río Colorado al mando del bergantín Patagones con el fin de ayudar la expedición al Desierto de Rosas. Designado comandante de la goleta Sarandí, tuvo la misión de auxiliar la defensa de la isla Martín García, donde mandó la artillería de tierra de dicha isla, donde el 12 de octubre de 1838, las fuerzas argentinas mandadas por Jerónimo Costa lucharon heroicamente contra la escuadra francesa bloqueadora.
Destinado al servicio hizo la campaña de Entre Ríos con Pascual Echague en 1839 y cuando el 15 de abril de 1841, con el grado de teniente coronel, regresa a ponerse bajo los órdenes de Brown, debió anotarse en su foja de servicios, haber participado en las acciones de guerra de Cagancha, Pago Largo, Don Cristóbal, Caaguazú, Yerúa, Sauce Grande y Punta Diamante.
Sirvió más tarde a las órdenes del Almirante Brown, como comandante del  bergantín General Belgrano, empeñado en luchar contra Garibaldi  y siguió combatiendo a las dos más grandes potencias de la tierra.
Reconocida la soberanía argentina y desagraviado el pabellón, Thorne volvió a su hogar donde permaneció hasta que después de Caseros se enroló al lado del General Hilario Lagos, como integrante de la escuadra de la Confederación Argentina.
En esos días se produjo la traición del jefe de la escuadra de la Confederación Argentina John Halstead Coe, quien  por una bolsa de monedas de oro, entregó a Buenos Aires que estaba separada del resto del país la escuadra nacional, se pretendió también comprar a Thorne a través de su hermana quien fue a bordo del Enigma acompañada de la esposa del ex rosista Lorenzo Torres. Ante esta situación el  marino arrebatado por su indignación, puso sobre sus rodillas a su imprudente hermana y le propino una soberana paliza por haber abusado de la relación familiar.
Posteriormente fue borrado de la lista militar de Buenos Aires, por lo tanto debió realizar por razones de trabajo varios viajes a la India, además actuó como perito naval. Solo en 1868 fue reincorporado a la Armada, en la lista de guerreros de la Independencia  y del Brasil.
Vivió con modestia de los recursos que le proporcionaba su pensión militar hasta la fecha de su fallecimiento que ocurrió el 1° de agosto de 1885, a los setenta y ocho años de edad.  Sus restos mortales fueron inhumados en el cementerio de disidentes.  Actualmente descansan en el Cementerio Británico de Buenos Aires. Su azarosa existencia fue resumida por el propio Thorne en breves y precisas palabras “llevo en mi cuerpo la severa impresión del plomo del Imperio, de Gran Bretaña, de Francia  y de la guerra civil de mi patria de adopción”.
Las naves rojas de la Federación
(Héctor Pedro Blomberg)
Rojos son las mesanas y los trinquetes,
Las cureñas, las bandas; rojas, sangrantes,
Las camisas que llevan los tripulantes,
Desde los condestables a los grumetes,
Y usan galones rojos los comandantes,
Allá van por las aguas del patrio río,
Clavados en el mástil los pabellones:
En el puente de cada rojo navío
Se oye la voz de un “cielo” ronco y bravío,
Junto a la negra boca de los cañones.
Son las goletas rojas de Costa Brava,
Son las que respondieron en Obligado
Al clamor iracundo que las llamaba
Para batir la flota que navegaba
El Paraná invadido y ensangrentado.
¡Bergantines de Thorne! La voz del viento
Dice en la arboladura la copla errante
Que recuerda en su recio y extraño acento
Aquellas que en el viejo puente sangriento
Se oían en los tiempos del Almirante.
Con sus rojas banderas en la mesana,
Allá van sus bravías tripulaciones:
“Federación o Muerte”, se oye, lejana,
La canción que cantaban en la mañana
Junto a la negra boca de los cañones.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Gosa, Dr. Juan Santiago – Juan Bautista Thorne,  “El Sordo de Obligado”.
Portal www.revisionistas.com.ar
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

Encarnación Ezcurra

Encarnación Ezcurra





La vuelta de Juan Manuel de Rosas a la gobernación de la provincia de Buenos Aires en 1835, acaso la etapa más significativa e importante de su extensa carrera política, no hubiese sido posible sin la decidida intervención de su señora esposa, doña Encarnación Ezcurra, cuya vida no ha sido estudiada en profundidad. Veamos quién fue esta extraordinaria mujer de carácter que secundó a su ilustre marido para salvaguardar los destinos de la patria amenazada.
María de la Encarnación Ezcurra y Arguibel nació en Buenos Aires el 25 de marzo de 1795, siendo sus padres Juan Ignacio Ezcurra, español, y doña Teodora Arguibel, que era argentina hija de franceses. El bisabuelo paterno de Encarnación, Domingo de Ezcurra, había nacido en el valle de Larraun, Pamplona Navarra, España.
En los primeros años de su vida, Juan Manuel de Rosas vivía en la campaña y cada tanto solía frecuentar Buenos Aires, urbe a la que no le tuvo mucha estima por ese entonces. El bullicio verbal, el clima revolucionario posterior a Mayo de 1810 y las intrigas que se palpitaban en la ciudad portuaria le mortificaban. De todas maneras, allí conocerá a Encarnación Ezcurra, su futura cónyuge. Pero Agustina López de Osornio, la madre de Rosas, se opuso de entrada a este noviazgo de su hijo. Cuando Juan Manuel y Encarnación ya habían decidido contraer nupcias, Agustina López de Osornio, pretextando la poca edad de ambos, rehusó consentir el casamiento, sin embargo poco pudo hacer contra la astucia de los jóvenes novios. Encarnación Ezcurra, por instigación de Juan Manuel, le escribe una carta a éste, donde le manda decir que estaba embarazada y que por tal motivo debían casarse. La carta engañosa fue dejada por Rosas en un lugar visible de la casa de su madre, a la espera de que ésta la leyera. Cuando Agustina López de Osornio encuentra y lee la carta, se dirige con desesperación a la casa de Teodora Arguibel, la madre de Encarnación Ezcurra, para darle la novedad. Las dos señoras resolvieron allí mismo que, ante el bochorno que una situación semejante pudiera ocasionar en los círculos sociales, apuraran el casamiento entre Encarnación Ezcurra y Juan Manuel de Rosas.
En efecto, Ezcurra contrajo matrimonio con el futuro Restaurador de las Leyes el martes 16 de marzo de 1813, en una ceremonia dirigida por el presbítero José María Terrero. Estaban como testigos don León Ortiz de Rozas (padre de Rosas) y doña Teodora Arguibel. Un dato curioso refiere que el mismo día que Encarnación Ezcurra se casaba con Rosas, por las calles de Buenos Aires corrían las noticias del triunfo de las armas argentinas en la batalla de Salta.
En la vida familiar
Los primeros tiempos de la pareja no fueron de prosperidad económica. Rosas entregó a sus padres la estancia “El Rincón de López”, la cual administraba en el partido de Magdalena. Quería trabajar por su cuenta como hacendado, sin tener que pedir favores a nadie. En una correspondencia mandada desde el exilio inglés a su amiga Josefa Gómez, Rosas dirá que “[estaba] sin más capital que mi crédito e industria; Encarnación estaba en el mismo caso; nada tenía, ni de sus padres, ni recibió jamás herencia alguna”.
Encarnación y Juan Manuel tuvieron 3 hijos: María de la Encarnación, nacida el 26 de marzo de 1816, y que apenas sobrevivió un día; Manuela Robustiana, que nació el 24 de mayo de 1817, y Juan Bautista Pedro, nacido el 30 de junio de 1814.
Ella acompañará a su esposo en todos los emprendimientos que tuvo, sea como administrador de Los Cerrillos o como de la estancia San Martín. Y, desde luego, también en las vicisitudes de la política, siendo Encarnación una devota entusiasta del fervor federal que abrazó Juan Manuel de Rosas a lo largo de su vida.
En cuanto a la conducta reportada por Encarnación Ezcurra en su rol de mujer casada, hay quienes advierten que se trató de una esposa que veía a su amado en las raras ocasiones en que éste se instalaba en Buenos Aires o cuando los dos pasaban algunas temporadas en el campo. La soledad, al contrario de lo que muchos podrían suponer, cimentó en ella una mayor admiración por Juan Manuel de Rosas. Las idas y venidas de la ciudad al campo, robustecieron en ella su adaptación a las condiciones de vida semisalvaje de la campaña.
Ezcurra era de carácter severo cuando las circunstancias así lo imponían, aunque no pocos la retrataron como una mujer que carecía de ternura. En el seno de la familia Rosas, la parte dulce correspondía a Manuelita Robustiana, la hija predilecta del Restaurador de las Leyes, la misma que con el tiempo será proclamada “Princesa de la Federación”.
La alta sociedad porteña no le perdonaba a Encarnación Ezcurra el trato cordial que mantenía con pardos, mulatos, gauchos, indios, comisarios y soldados, todos ellos considerados entonces como representantes de las capas sociales más bajas. Es que tampoco lo entendían. Aparte de granjearse amistades tan grotescas para la época, pues, recordemos, su familia era de las más pudientes de Buenos Aires, doña Encarnación sabía que al ganarse el cariño de los estamentos más populares, esto le acarrearía a Rosas un caudal muy grande de seguidores, votantes y soldados para sus campañas, y también espías y matones para las arduas campañas políticas de los federales.
En este sentido, es notable una carta que Encarnación le manda a Rosas, que hacía la Campaña al Desierto, en noviembre de 1833, donde le dice: “Ya has visto lo que vale la amistad de los pobres y por ello cuánto importa el sostenerla para atraer y cultivar sus voluntades. No cortes, pues, sus correspondencias. Escríbeles con frecuencia, mándales cualquier regalo sin que te duela gastar en eso. Digo lo mismo respecto de las madres y mujeres de los pardos y morenos que son fieles. No repares, repito, en visitar a las que lo merezcan y llevarlas a tus distracciones rurales, como también en socorrerlas con lo que puedas en sus desgracias. A los amigos fieles que te hayan servido déjalos que jueguen al billar en casa y obséquialos con lo que puedas”.
Su rol en la Revolución de los Restauradores
Tanta firmeza y decisión la ubicó, entre 1833 y 1834, como operadora política de excelencia cuando todo parecía indicar el debilitamiento de la influencia de Juan Manuel de Rosas en la provincia de Buenos Aires.
Antes de hablar sobre la Revolución de los Restauradores, es menester retrotraernos a la alternancia de administraciones unitarias y federales que se dieron en Buenos Aires desde 1827 y hasta 1832. Caído el presidente Bernardino Rivadavia en julio de 1827 tras intentar, sin éxito, la aplicación de una constitución de neto corte unitario que recibió las quejas naturales de los caudillos federales del interior, y donde, además, había cedido la soberanía de la Banda Oriental al Imperio del Brasil, al cual nuestras fuerzas venían derrotando en la guerra desde 1825, le sucede un breve interregno de Vicente López y Planes. El Congreso Nacional se disuelve y la provincia de Buenos Aires recupera su autonomía, y entonces es elegido como gobernador bonaerense el coronel Manuel Dorrego, de tendencia federal.
Dorrego celebró diversos tratados con las provincias de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y Córdoba con el fin de organizar la nación. Sin embargo, los antiguos funcionarios y simpatizantes unitarios de Rivadavia intentaron desestabilizar al gobierno federal que ahora estaba en el poder. Una logia compuesta por, entre otros, José Valentín Gómez, Salvador María del Carril, Juan Cruz Varela, Carlos de Alvear y Julián Segundo Agüero, aprovecha el regreso de las tropas argentinas de la campaña del Brasil para armar una revuelta militar contra Dorrego. El general unitario Juan Lavalle fue elegido como jefe de esta empresa ilegal. Así, con total impunidad, el 13 de diciembre de 1828 es fusilado Manuel Dorrego en Navarro por orden de Lavalle, quien accede a la gobernación de la provincia de Buenos Aires.
Sin embargo, el partido unitario era antipopular en la campaña, por eso durante la primera mitad del año 1829 se llevará a cabo un operativo tendiente a eliminar a los federales que apoyaban a Juan Manuel de Rosas, quien en la administración de Dorrego llegó a ser Comandante General de Campaña. Sucesivas derrotas militares de los unitarios hicieron que Lavalle fugue hacia Montevideo, Uruguay, mientras que en Buenos Aires se conformaba un gobierno provisional en cuya cabeza se ubicó a Juan José Viamonte. Finalmente, el 6 de diciembre de 1829 asume Juan Manuel de Rosas como gobernador de la provincia de Buenos Aires.
La primera administración rosista se extenderá hasta el 17 de diciembre de 1832, fecha en la que renuncia porque la legislatura no le quiso otorgar facultades extraordinarias. Rosas siempre creyó indispensable gobernar con plenos poderes, más aún en el estado de anarquía constante que se vivía por aquellos años de breves e inestables administraciones públicas. Pero el Restaurador de las Leyes, además, hacía tiempo que quería emprender una campaña por los desiertos del sur para luchar contra las tribus aborígenes que saqueaban los campos y pueblos fronterizos nacionales.
Le sucedió a Rosas un gobernador llamado Juan Ramón González Balcarce, federal tibio que muy pronto se dejó dominar por los enemigos de su antecesor, si bien el nuevo gobierno tenía un gabinete compuesto por federales netos o apostólicos (seguidores de Rosas) y federales cismáticos (federales liberales que recibían influencias de los unitarios emigrados). Como había que elegir nuevos diputados, el 28 de abril de 1833 se realizan elecciones fraudulentas en las que vencen los federales cismáticos. Por todo ello, los seguidores de Rosas, que ya había iniciado la Campaña al Desierto, protestan y los pocos que habían ganado una banca, renuncian a las mismas. El 20 de mayo de ese mismo año, se legaliza el triunfo irregular de los cismáticos. Y el 16 de junio vuelven a haber elecciones complementarias para cubrir las vacantes de los diputados rosistas renunciantes. Aquí empieza a jugar un rol fundamental Encarnación Ezcurra.
En las calles de Buenos Aires hay atentados todos los días, lo mismo que asesinatos. Se oyen gritos, amenazas y peleas con armas que parecen no tener fin. El gobernador González Balcarce decide entonces expulsar o dejar cesantes a todos aquellos federales considerados partidarios de Rosas. Tampoco les mandan partidas de dinero a los soldados que fueron con Rosas a luchar contra el salvaje, ni raciones de alimentos para los boroganos y los pampas de Azul, Tapalqué y Tandil, que eran tribus amigas de don Juan Manuel.
Mientras tanto, el Restaurador de las Leyes se entera de todos estos acontecimientos en el sur, por lo que decide encarar una estrategia para no perder influencia en el poder y para que no disminuya su prestigio popular. Promediando agosto de 1833, Encarnación Ezcurra es elegida por su esposo como operadora política de él en Buenos Aires, mientras que el general Facundo Quiroga lo será en el interior del país.
En carta del 1° de septiembre de 1833, Encarnación le escribe a Rosas: “Tus amigos, la mayoría de casaca [cismáticos o lomos negros], a quienes oigo y gradúo según lo que valen, tienen miedo”. Y en otra del 14 de septiembre, le dice: “Las masas están cada día más dispuestas y, lo estarán mejor, si tu círculo no fuese tan callado, pues hay quien tiene más miedo que vergüenza”. Esa era la decisión y el coraje en la hora suprema de la anarquía que demostraba doña Encarnación Ezcurra.
Ella, en su rol de operadora política rosista, manejará y movilizará a las capas populares y a los viejos colaboradores de Juan Manuel de Rosas en el alzamiento del 11 de octubre de 1833, más conocido como la Revolución de los Restauradores. Se dice que su hogar, en ese tiempo, parecía un comité por la cantidad de gente que lo frecuentaba. Desde los generales Ángel Pacheco y Agustín de Pinedo, pasando por los comisarios Ciriaco Cuitiño y Andrés Parra, y comandantes y milicianos de escuadrones procedentes de Lobos, Monte, Cañuelas y Matanza.
Juan Ramón González Balcarce, totalmente debilitado por esta acción de los Restauradores o federales apostólicos, presenta la renuncia el 4 de noviembre de 1833. Unas semanas antes, el 17 de octubre, la “Heroína de la Federación” (Encarnación Ezcurra) le manda decir a Justo Villegas, jefe de los escuadrones de Lobos y Monte, que “todo va bien. Estos hombres malvados, en medio de su despecho, temen. La pronunciación del pueblo es unísona. Toda la población detesta a su opresor y no piensa sino irse a incorporar a los restauradores”.
Gobierno de Viamonte y alianzas extranjeras
En noviembre de 1833 asume el gobierno de la provincia de Buenos Aires Juan José Viamonte.  Atenta como siempre, Encarnación Ezcurra presiente que aquí también se está en presencia de un hombre que favorece los designios del bando unitario exiliado en Montevideo. Un documento excepcional, que bien refleja su participación activa en los meses de ausencia de Rosas en Buenos Aires, es la carta que le hace llegar con fecha 4 de diciembre de 1833, donde describe puntillosa y magistralmente a cada uno de los federales de casaca (cismáticos) que se ubicaron alrededor del nuevo gobernador.
En dicha misiva le avisa a su esposo que Manuel José García, antiguo funcionario de Rivadavia y hasta entonces supuesto federal apostólico, era el padrino de los federales cismáticos o lomos negros. Que Luis Dorrego (el hermano del ex gobernador Manuel Dorrego) era cismático puro, y que su hermano Prudencio Ortiz de Rozas andaba frecuentando al gobernador Viamonte.
El clima tenso volvía a reaparecer sobre Buenos Aires en los últimos meses de 1833 y los primeros de 1834. Además, hay alianzas oscuras entre unitarios salvajes y gobiernos extranjeros que salen a la luz. Por ejemplo, el mariscal Andrés Santa Cruz, presidente de la Confederación Perú-Boliviana, andaba fogoneando la separación de Salta y Jujuy con la intención de anexarse a esta última a su país. Esta mutilación de nuestro territorio estaba siendo fomentada por los unitarios locales. Recuérdese que el gran aliado de Rosas, Juan Facundo Quiroga, muere asesinado en febrero de 1835 mientras se dirigía al norte del país en misión de paz, al darse a conocer una suerte de guerra civil desencadenada entre jujeños, salteños y tucumanos producto de aquella misma situación.
En el mismo sentido, se supo que desde enero de 1834 empezaron a haber maquinaciones europeas en conferencias de alto nivel, las cuales contaron con la asistencia del unitario Bernardino Rivadavia, una en París y otra en Madrid. Allí se hablaba de colocar un rey en Argentina, Uruguay, Chile y Bolivia. Rivadavia estaba tras de estos fines desde 1830. No por nada, a principios de 1834 se anunciaba la llegada a Buenos Aires de Rivadavia.
Este plan era una carta que jugaban los unitarios para eliminar al partido federal de escena. Manuel Moreno, hermano del revolucionario Mariano y funcionario argentino en Londres, revela al gobierno de Viamonte los contactos oficiales habidos en Europa por medio del coordinador Bernardino Rivadavia. Manuel Moreno advierte que el plan comenzaría por ganarse la voluntad del caudillo federal Estanislao López (gobernador de Santa Fe) para que se tire contra Juan Manuel de Rosas y Facundo Quiroga. A su vez, se liberaría la navegación del Río Uruguay, y luego, una vez utilizados sus servicios, se asesinarían a López y, de no haberse hecho antes, a Rosas y Quiroga.
Rivadavia desembarca en Buenos Aires el 28 de abril de 1834, pero el gobernador Juan José Viamonte lo expulsa del país. El pueblo de la campaña lo repudiaba porque fue uno de los mentores del fusilamiento de Manuel Dorrego por Lavalle (diciembre de 1828).
¿Ideóloga de la Sociedad Popular Restauradora?
¿Y qué hay de doña Encarnación Ezcurra en todo esto? Ella tiene un aceitado sistema de espionaje e inteligencia en la ciudad portuaria, y está al tanto de todo lo que va sucediendo. Manda informes periódicos a su esposo, quien está próximo a volver de la Campaña al Desierto, y él le indica los pasos a seguir.
La debilidad del gobierno de Viamonte es notoria, pues no se decide a enfrentar con decisión a los unitarios que complotaban contra la patria y que se hallaban en cordial alianza con los poderes extranacionales. El unitarismo creía, asimismo, que era posible destruir la figura de Rosas si aprovechaban la falta de gobiernos fuertes, la debilidad en que se encontraban las autoridades y la indecisión de los federales para tomar cartas en el asunto.
Juan Manuel de Rosas termina la campaña al desierto el 25 de marzo de 1834, pero retrasa su arribo a Buenos Aires. Entonces, Encarnación Ezcurra le escribe el 14 de mayo de 1834: “A tus amigos les digo que deben trabajar con energía, destruyendo todo lo que parezca manejos de la logia o entronizamiento de unitarios…pues el país se debe salvar a toda costa… Tu posición es terrible: si tomas injerencia en la política es malo; si no, sucumbe el país por las infinitas aspiraciones que hay, y los poquísimos capaces de dar dirección a la nave de gobierno”. Es probable que el tenor de esta exigencia haya sido la que promovió la creación de la Sociedad Popular Restauradora, cuya fuerza de choque era la Mazorca.
Para 1834, la entidad nombrada era una realidad. La Sociedad Popular Restauradora estaba integrada por apellidos del patriciado argentino: Unzué, Goyena, Sáenz Valiente, Iraola, Argerich, Santa Coloma, Quirno, Victorica, etc., etc. En cambio, la Mazorca se componía de bolicheros, matanceros y quinteros, y tenían el propósito de ayudar al gobernador Viamonte en el cuidado del orden público.
Viamonte, no obstante, estaba agobiado por no poder frenar el accionar de la Sociedad Popular Restauradora y los mazorqueros. Incluso, llegó a juzgar que se estaba socavando y faltando el respeto a su autoridad. El 27 de junio de 1834 presenta la renuncia indeclinable. Lo sucede Manuel Vicente Maza; este gobernador bonaerense era un federal “de casaca” que tampoco pudo resolver la anarquía cada vez más acentuada en el país. El crimen del brigadier general Juan Facundo Quiroga, ocurrido el 16 de febrero de 1835, hizo que Maza renuncie a su cargo y le cediera el mando a Juan Manuel de Rosas, esta vez con el otorgamiento, mediante un plebiscito, de las facultades extraordinarias para gobernar de modo firme, decidido y viril.
Últimos tiempos de Encarnación Ezcurra
Poco se sabe de los últimos años de Encarnación Ezcurra. El retorno de su esposo al poder, acaso el objetivo anhelado desde finales de 1832, ya se había concretado, y ella se sabía merecedora de un respeto inexpugnable entre los federales netos. El renunciante Maza le escribe a Juan Manuel de Rosas: “Tu esposa es la heroína del siglo: disposición, valor, tesón y energía desplegadas en todos casos y en todas ocasiones; su ejemplo era bastante para electrizar y decidirse; mas si entonces tuvo una marcha expuesta, de hoy en adelante debe ser más circunspecta, esto es menos franca y familiar”. “A mi ver –sigue sugiriéndole Manuel Vicente Maza al Restaurador de las Leyes- sería conveniente que saliese de la ciudad por algún tiempo. Esto le traería los bienes de evadirse de compromisos, que si en unas circunstancias convenía cultivar, variadas éstas es mejor no perderlas, pero sí alejarlas”. A lo mejor era el momento adecuado para llamarse a silencio.
Solamente hay una pista firme que indica que desde noviembre de 1833 y hasta diciembre de 1834 Encarnación Ezcurra fue, al tiempo que, como expusimos, operadora política de Rosas, apoderada general de los bienes de Facundo Quiroga, dado que éste tenía por debilidad el juego y los naipes.
Apenas tres años después de la segunda llegada de Rosas a la gobernación de Buenos Aires, doña Encarnación Ezcurra muere. Era el 20 de octubre de 1838. Su cadáver fue encerrado en un lujoso ataúd, y conducido en larga procesión en la noche del 21 hasta la iglesia de San Francisco donde fue depositado. A su funeral asistieron diplomáticos de Gran Bretaña, Brasil, de la isla de Cerdeña y el encargado de negocios de los Estados Unidos. También estaban presentes todos los integrantes del Estado Mayor del Ejército de la Confederación Argentina, en el que figuraban los generales Guido, Agustín de Pinedo, Soler, Vidal, Benito Mariano Rolón y Lamadrid. El pueblo concurrió en un número no menor a las 25.000 personas.
Rosas mismo ordenó para la “Heroína de la Federación” funerales de capitán general. La Gaceta Mercantil del 29 de octubre de 1838 publicó, por este mismo motivo, que los ministros extranjeros izaron a media asta sus banderas. Las demás provincias argentinas hicieron análogas manifestaciones de duelo.
La Sociedad Popular Restauradora dispuso “cargar luto durante lo traiga nuestro ilustre Restaurador y conforme al que Él usa, que consiste en corbata negra, faja con moño negro en el brazo izquierdo, tres dedos de cinta negra en el sombrero, quedando en el mismo visible la divisa punzó”. Esta disposición perduró por durante 2 años más. En octubre de 1840, Juan Manuel de Rosas resolvió poner fin al duelo federal por su mujer.
Autor: Gabriel O. Turone
Bibliografía
Chávez, Fermín. “Iconografía de Rosas y de la Federación”, Tomo II, Editorial Oriente, Agosto de 1970.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Genealogía. Revista del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, N°18, Buenos Aires 1979.
Ibarguren, Carlos. “Juan Manuel de Rosas. Su Vida, su Drama, su Tiempo”, Ediciones Theoría, Buenos Aires, Abril de 1972.
Portal www.revisionistas.com.ar
Röttjer, Aníbal Atilio. “Rosas. Prócer Argentino”, Ediciones Theoría, Buenos Aires, Septiembre de 1972.
Sáenz Quesada, María. “Encarnación y los Restauradores”, Revista Todo es Historia, N° 34, Febrero 1970.
Saldías, Adolfo. “Historia de la Confederación Argentina”, Tomo II, Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 1951.
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

sábado, 19 de septiembre de 2015

Tomas Craig

Tomas Craig



Nació en Irlanda en 1780.  En clase de sargento 1º formó parte del cuerpo expedicionario británico, que se apoderó de Buenos Aires en junio de 1806; y después de la “capitulación” de Beresford, Craig se quedó en el Río de la Plata.
Al estallar el movimiento emancipador de mayo de 1810, puso su espada al servicio independiente, incorporándose al Ejército Auxiliar del coronel Ortiz de Ocampo como sargento 1º, agregado al cuerpo de Artillería, en el que sirvió a las órdenes del coronel Pinto en 1811; asistiendo a las acciones de guerra en que tomó parte aquel Ejército.  El 1º de diciembre de este último año se incorporó al regimiento de Húsares del Perú en su clase.  Al mando de Díaz Vélez asistió a las batallas de Tucumán, Salta, Vilcapugio y Ayohuma; en la que fue herido, por lo que debió regresar a Buenos Aires para su curación.  El 22 de octubre de 1813 ascendió a teniente de las milicias de Córdoba.
Poco después, pasó al servicio de la Marina, bajo el mando del teniente coronel Guillermo Brown, participando en la campaña de 1814, en cuyas acciones navales tomó parte.  También actuó en el Pacífico a las órdenes del almirante Cochrane.  Permaneció en servicio hasta 1820, en que a consecuencia de los sucesos políticos de aquel año, debió emigrar a la Provincia Oriental, estableciéndose en un pueblo de campaña, donde fue comisario de policía y juez de paz.  En 1825 regresó a la República Argentina para tomar parte en la campaña contra el Brasil a las órdenes del almirante Guillermo Brown.
Al organizar este último, a comienzos de 1841, la escuadra con la cual iba a combatir por mar a los enemigos de la Confederación Argentina, Craig fue dado de alta el 9 de febrero de aquel año como teniente 1º, y nombrado comandante de la goleta “Libertad” (ex Aguiar), que montaba 5 cañones.  Dos meses después fue nombrado comandante provisional de la corbeta “25 de Mayo” (ex Krelim), barco recién adquirido y cuya preparación se confió a la pericia de Craig.  Este, en el mes de julio, después de entregar el comando de aquella corbeta al coronel Joaquín Hidalgo, pasó a ejercer igual cargo en la goleta “9 de Julio”, armada con 5 piezas.  En noviembre del mismo año solicitó dejar el servicio naval, lo que le fue concedido a pedido del almirante Brown.  Más tarde se reincorporó a la Marina.
En clase de capitán, desempeñaba las funciones de segundo del bergantín “Republicano” (ex San Giorgio), con 6 cañones; buque mandado por Juan Bautista Thorne, a quien reemplazó Craig en el comando a mediados de julio de 1842, por haber pasado aquél a desempeñar igual cargo en el “Belgrano”.  Al mando del “Republicano” asistió al famoso combate de Costa Brava, contra Garibaldi, el 15 y 16 de agosto de aquel año.
Posteriormente actuó en las operaciones que tuvieron lugar en el Río de la Plata y afluentes contra la escuadra anglo-francesa; asistiendo al combate de la Vuelta de Obligado, el 20 de noviembre de 1845, y sobre su actuación en este hecho de armas, el valiente coronel Ramón Rodríguez, Jefe de los Patricios, en un informe de fecha 25 de octubre de 1852 para constatar los servicios de Craig, dice:
“Se halló en el combate de Obligado al mando del bergantín-goleta “Republicano”, el que después de concluidas las municiones habiéndolo hecho volar según las órdenes que había recibido del General, atravesó el Paraná en los botes (porque la posición que ocupaba el “Republicano” era en el lado opuesto) y vino a las baterías, en las que siguió el combate a las órdenes del coronel Francisco Crespo, a cuyo lado permaneció hasta la terminación de aquél.  Todo lo que me consta por haberlo presenciado”.  (La posición del buque de Craig figura en la forma indicada por el coronel Rodríguez en el croquis del combate publicado en la “Historia Militar y política de las Repúblicas del Plata” por Antonio Díaz).
En el mismo expediente de certificación de servicios mencionado, figura un informe del coronel Antonio Toll, fechado el 26 de octubre de 1852, en el que expresa que Craig, actuó a sus órdenes en 1841, “habiéndole confiado comisiones delicadas, las que desempeñó con el mayor celo y actividad, no habiéndose arredrado jamás frente al enemigo, habiéndose desempeñado siempre con el mayor valor y serenidad”.
Al organizarse la nueva escuadra rosista, en agosto de 1850, Craig mandó la goleta “Santa Clara” (ex Adolfo), con 8 cañones.  El 5 de julio de 1852 fue designado comandante del bergantín-goleta “Maipú”.  En 1853 fue ascendido a sargento mayor de la escuadra de Buenos Aires.
Por su avanzada edad y su mal estado de salud, solicitó y obtuvo el 1º de diciembre de 1857 su pase al Cuerpo de Inválidos.
El sargento mayor Tomás Craig falleció en Buenos Aires el 26 de abril de 1863, a la edad de 83 años.  Fue hijo de Tomás Craig y Antonia Sern; ambos irlandeses.  Se casó en primeras nupcias con Encarnación Luján, y habiendo enviudado, volvió a contraer enlace con Juana Dónovan, (natural de Irlanda hija de Daniel Dónovan y María Crouley), en la Merced de esta Capital, el 8 de agosto de 1849.  Hijo de este matrimonio fue el teniente coronel Guillermo Craig, Expedicionario al Desierto; nacido el 28 de mayo de 1852 y fallecido el 11 de marzo de 1936.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

Juan Calfucurá

Juan Calfucurá





La historia de poderío de este araucano llegado de Chile puede comenzar a contarse a partir de 1929, cuando Juan Manuel de Rosas asumió el gobierno de la provincia de Buenos Aires y negoció con los indios pacíficos y enfrentó a los rebeldes insumisos, entonces liderados por el cacique pampa Toriano. Secundado por Calfucurá y su hijo Namuncurá (el padre de Ceferino, “el santito de las pampas”). Finalmente Toriano fue vencido por tropas de Rosas y sus aliados, los borogas. Tras el fusilamiento de Toriano en Tandil, los borogas comenzaron a perseguir a los vencidos y cometieron varias masacres, hasta que tres años después Calfucurá los emboscó, mató a unos mil guerreros y se llevó cautivas a todas sus mujeres. Así se hizo dueño del amplio territorio de Neuquén, Río Negro, La Pampa, casi todo el interior de Buenos Aires, San Luis y gran parte de Mendoza.
La venganza de Calfucurá provocó la Campaña del Desierto de Juan Manuel de Rosas, que derrotó uno a uno los caciques que encontraba. Ese fue el momento en que Piedra Azul tomó el mando de todas las tribus conformando la Confederación Araucana, tras matar al cacique chileno Railef. El cuartel central del nuevo caudillo pampa y de “nuestros paisanos los indios” (en palabras del libertador San Martín) fueron las tolderías de Salinas Grandes, donde, en forma inteligente, formó espías y perfeccionó su lenguaje castellano para poder negociar de palabra y por escrito con Rosas.

Después de la Batalla de Caseros, al descubrir que los otros gobernantes huincas (cristianos, blancos) no tenían la mano dura de Rosas pero persistían en usurpar las tierras pampas, Calfucurá lanzó una nueva campaña de grandes malones, saqueando estancias y pueblos enteros.

Mientras tanto, recibía los diarios de Buenos Aires y Paraná y se enteraba que, aprovechando la desunión nacional, podía negociar con Justo José de Urquiza. Con él selló la paz y desconoció todo poder bonaerense. Sus conas (guerreros) llegaron con sus chuzas (lanzas) hasta pocos kilómetros de Buenos Aires y hasta vencieron en el Combate de Sierra Chica (Olavarría) a Bartolomé Mitre. Luego hicieron lo propio con el general Hornos, quien enfrentó al poderoso ejército de Calfucurá de 6.000 aguerridos guerreros en Tapalqué y también resultó vencido, por lo que los porteños, con la indiada a sus puertas, comenzaron a padecer el terror de ser invadidos en la propia Gran Aldea.
Cuando su poderío parecía no tener límites, cansado de matar huincas y ganar batallas, Calfucurá intentó una decisiva hazaña y le declaró formalmente la guerra al presidente Sarmiento. Fue su gran error: resultó impensadamente vencido en la batalla de San Carlos, en el actual Partido de Bolívar (Buenos Aires), y nunca más volvió a guerrear. Recluido en Salinas Grandes, Calfucurá pasó en adelante sus días inmerso en la tristeza.

El 4 de junio de 1873, sin heroísmo ni en ningún entrevero, sino de viejo y de pena y rodeado de la chusma (mujeres), murió Juan Calfucurá (Piedra Azul), soberano absoluto de la nación mapuche y de las pampas por cuarenta años. Tenía 108 años de edad.

Calfucurá fue sepultado con los honores de un gran cacique y en su tumba fueron enterrados sus ponchos, sus armas, su platería, sus mejores caballos, sus mejores mujeres y varias cautivas huincas, y unas veinte botellas de anís y ginebra. Su tumba resultó profanada seis años después por soldados de la Campaña del Desierto comandada por Julio A. Roca. El teniente Levalle fue entonces el encargado de recolectar los huesos y las pertenencias de quien había sido el temerario dueño y Señor de las pampas, los que finalmente recalaron a fines del 1800 en el Museo de La Plata, hasta que en el 2004 se reclamaron sus restos.

El éxito de la Campaña del desierto terminó dándole la razón a Calfucurá como gran estratega de la guerra contra el huinca: tras su muerte, Roca ordenó a su ejército ingresar por Carhué, arrasar Salinas Grandes y terminar con Choele Choel, el lugar secreto por el que se traficaba ganado a Chile.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Portal www.revisionistas.com.ar
Scalcini , Gustavo – Calfucurá, Señor de las pampas - (Agenda de Reflexión, Número 187, Año II).
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar