martes, 22 de septiembre de 2015

Juan Bautista Thorne

Juan Bautista Thorne



Arreciaba el combate de la Vuelta de Obligado donde fuerzas argentinas enfrentaron con valentía la agresión anglo francesa. Por orden del gobernador de Buenos Aires  y encargado de las Relaciones exteriores de la Confederación don Juan Manuel de Rosas, el general Lucio Mansilla había fortificado las costas del Paraná, cerrándolo en ese punto mediante botes atados con cadena.  Sobre el parapeto de la batería Manuelita, el teniente coronel Juan Bautista Thorne arengaba a sus artilleros y solo descendía de su atalaya para rectificar el blanco de los cañones.
En esa batalla el retumbar de las piezas dañó irremediablemente su oído, aunque no frustro su voluntad de seguir disparando, cuando los buques enemigos lograron forzar el paso y seguir remontado el río hacia el norte, el general Mansilla ordeno dos veces a Thorne que suspendiera el fuego y se retirara recibiendo como respuesta “que sus cañones le imponían hacer fuego hasta vencer o morir” como consecuencia de estos hechos la historia lo recordó para siempre como el  “Sordo de Obligado”.
Su desobediencia le sirvió para marchar arrestado al convento de San Lorenzo y allí permaneció hasta que el mismo Mansilla transformo la medida disciplinaria en el nombramiento de comandante en jefe de las costas del Paraná. En ese carácter  mando las baterías del Quebracho, en la que fue herido en el hombro.
Thorne no nació en nuestra tierra como muchos de nuestros primeros marinos, pero avaló su ciudadanía adoptiva con una foja de servicios impecable. Nació en Nueva York el 8 de marzo de 1807, su padre era un marino que había participado en la guerra de la Independencia de EEUU, a los once años su padre lo puso a bordo de una escuadra que tocó los puertos del Atlántico y del Pacífico entonces tuvo su primera oportunidad de conocer el puerto de Buenos Aires, de regreso a su hogar, su padre lo envió a Francia para que se formara en la escuela de marinería de Tolón. Allí conoció al oficial francés Le Blanc, quien muchos años después sería su enemigo. Sin embargo su espíritu  aventurero se cansó de  la vida de guarnición y se embarcó en un barco corsario dirigido por un pariente suyo,  el  barco corsario fue hundido en alta mar  por un navío inglés, y Thorne salvó su vida, asido con fuerza a un trozo del palo mayor del barco.
Luego recorrió los márgenes de Africa, hasta que un barco pirata lo condujo a las costas del Perú.
Hacia 1822 llego nuevamente a Buenos Aires, donde encontró un amigo el oficial de marina José María Pinedo,  sin embargo luego se alejó hacia el Oriente donde recorrió los puertos de China y Japón, finalmente regresó a la Argentina en 1825 y su  personalidad llamó la atención del gobierno interesado en formar la escuadra que debía combatir contra el imperio de Brasil, a las órdenes de Fournier formo parte de la oficialidad del Congreso. Poco tiempo después a principios de 1827, fue designado al bergantín Chacabuco que bajo el mando de Santiago Bynon se iba a destacar en lo que se denominó Gesta de Patagones, en dicha batalla ocupó un lugar destacado, al abordar el buque brasileño “Itaparica” donde arreó la bandera imperial brasileña e izó la bandera argentina.
La acción le mereció alcanzar el mando del bergantín Patagones, luego mostró su valentía en distintas acciones hasta que cayó prisionero y fue llevado hasta Río de Janeiro. Regreso al celebrase la paz y paso a comandar el Balcarce que había  sido buque insignia del almirante Brown.
En 1833 emprendió la campaña del Río Colorado al mando del bergantín Patagones con el fin de ayudar la expedición al Desierto de Rosas. Designado comandante de la goleta Sarandí, tuvo la misión de auxiliar la defensa de la isla Martín García, donde mandó la artillería de tierra de dicha isla, donde el 12 de octubre de 1838, las fuerzas argentinas mandadas por Jerónimo Costa lucharon heroicamente contra la escuadra francesa bloqueadora.
Destinado al servicio hizo la campaña de Entre Ríos con Pascual Echague en 1839 y cuando el 15 de abril de 1841, con el grado de teniente coronel, regresa a ponerse bajo los órdenes de Brown, debió anotarse en su foja de servicios, haber participado en las acciones de guerra de Cagancha, Pago Largo, Don Cristóbal, Caaguazú, Yerúa, Sauce Grande y Punta Diamante.
Sirvió más tarde a las órdenes del Almirante Brown, como comandante del  bergantín General Belgrano, empeñado en luchar contra Garibaldi  y siguió combatiendo a las dos más grandes potencias de la tierra.
Reconocida la soberanía argentina y desagraviado el pabellón, Thorne volvió a su hogar donde permaneció hasta que después de Caseros se enroló al lado del General Hilario Lagos, como integrante de la escuadra de la Confederación Argentina.
En esos días se produjo la traición del jefe de la escuadra de la Confederación Argentina John Halstead Coe, quien  por una bolsa de monedas de oro, entregó a Buenos Aires que estaba separada del resto del país la escuadra nacional, se pretendió también comprar a Thorne a través de su hermana quien fue a bordo del Enigma acompañada de la esposa del ex rosista Lorenzo Torres. Ante esta situación el  marino arrebatado por su indignación, puso sobre sus rodillas a su imprudente hermana y le propino una soberana paliza por haber abusado de la relación familiar.
Posteriormente fue borrado de la lista militar de Buenos Aires, por lo tanto debió realizar por razones de trabajo varios viajes a la India, además actuó como perito naval. Solo en 1868 fue reincorporado a la Armada, en la lista de guerreros de la Independencia  y del Brasil.
Vivió con modestia de los recursos que le proporcionaba su pensión militar hasta la fecha de su fallecimiento que ocurrió el 1° de agosto de 1885, a los setenta y ocho años de edad.  Sus restos mortales fueron inhumados en el cementerio de disidentes.  Actualmente descansan en el Cementerio Británico de Buenos Aires. Su azarosa existencia fue resumida por el propio Thorne en breves y precisas palabras “llevo en mi cuerpo la severa impresión del plomo del Imperio, de Gran Bretaña, de Francia  y de la guerra civil de mi patria de adopción”.
Las naves rojas de la Federación
(Héctor Pedro Blomberg)
Rojos son las mesanas y los trinquetes,
Las cureñas, las bandas; rojas, sangrantes,
Las camisas que llevan los tripulantes,
Desde los condestables a los grumetes,
Y usan galones rojos los comandantes,
Allá van por las aguas del patrio río,
Clavados en el mástil los pabellones:
En el puente de cada rojo navío
Se oye la voz de un “cielo” ronco y bravío,
Junto a la negra boca de los cañones.
Son las goletas rojas de Costa Brava,
Son las que respondieron en Obligado
Al clamor iracundo que las llamaba
Para batir la flota que navegaba
El Paraná invadido y ensangrentado.
¡Bergantines de Thorne! La voz del viento
Dice en la arboladura la copla errante
Que recuerda en su recio y extraño acento
Aquellas que en el viejo puente sangriento
Se oían en los tiempos del Almirante.
Con sus rojas banderas en la mesana,
Allá van sus bravías tripulaciones:
“Federación o Muerte”, se oye, lejana,
La canción que cantaban en la mañana
Junto a la negra boca de los cañones.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Gosa, Dr. Juan Santiago – Juan Bautista Thorne,  “El Sordo de Obligado”.
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Encarnación Ezcurra

Encarnación Ezcurra





La vuelta de Juan Manuel de Rosas a la gobernación de la provincia de Buenos Aires en 1835, acaso la etapa más significativa e importante de su extensa carrera política, no hubiese sido posible sin la decidida intervención de su señora esposa, doña Encarnación Ezcurra, cuya vida no ha sido estudiada en profundidad. Veamos quién fue esta extraordinaria mujer de carácter que secundó a su ilustre marido para salvaguardar los destinos de la patria amenazada.
María de la Encarnación Ezcurra y Arguibel nació en Buenos Aires el 25 de marzo de 1795, siendo sus padres Juan Ignacio Ezcurra, español, y doña Teodora Arguibel, que era argentina hija de franceses. El bisabuelo paterno de Encarnación, Domingo de Ezcurra, había nacido en el valle de Larraun, Pamplona Navarra, España.
En los primeros años de su vida, Juan Manuel de Rosas vivía en la campaña y cada tanto solía frecuentar Buenos Aires, urbe a la que no le tuvo mucha estima por ese entonces. El bullicio verbal, el clima revolucionario posterior a Mayo de 1810 y las intrigas que se palpitaban en la ciudad portuaria le mortificaban. De todas maneras, allí conocerá a Encarnación Ezcurra, su futura cónyuge. Pero Agustina López de Osornio, la madre de Rosas, se opuso de entrada a este noviazgo de su hijo. Cuando Juan Manuel y Encarnación ya habían decidido contraer nupcias, Agustina López de Osornio, pretextando la poca edad de ambos, rehusó consentir el casamiento, sin embargo poco pudo hacer contra la astucia de los jóvenes novios. Encarnación Ezcurra, por instigación de Juan Manuel, le escribe una carta a éste, donde le manda decir que estaba embarazada y que por tal motivo debían casarse. La carta engañosa fue dejada por Rosas en un lugar visible de la casa de su madre, a la espera de que ésta la leyera. Cuando Agustina López de Osornio encuentra y lee la carta, se dirige con desesperación a la casa de Teodora Arguibel, la madre de Encarnación Ezcurra, para darle la novedad. Las dos señoras resolvieron allí mismo que, ante el bochorno que una situación semejante pudiera ocasionar en los círculos sociales, apuraran el casamiento entre Encarnación Ezcurra y Juan Manuel de Rosas.
En efecto, Ezcurra contrajo matrimonio con el futuro Restaurador de las Leyes el martes 16 de marzo de 1813, en una ceremonia dirigida por el presbítero José María Terrero. Estaban como testigos don León Ortiz de Rozas (padre de Rosas) y doña Teodora Arguibel. Un dato curioso refiere que el mismo día que Encarnación Ezcurra se casaba con Rosas, por las calles de Buenos Aires corrían las noticias del triunfo de las armas argentinas en la batalla de Salta.
En la vida familiar
Los primeros tiempos de la pareja no fueron de prosperidad económica. Rosas entregó a sus padres la estancia “El Rincón de López”, la cual administraba en el partido de Magdalena. Quería trabajar por su cuenta como hacendado, sin tener que pedir favores a nadie. En una correspondencia mandada desde el exilio inglés a su amiga Josefa Gómez, Rosas dirá que “[estaba] sin más capital que mi crédito e industria; Encarnación estaba en el mismo caso; nada tenía, ni de sus padres, ni recibió jamás herencia alguna”.
Encarnación y Juan Manuel tuvieron 3 hijos: María de la Encarnación, nacida el 26 de marzo de 1816, y que apenas sobrevivió un día; Manuela Robustiana, que nació el 24 de mayo de 1817, y Juan Bautista Pedro, nacido el 30 de junio de 1814.
Ella acompañará a su esposo en todos los emprendimientos que tuvo, sea como administrador de Los Cerrillos o como de la estancia San Martín. Y, desde luego, también en las vicisitudes de la política, siendo Encarnación una devota entusiasta del fervor federal que abrazó Juan Manuel de Rosas a lo largo de su vida.
En cuanto a la conducta reportada por Encarnación Ezcurra en su rol de mujer casada, hay quienes advierten que se trató de una esposa que veía a su amado en las raras ocasiones en que éste se instalaba en Buenos Aires o cuando los dos pasaban algunas temporadas en el campo. La soledad, al contrario de lo que muchos podrían suponer, cimentó en ella una mayor admiración por Juan Manuel de Rosas. Las idas y venidas de la ciudad al campo, robustecieron en ella su adaptación a las condiciones de vida semisalvaje de la campaña.
Ezcurra era de carácter severo cuando las circunstancias así lo imponían, aunque no pocos la retrataron como una mujer que carecía de ternura. En el seno de la familia Rosas, la parte dulce correspondía a Manuelita Robustiana, la hija predilecta del Restaurador de las Leyes, la misma que con el tiempo será proclamada “Princesa de la Federación”.
La alta sociedad porteña no le perdonaba a Encarnación Ezcurra el trato cordial que mantenía con pardos, mulatos, gauchos, indios, comisarios y soldados, todos ellos considerados entonces como representantes de las capas sociales más bajas. Es que tampoco lo entendían. Aparte de granjearse amistades tan grotescas para la época, pues, recordemos, su familia era de las más pudientes de Buenos Aires, doña Encarnación sabía que al ganarse el cariño de los estamentos más populares, esto le acarrearía a Rosas un caudal muy grande de seguidores, votantes y soldados para sus campañas, y también espías y matones para las arduas campañas políticas de los federales.
En este sentido, es notable una carta que Encarnación le manda a Rosas, que hacía la Campaña al Desierto, en noviembre de 1833, donde le dice: “Ya has visto lo que vale la amistad de los pobres y por ello cuánto importa el sostenerla para atraer y cultivar sus voluntades. No cortes, pues, sus correspondencias. Escríbeles con frecuencia, mándales cualquier regalo sin que te duela gastar en eso. Digo lo mismo respecto de las madres y mujeres de los pardos y morenos que son fieles. No repares, repito, en visitar a las que lo merezcan y llevarlas a tus distracciones rurales, como también en socorrerlas con lo que puedas en sus desgracias. A los amigos fieles que te hayan servido déjalos que jueguen al billar en casa y obséquialos con lo que puedas”.
Su rol en la Revolución de los Restauradores
Tanta firmeza y decisión la ubicó, entre 1833 y 1834, como operadora política de excelencia cuando todo parecía indicar el debilitamiento de la influencia de Juan Manuel de Rosas en la provincia de Buenos Aires.
Antes de hablar sobre la Revolución de los Restauradores, es menester retrotraernos a la alternancia de administraciones unitarias y federales que se dieron en Buenos Aires desde 1827 y hasta 1832. Caído el presidente Bernardino Rivadavia en julio de 1827 tras intentar, sin éxito, la aplicación de una constitución de neto corte unitario que recibió las quejas naturales de los caudillos federales del interior, y donde, además, había cedido la soberanía de la Banda Oriental al Imperio del Brasil, al cual nuestras fuerzas venían derrotando en la guerra desde 1825, le sucede un breve interregno de Vicente López y Planes. El Congreso Nacional se disuelve y la provincia de Buenos Aires recupera su autonomía, y entonces es elegido como gobernador bonaerense el coronel Manuel Dorrego, de tendencia federal.
Dorrego celebró diversos tratados con las provincias de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y Córdoba con el fin de organizar la nación. Sin embargo, los antiguos funcionarios y simpatizantes unitarios de Rivadavia intentaron desestabilizar al gobierno federal que ahora estaba en el poder. Una logia compuesta por, entre otros, José Valentín Gómez, Salvador María del Carril, Juan Cruz Varela, Carlos de Alvear y Julián Segundo Agüero, aprovecha el regreso de las tropas argentinas de la campaña del Brasil para armar una revuelta militar contra Dorrego. El general unitario Juan Lavalle fue elegido como jefe de esta empresa ilegal. Así, con total impunidad, el 13 de diciembre de 1828 es fusilado Manuel Dorrego en Navarro por orden de Lavalle, quien accede a la gobernación de la provincia de Buenos Aires.
Sin embargo, el partido unitario era antipopular en la campaña, por eso durante la primera mitad del año 1829 se llevará a cabo un operativo tendiente a eliminar a los federales que apoyaban a Juan Manuel de Rosas, quien en la administración de Dorrego llegó a ser Comandante General de Campaña. Sucesivas derrotas militares de los unitarios hicieron que Lavalle fugue hacia Montevideo, Uruguay, mientras que en Buenos Aires se conformaba un gobierno provisional en cuya cabeza se ubicó a Juan José Viamonte. Finalmente, el 6 de diciembre de 1829 asume Juan Manuel de Rosas como gobernador de la provincia de Buenos Aires.
La primera administración rosista se extenderá hasta el 17 de diciembre de 1832, fecha en la que renuncia porque la legislatura no le quiso otorgar facultades extraordinarias. Rosas siempre creyó indispensable gobernar con plenos poderes, más aún en el estado de anarquía constante que se vivía por aquellos años de breves e inestables administraciones públicas. Pero el Restaurador de las Leyes, además, hacía tiempo que quería emprender una campaña por los desiertos del sur para luchar contra las tribus aborígenes que saqueaban los campos y pueblos fronterizos nacionales.
Le sucedió a Rosas un gobernador llamado Juan Ramón González Balcarce, federal tibio que muy pronto se dejó dominar por los enemigos de su antecesor, si bien el nuevo gobierno tenía un gabinete compuesto por federales netos o apostólicos (seguidores de Rosas) y federales cismáticos (federales liberales que recibían influencias de los unitarios emigrados). Como había que elegir nuevos diputados, el 28 de abril de 1833 se realizan elecciones fraudulentas en las que vencen los federales cismáticos. Por todo ello, los seguidores de Rosas, que ya había iniciado la Campaña al Desierto, protestan y los pocos que habían ganado una banca, renuncian a las mismas. El 20 de mayo de ese mismo año, se legaliza el triunfo irregular de los cismáticos. Y el 16 de junio vuelven a haber elecciones complementarias para cubrir las vacantes de los diputados rosistas renunciantes. Aquí empieza a jugar un rol fundamental Encarnación Ezcurra.
En las calles de Buenos Aires hay atentados todos los días, lo mismo que asesinatos. Se oyen gritos, amenazas y peleas con armas que parecen no tener fin. El gobernador González Balcarce decide entonces expulsar o dejar cesantes a todos aquellos federales considerados partidarios de Rosas. Tampoco les mandan partidas de dinero a los soldados que fueron con Rosas a luchar contra el salvaje, ni raciones de alimentos para los boroganos y los pampas de Azul, Tapalqué y Tandil, que eran tribus amigas de don Juan Manuel.
Mientras tanto, el Restaurador de las Leyes se entera de todos estos acontecimientos en el sur, por lo que decide encarar una estrategia para no perder influencia en el poder y para que no disminuya su prestigio popular. Promediando agosto de 1833, Encarnación Ezcurra es elegida por su esposo como operadora política de él en Buenos Aires, mientras que el general Facundo Quiroga lo será en el interior del país.
En carta del 1° de septiembre de 1833, Encarnación le escribe a Rosas: “Tus amigos, la mayoría de casaca [cismáticos o lomos negros], a quienes oigo y gradúo según lo que valen, tienen miedo”. Y en otra del 14 de septiembre, le dice: “Las masas están cada día más dispuestas y, lo estarán mejor, si tu círculo no fuese tan callado, pues hay quien tiene más miedo que vergüenza”. Esa era la decisión y el coraje en la hora suprema de la anarquía que demostraba doña Encarnación Ezcurra.
Ella, en su rol de operadora política rosista, manejará y movilizará a las capas populares y a los viejos colaboradores de Juan Manuel de Rosas en el alzamiento del 11 de octubre de 1833, más conocido como la Revolución de los Restauradores. Se dice que su hogar, en ese tiempo, parecía un comité por la cantidad de gente que lo frecuentaba. Desde los generales Ángel Pacheco y Agustín de Pinedo, pasando por los comisarios Ciriaco Cuitiño y Andrés Parra, y comandantes y milicianos de escuadrones procedentes de Lobos, Monte, Cañuelas y Matanza.
Juan Ramón González Balcarce, totalmente debilitado por esta acción de los Restauradores o federales apostólicos, presenta la renuncia el 4 de noviembre de 1833. Unas semanas antes, el 17 de octubre, la “Heroína de la Federación” (Encarnación Ezcurra) le manda decir a Justo Villegas, jefe de los escuadrones de Lobos y Monte, que “todo va bien. Estos hombres malvados, en medio de su despecho, temen. La pronunciación del pueblo es unísona. Toda la población detesta a su opresor y no piensa sino irse a incorporar a los restauradores”.
Gobierno de Viamonte y alianzas extranjeras
En noviembre de 1833 asume el gobierno de la provincia de Buenos Aires Juan José Viamonte.  Atenta como siempre, Encarnación Ezcurra presiente que aquí también se está en presencia de un hombre que favorece los designios del bando unitario exiliado en Montevideo. Un documento excepcional, que bien refleja su participación activa en los meses de ausencia de Rosas en Buenos Aires, es la carta que le hace llegar con fecha 4 de diciembre de 1833, donde describe puntillosa y magistralmente a cada uno de los federales de casaca (cismáticos) que se ubicaron alrededor del nuevo gobernador.
En dicha misiva le avisa a su esposo que Manuel José García, antiguo funcionario de Rivadavia y hasta entonces supuesto federal apostólico, era el padrino de los federales cismáticos o lomos negros. Que Luis Dorrego (el hermano del ex gobernador Manuel Dorrego) era cismático puro, y que su hermano Prudencio Ortiz de Rozas andaba frecuentando al gobernador Viamonte.
El clima tenso volvía a reaparecer sobre Buenos Aires en los últimos meses de 1833 y los primeros de 1834. Además, hay alianzas oscuras entre unitarios salvajes y gobiernos extranjeros que salen a la luz. Por ejemplo, el mariscal Andrés Santa Cruz, presidente de la Confederación Perú-Boliviana, andaba fogoneando la separación de Salta y Jujuy con la intención de anexarse a esta última a su país. Esta mutilación de nuestro territorio estaba siendo fomentada por los unitarios locales. Recuérdese que el gran aliado de Rosas, Juan Facundo Quiroga, muere asesinado en febrero de 1835 mientras se dirigía al norte del país en misión de paz, al darse a conocer una suerte de guerra civil desencadenada entre jujeños, salteños y tucumanos producto de aquella misma situación.
En el mismo sentido, se supo que desde enero de 1834 empezaron a haber maquinaciones europeas en conferencias de alto nivel, las cuales contaron con la asistencia del unitario Bernardino Rivadavia, una en París y otra en Madrid. Allí se hablaba de colocar un rey en Argentina, Uruguay, Chile y Bolivia. Rivadavia estaba tras de estos fines desde 1830. No por nada, a principios de 1834 se anunciaba la llegada a Buenos Aires de Rivadavia.
Este plan era una carta que jugaban los unitarios para eliminar al partido federal de escena. Manuel Moreno, hermano del revolucionario Mariano y funcionario argentino en Londres, revela al gobierno de Viamonte los contactos oficiales habidos en Europa por medio del coordinador Bernardino Rivadavia. Manuel Moreno advierte que el plan comenzaría por ganarse la voluntad del caudillo federal Estanislao López (gobernador de Santa Fe) para que se tire contra Juan Manuel de Rosas y Facundo Quiroga. A su vez, se liberaría la navegación del Río Uruguay, y luego, una vez utilizados sus servicios, se asesinarían a López y, de no haberse hecho antes, a Rosas y Quiroga.
Rivadavia desembarca en Buenos Aires el 28 de abril de 1834, pero el gobernador Juan José Viamonte lo expulsa del país. El pueblo de la campaña lo repudiaba porque fue uno de los mentores del fusilamiento de Manuel Dorrego por Lavalle (diciembre de 1828).
¿Ideóloga de la Sociedad Popular Restauradora?
¿Y qué hay de doña Encarnación Ezcurra en todo esto? Ella tiene un aceitado sistema de espionaje e inteligencia en la ciudad portuaria, y está al tanto de todo lo que va sucediendo. Manda informes periódicos a su esposo, quien está próximo a volver de la Campaña al Desierto, y él le indica los pasos a seguir.
La debilidad del gobierno de Viamonte es notoria, pues no se decide a enfrentar con decisión a los unitarios que complotaban contra la patria y que se hallaban en cordial alianza con los poderes extranacionales. El unitarismo creía, asimismo, que era posible destruir la figura de Rosas si aprovechaban la falta de gobiernos fuertes, la debilidad en que se encontraban las autoridades y la indecisión de los federales para tomar cartas en el asunto.
Juan Manuel de Rosas termina la campaña al desierto el 25 de marzo de 1834, pero retrasa su arribo a Buenos Aires. Entonces, Encarnación Ezcurra le escribe el 14 de mayo de 1834: “A tus amigos les digo que deben trabajar con energía, destruyendo todo lo que parezca manejos de la logia o entronizamiento de unitarios…pues el país se debe salvar a toda costa… Tu posición es terrible: si tomas injerencia en la política es malo; si no, sucumbe el país por las infinitas aspiraciones que hay, y los poquísimos capaces de dar dirección a la nave de gobierno”. Es probable que el tenor de esta exigencia haya sido la que promovió la creación de la Sociedad Popular Restauradora, cuya fuerza de choque era la Mazorca.
Para 1834, la entidad nombrada era una realidad. La Sociedad Popular Restauradora estaba integrada por apellidos del patriciado argentino: Unzué, Goyena, Sáenz Valiente, Iraola, Argerich, Santa Coloma, Quirno, Victorica, etc., etc. En cambio, la Mazorca se componía de bolicheros, matanceros y quinteros, y tenían el propósito de ayudar al gobernador Viamonte en el cuidado del orden público.
Viamonte, no obstante, estaba agobiado por no poder frenar el accionar de la Sociedad Popular Restauradora y los mazorqueros. Incluso, llegó a juzgar que se estaba socavando y faltando el respeto a su autoridad. El 27 de junio de 1834 presenta la renuncia indeclinable. Lo sucede Manuel Vicente Maza; este gobernador bonaerense era un federal “de casaca” que tampoco pudo resolver la anarquía cada vez más acentuada en el país. El crimen del brigadier general Juan Facundo Quiroga, ocurrido el 16 de febrero de 1835, hizo que Maza renuncie a su cargo y le cediera el mando a Juan Manuel de Rosas, esta vez con el otorgamiento, mediante un plebiscito, de las facultades extraordinarias para gobernar de modo firme, decidido y viril.
Últimos tiempos de Encarnación Ezcurra
Poco se sabe de los últimos años de Encarnación Ezcurra. El retorno de su esposo al poder, acaso el objetivo anhelado desde finales de 1832, ya se había concretado, y ella se sabía merecedora de un respeto inexpugnable entre los federales netos. El renunciante Maza le escribe a Juan Manuel de Rosas: “Tu esposa es la heroína del siglo: disposición, valor, tesón y energía desplegadas en todos casos y en todas ocasiones; su ejemplo era bastante para electrizar y decidirse; mas si entonces tuvo una marcha expuesta, de hoy en adelante debe ser más circunspecta, esto es menos franca y familiar”. “A mi ver –sigue sugiriéndole Manuel Vicente Maza al Restaurador de las Leyes- sería conveniente que saliese de la ciudad por algún tiempo. Esto le traería los bienes de evadirse de compromisos, que si en unas circunstancias convenía cultivar, variadas éstas es mejor no perderlas, pero sí alejarlas”. A lo mejor era el momento adecuado para llamarse a silencio.
Solamente hay una pista firme que indica que desde noviembre de 1833 y hasta diciembre de 1834 Encarnación Ezcurra fue, al tiempo que, como expusimos, operadora política de Rosas, apoderada general de los bienes de Facundo Quiroga, dado que éste tenía por debilidad el juego y los naipes.
Apenas tres años después de la segunda llegada de Rosas a la gobernación de Buenos Aires, doña Encarnación Ezcurra muere. Era el 20 de octubre de 1838. Su cadáver fue encerrado en un lujoso ataúd, y conducido en larga procesión en la noche del 21 hasta la iglesia de San Francisco donde fue depositado. A su funeral asistieron diplomáticos de Gran Bretaña, Brasil, de la isla de Cerdeña y el encargado de negocios de los Estados Unidos. También estaban presentes todos los integrantes del Estado Mayor del Ejército de la Confederación Argentina, en el que figuraban los generales Guido, Agustín de Pinedo, Soler, Vidal, Benito Mariano Rolón y Lamadrid. El pueblo concurrió en un número no menor a las 25.000 personas.
Rosas mismo ordenó para la “Heroína de la Federación” funerales de capitán general. La Gaceta Mercantil del 29 de octubre de 1838 publicó, por este mismo motivo, que los ministros extranjeros izaron a media asta sus banderas. Las demás provincias argentinas hicieron análogas manifestaciones de duelo.
La Sociedad Popular Restauradora dispuso “cargar luto durante lo traiga nuestro ilustre Restaurador y conforme al que Él usa, que consiste en corbata negra, faja con moño negro en el brazo izquierdo, tres dedos de cinta negra en el sombrero, quedando en el mismo visible la divisa punzó”. Esta disposición perduró por durante 2 años más. En octubre de 1840, Juan Manuel de Rosas resolvió poner fin al duelo federal por su mujer.
Autor: Gabriel O. Turone
Bibliografía
Chávez, Fermín. “Iconografía de Rosas y de la Federación”, Tomo II, Editorial Oriente, Agosto de 1970.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Genealogía. Revista del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, N°18, Buenos Aires 1979.
Ibarguren, Carlos. “Juan Manuel de Rosas. Su Vida, su Drama, su Tiempo”, Ediciones Theoría, Buenos Aires, Abril de 1972.
Portal www.revisionistas.com.ar
Röttjer, Aníbal Atilio. “Rosas. Prócer Argentino”, Ediciones Theoría, Buenos Aires, Septiembre de 1972.
Sáenz Quesada, María. “Encarnación y los Restauradores”, Revista Todo es Historia, N° 34, Febrero 1970.
Saldías, Adolfo. “Historia de la Confederación Argentina”, Tomo II, Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 1951.
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sábado, 19 de septiembre de 2015

Tomas Craig

Tomas Craig



Nació en Irlanda en 1780.  En clase de sargento 1º formó parte del cuerpo expedicionario británico, que se apoderó de Buenos Aires en junio de 1806; y después de la “capitulación” de Beresford, Craig se quedó en el Río de la Plata.
Al estallar el movimiento emancipador de mayo de 1810, puso su espada al servicio independiente, incorporándose al Ejército Auxiliar del coronel Ortiz de Ocampo como sargento 1º, agregado al cuerpo de Artillería, en el que sirvió a las órdenes del coronel Pinto en 1811; asistiendo a las acciones de guerra en que tomó parte aquel Ejército.  El 1º de diciembre de este último año se incorporó al regimiento de Húsares del Perú en su clase.  Al mando de Díaz Vélez asistió a las batallas de Tucumán, Salta, Vilcapugio y Ayohuma; en la que fue herido, por lo que debió regresar a Buenos Aires para su curación.  El 22 de octubre de 1813 ascendió a teniente de las milicias de Córdoba.
Poco después, pasó al servicio de la Marina, bajo el mando del teniente coronel Guillermo Brown, participando en la campaña de 1814, en cuyas acciones navales tomó parte.  También actuó en el Pacífico a las órdenes del almirante Cochrane.  Permaneció en servicio hasta 1820, en que a consecuencia de los sucesos políticos de aquel año, debió emigrar a la Provincia Oriental, estableciéndose en un pueblo de campaña, donde fue comisario de policía y juez de paz.  En 1825 regresó a la República Argentina para tomar parte en la campaña contra el Brasil a las órdenes del almirante Guillermo Brown.
Al organizar este último, a comienzos de 1841, la escuadra con la cual iba a combatir por mar a los enemigos de la Confederación Argentina, Craig fue dado de alta el 9 de febrero de aquel año como teniente 1º, y nombrado comandante de la goleta “Libertad” (ex Aguiar), que montaba 5 cañones.  Dos meses después fue nombrado comandante provisional de la corbeta “25 de Mayo” (ex Krelim), barco recién adquirido y cuya preparación se confió a la pericia de Craig.  Este, en el mes de julio, después de entregar el comando de aquella corbeta al coronel Joaquín Hidalgo, pasó a ejercer igual cargo en la goleta “9 de Julio”, armada con 5 piezas.  En noviembre del mismo año solicitó dejar el servicio naval, lo que le fue concedido a pedido del almirante Brown.  Más tarde se reincorporó a la Marina.
En clase de capitán, desempeñaba las funciones de segundo del bergantín “Republicano” (ex San Giorgio), con 6 cañones; buque mandado por Juan Bautista Thorne, a quien reemplazó Craig en el comando a mediados de julio de 1842, por haber pasado aquél a desempeñar igual cargo en el “Belgrano”.  Al mando del “Republicano” asistió al famoso combate de Costa Brava, contra Garibaldi, el 15 y 16 de agosto de aquel año.
Posteriormente actuó en las operaciones que tuvieron lugar en el Río de la Plata y afluentes contra la escuadra anglo-francesa; asistiendo al combate de la Vuelta de Obligado, el 20 de noviembre de 1845, y sobre su actuación en este hecho de armas, el valiente coronel Ramón Rodríguez, Jefe de los Patricios, en un informe de fecha 25 de octubre de 1852 para constatar los servicios de Craig, dice:
“Se halló en el combate de Obligado al mando del bergantín-goleta “Republicano”, el que después de concluidas las municiones habiéndolo hecho volar según las órdenes que había recibido del General, atravesó el Paraná en los botes (porque la posición que ocupaba el “Republicano” era en el lado opuesto) y vino a las baterías, en las que siguió el combate a las órdenes del coronel Francisco Crespo, a cuyo lado permaneció hasta la terminación de aquél.  Todo lo que me consta por haberlo presenciado”.  (La posición del buque de Craig figura en la forma indicada por el coronel Rodríguez en el croquis del combate publicado en la “Historia Militar y política de las Repúblicas del Plata” por Antonio Díaz).
En el mismo expediente de certificación de servicios mencionado, figura un informe del coronel Antonio Toll, fechado el 26 de octubre de 1852, en el que expresa que Craig, actuó a sus órdenes en 1841, “habiéndole confiado comisiones delicadas, las que desempeñó con el mayor celo y actividad, no habiéndose arredrado jamás frente al enemigo, habiéndose desempeñado siempre con el mayor valor y serenidad”.
Al organizarse la nueva escuadra rosista, en agosto de 1850, Craig mandó la goleta “Santa Clara” (ex Adolfo), con 8 cañones.  El 5 de julio de 1852 fue designado comandante del bergantín-goleta “Maipú”.  En 1853 fue ascendido a sargento mayor de la escuadra de Buenos Aires.
Por su avanzada edad y su mal estado de salud, solicitó y obtuvo el 1º de diciembre de 1857 su pase al Cuerpo de Inválidos.
El sargento mayor Tomás Craig falleció en Buenos Aires el 26 de abril de 1863, a la edad de 83 años.  Fue hijo de Tomás Craig y Antonia Sern; ambos irlandeses.  Se casó en primeras nupcias con Encarnación Luján, y habiendo enviudado, volvió a contraer enlace con Juana Dónovan, (natural de Irlanda hija de Daniel Dónovan y María Crouley), en la Merced de esta Capital, el 8 de agosto de 1849.  Hijo de este matrimonio fue el teniente coronel Guillermo Craig, Expedicionario al Desierto; nacido el 28 de mayo de 1852 y fallecido el 11 de marzo de 1936.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

Juan Calfucurá

Juan Calfucurá





La historia de poderío de este araucano llegado de Chile puede comenzar a contarse a partir de 1929, cuando Juan Manuel de Rosas asumió el gobierno de la provincia de Buenos Aires y negoció con los indios pacíficos y enfrentó a los rebeldes insumisos, entonces liderados por el cacique pampa Toriano. Secundado por Calfucurá y su hijo Namuncurá (el padre de Ceferino, “el santito de las pampas”). Finalmente Toriano fue vencido por tropas de Rosas y sus aliados, los borogas. Tras el fusilamiento de Toriano en Tandil, los borogas comenzaron a perseguir a los vencidos y cometieron varias masacres, hasta que tres años después Calfucurá los emboscó, mató a unos mil guerreros y se llevó cautivas a todas sus mujeres. Así se hizo dueño del amplio territorio de Neuquén, Río Negro, La Pampa, casi todo el interior de Buenos Aires, San Luis y gran parte de Mendoza.
La venganza de Calfucurá provocó la Campaña del Desierto de Juan Manuel de Rosas, que derrotó uno a uno los caciques que encontraba. Ese fue el momento en que Piedra Azul tomó el mando de todas las tribus conformando la Confederación Araucana, tras matar al cacique chileno Railef. El cuartel central del nuevo caudillo pampa y de “nuestros paisanos los indios” (en palabras del libertador San Martín) fueron las tolderías de Salinas Grandes, donde, en forma inteligente, formó espías y perfeccionó su lenguaje castellano para poder negociar de palabra y por escrito con Rosas.

Después de la Batalla de Caseros, al descubrir que los otros gobernantes huincas (cristianos, blancos) no tenían la mano dura de Rosas pero persistían en usurpar las tierras pampas, Calfucurá lanzó una nueva campaña de grandes malones, saqueando estancias y pueblos enteros.

Mientras tanto, recibía los diarios de Buenos Aires y Paraná y se enteraba que, aprovechando la desunión nacional, podía negociar con Justo José de Urquiza. Con él selló la paz y desconoció todo poder bonaerense. Sus conas (guerreros) llegaron con sus chuzas (lanzas) hasta pocos kilómetros de Buenos Aires y hasta vencieron en el Combate de Sierra Chica (Olavarría) a Bartolomé Mitre. Luego hicieron lo propio con el general Hornos, quien enfrentó al poderoso ejército de Calfucurá de 6.000 aguerridos guerreros en Tapalqué y también resultó vencido, por lo que los porteños, con la indiada a sus puertas, comenzaron a padecer el terror de ser invadidos en la propia Gran Aldea.
Cuando su poderío parecía no tener límites, cansado de matar huincas y ganar batallas, Calfucurá intentó una decisiva hazaña y le declaró formalmente la guerra al presidente Sarmiento. Fue su gran error: resultó impensadamente vencido en la batalla de San Carlos, en el actual Partido de Bolívar (Buenos Aires), y nunca más volvió a guerrear. Recluido en Salinas Grandes, Calfucurá pasó en adelante sus días inmerso en la tristeza.

El 4 de junio de 1873, sin heroísmo ni en ningún entrevero, sino de viejo y de pena y rodeado de la chusma (mujeres), murió Juan Calfucurá (Piedra Azul), soberano absoluto de la nación mapuche y de las pampas por cuarenta años. Tenía 108 años de edad.

Calfucurá fue sepultado con los honores de un gran cacique y en su tumba fueron enterrados sus ponchos, sus armas, su platería, sus mejores caballos, sus mejores mujeres y varias cautivas huincas, y unas veinte botellas de anís y ginebra. Su tumba resultó profanada seis años después por soldados de la Campaña del Desierto comandada por Julio A. Roca. El teniente Levalle fue entonces el encargado de recolectar los huesos y las pertenencias de quien había sido el temerario dueño y Señor de las pampas, los que finalmente recalaron a fines del 1800 en el Museo de La Plata, hasta que en el 2004 se reclamaron sus restos.

El éxito de la Campaña del desierto terminó dándole la razón a Calfucurá como gran estratega de la guerra contra el huinca: tras su muerte, Roca ordenó a su ejército ingresar por Carhué, arrasar Salinas Grandes y terminar con Choele Choel, el lugar secreto por el que se traficaba ganado a Chile.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
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Scalcini , Gustavo – Calfucurá, Señor de las pampas - (Agenda de Reflexión, Número 187, Año II).
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viernes, 18 de septiembre de 2015

Francisco de Paula Castañeda

Francisco de Paula Castañeda



Nació en Buenos Aires, en 1776, hijo de Ventura Castañeda y María Andrea Romero, emparentados con los Pinedas y Bracamontes que en la época de Carlos II y Felipe III habían sido soldados de actuación destacada.  Su progenitor era español o “Viracocha”, en el lenguaje de su hijo, y fue comerciante mayorista con amplias vinculaciones en las provincias como en España, y agrega que como “gracias a Dios, era cristiano de puño cerrado”; llegó a ser Hermano Mayor de la Archicofradía del Santísimo Sacramento en la catedral de Buenos Aires, la que comprendía a todos los hombres más conspicuos de la época.  Hermano de su madre era el presbítero Antonio Romero.  En 1793 y no en 1798, como suele escribirse, y después de pasar tres años de Latinidad en el Colegio de San Carlos, entró Castañeda a la orden franciscana.  A los siete días de religión, y terminados sus estudios en Buenos Aires, se ordenó de sacerdote en 1800, y en ese mismo año, no en Córdoba, como erradamente afirman sus biógrafos, sino en Buenos Aires, y no en el Convento Grande, sino en la Recoleta, ocupó Castañeda la cátedra de Teología Moral, por espacio de tres años.  Se dice que en 1802, publicó un estudio sobre “El alma de los brutos”, pero no hay documento alguno que abone esa publicación ni en forma de libro ni en los periódicos de la época.
Actuó como capellán durante las Invasiones Inglesas, en ambos bandos, pues simpatizaba con los ingleses, y éstos llegaron a prendarse del franciscano.  En el panegírico que, cuando la Reconquista pronunció en la Catedral, sostuvo que, “por haberse corrompido la administración española, habíamos rendido a dos mil hombres”.  A raíz de los sucesos de mayo de 1810 adujo eso mismo como causal de que España perdiera sus provincias de ultramar, y la consideraba como la causa primera del movimiento emancipador.
En 1812, una de sus hermanas ingresó en el Convento de las Catalinas, y en 1815, Castañeda era guardián de su Orden.  En ese año, atendió también la corresponsalía de un periódico de Montevideo.
Era opinión unánime entre sus contemporáneos, que como orador tenía el arte de decir las cosas de tal modo que sus oyentes le oían sin trabajo ni fatiga, antes con interés y con placer.  Cuando en 1815, habiendo regresado a España Fernando VII, dícese que no se halló quien quisiera tener la Oración patriótica del 25 de Mayo.  Castañeda aceptó y con gran valentía supo enfrentar la difícil situación, llegando a elogiar al monarca, pero con fina picardía y singular habilidad.  En mayo de 1821 con ocasión de la efeméride patria, debía predicar el dominico Ignacio Grela, pero como no se presentara, subió Castañeda al púlpito; y en diciembre de ese mismo año, al celebrarse los triunfos de San Martín en su campaña al Perú, fue él, el elegido para esa solemnidad.
Ocho meses más tarde, por disposición de Rivadavia, estaba Castañeda desterrado de la ciudad de Buenos Aires y custodiado en Kaquelhuincul en las cercanías de la actual población de Maipú, al sur de la provincia de aquel nombre.  Pero antes de referir sus encuentros con Rivadavia hay que recordar que, después del Obispo San Alberto, fue Castañeda el más empeñoso propagador de la enseñanza primaria que hubo en el Río de la Plata, y fue el primer entusiasta de las escuelas de dibujo.  En conformidad con ideas de la época, opinaba que nada como el dibujo podía contribuir a que un hombre fuera bueno.  Primeramente en la Recoleta, y después en los salones del Consulado instaló su Escuela de Dibujo.  En cuanto a escuelas de primeras letras obtuvo se fundaran dos en Buenos Aires, una en el barrio norte y otra en el barrio sur, y fue uno de los más entusiastas lancasterianos.  Aun en Kaquelhuincul y en el Fortín de Areco se preocupó por la enseñanza primaria.
En “Véte, Portugués, que aquí no es” (Nº 19, párrafo 3), aunque en tercera persona relata todo lo que en este sentido, había él hecho dentro y fuera de Buenos Aires.  Cuando Rivadavia se propuso civilizar por medio de decretos, aspirando a poner a Buenos Aires en un todo según las costumbres y hábitos parisienses, y llegó a entrometerse en el campo religioso, Castañeda se irguió contra él y contra todos los que formaban el círculo cultural que le rodeaba e inspiraba.  Llegó a fundar para propia comodidad hasta once periódicos, alcanzando en algunas épocas a publicar tres simultáneamente.  Su vena de polemista era inagotable, pero sus excesos de lenguaje, aunque era análogo al de sus adversarios, motivaron más de una acusación del fiscal de Estado, y La Verdad Desnuda, y La Guardia Vendida…, fueron considerados agraviantes y ofensivos para el gobierno.  En castigo estuvo dos veces desterrado en Kaquelhuincul, una a Fortín Areco, y otra a Catamarca, pero en esta postrera huyó a Montevideo, y de allí pasó a Santa Fe.  También fue desterrado al pueblo de Pilar y llegó a conquistarse las simpatías de las gentes de allí, que obtuvo se trasladaran al solar que ahora ocupa esa ciudad, y ayudó a construir un puente sobre un cercano arroyo, y levantó la actual iglesia, muy reformada a fines del siglo XIX por el arquitecto salesiano Vespignani.
Se ha criticado mucho a Castañeda por su lenguaje, pero no era sino el que usaban para combatirle sus adversarios, y sus ataques eran personales, como los de ellos, aunque a las veces manifiestamente ofensivos, como el artículo sobre la “Epoca de D. Bernardote Rimbombo” y asegura que “la época de Rivadavia es la de un loco furioso, cruel, hereje, inmoral, déspota, traidor, consuetudinario y reincidente, fiado no más que en la impunidad, que le resulta de la constelación de sabios, a quien pertenece, y que lo necesita para biombo y testaferro.  Rivadavia ha repetido en grande los hechos que Alvear trazó y dibujó en pequeño”.
Tuvo muchos enemigos y muy encarnizados como Juan Cruz Varela, Pedro José Agrelo, Pedro Feliciano Sáinz de Cavia, Hilarión de la Quintana, Juan Crisóstomo Lafinur y otros.  Lafinur reconoció su errada conducta y se reconcilió con Castañeda.
Los más célebres de los periódicos que redactó fueron: La Guardia Vendida por el Centinela y la traición descubierta por el Oficial del Día; La Verdad Desnuda; Derechos del Hombre; Desengañador Gauchi-Político; Despertador Teofilantrópico-Místico Político; Dom eu nau me meto con ninguen; Doña María Retazos; El Padre Castañeda; La Matrona Comentadora de los Cuatro Periodistas; Buenos Aires cautiva; El Teofilantrópico; Paralipomenon al Suplemento del Teofilantrópico-Místico Político; Suplemento al Despertador Teofilantrópico-Místico Político, entre otros, sin citar algunas hojas sueltas con títulos estrafalarios.  Desde Zinny se atribuye a Castañeda el Despertador Teofilantrópico Místico-Político, pero nada tuvo que ver con este periódico.  Los citados se publicaron entre 1820 hasta 1826, y todos ellos eran en defensa de los intereses espirituales y políticos del país.  Aunque tan patriota como el que más, sabía Castañeda que era una aberración querer romper con el espíritu heredado de España, y en caso de reemplazarlo por otro, ello no podía efectuarse por decretos y a corto plazo.
Si por su lenguaje ha sido Castañeda comparado a Pantagruel, y como periodista se le ha considerado no inferior a Sarmiento, hay que reconocer que fue un gran pensador, y que su filosofía era la del sentido común.  En Santa Fe contó con el apoyo de López, y en el pueblo de San José del Rincón, donde se hallaba ya a fines de 1823, levantó iglesia y escuela, y se puso a convertir a los indios mocobíes que por allí merodeaban, y gracias a una prensa manual que pudo armar, dio a la publicidad varios periódicos y otras publicaciones, hoy imposibles de hallar, como “Población y engrandecimiento del Chaco”, “El Santafecino a las otras provincias de la Antigua Unión”, y “Obras Póstumas de nueve sabios que murieron por retención de palabras”.
Una sequía atroz deshizo sus planes en San José e invitado por los indios partió con ellos a Entre Ríos en 1827, donde levantó un instituto educacional en Paraná, aunque San Juan y Corrientes se habían empeñado en que se trasladase a esas provincias.  Con la ayuda del entonces gobernador entrerriano Mateo García de Zúñiga pudo realizar su obra educacional, sin dejar del todo la periodística, pero abandonó Paraná y en 1829 se hallaba en Rosario del Tala, y allí como en Buenos Aires, Montevideo, Santa Fe y Paraná “los frailes de este Padre son los libros que reparte gratis a la amable juventud; las balas del fusil el a. b. c…”, como dijera de sí mismo el Padre Castañeda en su “Buenos Aires Cautiva”
Una de las sinnúmeras calumnias que en vida y después de su muerte, excogitaron sus enemigos fue que insultó a su señor padre en la Catedral en un sermón, y que murió mordido por un perro rabioso.  Lo primero lo pudo refutar él mismo, manifestando que habló de los componentes de la Archicofradía del Santísimo cuando su progenitor era Hermano Mayor, y como años antes se había dirigido a Pueyrredón en iguales circunstancias, se dirigió a su señor padre expresándole con el mayor respeto lo que debía hacer en bien del pueblo desde el alto puesto que ocupaba, y Juan José A. Segura ha probado que no hubo tal perro rabioso, sino que falleció de muerte natural en Paraná, el 11 de marzo de 1832. 
Fray Nicolás Aldazor, después Obispo de Cuyo y que tuvo a su cargo la Oración fúnebre dijo que “No murió como los mundanos, sino como un verdadero hijo de San Francisco, escogido de Dios y predestinado para el cielo”.  El mismo instó al párroco, que lo era el doctor Francisco Alvarez, para que sin dilación alguna le administrara los santos sacramentos.  Pidió que le vistieran su pobre hábito y cobrando un aliento extraordinario protestó delante de todos su adhesión firme a la Iglesia y con especialidad al dogma de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía; detestó las falsas doctrinas tan opuestas al bien de los pueblos y terminó sus alientos confesando el amor a la religión, en que había nacido y a la patria que había sido siempre el objeto de sus tareas”.  Juan Manuel de Rosas solicitó que los restos mortales de Castañeda se trasladaran a Buenos Aires, y a esta ciudad llegaron el 28 de julio del mismo año, siendo depositados en el Panteón del Convento franciscano.  A sus exequias, asistió el gobernador brigadier general Juan Ramón Balcarce, y lo despidió el P. Aldazor, que al decir de Otero vindicó la fama de Castañeda “del desprestigio con que había querido envolverla la persecución sistemática del adversario”.
En la cripta reposaron sus restos hasta que ciertas refacciones realizadas en la misma hicieron que desaparecieran de allí.  “Hasta sus restos imitaron con la inquietud la insogable vida del fraile batallador”, escribe Segura, y corresponde a lo que de sí mismo había dicho Castañeda: “¿Qué no dirán de este pobre fraile que cuando no está en la cárcel, lo andan buscando?
Su fisonomía encajaba con sus maneras nada comunes ni elegantes.  Su cara era un ejemplo de fealdad; sus ojos, espejos de la viveza y de la picardía; de labios gruesos como dispuestos a pronunciar la frase dicharachera, sus pómulos prominentes le hacían propaganda de anarquista bonachón que remataban en una nariz ancha y tuberosa, todo digno de un cuadro de Velázquez o de la pluma de Quevedo.  En “La Prensa”, del 15 de diciembre de 1957, se publicó su retrato y firma autógrafa, como también fotografías de la Capilla de San José del Rincón, que erigió el 26 de diciembre de 1823.
Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino (1750-1930) – Buenos Aires (1969)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
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Joaquín Campana

Joaquín Campana





Cursó sus estudios primarios y secundarios en el Real Colegio de San Carlos de Buenos Aires, trasladándose luego a Córdoba donde siguió humanidades y jurisprudencia, doctorándose en leyes en los tradicionales claustros de la casa fundada por el obispo Trejo.  Para entonces, los Campbell habían castellanizado su apellido, pasando a ser conocidos como Campana.

En “Tomas de Razón”, se ha consignado que Joaquín Campana el 4 de Junio de 1803, fue habilitado como Agente Fiscal de la Real Hacienda por tiempo indeterminado.

Al organizarse las milicias urbanas Campana se incorporó al Cuerpo de Patricios, participando como oficial en las heroicas jornadas de 1806 y 1807 contra los ingleses, como lo certificó con su firma el coronel Saavedra en un documento fechado el 18 de Noviembre de 1806.

Rubricó el Acta del Congreso General del 14 de Agosto de 1806 “para afirmar la Reconquista, junto a la de los funcionarios más importantes de la Real Fortaleza”.

En los prolegómenos del Pronunciamiento  de Mayo, Campana actuó en el grupo patriota que buscaba un cambio, en la estructura política y social del Virreinato, desempeñándose como secretario de Saavedra que lo honraba con su amistad y confianza.  Figuró en el “Cabildo Abierto” del 22 de Mayo, votando en contra de Cisneros y en apoyo de la fórmula propiciada por Saavedra.

En los acontecimientos producidos en la capital los días 5 y 6 de Abril de 1811, recordados con desdén como la “revolución de la gente de medio pelo”, tuvo destacada actuación, siendo el verdadero inspirador de la sedición e intérprete de la voluntad popular.  Fue el vocero de los revolucionarios y el autor de los diecisiete puntos que se exigieron al gobierno pusiese en marcha, para poner punto final al conflicto.  Como consecuencia de los cambios producidos por el Cabildo y la Junta Grande, entró a formar parte de esta última reemplazando a Hipólito Vieytes en el importante cargo de secretario de Gobierno y Guerra.

Para entonces los ingleses, a quienes no convenía la guerra en América, tramitaban una mediación entre España y sus antiguas colonias.  Tarea difícil y por demás complicada, que encontró obstáculos insalvables.  Por supuesto que la designación de Campana como secretario de Gobierno y Guerra, no fue del agrado de lord Strangford, encargado de llevar a buen término la negociación, pues se lo sabía demasiado independiente y poco inclinado a entrar en ningún tipo de componendas .  Los funcionarios británicos –desde los tiempos de Moreno en adelante- se habían acostumbrado a tratar con hombres a quienes conducían fácilmente.  Joaquín Campana no era de ésos y los ingleses lo sabían.

El 18 de Mayo de 1811, en un documento de notable factura.  Campana decía a lord Strangford: “Estas Provincias, exigen manejarse por sí mismas y sin riesgo de aventurar sus caudales a la rapacidad de manos infieles…..  Para que el gobierno inglés pudiese hacer los efectos de un mediador imparcial es preciso que reconociese la independencia recíproca de América y de la Península, pues ni la Península tiene el derecho al gobierno de América ni América al de la Península”.

Fue esta la primera vez que en forma oficial se habló tan concretamente de independencia, lo cual indignó a Strangford que envió de inmediato a Sarratea a Buenos Aires, para que pusiese coto a las “locuras de la chusma de medio pelo” que dominaba al gobierno.  Posteriormente Campana fue expulsado de la Junta Grande, por disposición del Comité Patriótico morenista, que a pesar de que muchos de sus miembros sufrían detención o exilio, continuaba siendo un factor preponderante en todas las resoluciones que se adoptaban.

Según una versión familiar, en la noche del 17 de Setiembre el doctor Campana fue secuestrado de su domicilio y llevado detenido a Areco, donde se lo instaló en la cárcel.

Al reunirse la Asamblea General Constituyente en 1813 para tratar la organización y gobierno que se daría al país, sancionó una ley que favoreció a todos los incursos en delitos políticos y militares con las únicas exclusiones de Cornelio Saavedra y Joaquín Campana.  El presidente, tras muchas vicisitudes, consiguió volver a Buenos Aires y que se lo reivindicara moral y materialmente.  Campana no tuvo esa dicha.

Durante mucho tiempo permaneció recluido en Areco, instalándose después en Chascomús, teniéndosele prohibido entrar en la capital.  En 1829, se embarcó en la goleta Rosa para Montevideo, con el propósito de radicarse definitivamente en aquella ciudad para ejercer su profesión de abogado.

Pero se habían producido muchos acontecimientos que cambiaron el escenario político rioplatense y dieron oportunidad al doctor Campana para poner de manifiesto sus brillantes aptitudes.  La Banda Oriental se había independizado y el sufragio de sus conciudadanos lo llevó a formar parte en calidad de senador, de la primera legislatura con que contó la nueva república, siendo posteriormente reelegido varias veces, llegando a desempeñar la vicepresidencia del Cuerpo por un largo período.

Cuando ejercía su mandato de legislador, la Asamblea General en mérito a su prestigio intelectual, lo designó miembro del Superior Tribunal de Justicia.  En esa importante función cumplió una delicada tarea ante el gobierno argentino, relacionada con los pasos para embarcaciones en el estuario del Río de la Plata.  Su gestión en ese espinoso asunto fue tan eficaz que conformó a los dos gobiernos y dio bases jurídicas para futuros acuerdos.

Dedicado posteriormente a promover la cultura y la educación, desempeñó sucesivamente los cargos de inspector general de Escuelas e inspector general de instrucción pública, en la década del 30.  Falleció en Montevideo el 12 de Setiembre de 1847, rodeado de la estima y la consideración de todos sus compatriotas.  No pudo volver a Buenos Aires, la ciudad que de joven defendió contra los soldados de Beresford y Whitelocke, quedándole la satisfacción de que su hermano, el doctor Cayetano Campana, que como él se formara en el Real Colegio de San Carlos y obtuviera su doctorado en leyes en la Universidad de Córdoba, pudiera continuar siendo útil a la causa de la comunidad de los pueblos rioplatenses.  No obstante, Cayetano también supo del exilio por su adhesión a la política de Juan Manuel de Rosas.  Fue uno de los firmantes de la ley que otorgó al Restaurador “facultades extraordinarias”.

Para quienes continuamos creyendo que la voluntad popular es el único motor que puede generar una auténtica democracia, la figura señera de Joaquín Campana cobra dimensión.  Su verbo encendido fue el que arrastró a los “orilleros” a salir de los arrabales para realizar el primer acto popular de que se tenga memoria en ambas márgenes del Plata.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
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Serrano, Mario Arturo – Cómo fue la revolución de los orilleros porteños, Buenos Aires (1972).

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jueves, 17 de septiembre de 2015

José Bonifacio Bolaños

José Bonifacio Bolaños



Nació en la ciudad de San Juan el 14 de mayo de 1751, siendo sus padres Nicolás de Bolaños y Narcisa Quiroga y del Carril.  Sentó plaza como cadete del Regimiento de Infantería de Buenos Aires, el 20 de febrero de 1768, asistiendo en tal carácter, en 1770, a la expedición hecha a las Islas Malvinas, comandada por Juan Ignacio de Madariaga, para desalojar a los ingleses de Puerto Egmont.  Ascendió a subteniente del precitado Regimiento el 30 de abril de 1779; y a teniente, el 25 de agosto de 1786.  Dos años después fue designado comandante de la escolta de la 3ª partida demarcadora de límites.  Fue promovido a ayudante mayor el 20 de marzo de 1796, y a capitán, el 7 de enero de 1799, grado con el cual participó en 1801 en una expedición contra los portugueses.  Tomó parte en la Reconquista de Buenos Aires, el 12 de agosto de 1806, así como en la memorable Defensa de los días 5 y 6 de julio de 1807.
La Revolución de Mayo lo contó entre sus decididos partidarios, y la Junta de Gobierno lo destinó al Ejército Auxiliar del Perú, con el cual se batió en Cotagaita, el 27 de octubre de 1810, y en Suipacha, el 7 de noviembre del mismo año.  Fue ascendido a teniente coronel del Regimiento Nº 6 de Infantería, el 3 de noviembre de 1810, grado con el cual asistió a la desastrosa batalla de Huaqui o Yuraicoraguá, donde comandó una división del ejército patriota.
Fue designado teniente gobernador de Mendoza el 7 de enero de 1812, ejerciendo aquel cargo hasta el 1º de diciembre del mismo año, fecha en que le sucedió el ministro de la Real Hacienda Alejo Nazarre.  En marzo de 1813 fue nombrado teniente gobernador de Jujuy en sustitución del coronel Francisco Pico, ejerciendo el cargo hasta los primeros días del año 1814, en que los patriotas abandonaron aquella ciudad ante la aproximación de las fuerzas realistas comandadas por el general Juan Ramírez de Orozco.
El 28 de enero de 1814, Bolaños obtuvo su retiro a Inválidos, en la ciudad de Córdoba, falleciendo en Buenos Aires el 24 de enero de 1814.
El comportamiento del coronel Bolaños en la batalla de Huaqui fue muy distinguido, dentro de la situación embarazosa en que se halló ante las reiteradas órdenes que recibió del general González Balcarce, de marchar con la artillería de inmediato en cualquier forma, tropezando Bolaños con dificultades de todo orden para cumplimentar aquellas disposiciones.  No obstante todo su empeño, no logró ni siquiera atenuar la formidable derrota que sufrían ya los patriotas cuando logró hacer jugar los cañones con efecto.  Durante la retirada desordenada del Ejército Auxiliar después de Huaqui, Bolaños prestó buenos servicios para restablecer la confianza en las tropas, y desde Mojos los generales se adelantaron, continuando aquél a cargo del ejército hasta la llegada a Jujuy, punto donde se dio término a la retirada del Desaguadero.
Bolaños junto con el coronel José Javier Aparicio, colaboró con el coronel mayor Juan Bautista Bustos en la defensa que debió hacer de la posición del Fraile Muerto el 9 de noviembre de 1818, contra los montoneros de Santa Fe; en la cual también intervinieron los tenientes coroneles Francisco Bedoya y Francisco Sayós.
El coronel Bolaños era casado con Teresa de Alagón, hija de Sixto de Alagón, de Río Grande, y de doña Escolástica de Casero.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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Yaben, Jacinto R. – Biografías Argentinas y Sudamericanas – Buenos Aires (1938).
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