lunes, 31 de agosto de 2015

Pablo Riccheri

Pablo Riccheri






Nació en San Lorenzo, provincia de Santa Fe, el 8 de agosto de 1859, siendo sus padres Lázaro Riccheri y Catalina Chufardi, ambos nacidos en la población marítima de la vieja Liguria llamada Sestri Levante.  En 1848 llegó a Buenos Aires el padre del ilustre General, radicándose podo después en Rosario; pero al contraer enlace se estableció con una casa de comercio en el histórico pueblo donde San Martín recogió su primer laurel en su carrera libertadora en la América de Sud.  Riccheri fue bautizado con el nombre de Pablo, el 13 de octubre de 1859, apadrinando la ceremonia Josefa Cutura (foja 12 del Libro 1º de bautismos de San Lorenzo).

Estudió las primeras letras en la escuela que funcionaba en el famoso convento de su pueblo natal, donde los misioneros franciscanos enseñaban con una paciencia y con una dulzura que el después general Riccheri no olvidó jamás.  Su maestro de primeras letras fue el padre Antonio Bonti, y otro de sus maestros más notables fue fray Jeremías Petrelli, orador elocuente y erudito profundo.

Con motivo del estallido de la revolución del 24 de setiembre de 1874 se incorporó al Regimiento de Caballería que organizó en San Lorenzo el coronel Silverio Córdoba; pero mientras se organizaba el cuerpo, sus componentes se ejercitaban en la equitación y en uno de tales ejercicios, el caballo de Riccheri dio una rodada de la cual salvó milagrosamente el jinete, pero sufriendo la fractura de la clavícula derecha.  Por esta causa debió quedarse en su casa cuando el Regimiento de Córdoba marchó a conquistar laureles en la batalla de Santa Rosa.

Al regreso de la campaña contra Arredondo, Córdoba fue recibido en forma estrepitosa en San Lorenzo y correspondió al jovencito Riccheri dar en nombre del vecindario, la bienvenida a aquellos valientes, y lo hizo en forma tan emocionante, que el veterano Coronel, conmovido, se quitó la espada y la puso en manos de Riccheri instituyéndolo caballero según los ritos medioevales de la caballería.

Redactó su solicitud de ingreso al Colegio Militar y vino a Buenos Aires para gestionar personalmente su admisión de cadete.  Con tal objeto, Riccheri iba todos los días a la Casa de Gobierno a la espera de una resolución,  y allí, en el Ministerio de la Guerra esperaba tener noticias de su solicitud.  Así pasaron 15 días. Al cabo de los cuales se le habían evaporado los pocos pesos que le había dado su familia, y se presentó por última vez a la Casa de Gobierno, decidido a regresar a San Lorenzo al día siguiente; al anochecer ya iba a retirarse, cuando un negro ordenanza –el moreno Luis- viéndolo tan triste, le preguntó qué le pasaba, y Riccheri le contó su aventura.  El ordenanza lo condujo a una oficina de un empleado señor Manzini, el cual, a instancias del moreno Luis atendió al futuro General, y al dar éste su nombre, un militar que estaba allí, y que resultó ser el mayor Julián Falcato, que mandaba una compañía en el Colegio Militar, le dijo a Riccheri que su solicitud había sido despachada favorablemente desde hacía 15 días, y le ordenó que sin falta se presentase al día siguiente al Colegio, como lo hizo.  Justamente, un cuarto de siglo después, al prestar el juramento de ley para hacerse cargo de la cartera de Guerra, el entonces coronel Riccheri, en medio del asombro de la compacta muchedumbre presente, rompiendo el protocolo, se abrió paso por entre los espectadores para ir a abrazar al humilde ordenanza Luis; y al día siguiente el Presidente Roca lo nombraba mayordomo de los ordenanzas de la Casa de Gobierno. A él le debía Riccheri su carrera y por ende, su cargo de Ministro.

En efecto, el 17 de marzo de 1875, el Ministro del Interior, Dr. Simón de Iriondo, se dirigía a su colega de Guerra, de parte del Presidente, manifestándole que estando “ocupadas todas las becas dotadas por el Gobierno en el Colegio Militar, me encarga decir a V. E. se sirva ordenar se acepte como alumno del expresado Colegio mientras no haya una vacante, al joven D. Pablo C. Riccheri, previos los requisitos legales, debiendo imputarse el valor de la beca a la partida de eventuales de este Ministerio”.  El 17 de junio de 1975, habiéndose presentado el candidato, fue dado de alta como cadete.

Su paso por las aulas fue singularmente distinguido; el 26 de diciembre de 1876 ascendió a cabo 2º, el 15 de noviembre de 1877 lo fue a cabo 1º y el 1º de setiembre de 1878 obtuvo las jinetas de sargento 2º.  En las notas anuales del Jefe del Cuerpo, mayor Francisco Smith, en 1878 y 79, se leen conceptos como los que siguen: “Conducta inmejorable” – “De muchas esperanzas para la carrera militar” – “Sentimientos muy dignos de un soldado” – “Inteligencia despejada” – “Vida privada brillante” – “Carácter muy bueno aunque un poco ligero, tiene mucho amor a la carrera militar, como muy patrióticos sentimientos”.

Con tal brillantes conceptos y con clasificaciones sobresalientes, egresó del Colegio Militar el 24 de noviembre de 1879 con la jerarquía de teniente 2º de artillería, siendo destinado al día siguiente al Regimiento 1º del arma, destacado en esta Capital.

Asistió a la batalla de Los Corrales, el 21 de junio de 1880, y por los méritos que contrajo en aquella campaña, fue promovido a teniente 1º el 9 de julio de dicho año.

Su breve actuación en las filas del ejército le hizo ver de inmediato la necesidad que existía de perfeccionar los métodos de preparación del personal superior y subalterno, modernizando sus conocimientos y el material en uso.  Al efecto, el 20 de enero de 1881 se dirigió a la Superioridad solicitando perfeccionar sus estudios en Europa, y el 29 del mismo mes, el Inspector y Comandante General de Armas, general Joaquín Viejobueno, elevaba aquella solicitud en los términos siguientes: aconsejaba fuese concedida la autorización pedida “En mérito de la conducta ejemplar y contracción que observa el recurrente”.  El 22 de febrero le fue despachada favorablemente la solicitud formulada.

Se trasladó a Europa y el 10 de octubre de 1883 fue dado de alta en la Escuela Superior de Guerra de Bélgica, reputada la mejor del Continente, donde cursó regularmente todas las asignaturas para optar al codiciado título de Oficial de Estado Mayor Diplomado.  Durante su permanencia en la Escuela de Guerra, el 15 de enero de 1884 fue promovido a capitán de artillería, , estando en 1er año, curso que terminó el 14 de agosto de de 1884.

Con singular aprovechamiento siguió los cursos de referencia, los que terminaron el 17 de diciembre de 1886, obteniendo el capitán Riccheri la clasificación final de 14,61 que lo colocó 2º en la lista de egreso, siendo aventajado sólo por un oficial belga que obtuvo unos centésimos más de punto.  Tan espléndido resultado impulsó al Director de la Escuela de Guerra, teniente general Barón Jolly, ayudante de campo de S. M., a pasar el 17 de diciembre de 1886 la siguiente comunicación: “Il a beaucoup d’energie, il en a donné des preuves dans la tenacité qu’il a mise a suivre le cours d’equitation malgré les difficultés particuliers qu’il a eproveés et qui sont dues uniquement a l’inffluence d’un climat auquel il n’est pas habitué.  M. Riccheri est un officier sur lequel un chef peut compter absolument en toute circonstance.  Depuis la creation de l’ecole, c’est la premiere fois qu’un officier de nationalité estrangere occupe la tete du classement.  Mr. Ricchieri a obtenu le Nº 2 et sa moyenne finale ne differe que de quelques centiemes de celle du Nº 1. (1)  Dans les different examens, cet officier a fait preuve de beaucoup de jugement, et notamment en applications tactiques, examen a la suite desquel il a recu les felicitations de jury, presidé ce jour par Mr, Ie Liutenant-General Aide de camp du Roi, Baron van der Smissen”.

El profesor de Estrategia y Táctica y de Aplicaciones Tácticas, Mr. Reyers formuló su concepto personal así: “D’un caractére serieux et devoué, Mr Riccheri est trés intelligent et fair preuve de beaucoup de devouement – Officier de grand valeur”.

El profesor de Estado Mayor, Mr Librecht, expresó: “Esprit trés eveillé et sur s’assimile facilment les choses et les expose avec methode . Grande valeur”.

El profesor de Comunicaciones Militares, de ataque y defensa de plazas y de defensa de los Estados, formuló su concepto en esta forma: “Officier trés intelligent, travaille avec beaucoup d’ardeur, a du calme, du jugement et expose avec methode”.

Por su parte, el profesor De Retcher, manifestó: “Intelligence trés vive – cet officier travaille consciencieusement et avec beaucoup d’assiduité – Il a montré beaucoup de tact dans ses relations”.

El 1º de febrero de 1887 el ministro argentino en París, Dr. José C. Paz, elevaba las notas y conceptos obtenidos por el capitán Riccheri en la Escuela de Guerra de Bruselas, y en dicha nota, Paz decía, entre otras cosas: “….. podría agregar que el señor Riccheri es también el primer oficial argentino de los que hoy hacen sus estudios en el extranjero que haya obtenido tan alto concepto entre sus profesores”. (2)

Egresado de la Escuela de Guerra mencionada, Riccheri fue nombrado el 1º de enero de 1887 agregado militar a la Legación argentina en París, en la que había figurado durante su permanencia en aquel Instituto.  El 6 de diciembre de igual año pasó con el mismo cargo a la Legación en Alemania, donde ascendió a mayor el 26 de julio de 1888.  El 12 de noviembre de este año se decidió postergar su permanencia en Europa, a fin de que asistiese a las experiencias de armas de repetición que tendrían lugar en Suiza y en el polígono de Beverloo; y para estudiar la organización de los establecimientos de enseñanza militar en Suiza.

El 26 de diciembre de 1888 cesó en su cargo en la Legación en Berlín y pasó a revistar al E. M. G. -1er Cuerpo de Ejército- con la nota: “En comisión en Europa”.  Asistió a las maniobras del XII Cuerpo de Ejército, en 1889, siendo condecorado con la cruz del Comendador de la Orden Militar de Alberto de Sajonia.

Terminada la comisión en Europa, Riccheri regresó al país, llegando a Buenos Aires en el momento del estallido del movimiento revolucionario del 26 de julio de 1890, presentándose de inmediato al Gobierno.  Por su comportamiento en aquellas memorables jornadas, el 16 de agosto de aquel año ascendió a teniente coronel.

El 29 de setiembre de 1890 fue nombrado Director de la Comisión de Armamentos en Europa, y en el ejercicio de este cargo el comandante Riccheri prestó eminentes servicios al país, emprendiendo la adquisición del armamento que permitiese renovar por completo el muy anticuado que utilizaba nuestro Ejército.  Adquirió importante cantidad de fusil Mauser modelo argentino de 1891, con innovaciones ventajosas ideadas por el propio Riccheri y miembros de la Comisión sobre el material en uso en el Viejo Continente.  Se emprendió la adquisición del material de artillería indispensable para reemplazar el que se hallaba en servicio.

El 1º de enero de 1892 fue pasado a revistar en la P. M. A., regresando a Buenos Aires, donde permaneció hasta el mes de noviembre de aquel año, fecha en que volvió a Europa, continuando el desempeño de su comisión de armamentos.  El 1º de enero de 1894 pasó a la “Reserva de 1ª Clase, pero figurando en Europa hasta abril de ese año en que regresó a Buenos Aires.

El 21 de mayo de 1895 pasó a la P. M. A., revistando en el Arsenal de Guerra con el título de “Director-Presidente de la Comisión Técnica, en la compra de armamentos en Alemania”, a donde se trasladó en aquella fecha.  Promovido a coronel el 20 de setiembre del mismo año, en esta fecha fue designado Director titular del Arsenal de Guerra; el 20 de marzo de 1897 se dispuso que habiendo regresado de Europa recientemente el coronel Riccheri se le pusiese en posesión del cargo de Director del Arsenal de Guerra, para el que había sido nombrado en la fecha mencionada.

El 14 de enero de 1898 fue designado Director General de Arsenales hasta el 27 de marzo de igual año, en que pasó a ejercer el cargo de Jefe del E. M. G., pero debiendo ausentarse el coronel Riccheri “en comisión del servicio” a Europa, el 31 de mayo de 1898 se designó encargado del despacho del E. M. G. al coronel Saturnino E. García mientras durase la ausencia del titular.

Continuó al frente de la adquisición de armamentos hasta el 13 de julio de 1900, en que el presidente Roca lo nombró titular de la cartera de Guerra, habiendo revistado hasta aquella fecha como Jefe de E. M. G. en comisión en Europa. Terminada la importantísima misión, regresó al país, desempeñando entre tanto, la cartera respectiva el Subsecretario de Guerra, coronel Rosendo M. Fraga.

A las 3 de la tarde del 20 de setiembre de 1900 prestó el juramento de ley como Ministro de la Guerra.  Con mano firme procedió a romper los moldes de una tradición vinculada a los orígenes mismos de la nacionalidad y con el pasado heroico de su ejército, para proceder a la modernización sistemática de éste.

La adquisición de Campo de Mayo dio a las fuerzas que servían en la Capital y sus proximidades el campo de maniobra y adiestramiento que tanto necesitaba.  Dicho campo lo adquirió en un millón de pesos, sobrante de su presupuesto de un año que manejó con estricta economía y reconocida habilidad. (3)  Adquirió igualmente el “Campo de los Andes”, con el mismo objeto.  Reorganizó el cuadro de oficiales, renovando los cuadros, para lo cual se impuso la dura necesidad de hacer retirar muchos gloriosos soldados que habían lidiado en los esteros paraguayos y en la lucha contra los salvajes. Dividió el país en siete regiones militares.  Reorganizó el Ministerio de Guerra y el E. M. G.; creó el cuerpo de archivistas y aumentó el número de los regimientos de las distintas armas.  Creó las siguientes Escuelas: de Mecánica, de Sanidad, de Aplicación de Clases, de Caballería y para suplir las necesidades de oficiales, que el Colegio Militar momentáneamente era imposible remediara por completo, creó la Escuela de Aspirantes a Oficial, que surtió grandes beneficios para el objetivo que fue creada.  La Escuela de Sanidad Militar, creada el 21 de mayo de 1902, y cerrada después en el Gobierno siguiente, no obstante los buenos resultados que dio.  Organizó brigadas mixtas y refundó el glorio el Glorioso Regimiento de Granaderos a Caballo.

Otras innumerables iniciativas del Ministro Riccheri transformaron fundamentalmente las características del ejército hasta entonces existente, dándole la fisonomía que ha servido de base al del presente.  A los pocos meses de aprobada la ley de organización del Ejército y servicio militar obligatorio Nº 4031, que lleva su nombre, sancionada el 6 de diciembre de 1901, el Ministro Riccheri podía presentar en Campo de Mayo un ejército de contextura moderna que asombró a cuantos presenciaron sus demostraciones.  Ese día, el domingo 15 de mayo de 1904, el coronel Riccheri alcanzó su consagración. Sobre el propio campo de ejercicios, en el cual juraron la bandera los conscriptos de la clase de 1882, el presidente Roca, recogiendo las ovaciones de la multitud que victoreaba entusiasmada al organizador del Ejército, lo promovió prácticamente a General, y al efecto, al día siguiente elevó el mensaje respectivo al Senado, que fue despachado de inmediato.  El general Ignacio H. Fotheringham, en su libro “La vida de un soldado”, refiriéndose al Ministro Riccheri, dice: “Un gran organizador, dio al ejercito esa verdadera unción militar que hoy lo distingue.  Un caballero correctísimo, y soldado lleno de ilusiones sanas y nobles entusiasmos.  Se conquistó la estimación del país entero, a tal punto, que si no lo propone al Senado el P. E. para el ascenso a General, lo aclaman por “¡vox populi, vox Dei!”.

Sus despachos de general de brigada llevan fecha 19 de mayo de 1904 y ostentan la firma del presidente Roca y fueron refrendados por el ministro de Marina Onofre Betbeder.  El 12 de octubre del mismo año cesó en su cargo de Ministro de Guerra y tres días después era nombrado Director de la Escuela Militar y de aplicación de Artillería e Ingenieros, en San Martín; cargo que asumió el 27 de octubre y del cual solicitó su relevo el 30 de diciembre del mismo año, el que le fue concedido el 3 de enero de 1905, pasando a revistar en la “Lista de Oficiales Generales”.

El 4 de octubre de 1905 fue nombrado jefe de la 2da Región Militar, con asiento en Bahía Blanca, cargo que ejerció hasta el 23 de setiembre de 1907, fecha en que fue pasado a la P. M. A., concediéndosele el relevo que había solicitado el general Riccheri desde Adrogué, el 18 de setiembre de aquel año.

El 14 de marzo de 1910 fue nombrado Presidente del Tribunal de Clasificación de Servicios Militares.  El 19 de julio del mismo año, el P. E. envió un mensaje proponiendo al Senado su ascenso a general de división, junto con Saturnino E. García, Carlos E. O’Donnell, Victoriano Rodríguez, Rosendo M. Fraga y Rafael M. Aguirre.  El 13 de agosto de 1910 se le confirió tan alta jerarquía militar.

El 14 de octubre de 1910 presentó una enérgica nota de protesta por haber ascendido el P. E. a varios capitanes declarados inaptos por el Tribunal que presidía el general Riccheri, renunciando al mismo tiempo a este cargo; el día 19 del mismo mes fue nombrado comandante del 3er Cuerpo de Ejército.

El 12 de junio de 1912 pasó a la P. M. A. y el 13 de diciembre del mismo año fue designado Presidente del Consejo de Guerra Permanente para Jefes y Oficiales, cargo en el cual fue reelecto por un nuevo período el 27 de marzo de 1913.

Se le concedió el 11 de enero de 1915 el relevo de la Presidencia del Consejo de Guerra, siendo reemplazado por el general Ricardo Cornell, y al día siguiente el P. E. expidió un decreto designando al general Riccheri para seguir las operaciones de la Guerra Europea: “Para adquirir conocimientos prácticos de la Gran Guerra, pudiendo alcanzar en el terreno mismo enseñanzas que es imposible adquirir en otras circunstancias”.  Postergada su partida por su situación personal, el 26 de junio de 1916 dejó de figurar en la “Lista de Oficiales en el Extranjero” y pasó a Disponibilidad (Art. 31, inciso 1º, Boletín Militar 4476).  El 5 de julio de 1916 solicitó un año de licencia para ausentarse al extranjero, la que le fue concedida el 20 del mismo mes (Boletín Militar Nº 4493), pasando a revistar en la lista respectiva.

No habiendo podido ausentarse a Europa como era su propósito por una grave afección a la vista que sufrió entonces, el general Riccheri permaneció en el país; y el 8 de febrero de 1918 se decretó que diese cumplimiento a la S. R. del 12 de enero de 1915.  La terminación de la Guerra Mundial determinó el pase del general Riccheri a la Disponibilidad en noviembre de 1918, situación de revista que conservó en los años siguientes.

Hallándose próximo a cumplir la edad máxima acordada por la Ley 4707 para la jerarquía de General de División, el 4 de agosto de 1922, el diputado Armando G. Antille presentó un proyecto de Ley que firmaban otros colegas de distintos colores políticos, proponiendo el ascenso de Riccheri al grado de Teniente General.  El mismo día se trató en la Cámara el proyecto y en la discusión se pusieron en evidencia los eminentes servicios prestados a la Nación por el general Riccheri.  En el curso del debate, el diputado Mariano Demaría dijo:

“El verdadero título a la consideración pública que tiene, fue el de ser como Ministro de Guerra, quien promovió el establecimiento del servicio militar obligatorio.  Pero éste no es el único, es uno de los tantos servicios que ha prestado y entre ellos hay uno que tengo presente y que quiero referir a la cámara.  Cuando hizo la adquisición de armamentos el general Riccheri, un día el gobierno argentino recibió inesperadamente un giro por una suma muy grande; no quisiera darla porque no estoy seguro de ella, pero puedo asegurar que pasaba de dos o tres millones de pesos.

Sr. Antille – Ocho millones.

Sr. Demaría – Me alegro que de la cifra el señor diputado.  Me parecía superior a la que yo di, pero como no estaba seguro no quería citar una cifra tan elevada.  Se averiguó en el ministerio y se supo que esta era la comisión que habitualmente daban las casas a los oficiales encargados de controlar las compras, comisión que casi estaba establecida en el uso y que el general Riccheri en nombre de la comisión argentina recibió de los fabricantes y la entregó al gobierno argentino, pidiendo que ella fuese destinada a adquirir nuevos armamentos.  Y este criterio lo ha mantenido invariablemente en toda su vida militar”.

Desgraciadamente, después de un largo debate, al ir a votarse el proyecto se encontró con que no había quórum y por esta causa el general Riccheri pasó a situación de retiro por edad el 8 de agosto de 1922, con el sueldo y grado de teniente general de acuerdo al Art, 4, Capítulo I, Título III de la Ley 4707 y por hallarse comprendido en el 1er párrafo del Art. 94 de la Ley 8675; con un total de 64 años, 1 mes y 23 días de servicios computados.

Por Ley 11907 del 26 de setiembre de 1934 paso el teniente general Riccheri a revistar en actividad.  El Art. 1º de dicha Ley decía textualmente: “Considérese revistando en actividad en el Ejército al señor teniente general (en retiro) don Pablo Riccheri”.  Ese mismo año, en la sesión de la Cámara de Diputados del 16 de mayo, con motivo de cumplirse el trigésimo aniversario de la promoción de Riccheri al generalato, el diputado Carlos Alberto Pueyrredón dijo: “Viene oportunamente este recuerdo, porque se han cumplido 30 años de la fecha memorable en que el presidente Roca ascendió a general a don pablo Riccheri.  Es, a mi juicio, y lo comparten la mayoría de los ciudadanos de mi tierra, la personalidad más brillante del cuadro de oficiales de los últimos cincuenta años de nuestro glorioso ejército”.

Pero la salud del ilustre General se hallaba en estado precario; una bronconeumonía que le tomó en su domicilio en Temperley obligó a sus amigos a trasladarlo al Hospital Militar donde falleció a los ocho días, a las 3:10hs del 30 de Junio de 1936.  Su cadáver fue embalsamado y expuesto en la Casa de Gobierno, en el Ministerio de Guerra hasta el día siguiente, en que colocado al ataúd en una cureña del Regimiento 1 de Artillería, escoltado por un escuadrón del 8 de Caballería, el cadáver del ilustre General fue conducido a la Catedral, a las 10 de la mañana del 1º de julio, donde ofició una misa de cuerpo presente monseñor Manuel Elzaurdia, ocupando todo el templo compacto y calificado público. Finalizada la misa, se continuó la marcha en dirección a la Recoleta, lugar al que se llegó pasadas las once de la mañana.

En el cementerio pronunciaron sendos discursos; en nombre del P. E. el ministro de la Guerra, general Basilio B. Pretiñe, quien puso de manifiesto el profundo pesar que embargaba al Ejército y a toda la Nación por tan irreparable pérdida; en nombre del Ejército, el general Camilo Idoate, que trazó a grandes rasgos la magnífica carrera de soldado del ilustre muerto; el Dr. Manuel M. de Iriondo, en atención a la vieja amistad que lo ligó al general Riccheri; y el Dr. Virgilio Reffino Pereyra, por el Club del Progreso.  Cerrando la serie, el diputado nacional Gregorio N. Martínez, quien lo hizo en el seno de la H. Cámara a que pertenecía, en la primer sesión celebrada después del entierro del inminente soldado y esclarecido patriota.

El general Riccheri contrajo matrimonio en la Iglesia del Carmen de esta Capital, el 9 de enero de 1901, con Dolores Murature, porteña, nacida el 17 de octubre de 1874, hija de José Murature y de Dolores Lagarreta.  Hija de tal matrimonio fue María Victoria Johanna Riccheri, nacida el 16 de mayo de 1904.  Quiso la desgracia que la muerte la arrebatase en plena niñez, a la edad de 10 años, el 15 de julio de 1914, fecha en que falleció en Temperley, víctima de una apendicitis.  El entierro, verificado al día siguiente, en el Cementerio del Norte, congregó desde el Presidente de la República hasta las personas más humildes que testimoniaron su homenaje al afligidísimo padre, que recibió un golpe de muerte moral para todo el resto de su existencia con tal irreparable pérdida: única hija.

Ejerció la presidencia del Círculo Militar por los períodos de 1913-15 y de 1915-17.  El 8 de junio de 1929 volvió a ser elegido para igual cargo, pero renunció sin haberse hecho cargo del puesto.

El 30 de setiembre de 1838 se sancionó una ley destinando 80.000 pesos para levantar un mausoleo en la Recoleta para guardar los restos del General.  No obstante, recién en 1951 se autorizó la ejecución de la obra en el sitio en que había estado Bernardino Rivadavia, antes de su traslado a Plaza Miserere (actualmente Plaza Once), en 1932.  Se inauguró el 15 de marzo de 1952, siendo colocados también los restos de: Félix de Olazábal, Bernardo Monteagudo, Juan O’Brien, Francisco Fernández de la Cruz, Elías Galván, Juan José Quesada de Pinedo y Luciano Fernández.  Posteriormente fueron colocados también los restos de su esposa y su hija.

El general Riccheri vivió sus últimos 20 años en la forma más austera que es posible imaginar.  El hondo sentimiento que embargó su noble espíritu por la pérdida de su única hija fue la causa principal que lo impulsó a vivir con tanta sencillez, y también, por qué no decirlo, las tremendas sacudidas que sufrió en sus intereses, que lo llevaron al borde de la ruina.

Poseyó las siguientes condecoraciones: del “Aguila Roja” de Alemania, “Al Mérito” de Chile de la 1ª clase, y la placa de “Gran Oficial de la Orden de la Corona de Bélgica”.

Referencias

(1) José Sandalio Sosa, también argentino, salió undécimo de la promoción de egreso.
(2) Nota dirigida por el Dr. Paz al Ministro de R. E., Dr. Norberto Quirno Costa.
(3) El presupuesto para el año 1901 fue votado en la suma angustiosa de 12.894.441,20 pesos, realmente reducida, pues se había llegado a gastar en el Ministerio de la Guerra hasta 38 millones de pesos.  El Ministro Riccheri consiguió que tal presupuesto se le votase en un solo inciso y en globo y una vez que estuvo sancionado, fue sometido a la consideración del Presidente Roca, que lo consagró con su firma una vez que estuvo detallado con todos los incisos y partidas como anualmente lo establece cada Ministerio al Congreso.  En el presupuesto así distribuido, se había destinado un inciso que decía: “Para adquisición de campos de maniobras y su instalación, y para los estudios del trazado del ferrocarril militar, $2.399.- mensuales, y además el total de las sumas que se consiga ahorrar sobre todos los incisos del presente Presupuesto”.
Por cierto, la cantidad mensual era irrisoria para poder adquirir campos de maniobras, pero el Ministro Riccheri tomó la resolución de reemplazar una buena parte del personal de enganchados por los nuevos conscriptos, resolución meditada sobre la base de que no se hiciera peligrar mucho el poder del ejército, el que debía ser lo suficiente para garantizar el orden en el país.  Sobre los 7.100 enganchados que le asignaba el minúsculo presupuesto, realizó importantes disminuciones que le permitieron al Ministro Riccheri contar con un sobrante de un millón de pesos al final del año, con el que pagó íntegro y en efectivo las 2.100 hectáreas que constituyeron el primer grupo del Campo de Mayo, sobre la margen izquierda del río de las Conchas (actual río Reconquista), a las que se agregaron después las 300 hectáreas sobre la margen derecha, donde se ubicó la Escuela Militar de Aviación y más tarde las 600 hectáreas de Caseros, donde está ubicado el Colegio Militar.  La ley promulgada el 8 de agosto de 1901, aprobó las adquisiciones de terrenos hechas por el P. E. para la formación del Campo de Mayo, “cuyos terrenos –dice el texto de la misma- serán totalmente pagados con los ahorros que se hagan sobre el presupuesto de Guerra de 1901”. 
Por cierto la resolución valiente del Ministro permitió tal adquisición, resolución no exenta de peligro, ya que el año 1901 fue el de la unificación y de la huelga revolucionaria en el puerto; y tampoco hay que olvidar que fue finalizado con un grave conflicto internacional.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
López Mato, Dr. Omar – Ciudad de Angeles – Buenos Aires (2001).
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).

Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar ¡Gracias!

domingo, 30 de agosto de 2015

Felipe Pereyra de Lucena

Felipe Pereyra de Lucena



Este nombre inscripto sobre el lado oeste de la Pirámide de Mayo, a fin de que las generaciones nacientes argentinas lean con respetuosa gratitud el nombre de uno de sus primeros y más intrépidos libertadores, como decía la Junta Gubernativa en la nota pasada al padre del glorioso soldado, José Pereyra de Lucena, el 3 de agosto de 1811, es la primera víctima de aquella titánica lucha que terminó dando la independencia a la América Española.
Fue su vida corta, pero bien fecunda en nobles enseñanzas y heroicos sacrificios.  Nació en Buenos Aires, el 27 de mayo de 1789, siendo sus padres José Pereyra de Lucena y María Inés Pelliza.  En 1806 había terminado de cursar muy buenos estudios en las aulas del famoso Colegio de San Carlos, que juntamente con la Universidad de Chuquisaca fueron génesis de la Revolución de Mayo, cuando la repentina aparición en nuestras playas de las casacas rojas de Beresford, exaltó a los criollos, impulsándoles a volver por sus fueros, como único remedio de la pasividad de que dieron pruebas en esa memorable circunstancia, los engreídos representantes de la Metrópoli, con el inepto Virrey Sobremonte a la cabeza.
Patriota de alma, el valeroso adolescente no vaciló en alistarse entre los miembros activos de la agrupación urbana –la de Sentenach, Esteve y Llach, actuando paralelamente a la de extramuros- bajo el mando de Juan Martín de Pueyrredón, que se proponía expulsar a los invasores británicos del suelo argentino.  El joven Pereyra de Lucena se incorporó en clase de cadete de artillería, recibiendo su bautismo de fuego en la histórica jornada del 12 de agosto de1806, de la Reconquista.
Desde aquella inmortal jornada el cadete Pereyra de Lucena, que por otra parte poseía una sólida preparación en matemáticas, se dedicó con juvenil entusiasmo por el arma de su predilección, ofreciéndosele bien pronto, el 5 de julio de 1807, en la segunda invasión británica, la oportunidad de distinguirse, dirigiendo en aquella memorable lucha en las calles de Buenos Aires, con singular acierto, el fuego de una pieza de artillería, que batía de enfilada la calle del Correo (hoy Perú) por la cual avanzaba la columna del coronel Cadogan.
Por su honroso comportamiento, Pereyra de Lucena merece distinciones especiales y con fecha 18 de febrero de 1809 es promovido a subteniente del Cuerpo de Patricios de la Unión, y el 11 de octubre del mismo año revista ya como teniente del Batallón de Artillería Volante, en la 7ª Compañía, unidad en la cual lo encontró prestando servicios la Revolución de Mayo, época en la cual apenas contaba 21 años de edad.
La Junta Gubernativa eligió esta 7ª Compañía para la expedición que debía ir para el Alto Perú, a las órdenes del coronel Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, compuesta de fuerza de las tres armas.  El teniente Pereyra de Lucena, a preferencia de otros oficiales y mayor antigüedad, fue designado para ejercer el cargo de 2º Jefe de la dotación de piezas asignada a la columna patriota.  Este entusiasta oficial en los trabajos de organización preliminar reveló notorias cualidades de carácter e inteligencia.  Tan inflexible se demostró como mantenedor de la disciplina, que el doctor Castelli, a la sazón representante de la Junta, no vaciló en promoverlo a capitán al organizarse el Ejército en Potosí, en la misma compañía del Regimiento de Artillería Volante, con fecha 3 de agosto de 1810.  Después de tomar parte activa en el combate de Cotagaita (27 de octubre) y en la batalla de Suipacha (7 de noviembre), recibió el encargo de montar la compañía de artillería de Cochabamba, y en junio de 1811 tenía a sus órdenes más de 200 plazas y como 18 piezas de diferentes calibres, en su calidad de comandante de la misma.
El primer encuentro con los realistas tuvo lugar el 18 de junio de 1811, en Yuraycoragua.  Pereyra de Lucena intervino en la acción con 12 de las 18 piezas que constituían la artillería patriota, tomando posición con tales baterías, en el centro e izquierda del Ejército Patriota, al ser atacado éste por una fuerte columna de infantería realista a las órdenes del coronel Ramírez, que amenazaba envolver a los independientes.  Las baterías de Pereyra de Lucena avanzan intrépidamente sobre aquella columna enemiga, y con sus bien dirigidos fuegos, la dobló y ganando un seno en la sierra, se empeñó brillante acción, en la cual, el valiente teniente coronel graduado Felipe Pereyra de Lucena recibió herida mortal.  Dos días después, el 20 de junio de 1811, expiraba este intrépido soldado, a los 22 años de edad.
Su padre al despedirse de él, en Buenos Aires le había dicho: “Anda con mi bendición; socorre a tus hermanos, y por ellos muere en el campo de la libertad”.  La Patria con su gratitud le ha rendido justicia.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).
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Fray Justo Santa María de Oro

Fray Justo Santa María de Oro



Nació en la ciudad de San Juan el 30 de julio de 1772, siendo primogénito del matrimonio de Juan Miguel de Oro y Cossio, porteño, y María Elena Albarracín, sanjuanina.  Desde niño sintió inclinaciones por la carrera sacerdotal, para la cual también lo destinaban sus progenitores.  A los 17 años se vistió de dominico, perteneciendo al convento de esa Orden.  Por su modestia, su clara inteligencia y sus condiciones de estudiante notable, se profetizó que llegaría a ser un sacerdote de méritos excepcionales.
Recibió las órdenes sagradas en 1790, habiendo antes desempeñado el lectorado de artes.  Inmediatamente marchó a Chile, al convento de la Recoleta, donde el 29 de noviembre de 1794, recibía, después de haber acreditado sus excelentes condiciones, la unción sacerdotal de manos del obispo Blas Sobrino y Minayo, con dispensas de edad.  Poco tiempo después obtuvo en la Universidad de San Felipe, por oposición, la cátedra de teología, y en 1804, por sus virtudes y méritos, fue nombrado prior de la comunidad de la Recoleta, y luego, superior vitalicio; dedicándose con el mayor entusiasmo a realzar el prestigio de la comunidad, estableciendo colegios, etc.
A causa de los conflictos políticos que se produjeron en aquel país, en 1814 y en los que intervenía José Miguel Carrera, de Oro fue deportado a Mendoza, ciudad donde tomó conocimiento con el general José de San Martín.  Pasó a San Juan, donde coadyuvó con el gobernador José Ignacio de la Roza para la obtención de elementos bélicos para la organización del Ejército de los Andes.
Poco antes de estallar la revolución emancipadora de Chile, en 1809, de Oro hizo un viaje a Roma, donde negoció un Breve para la anexión a Buenos Aires de los conventos de su orden en Cuyo, que reconocían la dependencia del Convento Grande de la orden que existe en Santiago de Chile, bajo la advocación de San Lorenzo.  De Roma regresó a Chile, de donde debió salir en la forma que queda dicha.
En San Juan, ya en la cátedra sagrada,  con sus dineros, con su propaganda difundida por todas partes, consiguió reunir simpatías, adherentes para la reunión de elementos y hombres para la constitución de aquel Ejército que debía dar cima a una de las más atrevidas empresas militares del mundo.  De Oro logró que hasta el convento de Santo Domingo contribuyera con sus rentas al equipo del Ejército de los Andes, al que consiguieron hacer incorporar sus esclavos.
Disuelta la gran Asamblea Constituyente del año 1813, derrocado el Director Supremo del Estado general Alvear, se promueve y se resuelve la convocación de un Congreso General, que dictase la Constitución del país; organizarlo, en una palabra, bajo un sistema de gobierno que estuviese en concordancia con los propósitos de la revolución de Mayo, y se acordó que aquel Congreso se reuniese en Tucumán y para tal efecto, se invitó a las diferentes provincias para que enviaran sus representantes al mismo.  El pueblo de San Juan, haciendo justicia a la capacidad de fray Justo Santa María de Oro, lo eligió como uno de sus diputados ante el Congreso de referencia.  Este realizó su primera sesión el 24 de marzo de 1816.
Como es sabido, concurrieron a aquella magna Asamblea, los hombres de la mejor representación y condiciones de ilustración y de inteligencia, con patriotismo reconocido.  Entre ellos, de Oro, dotado de una poderosa inteligencia y en la plenitud de su desarrollo, no sólo correspondió a las esperanzas de su pueblo, fundadas en los méritos que se le reconocían, sino que su ilustración fue un contingente poderoso llevado a aquella asamblea de patriotas esclarecidos para el estudio y decisión de los arduos problemas que debían allí tratarse.
Los congresales de 1816 fueron dignos de la grandiosa idea que los reunía y de la gloriosa Acta que declaró la independencia política de estos pueblos.  De Oro fue uno de los partidarios entusiastas por la declaración de la independencia política de estas colonias, pues eran muchos los que vacilaban para dar tal paso, que con justa razón lo consideraban trascendental; el futuro obispo de Cuyo trazó con mano firme su rúbrica al pie del Acta solemne del 9 de julio de 1816 y en las sesiones previas a ésta, defendió con calor y convicción sus ideas políticas y patrióticas al respecto.  Sin discusión, el diputado por San Juan es astro brillante de primera magnitud en la constelación que irradió sus luces en las históricas sesiones del Congreso General Constituyente de Tucumán.
Se destaca, igualmente, y con mayores bríos y energías, combatiendo el proyecto impremeditado de la monarquía incásica y levantándose con altivez, erguida cual era su gallarda figura, se expresa así: “para proceder a declarar la forma de Gobierno, era preciso consultar previamente a los pueblos, limitándose por el momento a dar un reglamento provisional, y que en caso de procederse sin aquel requisito a adoptar el sistema monárquico constitucional, a que veía inclinados los votos de los representantes, pedía permiso para retirarse del Congreso”.
¡Qué proposición tan encuadrada en la forma que se reclama y se indica para esta clase de deliberaciones y de sanciones!; y precisamente en un país que si bien se había pronunciado por la libertad del dominio español, no había aún manifestado cuáles eran sus propósitos y sus tendencias sobre el sistema que le convendría adoptar para constituirse en nación definitiva e independiente, aunque sus hombres dirigentes, ya en la prensa, en los púlpitos, en las deliberaciones gubernativas, en las proclamas militares y especialmente en la Asamblea de 1813, en Buenos Aires, habían declarado implícita y acaso explícitamente, la independencia, y se vislumbraba la referencia por el sistema republicano.
Pero el Congreso de Tucumán vaciló desde sus comienzos, sobre la Constitución que debía regir a las Provincias Unidas del Río de la Plata; no tenía, al parecer, la conciencia de sus facultades y las energías a que éstas debían acompañarlas.  Al fin se pronunció, siquiera sea, con un acto de valentía y oportunidad, reclamadas por la situación peligrosa en que se hallaban los pueblos, fatigados de tanta lucha y sospechosos de poder lograr los fines del pronunciamiento de Mayo.
Esta sabia inspiración echó por tierra el proyecto monárquico, pues dobló el juicio de sus colegas a favor del diputado Oro, y es justo señalar como punto culminante de este prócer esta actitud y recoger para el clero argentino este triunfo y esta atrevida hazaña.
Si fray Justo Santa María de Oro no tuviera otros antecedentes, otra figuración en su vida pública, este solo hecho bastaría para presentarle ante la historia con todos los atributos de los ciudadanos eminentes.
Y consecuente con aquel veto que lo pone en conocimiento del Cabildo de San Juan dice: “por lo que toca a las aspiraciones de mi representación, nada más incompatible con su felicidad, que el sistema monárquico incásico u otro; así es, que oponiéndome a esta idea, creo seguir la opinión y la voluntad de mi pueblo, de lo que V. S. podrá cerciorarse si la consulta”.
Triunfaron las sabias ideas del diputado Oro y es en la actualidad el sistema de gobierno a que aspirara tan ilustre compatriota.
Entre las varias proposiciones del diputado por San Juan se encuentra la proclamación de Santa Rosa de Lima como patrona de América y protectora de la Independencia de Sudamérica, sancionada por unanimidad en el seno de aquel memorable Congreso.
A comienzos de 1817 se separó de éste y regresó a San Juan, dejando constancia de su inteligencia y múltiple acción, tanto en los asuntos propiamente políticos como en la defensa del culto católico.  En el mismo año fue nombrado provincial de su orden, proclamando la independencia de los conventos dominicos que formaban la Provincia Eclesiástica de San Lorenzo Mártir, dependiente hasta entonces del General de la Orden de España.
En esta época el Padre Oro hizo un paréntesis a los deberes de su profesión para entregarse de lleno a la política agitada de Cuyo, y especialmente a la de San Juan que tenía profundamente dividida a aquella sociedad; la intervención de Oro en política fue debida al rigorismo excesivo del teniente gobernador de la Roza, que le enajenó la voluntad de muchos, habiéndose producido una gran escisión en el pueblo de San Juan, y el Cabildo que unido a la oposición, trabajaba por la deposición de de la Roza, a quien se consideraba como un tirano y mandón voluntarioso.
Fray Justo Santa María de Oro llegó a comprometerse por su conducta abierta hostil a la autoridad, haciéndose sospechoso ante el Gobierno de la Intendencia, que seguía en todos sus detalles los sucesos de San Juan, y que pronto pensó en alejarlo de la Provincia; en nota reservada de 24 de abril de 1818, el Gobernador Intendente general Luzuriaga encargaba se vigilase al Provincial de los Conventos dominicos de Chile, “de quien hay fundados antecedentes que aspira a introducir el desorden”; y el 8 de mayo del mismo año llegaba a San Juan la orden de hacerlo marchar a Chile, lo que se cumplimentó de inmediato.  Evidentemente, este esclarecido sacerdote y virtuoso patriota, dio un paso en falso al alinearse en la política opositora del gobierno de su provincia natal.  Ello le costó el destierro.
En Chile demostró una vez más cuánta era su capacidad y su laboriosidad y la preparación para tratar y resolver cuestiones difíciles y enojosas relacionadas con la orden a que pertenecía.  Desempeñó la prefectura de ésta y fue examinador sinodal, desde 1818 a 1822.  En 1823 fue vocal suplente de la Junta protectora de la libertad de imprenta.
Por razones de política, en las que se le atribuyen complicidades con el movimiento que los amigos de O’Higgins pretendieron realizar en 1825 contra el gobierno del general Ramón Freire, y prisionero, Oro fue deportado a la isla de Juan Fernández y de aquí puesto en libertad, se trasladó a San Juan.
El 15 de diciembre de 1828 al papa León XII le preconiza obispo de Taumaco “in partibus infidelium” y enseguida fue revestido con la alta dignidad de Vicario Apostólico de Cuyo por nombramiento hecho por la misma Suprema Autoridad de la Iglesia el día 22 del mismo mes y año.  Esto dio lugar a un entredicho con el Vicario Capitular de Córdoba, Dr. Castro Barros, compañero de tareas de Oro en el Congreso de Tucumán, el que pedía quedara sin efecto la designación del último por súplica elevada a S. S. el 25 de noviembre de 1830, pero finalmente quedaron allanados los incidentes y resuelto el punto en forma favorable al ex-diputado por San Juan, por un breve de fecha 21 de noviembre de 1832 de S. S. Gregorio XVI, entonces reinante, confirmando en todas sus partes la expedida a favor de Oro el 22 de diciembre de 1828.
Fray Justo trabajó desde entonces para la erección del Obispado de Cuyo, poniendo en el asunto toda la capacidad y toda la habilidad de que se hallaba dotado; los gobiernos de Mendoza y San Luis aplaudían la idea pero alegaban la preeminencia para la catedralidad de su iglesia matriz, particularmente el primero por haber sido la ciudad de Mendoza, capital de la Intendencia de Cuyo.  Como queda dicho, el Obispo de Córdoba puso todo su empeño para hacer fracasar esta idea, por la desmembración que sufriría su vasta diócesis.  La intervención del Gobierno de San Juan en la cuestión, permitió la celebración de una especie de concordato con la autoridad eclesiástica.  La polémica entre las dos Vicarías abandonó el terreno de las notas oficiales, y se llevó a la prensa diaria en artículos y folletos de una lucha ardiente.  En Santiago de Chile se publicó un folleto que abordaba de lleno la cuestión y dejaba establecida la justicia y buen derecho de la Vicaría de Cuyo.  Esta, que había sido creada por el breve de León XII, el 22 de diciembre de 1828, fue transformada en el Obispado de San Juan de Cuyo por la Bula ereccional de S. S. Gregorio XVI expedida el 30 de octubre de 1834, accediendo por fin, a las gestiones el Padre Oro, colocando su catedral en la ciudad de San Juan, y prometiendo a la ciudad de Mendoza la creación oportuna de iglesia sufragánea en su jurisdicción.  Fray Justo Santa María de Oro fue designado obispo diocesano el domingo de Quincuagésima, 21 de febrero de 1830, había sido consagrado obispo de Taumaco, en la iglesia de San José, en la ciudad de San Juan, por el Ilmo.  Sr. D. José Ignacio Cienfuegos, obispo de Retino y auxiliar de América.
Este último se ocupó desde entonces, exclusivamente, en la organización de su diócesis y en el desempeño de su obispado practicó muchas obras benéficas a favor de la iglesia y de las escuelas.  Redujo también los días festivos del calendario.  Proyectó la fundación de un seminario conciliar y de un colegio para laicos; emprendió la edificación de un monasterio bajo la advocación de Santa Rosa de Lima; donde debía funcionar un colegio para educación de señoritas, obra que no alcanzó a terminar.
En estas tareas le sorprendió la muerte el 19 de octubre de 1836, diciendo en sus últimos momentos: “Estas cosas están en mi cabeza; Dios está en mi corazón”.  Su cadáver fue inhumado en la Catedral de San Juan el día 23 y sus honores fúnebres celebrados por cuenta del Estado en los días 29 y 30 de noviembre.
La posteridad agradecida a sus patrióticos servicios le ha levantado una estatua en la plaza principal de San Juan el 9 de julio de 1897 y en la casa donde nació existe la placa que hizo colocar el gobierno en 1888.
La instrucción del Obispo Oro era vastísima para su tiempo; había aprendido el francés, el italiano y el inglés; era profundo teólogo y un verdadero filósofo.  Su cualidad dominante de espíritu era la tenacidad, tranquila a la par que persistente.  El historiador Vicente Fidel López, refiriéndose a la actuación de este sacerdote en el Congreso de Tucumán, dice: “En la sesión del día 15 (julio de 1816), fray Justo Santa María de Oro declaró con la mansedumbre que le era habitual, pero con firmeza, que para poder elegir una forma de gobierno era preciso consultar al pueblo, no debiendo sin tal requisito procederse a adoptar el sistema monárquico a que veía inclinados los votos de los representantes”.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).
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sábado, 29 de agosto de 2015

Tomás Espora

Tomás Espora




Nació en Buenos Aires, el 19 de setiembre de 1800, hijo de Domingo Espora, dedicado a la ebanistería, natural de Génova; y del segundo matrimonio de éste con Tomasa Ugarte, nacida en Santa Fe.  Los progenitores del futuro coronel, vivieron algunos años en una de las casas de Antonio de Escalada, frente a la Plaza Mayor.  No se ha podido establecer en que colegio se educó Espora, sabiéndose solamente que fue condiscípulo de Francisco Agustín Wright.  Perdió a su padre a fines de 1810 y pocos años antes, a su madre.  A la edad de 15 años se embarcó a bordo de la corbeta “Halcón”, una de las naves apresadas por Brown en Montevideo, la que a las órdenes de Bouchard y acompañada por la “Constitución” bajo el comando de Russell, realizaron en 1815 una campaña al Pacífico, asistiendo Espora bajo el mando superior del almirante Brown, a las acciones del Callao y el asalto de Guayaquil, el 8 de febrero de 1816, este último.

Como es notorio, Bouchard cedió el “Halcón” a Guillermo Brown en cambio de la “Consecuencia”, presa que había capturado frente al Callao, y abandonando al Almirante frente a las costas ecuatorianas, se dirigió al Cabo de Hornos, llegando a Buenos Aires el 9 de setiembre de 1816.  Espora regresó con él, habiendo desempeñado las funciones de pilotín en el viaje al Pacífico.

La “Consecuencia” rebautizada con el nombre de “La Argentina”, armada con 34 cañones y tripulada por 250 hombres, fue preparada para realizar tareas de corsario, gracias al patriotismo del Dr. Vicente Anastasio Echevarría, pariente político de Bouchard; embarcándose a su bordo el joven Espora, en calidad de oficial.  El 9 de julio de 1817 zarpaba de la Ensenada de Barragán, con destino a la isla de Madagascar, en busca de los galeones de la opulenta compañía de Filipinas.

“No pocos peligros y contrariedades –dice el ilustrado historiador Angel Justiniano carranza- experimentó nuestro joven compatriota en esa laboriosa campaña de circunnavegación que debía durar dos años.  Motines e incendios sofocados a bordo; encuentros sangrientos hasta con los piratas malayos en el Estrecho de Macasar, que separa a la isla de Borneo de la de Célebes; bloqueo de Filipinas; crucero en la Polinesia, Malasia y otras partes de la Oceanía; asaltos y ocupación de plazas como la de Monterrey, en el extremo litoral de California, México y América Central; toma de cañones y quema de buques enemigos o recobro de los nuestros, tales fueron algunos de los percances de aquella expedición hostilizadota, que recorrió con audacia más de cuatro mil leguas, paseando el pabellón de la joven República por mares apartados”. 

“A la llegada a Valparaíso, acaecida el 17 de julio de 1819 –dice el capitán de fragata Héctor R. Ratto, en su completa biografía del héroe- vencidos los dos años de la partida, el teniente Espora podía, sí, jactarse de ser el primer oficial argentino que había contorneado el mundo”.

Como es sabido, al llegar “La Argentina” a Valparaíso, el almirante Cochrane, movido por una emulación indigna de su rango y nombre, arrebató a Bouchard aquel buque y la “Chacabuco”, junto con el rico botín que conducían, poniendo en prisión al jefe de la expedición y a sus audaces tripulaciones.  Violentas reclamaciones del Gobierno de las Provincias Unidas surgieron, y el bravo coronel Mariano Necochea, que se entera que la bandera de la Patria había sido arriada de “La Argentina” y de la “Chacabuco”, mandó un piquete de Granaderos a Caballo, a bordo de ambos buques, con la orden terminante para el oficial que estaba a su cargo, de volverla a colocar al tope de sus mástiles, de buen grado o por la fuerza, orden que se cumplió al pie de la letra.

Espora estuvo embarcado en “La Argentina” hasta que pasó a mediados de 1820 en calidad de teniente 1º a la escuadra que mandaba el almirante Cochrane, embarcándose como 2º de la fragata “Peruana”, nave de 250 toneladas, según el general Espejo, y una de las 14 que formaba el convoy que condujo a las costas del Perú al Ejército Libertador, bajo el mando del general San Martín.  Dicha escuadra y convoy partieron de Valparaíso el 20 de agosto de 1820, y el 7 de setiembre llegaban a la bahía de Paracas, listos a iniciar el desembarco en la playa de Pisco al día siguiente.  Esposa, una vez desembarazada la escuadra de las tropas de ejército, se hizo cargo del “Spano” y tomó parte en los dos bloqueos del Callao, en aquel año, a las órdenes de Cochrane.  En abril de 1821 tuvo en aquellas costas un duelo con el capitán De Kay, que se hallaba al mando del bergantín “General Brown”.

Ocupada la ciudad de Lima el 10 de julio de aquel año, el Protector del Perú premió los servicios del joven Teniente con la medalla de oro (con cinta encarnada), otorgada a los oficiales navales, y la cual llevaba el siguiente lema: “Yo fui de la escuadra libertadora”, condecoración discernida por decreto del 15 de agosto de 1821.  Fue también asociado de la “Orden del Sol”, y en mérito a sus servicios, el Supremo Delegado del Perú, José Bernardo de Torre-Tagle, le extendió despachos de “capitán de corbeta graduado de la Armada del Perú”, el 12 de junio de 1822.  En este carácter estuvo embarcado en las fragatas “Prueba” y “Limeña”, en la primera escuadrilla peruana creada por San Martín en 1822, y mandada sucesivamente por Foster y Blanco Encalada.  Espora sirvió en calidad de ayudante de aquella escuadra, servicios que prosiguieron a principios de 1824, al regreso al Callao de la “María Isabel”, con la insignia de Blanco Encalada.  Cuando tal cosa sucedió, Espora sirvió con cargo idéntico en la escuadra formada por Bolívar, denominada combinada del Perú, Colombia y Chile, que tuvo la misión de proseguir las operaciones contra el Callao, en poder de los realistas, a pesar de la derrota de Ayacucho.

En el segundo semestre de 1825, Espora regresó a Valparaíso.  El capitán Roberto Foster, que se encontraba en el puerto a bordo de la “María Isabel”, preparándose para realizar la expedición a Chiloé, extendió, con fecha 1º de noviembre de aquel año, un certificado a Espora, expresando haber servido como ayudante de órdenes de aquél, por espacio de un año, en el bloqueo del Callao, “con una conducta irreprensible, desempeñando con honor varias comisiones que se le han confiado y, por consiguiente, lo considero muy suficiente para ocupar cualquier destino en su carrera”.

Reintegrado a su Patria alrededor del 1º de diciembre de 1825, en vísperas de encenderse la guerra entre la República y el Imperio del Brasil, Espora presentó sus despachos y certificados de que se ha hecho mención, y el 21 de aquel mes y año, el general Zapiola lo proponía al Gobierno, y el 13 del mes de enero siguiente, se le extendían despachos de capitán con grado de sargento mayor al servicio de la Marina, otorgándosele el mando de la “Cañonera Nº 10”, con la cual intervino e la acción naval del 9 de febrero de 1826, primer combate sostenido en aquella guerra y el que tuvo por teatro Los Pozos.  En él, Espora mandó un grupo de cañoneras, y a raíz del proceso que produjo la separación de Azopardo y Warnes de sus comandos, el almirante Brown hizo una nueva distribución de estos cargos, en el cual correspondió a Espora el de la fragata “25 de Mayo”, insignia de la escuadra; seguramente, a raíz de su heroico comportamiento en el ataque nocturno a la Colonia, el 1º de marzo de aquel año, dirigiendo un grupo de cañoneras, embarcado en la “Nº 12”; hecho de armas glorioso, pero magro en resultados felices.  En el parte de Brown al Presidente de la República, fechado en la Colonia, a bordo del “25 de Mayo”, el 4 de marzo, y que Espora condujo a su destino, trata a éste de “bravo soldado y hombre de honor”.

Al mando de la “25 de Mayo”, se halló Espora en la provocación frente a Montevideo, base naval de los imperiales en el Plata, que terminó con el combate con la “Nitcheroy”, en la tarde del 11 de abril de 1826, en el cual intervino también el “República”, al mando de Clark.  Tanto este buque como la “25 de Mayo” tuvieron varias bajas: 1 muerto y 2 heridos, el primero; y 8 muertos y 12 heridos, el segundo.  Brown, con sus buques, siguió a la Colonia, se reunió a los que cruzaban frente a aquel puerto, y regresó a Buenos Aires para reparar las averías de sus embarcaciones.

También intervino Espora en el ataque a la fragata “Emperatriz”, de 52 cañones y 400 hombres de dotación; el cual tuvo lugar a media noche del jueves 27 e abril de 1826, en que aquel buque fue atacado en el medio de la bahía de Montevideo por el almirante Brown, embarcado en la “25 de Mayo”, que mandaba Espora, quien abordó a la nave enemiga, disparándole casi a quemarropa numerosas andanadas, introduciendo la confusión y el pánico en todos los demás buques imperiales.

Cooperaron en este ataque, el bergantín “Independencia”, comando por Guillermo Bathurst y otros buques, aunque al puerto de Montevideo sólo entraron este último buque y el “25 de Mayo”.  La “Emperatriz” perdió a su comandante Luis Barroso Pereira, muerto en la acción, y tuvo varias averías.  Brown se retiró oportunamente, cuando había corrido la voz de alarma entre los demás buques imperiales.

Por su comportamiento en la campaña, el 31 de mayo de aquel año, Espora recibió la graduación de teniente coronel.  El almirante Brown había encontrado en él el hombre que le era indispensable para dar cima s su grandiosa empresa de batir un enemigo inmensamente superior, con una escuadra improvisada; con tripulaciones tomadas de todas partes y de distintas nacionalidades sus componentes.  Es evidente que la serie de triunfos que logró contra sus adversarios fueron debidas en una buena parte a la capacidad, valor, talento, decisión, audacia y patriotismo de su capitán de banderas. Este, en todo momento, dio pruebas inequívocas de que era un digno subalterno de tan insigne Jefe.

Al lado de eminente Almirante, el comandante Espora se batió con una memorable bizarría en la gloriosa jornada del 11 de junio de 1826, en la rada de Los Pozos, contra fuerzas imperiales varias veces superiores en número.  En aquella ruda acción, el primer Almirante de la República fue que lanzó a sus buques la famosa orden: “Fuego rasante, que el pueblo nos contempla”.

El 30 de julio del mismo año, dura fue la jornada para el comandante Espora en el combate que tuvo lugar frente a Quilmes, contra la escuadra brasileña: la “25 de Mayo” fue completamente rodeada por naves imperiales que se le acercaban a tiro de pistola; los proyectiles del enemigo aran las baterías del buque de Espora, dejando al pasar claros muy sensibles.  Una bala encadenada destroza la mayor parte de la dotación de una pieza del combés , en tanto que otras dañan sus mástiles y arboladuras, tronchando las jarcias y averiando la maniobra; la carnicería es espantosa, habiendo apenas brazos suficientes para retirar los muertos y heridos de que están sembradas las cubiertas del buque republicano. Este es cañoneado sin piedad, por babor y por estribor, de proa a popa, y ofendida hasta en el timón por los proyectiles del bergantín “Caboclo” (que mandaba el comandante John Pascoe Grenfell), y que atacó a la “25 de mayo” por popa. Espora es herido por una bala que le arranca su bocina de la mano, y sin turbarse, el valiente marino pide otra.  La fragata almirante completamente desarbolada, es remolcada por dos cañoneras y conducida fuera de los fuegos imperiales, con los suyos servidos en buen orden, a pesar de las pocas fuerzas que le restan, esperando por momentos en que se hunda bajo el peso de los terribles golpes que ha recibido.  Espora, inmóvil, despreciando los sufrimientos físicos de su herida, se había hecho llevar a cubierta para continuar excitando a sus denodados tripulantes, que ya no podían maniobrar sino pisando cadáveres.

“Pálido e inmóvil –dice el Dr. A. J. Caranza- con los labios cárdenos y devorado por una sed febriciente, imponiendo a la muerte con su mirada magnética, el digno capitán de la “25 de Mayo”, pidió más de una vez a los que le rodeaban y recibían sus órdenes, que por si desgracia era rendida al abordaje, echaran su cuerpo al agua para que fuera pasto de peces argentinos, antes que trofeo del enemigo de su patria”.  Con 30 impactos sobre la línea de flotación y 3 bajo la misma, la “25 de Mayo” marcha completamente escorada a babor, banda que era la de sotavento, hasta llegar a mostrar los tablones de su línea de flotación con las velas mayores y gavias largadas, para neutralizar el impulso del remolque, consiguiendo llegar así, a duras penas, al fondeadero de Los Pozos, burlando la saña de una fragata y cuatro corbetas enemigas que estaban empeñadas en destruirla.

A las 5 de la tarde desembarcaron al bravo comandante herido, y el pueblo se estrecha frenético de entusiasmo, y los ciudadanos más respetables de la Capital se disputan la honra de recibir en sus brazos a Espora, “dándose por bien pagos –dice un biógrafo- los que llegan siquiera a tocar el lecho enrojecido….”.  Espora llega a su morada entre vítores y clamorosa ovación, calmando sólo la inquietud general, cuando se anunció que salvaría de sus heridas.  El 9 de agosto de aquel año, recibe la efectividad de su grado de sargento mayor.

El 18 de diciembre, habiéndose restablecido de sus heridas, Espora fue nombrado jefe de la bahía, pero Brown lo embarcó como comandante de la goleta “Maldonado”, que montaba 2 cañones de 24 y 6 de 12.  Poco después entregó este buque a Drummond, y se le confió el mando de la isla de Martín García y batería “Constitución”, en ella levantada, con la que contuvo a la escuadra de Mariath durante la jornada del Juncal, cuando aquélla trató de navegar aguas arriba y penetrar en el río Uruguay, para ayudar a su compañero Sena Pereyra, tomando a Brown entre dos fuegos, pero el cañón de Martín García le impidió efectuar esta maniobra, quedando frente a la isla.

El jefe brasileño no hizo más esfuerzo para tentar la salvación de sus compañeros de armas en peligro, que destacar una goleta para intentar el pasaje del Canal del Infierno, la cual quedó varada, fracasando en su intento.  Espora participó en la persecución, habiendo sido despachado por Brown, con dos goletas y una cañonera, para dar alcance a dos buques enemigos que huían por el Paraná, según el “British Packet” de aquellos días, las dos goletas quedaron en la boca del Guazú “mientras que el capitán Espora, en la cañonera, navegó aguas arriba”.  Pero los buques adversarios habían logrado escaparse.  Por su participación en aquellas operaciones, Espora recibió la medalla otorgada: “A los vencedores en aguas del Uruguay”.

Después del combate de Monte Santiago, el almirante Brown destacó a Espora con una división de cañoneras para cañonear la fragata “Paula” que había quedado varada después de la acción, pero cuando llegó Espora al lugar, ya aquella había conseguido zafar y ponerse en franquía.  Mientras Brown estuvo curándose de las heridas recibidas en aquel combate, Espora ejerció el mando, arbolando su gallardetón de jefe superior a bordo de la “Maldonado”, mandada por Toll.  Restablecido el comandante en jefe, el 1º de junio asumió el comando, iniciando el día 3 del mismo mes, un crucero que duró 11 días, recorriendo parte del Estuario, en el que tomó contacto con una división enemiga, que rehusó el combate.  Al regreso, Espora quedó apostado en Martín García, con dos cañoneras y tres buques de otros tipos; ocupándose mientras estuvo en aquel tenedero, en la terminación de tres baterías consideradas “muy formidables”.  El 18 de setiembre de 1827 recibía despachos de teniente coronel efectivo. El 9 de octubre del mismo año, el comandante general de Marina, general Matías Irigoyen, encargaba a Espora del mando de la escuadra, por haber desembarcado enfermo el almirante Guillermo Brown.  Este interinato duró hasta el 11 de noviembre, fecha en que se embarcó como 2º Jefe el coronel de marina Jorge Bynnon, de mayor grado que Espora.  Este había sido reemplazado en la comandancia de Martín García por el teniente coronel Artayeta.

Tomó parte en la salida que se efectuó el 7 de diciembre para auxiliar a Fournier, varado con la “Congreso” por Punta Lara, mandando Espora el “Guanaco”; y en la del 15 de enero de 1828, salida que se efectuó para acompañar el “Juncal” del mismo Fournier, en viaje para los EE.UU..  Aquel estaba en la “8 de Febrero” con otros buques argentinos, batiéndose contra 3 divisiones enemigas de 16 naves.  En esta acción, Espora tuvo averías en la maniobra del mastelero de proa, quedando rezagado, por lo que corrió el riesgo de ser capturado, pero se tiró a los bajíos de Monte Santiago, burlando a sus enemigos, recostado en la costa.

El 21 de febrero, Brown, con Espora y Rosales, juntos como en la tarde inolvidable de Quilmes, combatieron durante 4 horas frente a Punta Lara, contra una división enemiga de 8 naves más poderosas, logrando la captura del corsario imperial “Fortuna”.

En el mes de marzo, el Gobierno ordenó a Espora el alistamiento de la División con la cual iba a colaborar en las operaciones que ejecutaría un ejército de las tres armas contra Río Grande, a las órdenes del general Paz.  Dos embarcaciones debió alistar para aquella empresa: la “8 de Febrero” (ex “Januaria”), tomada al enemigo en el combate del Juncal; y la “Unión”, tomando el mando de la primera Espora, que tenía como 2º al sargento mayor Juan Antonio Toll; y el de la segunda, al teniente de marina Guillermo Méndez.

En el alistamiento de su fuerza, Espora desplegó un celo inusitado, haciendo salvar obstáculos que se oponían a su realización; su misión operativa era hostilizar la retaguardia del enemigo, cruzando el litoral comprendido entre Castillos y Río Grande.  A las 9 de la noche del 7 de abril de 1828, zarpaba de Balizas Exteriores; el día 10 se cañoneaba con el “Carioca”, pero como su misión era operar en las costas de Río Grande, prosiguió su navegación perseguido durante 16 horas por su fuerte antagonista.  En cambio, la “Unión”, menos velera, cayó en poder del enemigo, por haber ido a dar en medio de la división de Sena Pereira, unas 20 millas al Sud de la isla de Lobos.

El 16 de abril estaba Espora frente a Santa Teresa, entre punta Castillos y el Chuy, y donde debía ponerse en comunicación con el coronel Leonardo Olivera; de acuerdo a las instrucciones, izó señales de reconocimiento, que no fueron contestadas desde tierra.  Al día siguiente las repitió y fueron contestadas, enviando entonces una lancha con un oficial para arreglar la cooperación con las tropas de operaciones, pero el coronel Olivera no había dejado instrucciones, al retirarse de aquel punto.  El 18 barajó la costa hasta Castillos; el 20, al caer la noche, el “Caboclo”, lo sorprendió con una andanada, interviniendo Espora en paños menores (pues estaba durmiendo), para destrincar la artillería y alistarse para el combate, pero una segunda andanada que mató a un hombre e hirió a otro, fue la última que disparó el buque enemigo, que siguió viaje.

El 24 repitió frente a Santa Teresa las señales de reconocimiento, a las 9 de la mañana, despachando un bote con el capitán Raymond, teniente Martínez y 8 hombres, el cual se deshizo en las rompientes, cosa que no supo Espora sino días después, porque un violento temporal lo obligó a alejarse de la costa.  Diez días permaneció cruzando entre Castillos y Santa Teresa, al cabo de los cuales, el 3 de mayo, reunió “junta de guerra”, en la que se resolvió por unanimidad aproximarse a la playa, y recuperar el bote, y en caso de no lograrlo, hacer rumbo al Norte, tratar de apresar alguna nave enemiga para reponer la “Unión”, y volver luego para intentar dar cumplimiento a las instrucciones recibidas; el 6 avistaron Río Grande y el 9 capturaron un bergantín brasileño con 7.000 arrobas de azúcar y 3.000 de café y varios cientos de rollos de tabaco, que Granville y Campbell condujeron con felicidad a la boca del Salado.

Después de internarse en el golfo de Santa Catalina, emprendieron el regreso en razón de escasear los víveres; el 25 de mayo estaban a la altura de Santa Teresa, continuando viaje.  El 29 estaba la “8 de Febrero” en aguas de Samborombón, y al aclarar la niebla que había ese día por la mañana, Espora se encontró en el centro mismo de la escuadra imperial bloqueadora, al mando del capitán de fragata Juan Francisco de Oliveira Botas: 10 buques, 129 cañones y 1.200 hombres. El valiente marino republicano no trepidó un instante para cumplir con su deber.  Se dirige a sus tripulantes y les dice:

“¡Ea muchachos!, ahí está el enemigo, y aunque nuestras fuerzas sean desiguales, vamos a enseñarles que somos dignos de mantener el nombre glorioso que lleva este buque.  A los artilleros recomiendo la puntería, y a todos la mayor disciplina, porque seré inexorable con el que la quebrante; pero en cambio, os juro sobre esta espada y en presencia del Sol de Mayo, que si las balas respetan mi vida como otras veces, no descansaré hasta obtener que el gobierno premie con mano generosa a las familias de los que caigan en defensa de la honra nacional.  Marinos y soldados del “8 de Febrero”: sólo los cobardes se rinden sin pelear, y aquí, no reconozco sino argentinos y republicanos.  Compañeros, arrimen las mechas y ¡Viva la Pareia!

Palabras sublimes que tuvieron la inmediata virtud de electrizar a aquellos valientes, confundiéndose las hurras con el estampido de los 5 primeros cañonazos de estribor.  En medio del terrible combate que allí tenía lugar, cuando reciamente se respondía al fuego enemigo, el “8 de Febrero” tuvo la desgracia de tocar con el timón en los bajíos de Arregui, cerca de la desembocadura del río San Clemente, quedando sin gobierno.  No obstante esta situación desesperada, no decae el ánimo de Espora, decidido a jugar su última carta.  Diez horas después de roto el fuego, aún ondeaba la bandera argentina en su puesto de honor; cuatro piezas desmontadas y consumidos los 900 tiros de cañón, empleándose en tacos hasta la ropa de los tripulantes; con muy sensibles bajas entre éstos, y graves averías en los palos, aguardaban aquellos valientes la caída de la noche para intentar la postrer salvación.

En tan crítica situación, Espora convoca Junta de Guerra y se resuelve evacuar la tripulación, embarcándola en una jangada hecha en el curso de la noche, con manteleros, vergas, botalones, pipería, etc., la cual estuvo lista a las 4 de la mañana y media hora después estaba a su bordo la dotación, menos Espora, Toll, 4 heridos de gravedad y los asistentes de ambos jefes.  El bote remolcó la jangada a tierra.  Una vez desembarcada la tripulación, la lancha debió regresar a buscar a los que quedaban, pero no habiendo llegado al amanecer, Espora izó el pabellón, saludándolo con un disparo sin bala, arriándolo enseguida.

Prisioneros de guerra, Toll y Espora permanecieron en poder de los imperiales hasta el 11 de junio, en que fueron canjeados por dos prisioneros imperiales, el capitán Eyre, tomado en Patagones, y el capitán Ferreyra, ex-comandante de la “Leal Paulistana”, capturada por Fournier y que después se llamó la “Maldonado”.  Tal canje fue propuesto por el almirante Pinto Guedes y aceptado complacido por Brown.

El 18 del mismo mes de julio, Espora mandando el bergantín “Uruguay”, salía con Brown para la Ensenada; y el 23 del mismo mes, se le otorgaba el comando del “9 de Febrero”.

El 10 de octubre de 1828 ascendía a coronel graduado.  El 1º de diciembre de aquel año sufrió una caída de caballo, de la que fue asistido por el Dr. Rivera, que fue cuñado de Juan Manuel de Rosas.  El 6 de febrero de 1829 San Martín llegaba al puerto de Buenos Aires, y el coronel Espora era comisionado para presentarle los saludos en nombre del Gobierno.

Se hallaba a bordo de uno de los buques de la escuadra, a la sazón en desarme, cuando se le encomendó la custodia de algunos presos políticos desafectos al general Lavalle; durante la noche del 21 al 22 de mayo de 1829, el Vizconde de Vernancourt, comandante superior de las naves francesas surtas en el Río de la Plata, estacó un grupo de embarcaciones que tomaron sorpresivamente a los buques argentinos en desarme.  El coronel Espora, cuya efectividad en el cargo había recibido el 20 de abril de aquel año, no se hallaba a bordo del suyo en aquellos momentos.  El jefe francés parece que con semejante atropello, creyó encontraría algunos connacionales detenidos en aquellas naves inermes.  Ni Tomás de Anchorena, ni otros presos políticos aceptaron la libertad que Vernancourt les ofreció, y pidieron ser trasladados a la fragata inglesa “Cadmus”.  Conducido a Bahía Blanca, Espora fue a buscarlos en el “Río Bamba”, ya rebautizado “Convención”, llegando a Buenos Aires el 26 de julio de 1829.  En el viaje de regreso, la habilidad maniobrera de Espora salvó a su buque de un naufragio seguro en la ensenada de Samborombón.

Cuando el coronel Rosales se sublevó con la “Sarandí”, Espora no fue utilizado en la expedición que se destacó contra aquél.  Recién en noviembre 11 de 1833, cuando Francisco Lynch perdió la confianza del gobierno, Espora fue llamado para sucederle en la capitanía del puerto, nombrado Comandante General de Marina y Comisario General de Matrículas por los Restauradores.  Revistó en la Plana Mayor del Ejército como coronel de infantería desde el 1º de junio de 1832 hasta el 11 de noviembre de 1833.

Los avances del Paraguay en las Misiones determinaron al gobierno de Buenos Aires a organizar una escuadrilla compuesta por los bergantines “Sarandí” (insignia) y “General Rosas”, goleta “Choele Choel”, cañonera “Porteña” y lanchón “Patriota”, cuyo comando fue confiado el 18 de abril de 1834 al coronel Espora.  El abandono por parte de los paraguayos del territorio ocupado hizo desaparecer el peligro, y la escuadrilla fue desarmada en su casi totalidad, debiendo su Jefe volver a sus funciones burocráticas de la Capitanía.

En los primeros días de marzo de 1835 se publicaba en la imprenta del “Comercio” un folleto calumnioso contra Espora, en el que se le acusaba de haber participado en el movimiento del 1º de diciembre.  Tal publicación dio origen a una viva polémica con sus detractores –Pedro Ximeno, José María Boneo y Mariano Maza- en la cual el marino dio a luz muchos hechos de su vida que hasta entonces no se habían publicado.  Espora había solicitado una licencia de 20 días para responder a las calumnias del escrito mencionado, y el 31 de marzo, antes de fenecer aquélla, elevó su renuncia del puesto que ocupaba “para no abusar –decía- de la condescendencia de la Superioridad, ni desmentir los sentimientos con que en toda mi vida he siempre antepuesto el interés de mi Patria al propio”.  Su renuncia fue aceptada el 6 de abril.

Estos acontecimientos produjeron profunda depresión moral en el coronel Espora.  Desde marzo, en que era “robusto, alegre, vivo, se fue debilitando, haciéndose taciturno y separándose de la sociedad”.  En junio, el doctor Martín García lo encontró sumamente debilitado y a mediados del mes siguiente su postración le obligó a guardar cama y el 25 de julio, a la una de la tarde, fallecía en su casa-quinta por los Corrales del Alto (hoy Parque de los Patricios, Buenos Aires) (1), víctima de una pleuresía complicada con una congestión cerebral.

“Al día siguiente de su deceso –dice un testigo- y pasada ya la hora que se fijó para ponerse en marcha el acompañamiento, se presentó el almirante Brown en la casa mortuoria, y disculpándose por su demora, manifestó a los deudos del finado, su sentimiento en no haber llegado a tiempo para despedirse de su amigo y compañero de fatigas. Estos dispusieron entonces satisfacerlo, mandando desclavar la tapa del féretro.  El Almirante al ver el cadáver, le toma las dos manos y estrechándolas en las suyas, permanece conmovido por algunos instantes, hasta que calmándose un tanto exclamó: “¡Adiós, querido amigo y compañero de armas!”, y volviéndose a los circunstantes que contemplaban aquel cuadro extraño, añadía: “Señores, considero la espada de este valiente oficial, una de las primeras de América, y más de una vez admiré su conducta en el peligro.  Es lástima que un marino tan ilustre, haya pertenecido a un país que todavía no sabe valorar los servicios de sus buenos hijos.  Este joven hubiera sido feliz en Europa, y su familia, honrada después de sus días….”.

“Todos los del cortejo quedaron mustios, y algunos sollozaban en silencio, volviendo a cerrarse el cajón que contenía tantas glorias….”.

En su sepelio, en la tarde del 26, despidió sus restos Francisco Agustín Wright, su antiguo condiscípulo del colegio.

El coronel Espora se casó en Chile, el 11 de setiembre de 1823, con María del Carmen Chiclana, sobrina del prócer de Mayo, con la que tuvo 7 hijos: 3 varones y 4 mujeres.  Su viuda le sobrevivió hasta el 1º de junio de 1863, en que falleció en la inopia en esta Capital, a los 59 años de edad.

Referencia

(1) Situada en Av. Caseros 2522, tras cambiar numerosas veces de dueño, fue propiedad de doña Enriqueta Macay de Podestá, quien la donó al Estado, en 1959, con destino, a la entonces Secretaría de Marina.  Dos años después se la declaró Monumento Histórico Nacional y, desde 1963, se transformó en el Museo Naval “Coronel de Marina Tomás Espora”.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).

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