martes, 1 de septiembre de 2015

GRAL. JOSÉ RUIZ HUIDOBRO “LUGARTENIENTE DE FACUNDO QUIROGA”

GRAL.  JOSÉ RUIZ HUIDOBRO 
“LUGARTENIENTE DE FACUNDO QUIROGA”
 



Nació en Madrid en 1802, siendo sobrino del teniente general de la Real Armada Pascual Ruiz Huidobro, gobernador de la Plaza de Montevideo y jefe del Apostadero Naval del Río de la Plata en la época de las invasiones inglesas.  Muy joven se incorporó al ejército real y en el año 1820 prestaba servicios en calidad de teniente en el famoso Regimiento Numancia, que mandaba el coronel Tomás de Heres, cuerpo que a fines de aquel año se plegó a la causa de los patriotas, merced a las hábiles maquinaciones del general San Martín, que había invadido el Perú y dirigía con singular acierto su admirable “guerra de zapa”.  El teniente Ruiz Huidobro, en el año 1825, pasó a Mendoza, acompañado de su esposa Petrona Godoy y una hija de dos años, Modesta.  Allí se alojó en casa de su tía política María Josefa Morales de los Ríos, viuda del general Huidobro, nombrado más arriba, que había fallecido en aquella ciudad el 5 de abril de 1813.

El joven Ruiz Huidobro, de figura arrogante y maneras distinguidas, cortés y sociable, gustos de buen vivir y alguna instrucción literaria, posee condiciones amables que le granjean simpatías generales entre la sociedad mendocina.  Se relaciona con la mejor gente de esta ciudad, concurriendo asiduamente a las reuniones sociales, donde despierta admiración por su destreza en el baile y afectos sinceros por su carácter accesible y complaciente.  Al principio resolvió convertirse en actor teatral, instalando una sala de representaciones en el cuartel de los Olivos, en el cual durante dos años cosecha muchos aplausos y dinero, logrando alcanzar una holgada posición.  Pero con esto no vence el hastío y resuelve incorporarse de nuevo en el servicio militar. En aquellos días el coronel José Félix Aldao recibe orden de organizar un regimiento de caballería denominado “Auxiliares de los Andes”, con el fin de incorporarse a las fuerzas que prepara el general Juan Facundo Quiroga para combatir al ejército del general Paz, que se halla en Córdoba; Ruiz Huidobro se incorpora a aquel cuerpo con el grado de capitán.  Por su comportamiento merece después la siguiente anotación en su foja: “Cumplió sus deberes con reconocida inteligencia y ejemplar conducta militar”.  En esta campaña actuó como parlamentario de Quiroga con la guarnición de Córdoba, antes de que esta ciudad se rindiera el 21 de julio de 1829.

Afirma su vocación militar, convirtiéndose en federal fervoroso y trata de neutralizar la hostilidad que le demuestra Aldao, ganándose la buena voluntad de Quiroga.  A fines de julio de aquel año, Ruiz Huidobro colabora en la represión de un tumulto en la Plaza Nueva de Mendoza.  Asiste al combate del Pilar, el 22 de setiembre de 1829.  Ruiz Huidobro contuvo el saqueo de Mendoza, fusilando salteadores.  En la acción de La Tablada ostenta las presillas de sargento mayor del 4º escuadrón del regimiento “Auxiliares de los Andes”, y casi inmediatamente después de aquella sangrienta batalla, Quiroga asciende a comandante al joven mayor de los Auxiliares.

Al regresar a Mendoza después de La Tablada es que se produce el movimiento revolucionario del coronel Moyano; que derrota al gobernador Juan Corvalán.  Aldao marcha contra los revoltosos y los vence en el Pilar.  Moyano es sometido a un consejo de guerra y es condenado a muerte, correspondiendo a Ruiz Huidobro el triste papel de mandar la ejecución, el 23 de octubre.

Prisionero en aquellos momentos inciertos en el Cabildo de Mendoza, Ruiz Huidobro, subleva a los presos de la cárcel, asalta el convento de San Francisco y rinde a su defensor, el capitán Luis Infante.  Por otra parte después de la derrota de La Tablada, Quiroga se propone disciplinar sus tropas, pues se ha convencido que con tropas irregulares no logrará vencer a su adversario; en aquella fatigosa tarea, el joven Ruiz Huidobro presta servicios admirables al riojano, afianzando su prestigio de gran organizador.  El Regimiento “Auxiliares de los Andes” “llegó a un punto de disciplina e instrucción la más completa.  Estaba armado de sable, carabina y lanza.  Vestía uniforme azul, bocamanga azul sajón, cabos de oro, jefes y oficiales”.  Producida la segunda derrota de Quiroga en Oncativo, el 25 de febrero de 1830,  Quiroga se retira a Buenos Aires, llevando consigo al comandante Huidobro, a quien no sólo dispensa ya su favor, sino también su confianza e intimidad.  Ya en abril de 1830, Ruiz Huidobro revista como “Coronel en Comisión, Teniente Coronel, P. M. del Regimiento de Caballería de Auxiliares de la División del General Quiroga.  En el campamento de Manantiales de Ramallo”.

Quiroga permanece un año en Buenos Aires; Ruiz Huidobro durante diez meses cumple la ardua tarea de organizar y disciplinar tropas en los campamentos de Manantiales y Arroyo de Ramallo, Arroyo Dulce, Areco y Pergamino.  En febrero de 1831 aparece como coronel en el campamento de Pergamino.

En estos momentos Facundo Quiroga inicia su tercera campaña contra las fuerzas unitarias que responden al general Paz.  Parte de la provincia de Buenos Aires con escasa fuerza de caballería y lleva como segundo al coronel Ruiz Huidobro; vuela a la región andina “a redimir a los pueblos del cautiverio, a protegerlos y no a oprimirlos”.  Ruiz Huidobro acompaña a Quiroga en la toma de Río IV, el 9 de marzo de 1831; en la derrota y muerte del coronel Pringles, el 18 del mismo mes; en la ocupación de La Rioja, en que el coronel Brizuela subleva la campaña; en la batalla del Rodeo de Chacón, el 28 de marzo, en que dispersa la fuerza de Videla Castillo y penetran ambos en Mendoza, que los recibe en medio de aclamaciones.  Después de esta cadena de triunfos, Quiroga se detiene y comisiona a su favorito, el coronel Ruiz Huidobro en la obra de “organizar y doctrinar un ejército, tal en número, disciplina y recursos, que aventaja a sus aliados y al enemigo”.  A fines de agosto de 1831, Quiroga emprende la marcha sobre Tucumán, impaciente por batir a Lamadrid y su actividad y energía sin tregua, es eficazmente secundada por el antiguo Teniente de “Numancia”.  El 4 de noviembre de aquel año, en los campos de la Ciudadela, Lamadrid sufre una terrible derrota, siendo el coronel Ruiz Huidobro la figura brillante de la jornada, al frente de la caballería federal.  Por su actuación en la batalla, fue ascendido a general sobre el campo,  recibiendo además un premio de 10.000 pesos fuertes.  El 9 de marzo de 1832, el gobierno de la provincia de Buenos Aires, le reconocía el grado de Coronel Mayor de sus ejércitos.

En las primeras semanas de 1832 Quiroga regresa a Cuyo, a recibir los honores el triunfo y a preparar la campaña al Desierto, de antemano convenida con Juan Manuel de Rosas; Ruiz Huidobro pasa a Mendoza a recoger las palmas de la victoria.  Aparece de regreso de sus triunfos, por las calles de Mendoza, a caballo al frente de sus tropas, rodeado de numeroso estado mayor, alta talla, marcial apostura y maneras cultas.  Evidentemente, es un oficial a la europea, como se decía entonces.

Inmediatamente Quiroga se pone en plena actividad para alistar las fuerzas que concurrirían a la expedición al Desierto y nombra al general Ruiz Huidobro jefe de las mismas; el Regimiento “Auxiliares de los Andes” participará de ella al que se le incorporará un contingente de 500 cordobeses, que manda Francisco Reynafé.  La columna parte el 14 de marzo de 1833, rumbo al Sud, y toma el nombre de División del Centro; el día 16 tiene lugar un duro encuentro con la indiada de Yanquetruz; Huidobro destaca condiciones excepcionales para el mando en jefe en aquel encuentro, que dura seis horas y donde los salvajes cargan con violencia inusitada, terminando la batalla con la fuga de las legiones de Yanquetruz.

La División del Centro prosigue su marcha, pero son tales las dificultades que encuentra para subsistir, especialmente por la falta de agua, que no obstante su victoria en Las Acollaradas del 16, se ve obligada a detenerse,  pues en un punto llamado Soben, los indios les arrebatan 1.300 cabezas vacunas para alimento de la División.  El jefe de estado mayor de ésta, coronel Juan Andrés Seguí, es destacado por Ruiz Huidobro, para informar a Quiroga, que se halla en San Juan, de estas dificultades insalvables.  Quiroga ordenó el retroceso.  El coronel Seguí regresa rápidamente a Trapal, donde se encuentra la División y trasmite a su jefe la orden del Tigre de los Llanos, de ir a acantonarse en la plaza de Río IV.  Desde este punto, Ruiz Huidobro alimenta un plan subversivo contra el gobernador Reynafé, de Córdoba, movimiento que fracasa, encabezado por el comandante Juan Esteban del Castillo, el 30 de junio de 1833.  En previsión del fracaso del movimiento, Ruiz Huidobro reinicia días antes su marcha de nuevo al Sur, sobre el Desierto; el 27 de junio está en Huinca Renancó, donde el mismo día se produce un nuevo combate contra los indios.  Quiroga, finalmente interrumpe el avance de la División, ordenando a Ruiz Huidobro, devuelva el contingente de Córdoba y él, con los “Auxiliares”, se mantenga en aptitud de esperar órdenes del gobierno de Buenos Aires.  El 28 de noviembre, Quiroga parte a Buenos Aires a la cabeza del regimiento “Auxiliares de los Andes”.  El 15 de setiembre había entregado Ruiz Huidobro el regimiento de referencia, en San Luis, al coronel Barcala, partiendo él para Buenos Aires, para solicitar al gobierno el juzgamiento de su conducta, delatada por el gobernador Reynafé, como dirigente de la fracasada intentona.  El consejo de guerra formado para fallar la causa, le condena a un arresto, pero seis meses después se manda sobreseer el proceso, declarándose que el coronel mayor José Ruiz Huidobro “no ha desmerecido el concepto a que se ha hecho acreedor en el ejército y con las provincias de la República, por su conducta militar y civil, sin que la presente causa deje la menor nota en su honor y buen nombre”.  Ruiz Huidobro publica después un folleto redactado por el Dr. José Barros, explicando su actitud; esta exposición, hábilmente redactada, encierra las excusas del fracaso, pero no es una vindicación de su conducta.  El 2 de enero fue dado de 1834 fue dado de alta en la Plana Mayor Activa del Ejército de la Provincia de Buenos Aires como coronel mayor, y desde julio de 1835 revista “En comisión del Gobierno en las provincias de Cuyo”.

Desde este momento, el general Ruiz Huidobro se retira a la vida privada y no obstante gozar aún de la privanza de Quiroga, no desempeña funciones públicas y durante muchos meses ni siquiera figura en las listas de revista.  Después del asesinato de Facundo Quiroga, en mayo de 1835, Rosas lo envía en comisión a las provincias de Cuyo, regresando a Buenos Aires a comienzos de 1836.  En las listas de revista de enero de 1837, Ruiz Huidobro figura como dado de baja el 22 de diciembre anterior, por orden superior.  El 29 de mayo de 1839 fue nuevamente reincorporado.  Cuando la ciudad de Buenos Aires fue amenazada por la invasión de Lavalle en 1840, en el plan de defensa que se preparó,  Ruiz Huidobro mandaba la tercera Sección, Sur del mismo, con la fuerza que defendía a la misma.

Fallece en Buenos Aires, el 30 de enero de 1842, siendo enterrado en la bóveda del general Juan Facundo Quiroga en el Cementerio de la Recoleta.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas –Buenos Aires (1939)

Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar


JUAN MANUEL DE LARRAZÁBAL

JUAN MANUEL DE LARRAZÁBAL



Nació en Buenos Aires el 1º de mayo de 1796, siendo sus padres Mariano de Larrazábal y de la Quintana, y María Josefa de la Trinidad de Aspiazu y de la Palma, que contrajeron matrimonio el 12 de febrero de 1787. Fue hermano del coronel Mariano de Larrazábal, guerrero de la Independencia. Juan Manuel de Larrazábal prestó largos y meritorios servicios a la Nación desde la época de la emancipación. Fue diputado a la Legislatura de la provincia de Buenos Aires. En setiembre de 1845 era jefe del Batallón “Comisionados de Manzana”.
Fue presidente de la Sociedad Popular Restauradora durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Fue uno de los firmantes del acta levantada el 18 de enero de 1847, con motivo de la colocación de la piedra fundamental de la muralla de la Alameda (Paseo de Julio), acto presidido por el Ministro de Hacienda, doctor Manuel Insiarte, apadrinando la ceremonia, la hija del Gobernador, Manuelita Rosas.
En setiembre de 1849 ejercía las funciones de Vice-presidente 2º del Departamento de Serenos, Juez de Paz de la Parroquia del Pilar y de capitán, y desempeñando tales cargos, Larrazábal fue uno de los que formaron el cortejo oficial de acompañamiento del cadáver del general Miguel Estanislao Soler, al ser trasladado al Cementerio del Norte, el día 24 de aquel mes y año.
También desempeñó funciones de edecán del gobernador Juan Manuel de Rosas. Posteriormente prestó servicios militares a la Confederación Argentina, y en la clase de teniente coronel participó en la batalla de Pavón, el 17 de setiembre de 1861.
Juan Manuel de Larrazábal perdió la vida en el incendio del vapor “América”, el 24 de diciembre de 1871, conjuntamente con su hijo, Juan Antonio, y la esposa de éste, Josefa Villar, joven y bellísima dama, una de las muchas víctimas de aquella tremenda catástrofe.
Juan Manuel de Larrazábal había contraído matrimonio con Paula de Carretón y Maciel, nacida el 9 de octubre de 1811, hija de Juan Antonio de Carretón y Pelloni, nacido en Concepción de Chile, y de Silvina Dorotea Maciel y Calderón, desposados el 28 de abril de 1819. La viuda de Larrazábal le sobrevivió hasta el 10 de mayo de 1895, fecha en que falleció en esta Capital.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar


lunes, 31 de agosto de 2015

Pablo Riccheri

Pablo Riccheri






Nació en San Lorenzo, provincia de Santa Fe, el 8 de agosto de 1859, siendo sus padres Lázaro Riccheri y Catalina Chufardi, ambos nacidos en la población marítima de la vieja Liguria llamada Sestri Levante.  En 1848 llegó a Buenos Aires el padre del ilustre General, radicándose podo después en Rosario; pero al contraer enlace se estableció con una casa de comercio en el histórico pueblo donde San Martín recogió su primer laurel en su carrera libertadora en la América de Sud.  Riccheri fue bautizado con el nombre de Pablo, el 13 de octubre de 1859, apadrinando la ceremonia Josefa Cutura (foja 12 del Libro 1º de bautismos de San Lorenzo).

Estudió las primeras letras en la escuela que funcionaba en el famoso convento de su pueblo natal, donde los misioneros franciscanos enseñaban con una paciencia y con una dulzura que el después general Riccheri no olvidó jamás.  Su maestro de primeras letras fue el padre Antonio Bonti, y otro de sus maestros más notables fue fray Jeremías Petrelli, orador elocuente y erudito profundo.

Con motivo del estallido de la revolución del 24 de setiembre de 1874 se incorporó al Regimiento de Caballería que organizó en San Lorenzo el coronel Silverio Córdoba; pero mientras se organizaba el cuerpo, sus componentes se ejercitaban en la equitación y en uno de tales ejercicios, el caballo de Riccheri dio una rodada de la cual salvó milagrosamente el jinete, pero sufriendo la fractura de la clavícula derecha.  Por esta causa debió quedarse en su casa cuando el Regimiento de Córdoba marchó a conquistar laureles en la batalla de Santa Rosa.

Al regreso de la campaña contra Arredondo, Córdoba fue recibido en forma estrepitosa en San Lorenzo y correspondió al jovencito Riccheri dar en nombre del vecindario, la bienvenida a aquellos valientes, y lo hizo en forma tan emocionante, que el veterano Coronel, conmovido, se quitó la espada y la puso en manos de Riccheri instituyéndolo caballero según los ritos medioevales de la caballería.

Redactó su solicitud de ingreso al Colegio Militar y vino a Buenos Aires para gestionar personalmente su admisión de cadete.  Con tal objeto, Riccheri iba todos los días a la Casa de Gobierno a la espera de una resolución,  y allí, en el Ministerio de la Guerra esperaba tener noticias de su solicitud.  Así pasaron 15 días. Al cabo de los cuales se le habían evaporado los pocos pesos que le había dado su familia, y se presentó por última vez a la Casa de Gobierno, decidido a regresar a San Lorenzo al día siguiente; al anochecer ya iba a retirarse, cuando un negro ordenanza –el moreno Luis- viéndolo tan triste, le preguntó qué le pasaba, y Riccheri le contó su aventura.  El ordenanza lo condujo a una oficina de un empleado señor Manzini, el cual, a instancias del moreno Luis atendió al futuro General, y al dar éste su nombre, un militar que estaba allí, y que resultó ser el mayor Julián Falcato, que mandaba una compañía en el Colegio Militar, le dijo a Riccheri que su solicitud había sido despachada favorablemente desde hacía 15 días, y le ordenó que sin falta se presentase al día siguiente al Colegio, como lo hizo.  Justamente, un cuarto de siglo después, al prestar el juramento de ley para hacerse cargo de la cartera de Guerra, el entonces coronel Riccheri, en medio del asombro de la compacta muchedumbre presente, rompiendo el protocolo, se abrió paso por entre los espectadores para ir a abrazar al humilde ordenanza Luis; y al día siguiente el Presidente Roca lo nombraba mayordomo de los ordenanzas de la Casa de Gobierno. A él le debía Riccheri su carrera y por ende, su cargo de Ministro.

En efecto, el 17 de marzo de 1875, el Ministro del Interior, Dr. Simón de Iriondo, se dirigía a su colega de Guerra, de parte del Presidente, manifestándole que estando “ocupadas todas las becas dotadas por el Gobierno en el Colegio Militar, me encarga decir a V. E. se sirva ordenar se acepte como alumno del expresado Colegio mientras no haya una vacante, al joven D. Pablo C. Riccheri, previos los requisitos legales, debiendo imputarse el valor de la beca a la partida de eventuales de este Ministerio”.  El 17 de junio de 1975, habiéndose presentado el candidato, fue dado de alta como cadete.

Su paso por las aulas fue singularmente distinguido; el 26 de diciembre de 1876 ascendió a cabo 2º, el 15 de noviembre de 1877 lo fue a cabo 1º y el 1º de setiembre de 1878 obtuvo las jinetas de sargento 2º.  En las notas anuales del Jefe del Cuerpo, mayor Francisco Smith, en 1878 y 79, se leen conceptos como los que siguen: “Conducta inmejorable” – “De muchas esperanzas para la carrera militar” – “Sentimientos muy dignos de un soldado” – “Inteligencia despejada” – “Vida privada brillante” – “Carácter muy bueno aunque un poco ligero, tiene mucho amor a la carrera militar, como muy patrióticos sentimientos”.

Con tal brillantes conceptos y con clasificaciones sobresalientes, egresó del Colegio Militar el 24 de noviembre de 1879 con la jerarquía de teniente 2º de artillería, siendo destinado al día siguiente al Regimiento 1º del arma, destacado en esta Capital.

Asistió a la batalla de Los Corrales, el 21 de junio de 1880, y por los méritos que contrajo en aquella campaña, fue promovido a teniente 1º el 9 de julio de dicho año.

Su breve actuación en las filas del ejército le hizo ver de inmediato la necesidad que existía de perfeccionar los métodos de preparación del personal superior y subalterno, modernizando sus conocimientos y el material en uso.  Al efecto, el 20 de enero de 1881 se dirigió a la Superioridad solicitando perfeccionar sus estudios en Europa, y el 29 del mismo mes, el Inspector y Comandante General de Armas, general Joaquín Viejobueno, elevaba aquella solicitud en los términos siguientes: aconsejaba fuese concedida la autorización pedida “En mérito de la conducta ejemplar y contracción que observa el recurrente”.  El 22 de febrero le fue despachada favorablemente la solicitud formulada.

Se trasladó a Europa y el 10 de octubre de 1883 fue dado de alta en la Escuela Superior de Guerra de Bélgica, reputada la mejor del Continente, donde cursó regularmente todas las asignaturas para optar al codiciado título de Oficial de Estado Mayor Diplomado.  Durante su permanencia en la Escuela de Guerra, el 15 de enero de 1884 fue promovido a capitán de artillería, , estando en 1er año, curso que terminó el 14 de agosto de de 1884.

Con singular aprovechamiento siguió los cursos de referencia, los que terminaron el 17 de diciembre de 1886, obteniendo el capitán Riccheri la clasificación final de 14,61 que lo colocó 2º en la lista de egreso, siendo aventajado sólo por un oficial belga que obtuvo unos centésimos más de punto.  Tan espléndido resultado impulsó al Director de la Escuela de Guerra, teniente general Barón Jolly, ayudante de campo de S. M., a pasar el 17 de diciembre de 1886 la siguiente comunicación: “Il a beaucoup d’energie, il en a donné des preuves dans la tenacité qu’il a mise a suivre le cours d’equitation malgré les difficultés particuliers qu’il a eproveés et qui sont dues uniquement a l’inffluence d’un climat auquel il n’est pas habitué.  M. Riccheri est un officier sur lequel un chef peut compter absolument en toute circonstance.  Depuis la creation de l’ecole, c’est la premiere fois qu’un officier de nationalité estrangere occupe la tete du classement.  Mr. Ricchieri a obtenu le Nº 2 et sa moyenne finale ne differe que de quelques centiemes de celle du Nº 1. (1)  Dans les different examens, cet officier a fait preuve de beaucoup de jugement, et notamment en applications tactiques, examen a la suite desquel il a recu les felicitations de jury, presidé ce jour par Mr, Ie Liutenant-General Aide de camp du Roi, Baron van der Smissen”.

El profesor de Estrategia y Táctica y de Aplicaciones Tácticas, Mr. Reyers formuló su concepto personal así: “D’un caractére serieux et devoué, Mr Riccheri est trés intelligent et fair preuve de beaucoup de devouement – Officier de grand valeur”.

El profesor de Estado Mayor, Mr Librecht, expresó: “Esprit trés eveillé et sur s’assimile facilment les choses et les expose avec methode . Grande valeur”.

El profesor de Comunicaciones Militares, de ataque y defensa de plazas y de defensa de los Estados, formuló su concepto en esta forma: “Officier trés intelligent, travaille avec beaucoup d’ardeur, a du calme, du jugement et expose avec methode”.

Por su parte, el profesor De Retcher, manifestó: “Intelligence trés vive – cet officier travaille consciencieusement et avec beaucoup d’assiduité – Il a montré beaucoup de tact dans ses relations”.

El 1º de febrero de 1887 el ministro argentino en París, Dr. José C. Paz, elevaba las notas y conceptos obtenidos por el capitán Riccheri en la Escuela de Guerra de Bruselas, y en dicha nota, Paz decía, entre otras cosas: “….. podría agregar que el señor Riccheri es también el primer oficial argentino de los que hoy hacen sus estudios en el extranjero que haya obtenido tan alto concepto entre sus profesores”. (2)

Egresado de la Escuela de Guerra mencionada, Riccheri fue nombrado el 1º de enero de 1887 agregado militar a la Legación argentina en París, en la que había figurado durante su permanencia en aquel Instituto.  El 6 de diciembre de igual año pasó con el mismo cargo a la Legación en Alemania, donde ascendió a mayor el 26 de julio de 1888.  El 12 de noviembre de este año se decidió postergar su permanencia en Europa, a fin de que asistiese a las experiencias de armas de repetición que tendrían lugar en Suiza y en el polígono de Beverloo; y para estudiar la organización de los establecimientos de enseñanza militar en Suiza.

El 26 de diciembre de 1888 cesó en su cargo en la Legación en Berlín y pasó a revistar al E. M. G. -1er Cuerpo de Ejército- con la nota: “En comisión en Europa”.  Asistió a las maniobras del XII Cuerpo de Ejército, en 1889, siendo condecorado con la cruz del Comendador de la Orden Militar de Alberto de Sajonia.

Terminada la comisión en Europa, Riccheri regresó al país, llegando a Buenos Aires en el momento del estallido del movimiento revolucionario del 26 de julio de 1890, presentándose de inmediato al Gobierno.  Por su comportamiento en aquellas memorables jornadas, el 16 de agosto de aquel año ascendió a teniente coronel.

El 29 de setiembre de 1890 fue nombrado Director de la Comisión de Armamentos en Europa, y en el ejercicio de este cargo el comandante Riccheri prestó eminentes servicios al país, emprendiendo la adquisición del armamento que permitiese renovar por completo el muy anticuado que utilizaba nuestro Ejército.  Adquirió importante cantidad de fusil Mauser modelo argentino de 1891, con innovaciones ventajosas ideadas por el propio Riccheri y miembros de la Comisión sobre el material en uso en el Viejo Continente.  Se emprendió la adquisición del material de artillería indispensable para reemplazar el que se hallaba en servicio.

El 1º de enero de 1892 fue pasado a revistar en la P. M. A., regresando a Buenos Aires, donde permaneció hasta el mes de noviembre de aquel año, fecha en que volvió a Europa, continuando el desempeño de su comisión de armamentos.  El 1º de enero de 1894 pasó a la “Reserva de 1ª Clase, pero figurando en Europa hasta abril de ese año en que regresó a Buenos Aires.

El 21 de mayo de 1895 pasó a la P. M. A., revistando en el Arsenal de Guerra con el título de “Director-Presidente de la Comisión Técnica, en la compra de armamentos en Alemania”, a donde se trasladó en aquella fecha.  Promovido a coronel el 20 de setiembre del mismo año, en esta fecha fue designado Director titular del Arsenal de Guerra; el 20 de marzo de 1897 se dispuso que habiendo regresado de Europa recientemente el coronel Riccheri se le pusiese en posesión del cargo de Director del Arsenal de Guerra, para el que había sido nombrado en la fecha mencionada.

El 14 de enero de 1898 fue designado Director General de Arsenales hasta el 27 de marzo de igual año, en que pasó a ejercer el cargo de Jefe del E. M. G., pero debiendo ausentarse el coronel Riccheri “en comisión del servicio” a Europa, el 31 de mayo de 1898 se designó encargado del despacho del E. M. G. al coronel Saturnino E. García mientras durase la ausencia del titular.

Continuó al frente de la adquisición de armamentos hasta el 13 de julio de 1900, en que el presidente Roca lo nombró titular de la cartera de Guerra, habiendo revistado hasta aquella fecha como Jefe de E. M. G. en comisión en Europa. Terminada la importantísima misión, regresó al país, desempeñando entre tanto, la cartera respectiva el Subsecretario de Guerra, coronel Rosendo M. Fraga.

A las 3 de la tarde del 20 de setiembre de 1900 prestó el juramento de ley como Ministro de la Guerra.  Con mano firme procedió a romper los moldes de una tradición vinculada a los orígenes mismos de la nacionalidad y con el pasado heroico de su ejército, para proceder a la modernización sistemática de éste.

La adquisición de Campo de Mayo dio a las fuerzas que servían en la Capital y sus proximidades el campo de maniobra y adiestramiento que tanto necesitaba.  Dicho campo lo adquirió en un millón de pesos, sobrante de su presupuesto de un año que manejó con estricta economía y reconocida habilidad. (3)  Adquirió igualmente el “Campo de los Andes”, con el mismo objeto.  Reorganizó el cuadro de oficiales, renovando los cuadros, para lo cual se impuso la dura necesidad de hacer retirar muchos gloriosos soldados que habían lidiado en los esteros paraguayos y en la lucha contra los salvajes. Dividió el país en siete regiones militares.  Reorganizó el Ministerio de Guerra y el E. M. G.; creó el cuerpo de archivistas y aumentó el número de los regimientos de las distintas armas.  Creó las siguientes Escuelas: de Mecánica, de Sanidad, de Aplicación de Clases, de Caballería y para suplir las necesidades de oficiales, que el Colegio Militar momentáneamente era imposible remediara por completo, creó la Escuela de Aspirantes a Oficial, que surtió grandes beneficios para el objetivo que fue creada.  La Escuela de Sanidad Militar, creada el 21 de mayo de 1902, y cerrada después en el Gobierno siguiente, no obstante los buenos resultados que dio.  Organizó brigadas mixtas y refundó el glorio el Glorioso Regimiento de Granaderos a Caballo.

Otras innumerables iniciativas del Ministro Riccheri transformaron fundamentalmente las características del ejército hasta entonces existente, dándole la fisonomía que ha servido de base al del presente.  A los pocos meses de aprobada la ley de organización del Ejército y servicio militar obligatorio Nº 4031, que lleva su nombre, sancionada el 6 de diciembre de 1901, el Ministro Riccheri podía presentar en Campo de Mayo un ejército de contextura moderna que asombró a cuantos presenciaron sus demostraciones.  Ese día, el domingo 15 de mayo de 1904, el coronel Riccheri alcanzó su consagración. Sobre el propio campo de ejercicios, en el cual juraron la bandera los conscriptos de la clase de 1882, el presidente Roca, recogiendo las ovaciones de la multitud que victoreaba entusiasmada al organizador del Ejército, lo promovió prácticamente a General, y al efecto, al día siguiente elevó el mensaje respectivo al Senado, que fue despachado de inmediato.  El general Ignacio H. Fotheringham, en su libro “La vida de un soldado”, refiriéndose al Ministro Riccheri, dice: “Un gran organizador, dio al ejercito esa verdadera unción militar que hoy lo distingue.  Un caballero correctísimo, y soldado lleno de ilusiones sanas y nobles entusiasmos.  Se conquistó la estimación del país entero, a tal punto, que si no lo propone al Senado el P. E. para el ascenso a General, lo aclaman por “¡vox populi, vox Dei!”.

Sus despachos de general de brigada llevan fecha 19 de mayo de 1904 y ostentan la firma del presidente Roca y fueron refrendados por el ministro de Marina Onofre Betbeder.  El 12 de octubre del mismo año cesó en su cargo de Ministro de Guerra y tres días después era nombrado Director de la Escuela Militar y de aplicación de Artillería e Ingenieros, en San Martín; cargo que asumió el 27 de octubre y del cual solicitó su relevo el 30 de diciembre del mismo año, el que le fue concedido el 3 de enero de 1905, pasando a revistar en la “Lista de Oficiales Generales”.

El 4 de octubre de 1905 fue nombrado jefe de la 2da Región Militar, con asiento en Bahía Blanca, cargo que ejerció hasta el 23 de setiembre de 1907, fecha en que fue pasado a la P. M. A., concediéndosele el relevo que había solicitado el general Riccheri desde Adrogué, el 18 de setiembre de aquel año.

El 14 de marzo de 1910 fue nombrado Presidente del Tribunal de Clasificación de Servicios Militares.  El 19 de julio del mismo año, el P. E. envió un mensaje proponiendo al Senado su ascenso a general de división, junto con Saturnino E. García, Carlos E. O’Donnell, Victoriano Rodríguez, Rosendo M. Fraga y Rafael M. Aguirre.  El 13 de agosto de 1910 se le confirió tan alta jerarquía militar.

El 14 de octubre de 1910 presentó una enérgica nota de protesta por haber ascendido el P. E. a varios capitanes declarados inaptos por el Tribunal que presidía el general Riccheri, renunciando al mismo tiempo a este cargo; el día 19 del mismo mes fue nombrado comandante del 3er Cuerpo de Ejército.

El 12 de junio de 1912 pasó a la P. M. A. y el 13 de diciembre del mismo año fue designado Presidente del Consejo de Guerra Permanente para Jefes y Oficiales, cargo en el cual fue reelecto por un nuevo período el 27 de marzo de 1913.

Se le concedió el 11 de enero de 1915 el relevo de la Presidencia del Consejo de Guerra, siendo reemplazado por el general Ricardo Cornell, y al día siguiente el P. E. expidió un decreto designando al general Riccheri para seguir las operaciones de la Guerra Europea: “Para adquirir conocimientos prácticos de la Gran Guerra, pudiendo alcanzar en el terreno mismo enseñanzas que es imposible adquirir en otras circunstancias”.  Postergada su partida por su situación personal, el 26 de junio de 1916 dejó de figurar en la “Lista de Oficiales en el Extranjero” y pasó a Disponibilidad (Art. 31, inciso 1º, Boletín Militar 4476).  El 5 de julio de 1916 solicitó un año de licencia para ausentarse al extranjero, la que le fue concedida el 20 del mismo mes (Boletín Militar Nº 4493), pasando a revistar en la lista respectiva.

No habiendo podido ausentarse a Europa como era su propósito por una grave afección a la vista que sufrió entonces, el general Riccheri permaneció en el país; y el 8 de febrero de 1918 se decretó que diese cumplimiento a la S. R. del 12 de enero de 1915.  La terminación de la Guerra Mundial determinó el pase del general Riccheri a la Disponibilidad en noviembre de 1918, situación de revista que conservó en los años siguientes.

Hallándose próximo a cumplir la edad máxima acordada por la Ley 4707 para la jerarquía de General de División, el 4 de agosto de 1922, el diputado Armando G. Antille presentó un proyecto de Ley que firmaban otros colegas de distintos colores políticos, proponiendo el ascenso de Riccheri al grado de Teniente General.  El mismo día se trató en la Cámara el proyecto y en la discusión se pusieron en evidencia los eminentes servicios prestados a la Nación por el general Riccheri.  En el curso del debate, el diputado Mariano Demaría dijo:

“El verdadero título a la consideración pública que tiene, fue el de ser como Ministro de Guerra, quien promovió el establecimiento del servicio militar obligatorio.  Pero éste no es el único, es uno de los tantos servicios que ha prestado y entre ellos hay uno que tengo presente y que quiero referir a la cámara.  Cuando hizo la adquisición de armamentos el general Riccheri, un día el gobierno argentino recibió inesperadamente un giro por una suma muy grande; no quisiera darla porque no estoy seguro de ella, pero puedo asegurar que pasaba de dos o tres millones de pesos.

Sr. Antille – Ocho millones.

Sr. Demaría – Me alegro que de la cifra el señor diputado.  Me parecía superior a la que yo di, pero como no estaba seguro no quería citar una cifra tan elevada.  Se averiguó en el ministerio y se supo que esta era la comisión que habitualmente daban las casas a los oficiales encargados de controlar las compras, comisión que casi estaba establecida en el uso y que el general Riccheri en nombre de la comisión argentina recibió de los fabricantes y la entregó al gobierno argentino, pidiendo que ella fuese destinada a adquirir nuevos armamentos.  Y este criterio lo ha mantenido invariablemente en toda su vida militar”.

Desgraciadamente, después de un largo debate, al ir a votarse el proyecto se encontró con que no había quórum y por esta causa el general Riccheri pasó a situación de retiro por edad el 8 de agosto de 1922, con el sueldo y grado de teniente general de acuerdo al Art, 4, Capítulo I, Título III de la Ley 4707 y por hallarse comprendido en el 1er párrafo del Art. 94 de la Ley 8675; con un total de 64 años, 1 mes y 23 días de servicios computados.

Por Ley 11907 del 26 de setiembre de 1934 paso el teniente general Riccheri a revistar en actividad.  El Art. 1º de dicha Ley decía textualmente: “Considérese revistando en actividad en el Ejército al señor teniente general (en retiro) don Pablo Riccheri”.  Ese mismo año, en la sesión de la Cámara de Diputados del 16 de mayo, con motivo de cumplirse el trigésimo aniversario de la promoción de Riccheri al generalato, el diputado Carlos Alberto Pueyrredón dijo: “Viene oportunamente este recuerdo, porque se han cumplido 30 años de la fecha memorable en que el presidente Roca ascendió a general a don pablo Riccheri.  Es, a mi juicio, y lo comparten la mayoría de los ciudadanos de mi tierra, la personalidad más brillante del cuadro de oficiales de los últimos cincuenta años de nuestro glorioso ejército”.

Pero la salud del ilustre General se hallaba en estado precario; una bronconeumonía que le tomó en su domicilio en Temperley obligó a sus amigos a trasladarlo al Hospital Militar donde falleció a los ocho días, a las 3:10hs del 30 de Junio de 1936.  Su cadáver fue embalsamado y expuesto en la Casa de Gobierno, en el Ministerio de Guerra hasta el día siguiente, en que colocado al ataúd en una cureña del Regimiento 1 de Artillería, escoltado por un escuadrón del 8 de Caballería, el cadáver del ilustre General fue conducido a la Catedral, a las 10 de la mañana del 1º de julio, donde ofició una misa de cuerpo presente monseñor Manuel Elzaurdia, ocupando todo el templo compacto y calificado público. Finalizada la misa, se continuó la marcha en dirección a la Recoleta, lugar al que se llegó pasadas las once de la mañana.

En el cementerio pronunciaron sendos discursos; en nombre del P. E. el ministro de la Guerra, general Basilio B. Pretiñe, quien puso de manifiesto el profundo pesar que embargaba al Ejército y a toda la Nación por tan irreparable pérdida; en nombre del Ejército, el general Camilo Idoate, que trazó a grandes rasgos la magnífica carrera de soldado del ilustre muerto; el Dr. Manuel M. de Iriondo, en atención a la vieja amistad que lo ligó al general Riccheri; y el Dr. Virgilio Reffino Pereyra, por el Club del Progreso.  Cerrando la serie, el diputado nacional Gregorio N. Martínez, quien lo hizo en el seno de la H. Cámara a que pertenecía, en la primer sesión celebrada después del entierro del inminente soldado y esclarecido patriota.

El general Riccheri contrajo matrimonio en la Iglesia del Carmen de esta Capital, el 9 de enero de 1901, con Dolores Murature, porteña, nacida el 17 de octubre de 1874, hija de José Murature y de Dolores Lagarreta.  Hija de tal matrimonio fue María Victoria Johanna Riccheri, nacida el 16 de mayo de 1904.  Quiso la desgracia que la muerte la arrebatase en plena niñez, a la edad de 10 años, el 15 de julio de 1914, fecha en que falleció en Temperley, víctima de una apendicitis.  El entierro, verificado al día siguiente, en el Cementerio del Norte, congregó desde el Presidente de la República hasta las personas más humildes que testimoniaron su homenaje al afligidísimo padre, que recibió un golpe de muerte moral para todo el resto de su existencia con tal irreparable pérdida: única hija.

Ejerció la presidencia del Círculo Militar por los períodos de 1913-15 y de 1915-17.  El 8 de junio de 1929 volvió a ser elegido para igual cargo, pero renunció sin haberse hecho cargo del puesto.

El 30 de setiembre de 1838 se sancionó una ley destinando 80.000 pesos para levantar un mausoleo en la Recoleta para guardar los restos del General.  No obstante, recién en 1951 se autorizó la ejecución de la obra en el sitio en que había estado Bernardino Rivadavia, antes de su traslado a Plaza Miserere (actualmente Plaza Once), en 1932.  Se inauguró el 15 de marzo de 1952, siendo colocados también los restos de: Félix de Olazábal, Bernardo Monteagudo, Juan O’Brien, Francisco Fernández de la Cruz, Elías Galván, Juan José Quesada de Pinedo y Luciano Fernández.  Posteriormente fueron colocados también los restos de su esposa y su hija.

El general Riccheri vivió sus últimos 20 años en la forma más austera que es posible imaginar.  El hondo sentimiento que embargó su noble espíritu por la pérdida de su única hija fue la causa principal que lo impulsó a vivir con tanta sencillez, y también, por qué no decirlo, las tremendas sacudidas que sufrió en sus intereses, que lo llevaron al borde de la ruina.

Poseyó las siguientes condecoraciones: del “Aguila Roja” de Alemania, “Al Mérito” de Chile de la 1ª clase, y la placa de “Gran Oficial de la Orden de la Corona de Bélgica”.

Referencias

(1) José Sandalio Sosa, también argentino, salió undécimo de la promoción de egreso.
(2) Nota dirigida por el Dr. Paz al Ministro de R. E., Dr. Norberto Quirno Costa.
(3) El presupuesto para el año 1901 fue votado en la suma angustiosa de 12.894.441,20 pesos, realmente reducida, pues se había llegado a gastar en el Ministerio de la Guerra hasta 38 millones de pesos.  El Ministro Riccheri consiguió que tal presupuesto se le votase en un solo inciso y en globo y una vez que estuvo sancionado, fue sometido a la consideración del Presidente Roca, que lo consagró con su firma una vez que estuvo detallado con todos los incisos y partidas como anualmente lo establece cada Ministerio al Congreso.  En el presupuesto así distribuido, se había destinado un inciso que decía: “Para adquisición de campos de maniobras y su instalación, y para los estudios del trazado del ferrocarril militar, $2.399.- mensuales, y además el total de las sumas que se consiga ahorrar sobre todos los incisos del presente Presupuesto”.
Por cierto, la cantidad mensual era irrisoria para poder adquirir campos de maniobras, pero el Ministro Riccheri tomó la resolución de reemplazar una buena parte del personal de enganchados por los nuevos conscriptos, resolución meditada sobre la base de que no se hiciera peligrar mucho el poder del ejército, el que debía ser lo suficiente para garantizar el orden en el país.  Sobre los 7.100 enganchados que le asignaba el minúsculo presupuesto, realizó importantes disminuciones que le permitieron al Ministro Riccheri contar con un sobrante de un millón de pesos al final del año, con el que pagó íntegro y en efectivo las 2.100 hectáreas que constituyeron el primer grupo del Campo de Mayo, sobre la margen izquierda del río de las Conchas (actual río Reconquista), a las que se agregaron después las 300 hectáreas sobre la margen derecha, donde se ubicó la Escuela Militar de Aviación y más tarde las 600 hectáreas de Caseros, donde está ubicado el Colegio Militar.  La ley promulgada el 8 de agosto de 1901, aprobó las adquisiciones de terrenos hechas por el P. E. para la formación del Campo de Mayo, “cuyos terrenos –dice el texto de la misma- serán totalmente pagados con los ahorros que se hagan sobre el presupuesto de Guerra de 1901”. 
Por cierto la resolución valiente del Ministro permitió tal adquisición, resolución no exenta de peligro, ya que el año 1901 fue el de la unificación y de la huelga revolucionaria en el puerto; y tampoco hay que olvidar que fue finalizado con un grave conflicto internacional.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
López Mato, Dr. Omar – Ciudad de Angeles – Buenos Aires (2001).
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).

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domingo, 30 de agosto de 2015

Felipe Pereyra de Lucena

Felipe Pereyra de Lucena



Este nombre inscripto sobre el lado oeste de la Pirámide de Mayo, a fin de que las generaciones nacientes argentinas lean con respetuosa gratitud el nombre de uno de sus primeros y más intrépidos libertadores, como decía la Junta Gubernativa en la nota pasada al padre del glorioso soldado, José Pereyra de Lucena, el 3 de agosto de 1811, es la primera víctima de aquella titánica lucha que terminó dando la independencia a la América Española.
Fue su vida corta, pero bien fecunda en nobles enseñanzas y heroicos sacrificios.  Nació en Buenos Aires, el 27 de mayo de 1789, siendo sus padres José Pereyra de Lucena y María Inés Pelliza.  En 1806 había terminado de cursar muy buenos estudios en las aulas del famoso Colegio de San Carlos, que juntamente con la Universidad de Chuquisaca fueron génesis de la Revolución de Mayo, cuando la repentina aparición en nuestras playas de las casacas rojas de Beresford, exaltó a los criollos, impulsándoles a volver por sus fueros, como único remedio de la pasividad de que dieron pruebas en esa memorable circunstancia, los engreídos representantes de la Metrópoli, con el inepto Virrey Sobremonte a la cabeza.
Patriota de alma, el valeroso adolescente no vaciló en alistarse entre los miembros activos de la agrupación urbana –la de Sentenach, Esteve y Llach, actuando paralelamente a la de extramuros- bajo el mando de Juan Martín de Pueyrredón, que se proponía expulsar a los invasores británicos del suelo argentino.  El joven Pereyra de Lucena se incorporó en clase de cadete de artillería, recibiendo su bautismo de fuego en la histórica jornada del 12 de agosto de1806, de la Reconquista.
Desde aquella inmortal jornada el cadete Pereyra de Lucena, que por otra parte poseía una sólida preparación en matemáticas, se dedicó con juvenil entusiasmo por el arma de su predilección, ofreciéndosele bien pronto, el 5 de julio de 1807, en la segunda invasión británica, la oportunidad de distinguirse, dirigiendo en aquella memorable lucha en las calles de Buenos Aires, con singular acierto, el fuego de una pieza de artillería, que batía de enfilada la calle del Correo (hoy Perú) por la cual avanzaba la columna del coronel Cadogan.
Por su honroso comportamiento, Pereyra de Lucena merece distinciones especiales y con fecha 18 de febrero de 1809 es promovido a subteniente del Cuerpo de Patricios de la Unión, y el 11 de octubre del mismo año revista ya como teniente del Batallón de Artillería Volante, en la 7ª Compañía, unidad en la cual lo encontró prestando servicios la Revolución de Mayo, época en la cual apenas contaba 21 años de edad.
La Junta Gubernativa eligió esta 7ª Compañía para la expedición que debía ir para el Alto Perú, a las órdenes del coronel Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, compuesta de fuerza de las tres armas.  El teniente Pereyra de Lucena, a preferencia de otros oficiales y mayor antigüedad, fue designado para ejercer el cargo de 2º Jefe de la dotación de piezas asignada a la columna patriota.  Este entusiasta oficial en los trabajos de organización preliminar reveló notorias cualidades de carácter e inteligencia.  Tan inflexible se demostró como mantenedor de la disciplina, que el doctor Castelli, a la sazón representante de la Junta, no vaciló en promoverlo a capitán al organizarse el Ejército en Potosí, en la misma compañía del Regimiento de Artillería Volante, con fecha 3 de agosto de 1810.  Después de tomar parte activa en el combate de Cotagaita (27 de octubre) y en la batalla de Suipacha (7 de noviembre), recibió el encargo de montar la compañía de artillería de Cochabamba, y en junio de 1811 tenía a sus órdenes más de 200 plazas y como 18 piezas de diferentes calibres, en su calidad de comandante de la misma.
El primer encuentro con los realistas tuvo lugar el 18 de junio de 1811, en Yuraycoragua.  Pereyra de Lucena intervino en la acción con 12 de las 18 piezas que constituían la artillería patriota, tomando posición con tales baterías, en el centro e izquierda del Ejército Patriota, al ser atacado éste por una fuerte columna de infantería realista a las órdenes del coronel Ramírez, que amenazaba envolver a los independientes.  Las baterías de Pereyra de Lucena avanzan intrépidamente sobre aquella columna enemiga, y con sus bien dirigidos fuegos, la dobló y ganando un seno en la sierra, se empeñó brillante acción, en la cual, el valiente teniente coronel graduado Felipe Pereyra de Lucena recibió herida mortal.  Dos días después, el 20 de junio de 1811, expiraba este intrépido soldado, a los 22 años de edad.
Su padre al despedirse de él, en Buenos Aires le había dicho: “Anda con mi bendición; socorre a tus hermanos, y por ellos muere en el campo de la libertad”.  La Patria con su gratitud le ha rendido justicia.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).
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Fray Justo Santa María de Oro

Fray Justo Santa María de Oro



Nació en la ciudad de San Juan el 30 de julio de 1772, siendo primogénito del matrimonio de Juan Miguel de Oro y Cossio, porteño, y María Elena Albarracín, sanjuanina.  Desde niño sintió inclinaciones por la carrera sacerdotal, para la cual también lo destinaban sus progenitores.  A los 17 años se vistió de dominico, perteneciendo al convento de esa Orden.  Por su modestia, su clara inteligencia y sus condiciones de estudiante notable, se profetizó que llegaría a ser un sacerdote de méritos excepcionales.
Recibió las órdenes sagradas en 1790, habiendo antes desempeñado el lectorado de artes.  Inmediatamente marchó a Chile, al convento de la Recoleta, donde el 29 de noviembre de 1794, recibía, después de haber acreditado sus excelentes condiciones, la unción sacerdotal de manos del obispo Blas Sobrino y Minayo, con dispensas de edad.  Poco tiempo después obtuvo en la Universidad de San Felipe, por oposición, la cátedra de teología, y en 1804, por sus virtudes y méritos, fue nombrado prior de la comunidad de la Recoleta, y luego, superior vitalicio; dedicándose con el mayor entusiasmo a realzar el prestigio de la comunidad, estableciendo colegios, etc.
A causa de los conflictos políticos que se produjeron en aquel país, en 1814 y en los que intervenía José Miguel Carrera, de Oro fue deportado a Mendoza, ciudad donde tomó conocimiento con el general José de San Martín.  Pasó a San Juan, donde coadyuvó con el gobernador José Ignacio de la Roza para la obtención de elementos bélicos para la organización del Ejército de los Andes.
Poco antes de estallar la revolución emancipadora de Chile, en 1809, de Oro hizo un viaje a Roma, donde negoció un Breve para la anexión a Buenos Aires de los conventos de su orden en Cuyo, que reconocían la dependencia del Convento Grande de la orden que existe en Santiago de Chile, bajo la advocación de San Lorenzo.  De Roma regresó a Chile, de donde debió salir en la forma que queda dicha.
En San Juan, ya en la cátedra sagrada,  con sus dineros, con su propaganda difundida por todas partes, consiguió reunir simpatías, adherentes para la reunión de elementos y hombres para la constitución de aquel Ejército que debía dar cima a una de las más atrevidas empresas militares del mundo.  De Oro logró que hasta el convento de Santo Domingo contribuyera con sus rentas al equipo del Ejército de los Andes, al que consiguieron hacer incorporar sus esclavos.
Disuelta la gran Asamblea Constituyente del año 1813, derrocado el Director Supremo del Estado general Alvear, se promueve y se resuelve la convocación de un Congreso General, que dictase la Constitución del país; organizarlo, en una palabra, bajo un sistema de gobierno que estuviese en concordancia con los propósitos de la revolución de Mayo, y se acordó que aquel Congreso se reuniese en Tucumán y para tal efecto, se invitó a las diferentes provincias para que enviaran sus representantes al mismo.  El pueblo de San Juan, haciendo justicia a la capacidad de fray Justo Santa María de Oro, lo eligió como uno de sus diputados ante el Congreso de referencia.  Este realizó su primera sesión el 24 de marzo de 1816.
Como es sabido, concurrieron a aquella magna Asamblea, los hombres de la mejor representación y condiciones de ilustración y de inteligencia, con patriotismo reconocido.  Entre ellos, de Oro, dotado de una poderosa inteligencia y en la plenitud de su desarrollo, no sólo correspondió a las esperanzas de su pueblo, fundadas en los méritos que se le reconocían, sino que su ilustración fue un contingente poderoso llevado a aquella asamblea de patriotas esclarecidos para el estudio y decisión de los arduos problemas que debían allí tratarse.
Los congresales de 1816 fueron dignos de la grandiosa idea que los reunía y de la gloriosa Acta que declaró la independencia política de estos pueblos.  De Oro fue uno de los partidarios entusiastas por la declaración de la independencia política de estas colonias, pues eran muchos los que vacilaban para dar tal paso, que con justa razón lo consideraban trascendental; el futuro obispo de Cuyo trazó con mano firme su rúbrica al pie del Acta solemne del 9 de julio de 1816 y en las sesiones previas a ésta, defendió con calor y convicción sus ideas políticas y patrióticas al respecto.  Sin discusión, el diputado por San Juan es astro brillante de primera magnitud en la constelación que irradió sus luces en las históricas sesiones del Congreso General Constituyente de Tucumán.
Se destaca, igualmente, y con mayores bríos y energías, combatiendo el proyecto impremeditado de la monarquía incásica y levantándose con altivez, erguida cual era su gallarda figura, se expresa así: “para proceder a declarar la forma de Gobierno, era preciso consultar previamente a los pueblos, limitándose por el momento a dar un reglamento provisional, y que en caso de procederse sin aquel requisito a adoptar el sistema monárquico constitucional, a que veía inclinados los votos de los representantes, pedía permiso para retirarse del Congreso”.
¡Qué proposición tan encuadrada en la forma que se reclama y se indica para esta clase de deliberaciones y de sanciones!; y precisamente en un país que si bien se había pronunciado por la libertad del dominio español, no había aún manifestado cuáles eran sus propósitos y sus tendencias sobre el sistema que le convendría adoptar para constituirse en nación definitiva e independiente, aunque sus hombres dirigentes, ya en la prensa, en los púlpitos, en las deliberaciones gubernativas, en las proclamas militares y especialmente en la Asamblea de 1813, en Buenos Aires, habían declarado implícita y acaso explícitamente, la independencia, y se vislumbraba la referencia por el sistema republicano.
Pero el Congreso de Tucumán vaciló desde sus comienzos, sobre la Constitución que debía regir a las Provincias Unidas del Río de la Plata; no tenía, al parecer, la conciencia de sus facultades y las energías a que éstas debían acompañarlas.  Al fin se pronunció, siquiera sea, con un acto de valentía y oportunidad, reclamadas por la situación peligrosa en que se hallaban los pueblos, fatigados de tanta lucha y sospechosos de poder lograr los fines del pronunciamiento de Mayo.
Esta sabia inspiración echó por tierra el proyecto monárquico, pues dobló el juicio de sus colegas a favor del diputado Oro, y es justo señalar como punto culminante de este prócer esta actitud y recoger para el clero argentino este triunfo y esta atrevida hazaña.
Si fray Justo Santa María de Oro no tuviera otros antecedentes, otra figuración en su vida pública, este solo hecho bastaría para presentarle ante la historia con todos los atributos de los ciudadanos eminentes.
Y consecuente con aquel veto que lo pone en conocimiento del Cabildo de San Juan dice: “por lo que toca a las aspiraciones de mi representación, nada más incompatible con su felicidad, que el sistema monárquico incásico u otro; así es, que oponiéndome a esta idea, creo seguir la opinión y la voluntad de mi pueblo, de lo que V. S. podrá cerciorarse si la consulta”.
Triunfaron las sabias ideas del diputado Oro y es en la actualidad el sistema de gobierno a que aspirara tan ilustre compatriota.
Entre las varias proposiciones del diputado por San Juan se encuentra la proclamación de Santa Rosa de Lima como patrona de América y protectora de la Independencia de Sudamérica, sancionada por unanimidad en el seno de aquel memorable Congreso.
A comienzos de 1817 se separó de éste y regresó a San Juan, dejando constancia de su inteligencia y múltiple acción, tanto en los asuntos propiamente políticos como en la defensa del culto católico.  En el mismo año fue nombrado provincial de su orden, proclamando la independencia de los conventos dominicos que formaban la Provincia Eclesiástica de San Lorenzo Mártir, dependiente hasta entonces del General de la Orden de España.
En esta época el Padre Oro hizo un paréntesis a los deberes de su profesión para entregarse de lleno a la política agitada de Cuyo, y especialmente a la de San Juan que tenía profundamente dividida a aquella sociedad; la intervención de Oro en política fue debida al rigorismo excesivo del teniente gobernador de la Roza, que le enajenó la voluntad de muchos, habiéndose producido una gran escisión en el pueblo de San Juan, y el Cabildo que unido a la oposición, trabajaba por la deposición de de la Roza, a quien se consideraba como un tirano y mandón voluntarioso.
Fray Justo Santa María de Oro llegó a comprometerse por su conducta abierta hostil a la autoridad, haciéndose sospechoso ante el Gobierno de la Intendencia, que seguía en todos sus detalles los sucesos de San Juan, y que pronto pensó en alejarlo de la Provincia; en nota reservada de 24 de abril de 1818, el Gobernador Intendente general Luzuriaga encargaba se vigilase al Provincial de los Conventos dominicos de Chile, “de quien hay fundados antecedentes que aspira a introducir el desorden”; y el 8 de mayo del mismo año llegaba a San Juan la orden de hacerlo marchar a Chile, lo que se cumplimentó de inmediato.  Evidentemente, este esclarecido sacerdote y virtuoso patriota, dio un paso en falso al alinearse en la política opositora del gobierno de su provincia natal.  Ello le costó el destierro.
En Chile demostró una vez más cuánta era su capacidad y su laboriosidad y la preparación para tratar y resolver cuestiones difíciles y enojosas relacionadas con la orden a que pertenecía.  Desempeñó la prefectura de ésta y fue examinador sinodal, desde 1818 a 1822.  En 1823 fue vocal suplente de la Junta protectora de la libertad de imprenta.
Por razones de política, en las que se le atribuyen complicidades con el movimiento que los amigos de O’Higgins pretendieron realizar en 1825 contra el gobierno del general Ramón Freire, y prisionero, Oro fue deportado a la isla de Juan Fernández y de aquí puesto en libertad, se trasladó a San Juan.
El 15 de diciembre de 1828 al papa León XII le preconiza obispo de Taumaco “in partibus infidelium” y enseguida fue revestido con la alta dignidad de Vicario Apostólico de Cuyo por nombramiento hecho por la misma Suprema Autoridad de la Iglesia el día 22 del mismo mes y año.  Esto dio lugar a un entredicho con el Vicario Capitular de Córdoba, Dr. Castro Barros, compañero de tareas de Oro en el Congreso de Tucumán, el que pedía quedara sin efecto la designación del último por súplica elevada a S. S. el 25 de noviembre de 1830, pero finalmente quedaron allanados los incidentes y resuelto el punto en forma favorable al ex-diputado por San Juan, por un breve de fecha 21 de noviembre de 1832 de S. S. Gregorio XVI, entonces reinante, confirmando en todas sus partes la expedida a favor de Oro el 22 de diciembre de 1828.
Fray Justo trabajó desde entonces para la erección del Obispado de Cuyo, poniendo en el asunto toda la capacidad y toda la habilidad de que se hallaba dotado; los gobiernos de Mendoza y San Luis aplaudían la idea pero alegaban la preeminencia para la catedralidad de su iglesia matriz, particularmente el primero por haber sido la ciudad de Mendoza, capital de la Intendencia de Cuyo.  Como queda dicho, el Obispo de Córdoba puso todo su empeño para hacer fracasar esta idea, por la desmembración que sufriría su vasta diócesis.  La intervención del Gobierno de San Juan en la cuestión, permitió la celebración de una especie de concordato con la autoridad eclesiástica.  La polémica entre las dos Vicarías abandonó el terreno de las notas oficiales, y se llevó a la prensa diaria en artículos y folletos de una lucha ardiente.  En Santiago de Chile se publicó un folleto que abordaba de lleno la cuestión y dejaba establecida la justicia y buen derecho de la Vicaría de Cuyo.  Esta, que había sido creada por el breve de León XII, el 22 de diciembre de 1828, fue transformada en el Obispado de San Juan de Cuyo por la Bula ereccional de S. S. Gregorio XVI expedida el 30 de octubre de 1834, accediendo por fin, a las gestiones el Padre Oro, colocando su catedral en la ciudad de San Juan, y prometiendo a la ciudad de Mendoza la creación oportuna de iglesia sufragánea en su jurisdicción.  Fray Justo Santa María de Oro fue designado obispo diocesano el domingo de Quincuagésima, 21 de febrero de 1830, había sido consagrado obispo de Taumaco, en la iglesia de San José, en la ciudad de San Juan, por el Ilmo.  Sr. D. José Ignacio Cienfuegos, obispo de Retino y auxiliar de América.
Este último se ocupó desde entonces, exclusivamente, en la organización de su diócesis y en el desempeño de su obispado practicó muchas obras benéficas a favor de la iglesia y de las escuelas.  Redujo también los días festivos del calendario.  Proyectó la fundación de un seminario conciliar y de un colegio para laicos; emprendió la edificación de un monasterio bajo la advocación de Santa Rosa de Lima; donde debía funcionar un colegio para educación de señoritas, obra que no alcanzó a terminar.
En estas tareas le sorprendió la muerte el 19 de octubre de 1836, diciendo en sus últimos momentos: “Estas cosas están en mi cabeza; Dios está en mi corazón”.  Su cadáver fue inhumado en la Catedral de San Juan el día 23 y sus honores fúnebres celebrados por cuenta del Estado en los días 29 y 30 de noviembre.
La posteridad agradecida a sus patrióticos servicios le ha levantado una estatua en la plaza principal de San Juan el 9 de julio de 1897 y en la casa donde nació existe la placa que hizo colocar el gobierno en 1888.
La instrucción del Obispo Oro era vastísima para su tiempo; había aprendido el francés, el italiano y el inglés; era profundo teólogo y un verdadero filósofo.  Su cualidad dominante de espíritu era la tenacidad, tranquila a la par que persistente.  El historiador Vicente Fidel López, refiriéndose a la actuación de este sacerdote en el Congreso de Tucumán, dice: “En la sesión del día 15 (julio de 1816), fray Justo Santa María de Oro declaró con la mansedumbre que le era habitual, pero con firmeza, que para poder elegir una forma de gobierno era preciso consultar al pueblo, no debiendo sin tal requisito procederse a adoptar el sistema monárquico a que veía inclinados los votos de los representantes”.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).
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