domingo, 30 de agosto de 2015

Fray Justo Santa María de Oro

Fray Justo Santa María de Oro



Nació en la ciudad de San Juan el 30 de julio de 1772, siendo primogénito del matrimonio de Juan Miguel de Oro y Cossio, porteño, y María Elena Albarracín, sanjuanina.  Desde niño sintió inclinaciones por la carrera sacerdotal, para la cual también lo destinaban sus progenitores.  A los 17 años se vistió de dominico, perteneciendo al convento de esa Orden.  Por su modestia, su clara inteligencia y sus condiciones de estudiante notable, se profetizó que llegaría a ser un sacerdote de méritos excepcionales.
Recibió las órdenes sagradas en 1790, habiendo antes desempeñado el lectorado de artes.  Inmediatamente marchó a Chile, al convento de la Recoleta, donde el 29 de noviembre de 1794, recibía, después de haber acreditado sus excelentes condiciones, la unción sacerdotal de manos del obispo Blas Sobrino y Minayo, con dispensas de edad.  Poco tiempo después obtuvo en la Universidad de San Felipe, por oposición, la cátedra de teología, y en 1804, por sus virtudes y méritos, fue nombrado prior de la comunidad de la Recoleta, y luego, superior vitalicio; dedicándose con el mayor entusiasmo a realzar el prestigio de la comunidad, estableciendo colegios, etc.
A causa de los conflictos políticos que se produjeron en aquel país, en 1814 y en los que intervenía José Miguel Carrera, de Oro fue deportado a Mendoza, ciudad donde tomó conocimiento con el general José de San Martín.  Pasó a San Juan, donde coadyuvó con el gobernador José Ignacio de la Roza para la obtención de elementos bélicos para la organización del Ejército de los Andes.
Poco antes de estallar la revolución emancipadora de Chile, en 1809, de Oro hizo un viaje a Roma, donde negoció un Breve para la anexión a Buenos Aires de los conventos de su orden en Cuyo, que reconocían la dependencia del Convento Grande de la orden que existe en Santiago de Chile, bajo la advocación de San Lorenzo.  De Roma regresó a Chile, de donde debió salir en la forma que queda dicha.
En San Juan, ya en la cátedra sagrada,  con sus dineros, con su propaganda difundida por todas partes, consiguió reunir simpatías, adherentes para la reunión de elementos y hombres para la constitución de aquel Ejército que debía dar cima a una de las más atrevidas empresas militares del mundo.  De Oro logró que hasta el convento de Santo Domingo contribuyera con sus rentas al equipo del Ejército de los Andes, al que consiguieron hacer incorporar sus esclavos.
Disuelta la gran Asamblea Constituyente del año 1813, derrocado el Director Supremo del Estado general Alvear, se promueve y se resuelve la convocación de un Congreso General, que dictase la Constitución del país; organizarlo, en una palabra, bajo un sistema de gobierno que estuviese en concordancia con los propósitos de la revolución de Mayo, y se acordó que aquel Congreso se reuniese en Tucumán y para tal efecto, se invitó a las diferentes provincias para que enviaran sus representantes al mismo.  El pueblo de San Juan, haciendo justicia a la capacidad de fray Justo Santa María de Oro, lo eligió como uno de sus diputados ante el Congreso de referencia.  Este realizó su primera sesión el 24 de marzo de 1816.
Como es sabido, concurrieron a aquella magna Asamblea, los hombres de la mejor representación y condiciones de ilustración y de inteligencia, con patriotismo reconocido.  Entre ellos, de Oro, dotado de una poderosa inteligencia y en la plenitud de su desarrollo, no sólo correspondió a las esperanzas de su pueblo, fundadas en los méritos que se le reconocían, sino que su ilustración fue un contingente poderoso llevado a aquella asamblea de patriotas esclarecidos para el estudio y decisión de los arduos problemas que debían allí tratarse.
Los congresales de 1816 fueron dignos de la grandiosa idea que los reunía y de la gloriosa Acta que declaró la independencia política de estos pueblos.  De Oro fue uno de los partidarios entusiastas por la declaración de la independencia política de estas colonias, pues eran muchos los que vacilaban para dar tal paso, que con justa razón lo consideraban trascendental; el futuro obispo de Cuyo trazó con mano firme su rúbrica al pie del Acta solemne del 9 de julio de 1816 y en las sesiones previas a ésta, defendió con calor y convicción sus ideas políticas y patrióticas al respecto.  Sin discusión, el diputado por San Juan es astro brillante de primera magnitud en la constelación que irradió sus luces en las históricas sesiones del Congreso General Constituyente de Tucumán.
Se destaca, igualmente, y con mayores bríos y energías, combatiendo el proyecto impremeditado de la monarquía incásica y levantándose con altivez, erguida cual era su gallarda figura, se expresa así: “para proceder a declarar la forma de Gobierno, era preciso consultar previamente a los pueblos, limitándose por el momento a dar un reglamento provisional, y que en caso de procederse sin aquel requisito a adoptar el sistema monárquico constitucional, a que veía inclinados los votos de los representantes, pedía permiso para retirarse del Congreso”.
¡Qué proposición tan encuadrada en la forma que se reclama y se indica para esta clase de deliberaciones y de sanciones!; y precisamente en un país que si bien se había pronunciado por la libertad del dominio español, no había aún manifestado cuáles eran sus propósitos y sus tendencias sobre el sistema que le convendría adoptar para constituirse en nación definitiva e independiente, aunque sus hombres dirigentes, ya en la prensa, en los púlpitos, en las deliberaciones gubernativas, en las proclamas militares y especialmente en la Asamblea de 1813, en Buenos Aires, habían declarado implícita y acaso explícitamente, la independencia, y se vislumbraba la referencia por el sistema republicano.
Pero el Congreso de Tucumán vaciló desde sus comienzos, sobre la Constitución que debía regir a las Provincias Unidas del Río de la Plata; no tenía, al parecer, la conciencia de sus facultades y las energías a que éstas debían acompañarlas.  Al fin se pronunció, siquiera sea, con un acto de valentía y oportunidad, reclamadas por la situación peligrosa en que se hallaban los pueblos, fatigados de tanta lucha y sospechosos de poder lograr los fines del pronunciamiento de Mayo.
Esta sabia inspiración echó por tierra el proyecto monárquico, pues dobló el juicio de sus colegas a favor del diputado Oro, y es justo señalar como punto culminante de este prócer esta actitud y recoger para el clero argentino este triunfo y esta atrevida hazaña.
Si fray Justo Santa María de Oro no tuviera otros antecedentes, otra figuración en su vida pública, este solo hecho bastaría para presentarle ante la historia con todos los atributos de los ciudadanos eminentes.
Y consecuente con aquel veto que lo pone en conocimiento del Cabildo de San Juan dice: “por lo que toca a las aspiraciones de mi representación, nada más incompatible con su felicidad, que el sistema monárquico incásico u otro; así es, que oponiéndome a esta idea, creo seguir la opinión y la voluntad de mi pueblo, de lo que V. S. podrá cerciorarse si la consulta”.
Triunfaron las sabias ideas del diputado Oro y es en la actualidad el sistema de gobierno a que aspirara tan ilustre compatriota.
Entre las varias proposiciones del diputado por San Juan se encuentra la proclamación de Santa Rosa de Lima como patrona de América y protectora de la Independencia de Sudamérica, sancionada por unanimidad en el seno de aquel memorable Congreso.
A comienzos de 1817 se separó de éste y regresó a San Juan, dejando constancia de su inteligencia y múltiple acción, tanto en los asuntos propiamente políticos como en la defensa del culto católico.  En el mismo año fue nombrado provincial de su orden, proclamando la independencia de los conventos dominicos que formaban la Provincia Eclesiástica de San Lorenzo Mártir, dependiente hasta entonces del General de la Orden de España.
En esta época el Padre Oro hizo un paréntesis a los deberes de su profesión para entregarse de lleno a la política agitada de Cuyo, y especialmente a la de San Juan que tenía profundamente dividida a aquella sociedad; la intervención de Oro en política fue debida al rigorismo excesivo del teniente gobernador de la Roza, que le enajenó la voluntad de muchos, habiéndose producido una gran escisión en el pueblo de San Juan, y el Cabildo que unido a la oposición, trabajaba por la deposición de de la Roza, a quien se consideraba como un tirano y mandón voluntarioso.
Fray Justo Santa María de Oro llegó a comprometerse por su conducta abierta hostil a la autoridad, haciéndose sospechoso ante el Gobierno de la Intendencia, que seguía en todos sus detalles los sucesos de San Juan, y que pronto pensó en alejarlo de la Provincia; en nota reservada de 24 de abril de 1818, el Gobernador Intendente general Luzuriaga encargaba se vigilase al Provincial de los Conventos dominicos de Chile, “de quien hay fundados antecedentes que aspira a introducir el desorden”; y el 8 de mayo del mismo año llegaba a San Juan la orden de hacerlo marchar a Chile, lo que se cumplimentó de inmediato.  Evidentemente, este esclarecido sacerdote y virtuoso patriota, dio un paso en falso al alinearse en la política opositora del gobierno de su provincia natal.  Ello le costó el destierro.
En Chile demostró una vez más cuánta era su capacidad y su laboriosidad y la preparación para tratar y resolver cuestiones difíciles y enojosas relacionadas con la orden a que pertenecía.  Desempeñó la prefectura de ésta y fue examinador sinodal, desde 1818 a 1822.  En 1823 fue vocal suplente de la Junta protectora de la libertad de imprenta.
Por razones de política, en las que se le atribuyen complicidades con el movimiento que los amigos de O’Higgins pretendieron realizar en 1825 contra el gobierno del general Ramón Freire, y prisionero, Oro fue deportado a la isla de Juan Fernández y de aquí puesto en libertad, se trasladó a San Juan.
El 15 de diciembre de 1828 al papa León XII le preconiza obispo de Taumaco “in partibus infidelium” y enseguida fue revestido con la alta dignidad de Vicario Apostólico de Cuyo por nombramiento hecho por la misma Suprema Autoridad de la Iglesia el día 22 del mismo mes y año.  Esto dio lugar a un entredicho con el Vicario Capitular de Córdoba, Dr. Castro Barros, compañero de tareas de Oro en el Congreso de Tucumán, el que pedía quedara sin efecto la designación del último por súplica elevada a S. S. el 25 de noviembre de 1830, pero finalmente quedaron allanados los incidentes y resuelto el punto en forma favorable al ex-diputado por San Juan, por un breve de fecha 21 de noviembre de 1832 de S. S. Gregorio XVI, entonces reinante, confirmando en todas sus partes la expedida a favor de Oro el 22 de diciembre de 1828.
Fray Justo trabajó desde entonces para la erección del Obispado de Cuyo, poniendo en el asunto toda la capacidad y toda la habilidad de que se hallaba dotado; los gobiernos de Mendoza y San Luis aplaudían la idea pero alegaban la preeminencia para la catedralidad de su iglesia matriz, particularmente el primero por haber sido la ciudad de Mendoza, capital de la Intendencia de Cuyo.  Como queda dicho, el Obispo de Córdoba puso todo su empeño para hacer fracasar esta idea, por la desmembración que sufriría su vasta diócesis.  La intervención del Gobierno de San Juan en la cuestión, permitió la celebración de una especie de concordato con la autoridad eclesiástica.  La polémica entre las dos Vicarías abandonó el terreno de las notas oficiales, y se llevó a la prensa diaria en artículos y folletos de una lucha ardiente.  En Santiago de Chile se publicó un folleto que abordaba de lleno la cuestión y dejaba establecida la justicia y buen derecho de la Vicaría de Cuyo.  Esta, que había sido creada por el breve de León XII, el 22 de diciembre de 1828, fue transformada en el Obispado de San Juan de Cuyo por la Bula ereccional de S. S. Gregorio XVI expedida el 30 de octubre de 1834, accediendo por fin, a las gestiones el Padre Oro, colocando su catedral en la ciudad de San Juan, y prometiendo a la ciudad de Mendoza la creación oportuna de iglesia sufragánea en su jurisdicción.  Fray Justo Santa María de Oro fue designado obispo diocesano el domingo de Quincuagésima, 21 de febrero de 1830, había sido consagrado obispo de Taumaco, en la iglesia de San José, en la ciudad de San Juan, por el Ilmo.  Sr. D. José Ignacio Cienfuegos, obispo de Retino y auxiliar de América.
Este último se ocupó desde entonces, exclusivamente, en la organización de su diócesis y en el desempeño de su obispado practicó muchas obras benéficas a favor de la iglesia y de las escuelas.  Redujo también los días festivos del calendario.  Proyectó la fundación de un seminario conciliar y de un colegio para laicos; emprendió la edificación de un monasterio bajo la advocación de Santa Rosa de Lima; donde debía funcionar un colegio para educación de señoritas, obra que no alcanzó a terminar.
En estas tareas le sorprendió la muerte el 19 de octubre de 1836, diciendo en sus últimos momentos: “Estas cosas están en mi cabeza; Dios está en mi corazón”.  Su cadáver fue inhumado en la Catedral de San Juan el día 23 y sus honores fúnebres celebrados por cuenta del Estado en los días 29 y 30 de noviembre.
La posteridad agradecida a sus patrióticos servicios le ha levantado una estatua en la plaza principal de San Juan el 9 de julio de 1897 y en la casa donde nació existe la placa que hizo colocar el gobierno en 1888.
La instrucción del Obispo Oro era vastísima para su tiempo; había aprendido el francés, el italiano y el inglés; era profundo teólogo y un verdadero filósofo.  Su cualidad dominante de espíritu era la tenacidad, tranquila a la par que persistente.  El historiador Vicente Fidel López, refiriéndose a la actuación de este sacerdote en el Congreso de Tucumán, dice: “En la sesión del día 15 (julio de 1816), fray Justo Santa María de Oro declaró con la mansedumbre que le era habitual, pero con firmeza, que para poder elegir una forma de gobierno era preciso consultar al pueblo, no debiendo sin tal requisito procederse a adoptar el sistema monárquico a que veía inclinados los votos de los representantes”.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar ¡Gracias!

sábado, 29 de agosto de 2015

Tomás Espora

Tomás Espora




Nació en Buenos Aires, el 19 de setiembre de 1800, hijo de Domingo Espora, dedicado a la ebanistería, natural de Génova; y del segundo matrimonio de éste con Tomasa Ugarte, nacida en Santa Fe.  Los progenitores del futuro coronel, vivieron algunos años en una de las casas de Antonio de Escalada, frente a la Plaza Mayor.  No se ha podido establecer en que colegio se educó Espora, sabiéndose solamente que fue condiscípulo de Francisco Agustín Wright.  Perdió a su padre a fines de 1810 y pocos años antes, a su madre.  A la edad de 15 años se embarcó a bordo de la corbeta “Halcón”, una de las naves apresadas por Brown en Montevideo, la que a las órdenes de Bouchard y acompañada por la “Constitución” bajo el comando de Russell, realizaron en 1815 una campaña al Pacífico, asistiendo Espora bajo el mando superior del almirante Brown, a las acciones del Callao y el asalto de Guayaquil, el 8 de febrero de 1816, este último.

Como es notorio, Bouchard cedió el “Halcón” a Guillermo Brown en cambio de la “Consecuencia”, presa que había capturado frente al Callao, y abandonando al Almirante frente a las costas ecuatorianas, se dirigió al Cabo de Hornos, llegando a Buenos Aires el 9 de setiembre de 1816.  Espora regresó con él, habiendo desempeñado las funciones de pilotín en el viaje al Pacífico.

La “Consecuencia” rebautizada con el nombre de “La Argentina”, armada con 34 cañones y tripulada por 250 hombres, fue preparada para realizar tareas de corsario, gracias al patriotismo del Dr. Vicente Anastasio Echevarría, pariente político de Bouchard; embarcándose a su bordo el joven Espora, en calidad de oficial.  El 9 de julio de 1817 zarpaba de la Ensenada de Barragán, con destino a la isla de Madagascar, en busca de los galeones de la opulenta compañía de Filipinas.

“No pocos peligros y contrariedades –dice el ilustrado historiador Angel Justiniano carranza- experimentó nuestro joven compatriota en esa laboriosa campaña de circunnavegación que debía durar dos años.  Motines e incendios sofocados a bordo; encuentros sangrientos hasta con los piratas malayos en el Estrecho de Macasar, que separa a la isla de Borneo de la de Célebes; bloqueo de Filipinas; crucero en la Polinesia, Malasia y otras partes de la Oceanía; asaltos y ocupación de plazas como la de Monterrey, en el extremo litoral de California, México y América Central; toma de cañones y quema de buques enemigos o recobro de los nuestros, tales fueron algunos de los percances de aquella expedición hostilizadota, que recorrió con audacia más de cuatro mil leguas, paseando el pabellón de la joven República por mares apartados”. 

“A la llegada a Valparaíso, acaecida el 17 de julio de 1819 –dice el capitán de fragata Héctor R. Ratto, en su completa biografía del héroe- vencidos los dos años de la partida, el teniente Espora podía, sí, jactarse de ser el primer oficial argentino que había contorneado el mundo”.

Como es sabido, al llegar “La Argentina” a Valparaíso, el almirante Cochrane, movido por una emulación indigna de su rango y nombre, arrebató a Bouchard aquel buque y la “Chacabuco”, junto con el rico botín que conducían, poniendo en prisión al jefe de la expedición y a sus audaces tripulaciones.  Violentas reclamaciones del Gobierno de las Provincias Unidas surgieron, y el bravo coronel Mariano Necochea, que se entera que la bandera de la Patria había sido arriada de “La Argentina” y de la “Chacabuco”, mandó un piquete de Granaderos a Caballo, a bordo de ambos buques, con la orden terminante para el oficial que estaba a su cargo, de volverla a colocar al tope de sus mástiles, de buen grado o por la fuerza, orden que se cumplió al pie de la letra.

Espora estuvo embarcado en “La Argentina” hasta que pasó a mediados de 1820 en calidad de teniente 1º a la escuadra que mandaba el almirante Cochrane, embarcándose como 2º de la fragata “Peruana”, nave de 250 toneladas, según el general Espejo, y una de las 14 que formaba el convoy que condujo a las costas del Perú al Ejército Libertador, bajo el mando del general San Martín.  Dicha escuadra y convoy partieron de Valparaíso el 20 de agosto de 1820, y el 7 de setiembre llegaban a la bahía de Paracas, listos a iniciar el desembarco en la playa de Pisco al día siguiente.  Esposa, una vez desembarazada la escuadra de las tropas de ejército, se hizo cargo del “Spano” y tomó parte en los dos bloqueos del Callao, en aquel año, a las órdenes de Cochrane.  En abril de 1821 tuvo en aquellas costas un duelo con el capitán De Kay, que se hallaba al mando del bergantín “General Brown”.

Ocupada la ciudad de Lima el 10 de julio de aquel año, el Protector del Perú premió los servicios del joven Teniente con la medalla de oro (con cinta encarnada), otorgada a los oficiales navales, y la cual llevaba el siguiente lema: “Yo fui de la escuadra libertadora”, condecoración discernida por decreto del 15 de agosto de 1821.  Fue también asociado de la “Orden del Sol”, y en mérito a sus servicios, el Supremo Delegado del Perú, José Bernardo de Torre-Tagle, le extendió despachos de “capitán de corbeta graduado de la Armada del Perú”, el 12 de junio de 1822.  En este carácter estuvo embarcado en las fragatas “Prueba” y “Limeña”, en la primera escuadrilla peruana creada por San Martín en 1822, y mandada sucesivamente por Foster y Blanco Encalada.  Espora sirvió en calidad de ayudante de aquella escuadra, servicios que prosiguieron a principios de 1824, al regreso al Callao de la “María Isabel”, con la insignia de Blanco Encalada.  Cuando tal cosa sucedió, Espora sirvió con cargo idéntico en la escuadra formada por Bolívar, denominada combinada del Perú, Colombia y Chile, que tuvo la misión de proseguir las operaciones contra el Callao, en poder de los realistas, a pesar de la derrota de Ayacucho.

En el segundo semestre de 1825, Espora regresó a Valparaíso.  El capitán Roberto Foster, que se encontraba en el puerto a bordo de la “María Isabel”, preparándose para realizar la expedición a Chiloé, extendió, con fecha 1º de noviembre de aquel año, un certificado a Espora, expresando haber servido como ayudante de órdenes de aquél, por espacio de un año, en el bloqueo del Callao, “con una conducta irreprensible, desempeñando con honor varias comisiones que se le han confiado y, por consiguiente, lo considero muy suficiente para ocupar cualquier destino en su carrera”.

Reintegrado a su Patria alrededor del 1º de diciembre de 1825, en vísperas de encenderse la guerra entre la República y el Imperio del Brasil, Espora presentó sus despachos y certificados de que se ha hecho mención, y el 21 de aquel mes y año, el general Zapiola lo proponía al Gobierno, y el 13 del mes de enero siguiente, se le extendían despachos de capitán con grado de sargento mayor al servicio de la Marina, otorgándosele el mando de la “Cañonera Nº 10”, con la cual intervino e la acción naval del 9 de febrero de 1826, primer combate sostenido en aquella guerra y el que tuvo por teatro Los Pozos.  En él, Espora mandó un grupo de cañoneras, y a raíz del proceso que produjo la separación de Azopardo y Warnes de sus comandos, el almirante Brown hizo una nueva distribución de estos cargos, en el cual correspondió a Espora el de la fragata “25 de Mayo”, insignia de la escuadra; seguramente, a raíz de su heroico comportamiento en el ataque nocturno a la Colonia, el 1º de marzo de aquel año, dirigiendo un grupo de cañoneras, embarcado en la “Nº 12”; hecho de armas glorioso, pero magro en resultados felices.  En el parte de Brown al Presidente de la República, fechado en la Colonia, a bordo del “25 de Mayo”, el 4 de marzo, y que Espora condujo a su destino, trata a éste de “bravo soldado y hombre de honor”.

Al mando de la “25 de Mayo”, se halló Espora en la provocación frente a Montevideo, base naval de los imperiales en el Plata, que terminó con el combate con la “Nitcheroy”, en la tarde del 11 de abril de 1826, en el cual intervino también el “República”, al mando de Clark.  Tanto este buque como la “25 de Mayo” tuvieron varias bajas: 1 muerto y 2 heridos, el primero; y 8 muertos y 12 heridos, el segundo.  Brown, con sus buques, siguió a la Colonia, se reunió a los que cruzaban frente a aquel puerto, y regresó a Buenos Aires para reparar las averías de sus embarcaciones.

También intervino Espora en el ataque a la fragata “Emperatriz”, de 52 cañones y 400 hombres de dotación; el cual tuvo lugar a media noche del jueves 27 e abril de 1826, en que aquel buque fue atacado en el medio de la bahía de Montevideo por el almirante Brown, embarcado en la “25 de Mayo”, que mandaba Espora, quien abordó a la nave enemiga, disparándole casi a quemarropa numerosas andanadas, introduciendo la confusión y el pánico en todos los demás buques imperiales.

Cooperaron en este ataque, el bergantín “Independencia”, comando por Guillermo Bathurst y otros buques, aunque al puerto de Montevideo sólo entraron este último buque y el “25 de Mayo”.  La “Emperatriz” perdió a su comandante Luis Barroso Pereira, muerto en la acción, y tuvo varias averías.  Brown se retiró oportunamente, cuando había corrido la voz de alarma entre los demás buques imperiales.

Por su comportamiento en la campaña, el 31 de mayo de aquel año, Espora recibió la graduación de teniente coronel.  El almirante Brown había encontrado en él el hombre que le era indispensable para dar cima s su grandiosa empresa de batir un enemigo inmensamente superior, con una escuadra improvisada; con tripulaciones tomadas de todas partes y de distintas nacionalidades sus componentes.  Es evidente que la serie de triunfos que logró contra sus adversarios fueron debidas en una buena parte a la capacidad, valor, talento, decisión, audacia y patriotismo de su capitán de banderas. Este, en todo momento, dio pruebas inequívocas de que era un digno subalterno de tan insigne Jefe.

Al lado de eminente Almirante, el comandante Espora se batió con una memorable bizarría en la gloriosa jornada del 11 de junio de 1826, en la rada de Los Pozos, contra fuerzas imperiales varias veces superiores en número.  En aquella ruda acción, el primer Almirante de la República fue que lanzó a sus buques la famosa orden: “Fuego rasante, que el pueblo nos contempla”.

El 30 de julio del mismo año, dura fue la jornada para el comandante Espora en el combate que tuvo lugar frente a Quilmes, contra la escuadra brasileña: la “25 de Mayo” fue completamente rodeada por naves imperiales que se le acercaban a tiro de pistola; los proyectiles del enemigo aran las baterías del buque de Espora, dejando al pasar claros muy sensibles.  Una bala encadenada destroza la mayor parte de la dotación de una pieza del combés , en tanto que otras dañan sus mástiles y arboladuras, tronchando las jarcias y averiando la maniobra; la carnicería es espantosa, habiendo apenas brazos suficientes para retirar los muertos y heridos de que están sembradas las cubiertas del buque republicano. Este es cañoneado sin piedad, por babor y por estribor, de proa a popa, y ofendida hasta en el timón por los proyectiles del bergantín “Caboclo” (que mandaba el comandante John Pascoe Grenfell), y que atacó a la “25 de mayo” por popa. Espora es herido por una bala que le arranca su bocina de la mano, y sin turbarse, el valiente marino pide otra.  La fragata almirante completamente desarbolada, es remolcada por dos cañoneras y conducida fuera de los fuegos imperiales, con los suyos servidos en buen orden, a pesar de las pocas fuerzas que le restan, esperando por momentos en que se hunda bajo el peso de los terribles golpes que ha recibido.  Espora, inmóvil, despreciando los sufrimientos físicos de su herida, se había hecho llevar a cubierta para continuar excitando a sus denodados tripulantes, que ya no podían maniobrar sino pisando cadáveres.

“Pálido e inmóvil –dice el Dr. A. J. Caranza- con los labios cárdenos y devorado por una sed febriciente, imponiendo a la muerte con su mirada magnética, el digno capitán de la “25 de Mayo”, pidió más de una vez a los que le rodeaban y recibían sus órdenes, que por si desgracia era rendida al abordaje, echaran su cuerpo al agua para que fuera pasto de peces argentinos, antes que trofeo del enemigo de su patria”.  Con 30 impactos sobre la línea de flotación y 3 bajo la misma, la “25 de Mayo” marcha completamente escorada a babor, banda que era la de sotavento, hasta llegar a mostrar los tablones de su línea de flotación con las velas mayores y gavias largadas, para neutralizar el impulso del remolque, consiguiendo llegar así, a duras penas, al fondeadero de Los Pozos, burlando la saña de una fragata y cuatro corbetas enemigas que estaban empeñadas en destruirla.

A las 5 de la tarde desembarcaron al bravo comandante herido, y el pueblo se estrecha frenético de entusiasmo, y los ciudadanos más respetables de la Capital se disputan la honra de recibir en sus brazos a Espora, “dándose por bien pagos –dice un biógrafo- los que llegan siquiera a tocar el lecho enrojecido….”.  Espora llega a su morada entre vítores y clamorosa ovación, calmando sólo la inquietud general, cuando se anunció que salvaría de sus heridas.  El 9 de agosto de aquel año, recibe la efectividad de su grado de sargento mayor.

El 18 de diciembre, habiéndose restablecido de sus heridas, Espora fue nombrado jefe de la bahía, pero Brown lo embarcó como comandante de la goleta “Maldonado”, que montaba 2 cañones de 24 y 6 de 12.  Poco después entregó este buque a Drummond, y se le confió el mando de la isla de Martín García y batería “Constitución”, en ella levantada, con la que contuvo a la escuadra de Mariath durante la jornada del Juncal, cuando aquélla trató de navegar aguas arriba y penetrar en el río Uruguay, para ayudar a su compañero Sena Pereyra, tomando a Brown entre dos fuegos, pero el cañón de Martín García le impidió efectuar esta maniobra, quedando frente a la isla.

El jefe brasileño no hizo más esfuerzo para tentar la salvación de sus compañeros de armas en peligro, que destacar una goleta para intentar el pasaje del Canal del Infierno, la cual quedó varada, fracasando en su intento.  Espora participó en la persecución, habiendo sido despachado por Brown, con dos goletas y una cañonera, para dar alcance a dos buques enemigos que huían por el Paraná, según el “British Packet” de aquellos días, las dos goletas quedaron en la boca del Guazú “mientras que el capitán Espora, en la cañonera, navegó aguas arriba”.  Pero los buques adversarios habían logrado escaparse.  Por su participación en aquellas operaciones, Espora recibió la medalla otorgada: “A los vencedores en aguas del Uruguay”.

Después del combate de Monte Santiago, el almirante Brown destacó a Espora con una división de cañoneras para cañonear la fragata “Paula” que había quedado varada después de la acción, pero cuando llegó Espora al lugar, ya aquella había conseguido zafar y ponerse en franquía.  Mientras Brown estuvo curándose de las heridas recibidas en aquel combate, Espora ejerció el mando, arbolando su gallardetón de jefe superior a bordo de la “Maldonado”, mandada por Toll.  Restablecido el comandante en jefe, el 1º de junio asumió el comando, iniciando el día 3 del mismo mes, un crucero que duró 11 días, recorriendo parte del Estuario, en el que tomó contacto con una división enemiga, que rehusó el combate.  Al regreso, Espora quedó apostado en Martín García, con dos cañoneras y tres buques de otros tipos; ocupándose mientras estuvo en aquel tenedero, en la terminación de tres baterías consideradas “muy formidables”.  El 18 de setiembre de 1827 recibía despachos de teniente coronel efectivo. El 9 de octubre del mismo año, el comandante general de Marina, general Matías Irigoyen, encargaba a Espora del mando de la escuadra, por haber desembarcado enfermo el almirante Guillermo Brown.  Este interinato duró hasta el 11 de noviembre, fecha en que se embarcó como 2º Jefe el coronel de marina Jorge Bynnon, de mayor grado que Espora.  Este había sido reemplazado en la comandancia de Martín García por el teniente coronel Artayeta.

Tomó parte en la salida que se efectuó el 7 de diciembre para auxiliar a Fournier, varado con la “Congreso” por Punta Lara, mandando Espora el “Guanaco”; y en la del 15 de enero de 1828, salida que se efectuó para acompañar el “Juncal” del mismo Fournier, en viaje para los EE.UU..  Aquel estaba en la “8 de Febrero” con otros buques argentinos, batiéndose contra 3 divisiones enemigas de 16 naves.  En esta acción, Espora tuvo averías en la maniobra del mastelero de proa, quedando rezagado, por lo que corrió el riesgo de ser capturado, pero se tiró a los bajíos de Monte Santiago, burlando a sus enemigos, recostado en la costa.

El 21 de febrero, Brown, con Espora y Rosales, juntos como en la tarde inolvidable de Quilmes, combatieron durante 4 horas frente a Punta Lara, contra una división enemiga de 8 naves más poderosas, logrando la captura del corsario imperial “Fortuna”.

En el mes de marzo, el Gobierno ordenó a Espora el alistamiento de la División con la cual iba a colaborar en las operaciones que ejecutaría un ejército de las tres armas contra Río Grande, a las órdenes del general Paz.  Dos embarcaciones debió alistar para aquella empresa: la “8 de Febrero” (ex “Januaria”), tomada al enemigo en el combate del Juncal; y la “Unión”, tomando el mando de la primera Espora, que tenía como 2º al sargento mayor Juan Antonio Toll; y el de la segunda, al teniente de marina Guillermo Méndez.

En el alistamiento de su fuerza, Espora desplegó un celo inusitado, haciendo salvar obstáculos que se oponían a su realización; su misión operativa era hostilizar la retaguardia del enemigo, cruzando el litoral comprendido entre Castillos y Río Grande.  A las 9 de la noche del 7 de abril de 1828, zarpaba de Balizas Exteriores; el día 10 se cañoneaba con el “Carioca”, pero como su misión era operar en las costas de Río Grande, prosiguió su navegación perseguido durante 16 horas por su fuerte antagonista.  En cambio, la “Unión”, menos velera, cayó en poder del enemigo, por haber ido a dar en medio de la división de Sena Pereira, unas 20 millas al Sud de la isla de Lobos.

El 16 de abril estaba Espora frente a Santa Teresa, entre punta Castillos y el Chuy, y donde debía ponerse en comunicación con el coronel Leonardo Olivera; de acuerdo a las instrucciones, izó señales de reconocimiento, que no fueron contestadas desde tierra.  Al día siguiente las repitió y fueron contestadas, enviando entonces una lancha con un oficial para arreglar la cooperación con las tropas de operaciones, pero el coronel Olivera no había dejado instrucciones, al retirarse de aquel punto.  El 18 barajó la costa hasta Castillos; el 20, al caer la noche, el “Caboclo”, lo sorprendió con una andanada, interviniendo Espora en paños menores (pues estaba durmiendo), para destrincar la artillería y alistarse para el combate, pero una segunda andanada que mató a un hombre e hirió a otro, fue la última que disparó el buque enemigo, que siguió viaje.

El 24 repitió frente a Santa Teresa las señales de reconocimiento, a las 9 de la mañana, despachando un bote con el capitán Raymond, teniente Martínez y 8 hombres, el cual se deshizo en las rompientes, cosa que no supo Espora sino días después, porque un violento temporal lo obligó a alejarse de la costa.  Diez días permaneció cruzando entre Castillos y Santa Teresa, al cabo de los cuales, el 3 de mayo, reunió “junta de guerra”, en la que se resolvió por unanimidad aproximarse a la playa, y recuperar el bote, y en caso de no lograrlo, hacer rumbo al Norte, tratar de apresar alguna nave enemiga para reponer la “Unión”, y volver luego para intentar dar cumplimiento a las instrucciones recibidas; el 6 avistaron Río Grande y el 9 capturaron un bergantín brasileño con 7.000 arrobas de azúcar y 3.000 de café y varios cientos de rollos de tabaco, que Granville y Campbell condujeron con felicidad a la boca del Salado.

Después de internarse en el golfo de Santa Catalina, emprendieron el regreso en razón de escasear los víveres; el 25 de mayo estaban a la altura de Santa Teresa, continuando viaje.  El 29 estaba la “8 de Febrero” en aguas de Samborombón, y al aclarar la niebla que había ese día por la mañana, Espora se encontró en el centro mismo de la escuadra imperial bloqueadora, al mando del capitán de fragata Juan Francisco de Oliveira Botas: 10 buques, 129 cañones y 1.200 hombres. El valiente marino republicano no trepidó un instante para cumplir con su deber.  Se dirige a sus tripulantes y les dice:

“¡Ea muchachos!, ahí está el enemigo, y aunque nuestras fuerzas sean desiguales, vamos a enseñarles que somos dignos de mantener el nombre glorioso que lleva este buque.  A los artilleros recomiendo la puntería, y a todos la mayor disciplina, porque seré inexorable con el que la quebrante; pero en cambio, os juro sobre esta espada y en presencia del Sol de Mayo, que si las balas respetan mi vida como otras veces, no descansaré hasta obtener que el gobierno premie con mano generosa a las familias de los que caigan en defensa de la honra nacional.  Marinos y soldados del “8 de Febrero”: sólo los cobardes se rinden sin pelear, y aquí, no reconozco sino argentinos y republicanos.  Compañeros, arrimen las mechas y ¡Viva la Pareia!

Palabras sublimes que tuvieron la inmediata virtud de electrizar a aquellos valientes, confundiéndose las hurras con el estampido de los 5 primeros cañonazos de estribor.  En medio del terrible combate que allí tenía lugar, cuando reciamente se respondía al fuego enemigo, el “8 de Febrero” tuvo la desgracia de tocar con el timón en los bajíos de Arregui, cerca de la desembocadura del río San Clemente, quedando sin gobierno.  No obstante esta situación desesperada, no decae el ánimo de Espora, decidido a jugar su última carta.  Diez horas después de roto el fuego, aún ondeaba la bandera argentina en su puesto de honor; cuatro piezas desmontadas y consumidos los 900 tiros de cañón, empleándose en tacos hasta la ropa de los tripulantes; con muy sensibles bajas entre éstos, y graves averías en los palos, aguardaban aquellos valientes la caída de la noche para intentar la postrer salvación.

En tan crítica situación, Espora convoca Junta de Guerra y se resuelve evacuar la tripulación, embarcándola en una jangada hecha en el curso de la noche, con manteleros, vergas, botalones, pipería, etc., la cual estuvo lista a las 4 de la mañana y media hora después estaba a su bordo la dotación, menos Espora, Toll, 4 heridos de gravedad y los asistentes de ambos jefes.  El bote remolcó la jangada a tierra.  Una vez desembarcada la tripulación, la lancha debió regresar a buscar a los que quedaban, pero no habiendo llegado al amanecer, Espora izó el pabellón, saludándolo con un disparo sin bala, arriándolo enseguida.

Prisioneros de guerra, Toll y Espora permanecieron en poder de los imperiales hasta el 11 de junio, en que fueron canjeados por dos prisioneros imperiales, el capitán Eyre, tomado en Patagones, y el capitán Ferreyra, ex-comandante de la “Leal Paulistana”, capturada por Fournier y que después se llamó la “Maldonado”.  Tal canje fue propuesto por el almirante Pinto Guedes y aceptado complacido por Brown.

El 18 del mismo mes de julio, Espora mandando el bergantín “Uruguay”, salía con Brown para la Ensenada; y el 23 del mismo mes, se le otorgaba el comando del “9 de Febrero”.

El 10 de octubre de 1828 ascendía a coronel graduado.  El 1º de diciembre de aquel año sufrió una caída de caballo, de la que fue asistido por el Dr. Rivera, que fue cuñado de Juan Manuel de Rosas.  El 6 de febrero de 1829 San Martín llegaba al puerto de Buenos Aires, y el coronel Espora era comisionado para presentarle los saludos en nombre del Gobierno.

Se hallaba a bordo de uno de los buques de la escuadra, a la sazón en desarme, cuando se le encomendó la custodia de algunos presos políticos desafectos al general Lavalle; durante la noche del 21 al 22 de mayo de 1829, el Vizconde de Vernancourt, comandante superior de las naves francesas surtas en el Río de la Plata, estacó un grupo de embarcaciones que tomaron sorpresivamente a los buques argentinos en desarme.  El coronel Espora, cuya efectividad en el cargo había recibido el 20 de abril de aquel año, no se hallaba a bordo del suyo en aquellos momentos.  El jefe francés parece que con semejante atropello, creyó encontraría algunos connacionales detenidos en aquellas naves inermes.  Ni Tomás de Anchorena, ni otros presos políticos aceptaron la libertad que Vernancourt les ofreció, y pidieron ser trasladados a la fragata inglesa “Cadmus”.  Conducido a Bahía Blanca, Espora fue a buscarlos en el “Río Bamba”, ya rebautizado “Convención”, llegando a Buenos Aires el 26 de julio de 1829.  En el viaje de regreso, la habilidad maniobrera de Espora salvó a su buque de un naufragio seguro en la ensenada de Samborombón.

Cuando el coronel Rosales se sublevó con la “Sarandí”, Espora no fue utilizado en la expedición que se destacó contra aquél.  Recién en noviembre 11 de 1833, cuando Francisco Lynch perdió la confianza del gobierno, Espora fue llamado para sucederle en la capitanía del puerto, nombrado Comandante General de Marina y Comisario General de Matrículas por los Restauradores.  Revistó en la Plana Mayor del Ejército como coronel de infantería desde el 1º de junio de 1832 hasta el 11 de noviembre de 1833.

Los avances del Paraguay en las Misiones determinaron al gobierno de Buenos Aires a organizar una escuadrilla compuesta por los bergantines “Sarandí” (insignia) y “General Rosas”, goleta “Choele Choel”, cañonera “Porteña” y lanchón “Patriota”, cuyo comando fue confiado el 18 de abril de 1834 al coronel Espora.  El abandono por parte de los paraguayos del territorio ocupado hizo desaparecer el peligro, y la escuadrilla fue desarmada en su casi totalidad, debiendo su Jefe volver a sus funciones burocráticas de la Capitanía.

En los primeros días de marzo de 1835 se publicaba en la imprenta del “Comercio” un folleto calumnioso contra Espora, en el que se le acusaba de haber participado en el movimiento del 1º de diciembre.  Tal publicación dio origen a una viva polémica con sus detractores –Pedro Ximeno, José María Boneo y Mariano Maza- en la cual el marino dio a luz muchos hechos de su vida que hasta entonces no se habían publicado.  Espora había solicitado una licencia de 20 días para responder a las calumnias del escrito mencionado, y el 31 de marzo, antes de fenecer aquélla, elevó su renuncia del puesto que ocupaba “para no abusar –decía- de la condescendencia de la Superioridad, ni desmentir los sentimientos con que en toda mi vida he siempre antepuesto el interés de mi Patria al propio”.  Su renuncia fue aceptada el 6 de abril.

Estos acontecimientos produjeron profunda depresión moral en el coronel Espora.  Desde marzo, en que era “robusto, alegre, vivo, se fue debilitando, haciéndose taciturno y separándose de la sociedad”.  En junio, el doctor Martín García lo encontró sumamente debilitado y a mediados del mes siguiente su postración le obligó a guardar cama y el 25 de julio, a la una de la tarde, fallecía en su casa-quinta por los Corrales del Alto (hoy Parque de los Patricios, Buenos Aires) (1), víctima de una pleuresía complicada con una congestión cerebral.

“Al día siguiente de su deceso –dice un testigo- y pasada ya la hora que se fijó para ponerse en marcha el acompañamiento, se presentó el almirante Brown en la casa mortuoria, y disculpándose por su demora, manifestó a los deudos del finado, su sentimiento en no haber llegado a tiempo para despedirse de su amigo y compañero de fatigas. Estos dispusieron entonces satisfacerlo, mandando desclavar la tapa del féretro.  El Almirante al ver el cadáver, le toma las dos manos y estrechándolas en las suyas, permanece conmovido por algunos instantes, hasta que calmándose un tanto exclamó: “¡Adiós, querido amigo y compañero de armas!”, y volviéndose a los circunstantes que contemplaban aquel cuadro extraño, añadía: “Señores, considero la espada de este valiente oficial, una de las primeras de América, y más de una vez admiré su conducta en el peligro.  Es lástima que un marino tan ilustre, haya pertenecido a un país que todavía no sabe valorar los servicios de sus buenos hijos.  Este joven hubiera sido feliz en Europa, y su familia, honrada después de sus días….”.

“Todos los del cortejo quedaron mustios, y algunos sollozaban en silencio, volviendo a cerrarse el cajón que contenía tantas glorias….”.

En su sepelio, en la tarde del 26, despidió sus restos Francisco Agustín Wright, su antiguo condiscípulo del colegio.

El coronel Espora se casó en Chile, el 11 de setiembre de 1823, con María del Carmen Chiclana, sobrina del prócer de Mayo, con la que tuvo 7 hijos: 3 varones y 4 mujeres.  Su viuda le sobrevivió hasta el 1º de junio de 1863, en que falleció en la inopia en esta Capital, a los 59 años de edad.

Referencia

(1) Situada en Av. Caseros 2522, tras cambiar numerosas veces de dueño, fue propiedad de doña Enriqueta Macay de Podestá, quien la donó al Estado, en 1959, con destino, a la entonces Secretaría de Marina.  Dos años después se la declaró Monumento Histórico Nacional y, desde 1963, se transformó en el Museo Naval “Coronel de Marina Tomás Espora”.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).

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Pedro Antonio Cerviño

Pedro Antonio Cerviño



Nació el 6 de setiembre de 1757 en Santa María de Moimenta, jurisdicción de Baños, Concello de Campo Lameiro, Galicia, España.  Fueron sus padres, Ignacio Cerviño y Leonor Núñez, quienes contrajeron matrimonio el 3 de diciembre de 1753, en Los Baños, Pontevedra, España.  Pedro Antonio Cerviño tuvo su bautismo infantil el 27 Octubre 1757 en Los Baños, Pontevedra, España (Parroquia Santa María de Moimenta).  Educado en la Academia Naval de Ferrol, vino al Río de la Plata en calidad de ingeniero de la Comisión demarcadora de límites con Portugal, enviada por el Rey para la ejecución del convenio celebrado el 11 de octubre de 1777.  Es posible que Cerviño haya llegado a Buenos Aires conjuntamente con Félix de Azara, de quien era amigo personal y al que acompañó para secundarlo en la comisión demarcadora que se confió a aquel erudito para fijar los límites de la provincia del Paraguay.

Pedro Antonio Cerviño ha sido uno de los españoles que han prestado mayores servicios y de los que más se han distinguido en el Virreinato del Río de la Plata, habiendo sido no sólo un inteligente colaborador de Azara en sus trabajos oficiales de demarcación, sino también un excelente naturalista y geógrafo.  El 28 de diciembre de 1781 fue designado Geógrafo de la línea divisoria, nombramiento que fue confirmado por resoluciones del 24 de mayo y del 10 de julio del año siguiente.  El 3 de noviembre de 1783 era destinado como ingeniero de la 3ª partida de la línea divisoria.  En aquella época penetró en el Chaco, hacia el naciente de Santiago del Estero, con Miguel Rubín de Célis, oficial de la Real Armada, para reconocer el hierro meteorítico, que ha sido objeto de investigaciones ulteriores.  A él se debe el croquis de la expedición y los dibujos del legendario “Mesón de Fierro”, meteorito extraviado desde 1783, en las planicies del sudoeste chaqueño.

Félix de Azara dio por terminada su comisión en 1792, la que fue constantemente obstruida  por la infidencia de los representantes portugueses.  Cerviño regresó entonces a Buenos Aires, donde se estableció definitivamente y continuó prestando servicios de importancia.  Espíritu liberal y progresista, fue uno de los más decididos partidarios en el seno del Consulado, de las ideas y planes económicos del joven secretario Dr. Manuel Belgrano.  Con este motivo, Cerviño presentó a aquel Tribunal una extensa exposición en la que desenvolvía sus propias ideas, apoyando las de Belgrano y desacreditando el monopolio.  Por esta razón, el Prior pidió que se mandase recoger y quemar el borrador, por contener, entre otras, la siguiente proposición herética: “Nuestras embarcaciones irán a los puertos del Norte.  Los españoles harán sus compras en las mismas fábricas”.  Martín de Alzaga respondió a Cerviño, rebatiendo sus puntos de vista.

Una de las primeras obras que ideó el Consulado fue la construcción del muelle de Buenos Aires y para llevarla a cabo, encargó a los matemáticos Cerviño y Gundin levantar un plano del puerto, haciendo sondear el río.  Y con la aprobación del Virrey se había iniciado la ejecución de la obra en 1799, cuando llegó la desaprobación de la Corte y fue necesario interrumpirla.

Más tarde, cuando gracias a los esfuerzos de Belgrano, el Rey consentía en la creación de una Escuela de Náutica, la que fue instalada el 26 de noviembre de 1799, el ingeniero geógrafo Pedro Cerviño y el agrimensor Juan Alsina, obtenían las cátedras por oposición, siendo Azara uno de los examinadores.  Allí enseñó matemáticas, geometría e hidrografía, junto con el salteño Francisco Gavino Arias (1732-1808).

Con motivo de la distribución de premios en aquella Escuela, el 13 de marzo de 1802, Belgrano pronunció un discurso, en el que se expresó así: “Don Pedro Antonio Cerviño, a quien todos conocemos, es acreedor a estos títulos.  Las pruebas que ha dado en servicio del Monarca y del Estado en obsequio de los particulares y de cuantos han ocupado sus talentos justificarían mi proposición, pero no hablo a esos, no, ya sabéis su desinterés, su sabiduría y su aplicación manifestadas en esta academia.  Cerviño llevado sólo del deseo de propagar sus ideas y de ser útil al Estado, se presenta gustoso a la palestra, obtiene la victoria como un valeroso atleta, da a conocer sus talentos e instrucción y los examinadores a pública voz lo proclaman primer Director; defiere este Consulado al justo voto, le confiere la plaza y le posesiona de ella bajo la condición predicha”.

Por orden del Virrey Avilés, levantó un plano general de Buenos Aires y practicó estudios topográficos en la Ensenada de Barragán, y al miso tiempo que se ocupaba de estos trabajos de carácter local, Cerviño seguía el movimiento intelectual del viejo mundo, siendo su casa el centro de reunión de los pocos hombres de labor literaria y científica con que contaba por entonces la capital del Virreinato.  Fue también colaborador del “El Telégrafo Mercantil”, dirigido por el coronel Cabello y Mesa, así como también, de “El Semanario de Agricultura y Comercio”, dirigido por Hipólito Vieytes.

Durante las invasiones inglesas combatió valerosamente al frente del Tercio de Gallegos, en calidad de comandante, cuerpo que sumaba 510 hombres y del cual recibió la confirmación de su cargo de teniente coronel por Real Orden expedida en Sevilla el 13 de enero de 1809.  Durante los agitados días de mayo de 1810, sus ideas fueron así formuladas: “Que se forme una junta de Gobierno de vecinos buenos y honrados a elección del Excelentísimo Cabildo, que a nombre del Rey Nuestro Señor Don Fernando Séptimo, atienda a la Gobernación y Defensa de estos Dominios, cuyo presidente, puede ser el Excelentísimo Señor Virrey, convocado a las ciudades interiores para que también sus vocales vengan”. Aparte de algunos adherentes civiles, el único voto de militar que obtuvo esta propuesta fue el del comandante Terrada.

Establecida la Junta, Cerviño fue uno de los pocos peninsulares que se puso a su servicio.  Cuando en 1812 el gobierno creó la Academia de matemáticas, Cerviño fue nombrado su director.  En 1814 levantó un plano topográfico de la ciudad, muy curioso, que se conserva en el museo de San Fernando, el que fue grabado en Londres, en 1817.

Este ilustrado español que tantos servicios prestó a nuestro país, falleció en Buenos Aires, el 30 de mayo de 1816, siendo sepultado su cadáver en el convento de San Francisco.  Se había casado con María Bárbara de Barquín y Velasco Tagle Bracho el 9 abril 1802 en Buenos Aires, en la iglesia de Nuestra Señora de la Merced.

Fuente
Ayuntamiento de Campo Lameiro; A Lagoa. Praza da Provincia de Pontevedra.
Genealogía de los Tagle – Personal Ancestral File.
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Turone, Oscar A. – Meteoritos – Historias caídas del cielo
Yaben, jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).

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viernes, 28 de agosto de 2015

General Félix de Olazábal (1797-1841)

General Félix de Olazábal (1797-1841)


Nació en Buenos Aires el 20 de noviembre de 1797, siendo sus padres Benito de Olazábal, natural de Irún, en la provincia de Vizcaya y Matilde de San Pedro Llorente, porteña.  Desde muy joven sus padres, que poseían una sólida fortuna, quisieron destinarlo al comercio, pero sus sentimientos patrióticos le impulsaron a seguir la carrera de las armas, incorporándose  el 12 de febrero de 1813 como cadete de artillería de Buenos Aires.  Posteriormente solicitó y obtuvo el pase a la Compañía de Cazadores del Batallón Nº 7 de Infantería, cuerpo que se acababa de crear y que estaba destinado a incorporarse al Ejército Auxiliar del Alto Perú.  El 26 de julio del mismo año es promovido a teniente 1º.

Unas graves dolencias lo obligaron a separarse del ejército y apenas restablecido se incorporó a las fuerzas que operaban en Santa Fe hasta junio de 1816, integrándose después al Ejército de los Andes, que San Martín alistaba en Mendoza.  Olazábal cooperó eficazmente en la organización y disciplina del ejército.  Pocos días después de acometerse la magnífica empresa transcordillerana, el 27 de diciembre de 1816, fue promovido a capitán del batallón Nº 8, en la 1ª compañía.

Se batió en la Batalla de Chacabuco, que es la primera acción de guerra importante que libró el Ejército de los Andes.  Allí el capitán Olazábal tuvo su consagración histórica: al mando de la compañía del Batallón Nº 8 se lanzó al asalto sobre los veteranos españoles en Talavera de la Reina.  En esa cruenta lucha fue herido gravemente de bala en el brazo derecho, causa por la cual no pudo intervenir en la campaña del S. de Chile.  Por su actuación en la Batalla de Chacabuco recibió una medalla de plata otorgada por el gobierno de las Provincias Unidas.

Restablecido de su herida participó de la acción de Cancha Rayada, el 19 de marzo de 1818 y posteriormente en Maipú. Por su comportamiento honroso mereció las condecoraciones otorgadas por los gobiernos de Chile y de las Provincias Unidas a los vencedores de aquella jornada sangrienta y decisiva.

El 10 de junio de 1820 era graduado sargento mayor, en circunstancias en que se alistaba con las legiones que iban a intervenir en la expedición libertadora al Perú, con la cual se embarcó en el puerto de Valparaíso.  Desembarcadas las tropas expedicionarias en la bahía de Paracas, el general San Martín, rindiendo homenaje a la acrisolada honradez y a la inteligencia de este ilustre soldado, lo destinó con una compañía de granaderos a la ciudad de Trujillo, para proteger la independencia de aquel Departamento, que aún lo ocupaban los españoles.  En Trujillo formó el batallón Nº 2 del Perú, cuya jefatura retuvo más adelante, cuando fue ascendido a sargento mayor efectivo con el grado de teniente coronel, el 6 de julio de 1821.

Por motivos de salud el Marqués de Torre Tagle relevó a Olazábal.  Posteriormente con la tropa Nº 2 del Perú participó con valor en la campaña de Quito, especialmente en la célebre Batalla de Pichincha, el 24 de mayo de 1822.  El 23 de junio de ese mismo año recibió la condecoración con el lema: “Libertador de Quito – Año 1822”, recibiendo además otra de oro de parte del gobierno de Colombia y el título de “Benemérito de la Patria en grado heroico”.  San Martín le otorgó la condecoración del “Sol del Perú”.  El 25 de setiembre de 1823 fue nombrado Gobernador Intendente de la provincia de Ica y en diciembre Comandante General de la Costa Sud, ya con el grado de coronel.

Al producirse la sublevación del Callao, el 5 de febrero de 1824 el general Bolívar lo elige para parlamentar con los sublevados de aquella fortaleza.  Estos, violando las leyes de la guerra lo tomaron prisionero, siendo libertado gracias al teniente coronel Niceto Vega, ligado a Olazábal por una fuerte amistad, quien se ofreció para ocupar su lugar.  Su proposición no fue aceptada, pero al siguiente día Olazábal recobró su libertad.

Olazábal se trasladó a Trujillo con su familia y luego fue comisionado por el general Cirilo Correa para conducir a Buenos Aires todos los oficiales que existían del antiguo Ejército de los Andes.  Se presentó al Gobierno de Buenos Aires el 2 de julio de 1825. 

El 22 de abril de 1826 se incorporó al Ejército de Observación, que bajo el mando del general Martín Rodríguez, acababa de vadear el río Uruguay, listo para comenzar las operaciones contra el Imperio del Brasil.  Allí organizó el Batallón 1º de Línea, que tomó después la denominación de 5º de Cazadores.  En la Batalla de Ituzaingó el coronel Olazábal acreditó una vez más sus excepcionales calidades de hombre de guerra: destacado por el general Alvear para ocupar muy temprano una colina que éste consideraba, era la llave de la posición, lo hizo acompañado por la batería mandada por Martiniano Chilavert y el 1er Cuerpo mandado por el general Lavalleja.  Durante las primeras fases de la batalla sostuvo con decisión el fuego de su batallón, disputando el terreno que ocupaba a los enemigos, hasta que la llegada de los restantes cuerpos del Ejército Republicano alivió la ruda tarea del 5º de Cazadores.  Por su comportamiento el coronel Olazábal recibió el escudo y el cordón de honor acordado a los vencedores de aquella gloriosa jornada.

En 1827 se incorporó a las fuerzas sitiadoras de Montevideo.  A su regreso a Buenos Aires, el gobernador Dorrego lo nombró subdelegado de Marina del Salado y comandante militar de la Costa Sud.  En dos ocasiones rechazó ataques brasileños al puerto del Salado. 

El coronel Olazábal acompañó al general Lavalle en el movimiento del 1º de diciembre, y juntamente con otros jefes firmó un Manifiesto explicando su pronunciamiento en aquella grave emergencia.  Pero la actitud de Olazábal estuvo de inmediato en desacuerdo con el general Lavalle, pues hizo esfuerzos para evitar el fusilamiento de Dorrego, y este hecho aumentó su disidencia con los hombres que dominaban la situación.  Sus ideales se inclinaron a favor del sistema federal de gobierno, al igual que Dorrego.

En 1831 marchó a Córdoba contra el general Paz.  A fines de ese mismo año fue propuesto por Juan Manuel de Rosas a la H. Sala de Representantes para la jerarquía de coronel mayor, ascenso que le fue acordado.  En 1833 fue elegido diputado a la Legislatura y nombrado Jefe de Policía.

En octubre de 1833, con motivo de la Revolución de los Restauradores,  mandaba una parte de las fuerzas del gobernador Balcarce.  La caída de este impuso a Olazábal la emigración al puerto de Las Vacas (hoy Carmelo, Uruguay).  Luego se radicó en Montevideo, donde permaneció en compañía de su esposa. Manuela Cagigas y Martínez,  y sus ocho hijos. Allí falleció el 18 de octubre de 1841.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
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Yaben, Jacinto R. – Biografías Argentinas y Sudamericanas -  Buenos Aires (1939.

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SAN JUAN BOSCO “DON BOSCO” “Patrono de la Patagonia”

SAN JUAN BOSCO “DON BOSCO” 

“Patrono de la Patagonia”



La figura histórica del popular sacerdote conocido como “Don Bosco”, está vinculada a la historia argentina, si bien el personaje nunca se encontró físicamente dentro de nuestro país y ni siquiera en América.  Fundador en Italia de la Sociedad de San Francisco de Sales (salesianos, hoy Sociedad Don Bosco), y del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora (salesianas), como también de la Pía Unión de Cooperadores Salesianos, Don Bosco –elevado a los altares por la Iglesia Católica con el nombre de San Juan Bosco-, está presente en el desarrollo histórico argentino a través de sus obras, y especialmente, por sus gestiones, lograda con toda eficacia, para que las mismas arraigaran en nuestras patrias, en particular, con las misiones en la Patagonia.
De familia modestísima, nació en Bechi, en el Piamonte (Italia), el 16 de agosto de 1815, siendo hijo de los labradores Francisco Bosco y Margarita Occhiena.  Al día siguiente de su advenimiento recibió las aguas del bautismo, haciendo su primera comunión el 26 de marzo de 1816.  Nueve años más tarde, el 25 de octubre de 1835, vistió la sotana en Castelnuovo mientras cinco años después ingresó al Seminario de Cheri, ordenándose sacerdote en Turín el 5 de junio de 1841.
De inmediato dio comienzo a su apostolado social entre la juventud, fundando con Bartolomé Gaselli el 8 de diciembre del mismo año, la Obra de los “Oratorios Festivos”, con la cual se instaló más tarde, acompañado por su madre, en el barrio turinés de Valdocco.  Así surgió la institución salesiana aprobada definitivamente por la Santa Sede, el 3 de abril de 1874.
En ese ínterin, Don Bosco en 1854, tuvo varios repetidos sueños que él mismo consignó en su “Diario”, y que mucho le impresionaron: vio rostros e indumentarias de indios patagónicos rodeando al entonces niño Cagliero –su discípulo y el más tarde Cardenal Cagliero-; vio también a misioneros de su congregación predicando ante esos indios en la región de las pampas argentinas, etc..  Todo ello, sin duda, por la impresión que habían dejado en su espíritu diversas lecturas referentes a nuestra Patria.
A raíz de los sueños se interesó por conocer muy a fondo la historia, la geografía, la etnografía y la vida argentina en todos sus aspectos, convirtiéndose en un documentado conocedor de la Patagonia a través de las noticias recogidas desde distintas fuentes.
Veinte años después de aquellos sueños, un amigo suyo que residía en la Argentina, el presbítero Dr. Pedro Ceccarelli, párroco de San Nicolás de los Arroyos, intensificó las primeras gestiones para que los misioneros salesianos pudiesen arribar a nuestro país.  Así se completaron los conjuntos, trámites que otro amigo de Don Bosco, el señor Juan Gazzolo, cónsul argentino en Savona, venía realizando al respecto, tanto ante las autoridades eclesiásticas y civiles de la Argentina, como ante el propio sacerdote.
Todas esas gestiones cristalizaron en el envío de la “Primera Misión Salesiana a la Argentina”, dirigida por el Padre Juan Cagliero.  La misma partió desde Génova a bordo del vapor “Savoia”, el 14 de noviembre de 1875, desembarcando un mes más tarde en Buenos Aires. 
Al año siguiente, a pedido del Papa Pío IX, Don Bosco presentó a la Santa Sede su notable “Memorándum para el estudio de la creación de la Prefectura Apostólica en la Patagonia Argentina”, verdadero documento de civilización y apostolado en esas regiones entonces irredentas a la fe y poblada por indígenas en estado salvaje
El 17 de abril de 1876, Don Bosco reunió un Capítulo salesiano donde propició la fundación de “un cordón de colegios salesianos a lo largo de las puertas de la Patagonia”, como bases para la formación de misioneros autóctonos encargados de convertir a los salvajes.  Desde entonces, los afanes del Padre Bosco no cesaron al respecto, manteniendo frecuente correspondencia con el Arzobispo de Buenos Aires, Mons. León Federico Aneiros, e instalando a sus misioneros radicados ya en la Argentina, en especial a Cagliero y a Costamagna, para que se internaran cuanto antes a la Patagonia.
En 1877, cuando el Arzobispo Aneiros visito Roma tuvo por acompañante al P. Bosco, y con él pasó a Turín el 26 de junio del mismo año.  Por ello, se concedió a los salesianos que desempeñaran la acción misional en la Patagonia, hecho concretado con fecha 4 de agosto de 1879, según carta que, desde Buenos Aires dirigió Mons. Aneiros al fundador de los salesianos.
Cumplido ese sueño Don Bosco, siguió interesado por ver los frutos de su obra.  El 14 de abril de 1883, pronunció una notable conferencia sobre “La Patagonia Argentina”, en la tribuna de la Sociedad Geográfica de Lyon (Francia).  En 1884, cursó correspondencia con José Manuel Estrada, en oportunidad de celebrarse en Buenos Aires, el 1º Congreso Católico Argentino.
Después de una fecunda y sacrificada existencia llena de fructíferos trabajos, traducidos en fundaciones, redacciones de textos y obras de pedagogía, viajes por Francia y España, etc., falleció en Turín, el 31 de enero de 1888.  Durante su agonía, Mons. Cagliero, que acababa de regresar desde la Argentina, le presentó una indiecita patagónica a fin de que la bendijese.
Según el retrato que traza Mons. Borgatti, era Don Bosco “de estatura proporcionada, ágil de cuerpo, de aspecto agradable.  Su rostro rollizo oval; la frente amplia y serena, regulares la nariz y los labios, siempre dispuesto a la sonrisa suave y amable; bien torneado y gracioso el mentón; los ojos, penetrantes, negros, tornasolados; la cabeza, adornada de rizados cabellos, rubios canos, como las cejas”.  La Iglesia Católica lo declaró venerable, el 23 de julio de 1907; beato el 2 de junio de 1929, y santo, el 1º de abril de 1934.  Una ley argentina lo declaró Patrono de nuestra Patagonia, y su nombre es recordado en un pueblo de la provincia de Buenos Aires  Una calle de la ciudad lleva su nombre, como también distintos colegios salesianos.
Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1985).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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