viernes, 4 de septiembre de 2015

JUAN PEDRO ESNAOLA

JUAN PEDRO ESNAOLA


Nació en Buenos Aires, en aquel entonces capital del Virreinato del Río de La Plata, el 17 de agosto de 1808. Su padre, natural de Albistur, y su madre oriunda de Segura, pertenecían a dos familias guipuzcoanas de vieja estirpe vasca. Desde temprana edad fue alumno de su tío, el Presbítero José Antonio Picasarri (Segura 1769 – Buenos Aires 1843), quien obligado a abandonar el país por su fidelidad a la corona durante las guerras por la independencia argentina, lo llevó a Europa.  Entre 1818 y 1822 visitan Euskadi, Madrid, París, Roma, Nápoles y Viena, estudiando contrapunto con acreditados maestros.  Cuando regresaron a Buenos Aires tío y sobrino establecieron una Academia de Música donde dieron a conocer en América del Sur la producción de los contemporáneos Dussek,  Rossini y Paër, entre otros.

 Su precocidad como pianista y cantante no le impide emprender, a los 16 años, la composición de sus propias obras para la liturgia como misas, réquiem, salmos, lamentaciones, himnos, motetes. En 1833 comienza a poner en música poemas de sus contemporáneos como Vicente López, Juan Cruz Varela y Esteban Echeverría dando nacimiento a la canción de cámara argentina.  

Junto a Juan Bautista Alberdi y Amancio Alcorta surgió como figura representativa del grupo de los Precursores.  Estos hombres, cuya formación integral les permitió desarrollar tareas en diferentes ámbitos del quehacer político, social y artístico, habían nacido en suelo argentino y fomentaron el nacimiento de una nueva cultura.  Pero mientras que Alberdi sobresalió por su labor en el campo de la filosofía política y Alcorta en el de la economía, Esnaola se destacó por su actividad en el terreno de la música.  En su caso, el funcionario público – Director del Batallón de Serenos (1842) y de la Casa de la Moneda, Juez de Paz de la parroquia de la Catedral al Norte (1852), Presidente del Club del Progreso (1858) y del Banco de la Provincia (1866) – no llegó a eclipsar al compositor, intérprete, pedagogo y organizador de sociedades especializadas.

A Esnaola le tocó vivir en tiempos en los que los músicos no pasaban de ser meros aficionados.  Su ámbito era el de la iglesia, para apoyar a la liturgia, o el de la tertulia, para fomentar el sano esparcimiento.  Los géneros en boga fueron los de la música de salón y la canción.  La primera estaba concebida para la danza, según el más estricto dictamen de la moda: de pareja suelta (minué, cuadrillas, gavota, etc.) hasta 1840; de pareja tomada independiente (polca, vals, mazurca, etc.) durante la segunda mitad del siglo XIX.  Entre ellas, las de Esnaola fueron de las más exitosas de la época. La canción, por su parte, oscilaba entre los aires locales, las melodías españolas o las de estilo italianizante.  Esnaola hizo su incursión en el rubro canzonetta, con páginas tales como La primavera (ca. 1841), con texto en italiano:

Gia ride Primavera
col suo fiorito aspetto…

También era frecuente que en los salones se ejecutaran trozos instrumentales compuestos o transcriptos para clave, piano, arpa, violín, flauta o guitarra, y música de cámara.


Parece que en la Argentina naciente no había nada más seductor que oír cuando una porteña le decía a otra: “este cielito me lleva el alma”.  O bailar una contradanza española, por permitirle a los hombres  “oprimir en sus brazos, alternativamente, a todas esas bonitas mujeres y hasta hacerles declaraciones sin que se ofendan en lo más mínimo: a lo más, dirán ingenuamente: ¡tiene dueño!” (Gesualdo, Vicente: Historia de la Música en la Argentina. Bs. As., Beta, 1961).

Pero al margen del candor de los salones, el país se debatía en luchas políticas tendientes a la organización de la República.  Hecho que se reflejaba en expresiones musicales como la Canción Federal (1843) que compuso Esnaola con texto de Bernardo de Irigoyen:

Guerra, guerra,
al rebelde de Oriente…

Amigo de Juan Manuel de Rosas y de la hija de este, Manuelita, Juan Pedro Esnaola transitó durante sus casi setenta años de vida sin que los embates políticos le hicieran mella.  Seguramente lo marcó la impronta de su tío y padrino, el presbítero José Antonio Picasarri, férreo defensor de la monarquía española, que llegó al exceso de ponerse a la orden de su Majestad para terminar con los levantamientos independentistas de las colonias del Nuevo Mundo.  Esto afectó a Esnaola dado que, al estar bajo la tutela de su tío, sufrió igual suerte que éste: primero la confinación a la Guardia de San Miguel del Monte (1812) y luego la expulsión de la Argentina (1818).  Exiliados en Europa y frente a la dura realidad de una España que, luego de la invasión napoleónica, se hallaba envuelta en el desorden político, Picasarri debió resignarse y enfrentar la derrota definitiva de sus ideales.  Sin más que hacer en este sentido, quien había dirigido la actividad musical de la Catedral de Buenos Aires y ejercido la enseñanza de esta disciplina entre los seminaristas, se abocó a la formación de su sobrino.

Juan Pedro Esnaola había iniciado sus estudios musicales de pequeño junto a José Antonio Picasarri.  Durante el exilio se perfeccionó en el Conservatorio de París y, en forma particular, en las ciudades de Madrid, Viena y Nápoles. Por esa época el joven prodigio ya había compuesto una Colección de piezas de diversas proporciones para piano (Madrid, 1822).

Gracias a la amnistía impartida a los opositores de la revolución por el gobierno de Martín Rodríguez, la familia Esnaola – Picasarri pudo regresar a la Argentina el 29 de junio de 1822.  En el transcurso de ese mismo año el presbítero tomó la iniciativa de fundar junto a su sobrino la Escuela de Música y Canto, reconocida por el ministro de gobierno Rivadavia quien les cedió las salas altas del edifico consular y becas para alumnos.  A partir de ese momento Esnaola no dejó de estar ligado a la enseñanza, ya sea a través de clases particulares (entre sus alumnas figuraba Manuelita Rosas) o de instituciones públicas (Jefe del Departamento de Escuelas nombrado por Sarmiento, en 1858; Presidente de la Escuela de Música de la Provincia, fundada en 1875).

Sus dotes de instrumentista unidas a su formación europea le permitieron descollar con facilidad, interviniendo en memorables conciertos junto a celebridades como el violinista Massoni y el pianista Thalberg (concierto a cuatro manos, 1855). Sin embargo, Esnaola era un intérprete del salón que se negaba rotundamente a subir a los escenarios de los teatros porteños.

Como creador, su prolífera labor estuvo destinada a la música litúrgica, los conjuntos orquestales, las canciones y las piezas de salón. Su principal mérito radicó en que, sin escapar del influjo rossiniano imperante, imprimió en sus partituras características locales que constituyen un verdadero antecedente del nacionalismo musical argentino.   

Uno de los ejemplos más claros lo encontramos en su Minué Federal o Montonero (1845), en el que recreó la especie criolla derivada de la danza europea: un tiempo lento y uno vivo que se alternaban en forma sucesiva para sustentar a la coreografía. Pero la producción de Esnaola, propia de un gran técnico, cobró mayor envergadura que la de sus pares de la época.  El virtuosismo requerido por parte del ejecutante, las dimensiones de sus dos secciones y las variantes que introdujo en cada una de las repeticiones (A B A’ B’ A’’ B’’ A’’’), la alejaban de sus orígenes danzables y la convertían en una verdadera página de concierto.

En las canciones su vocación por reflejar los acontecimientos sociales y políticos del entorno resultó más evidente a causa de los textos.  Recordemos su Himno de Marzo (ca. 1843) dedicado a Juan Manuel de Rosas,

Guarde Dios la vida
Del Restaurador
La Patria le debe
Brillo y esplendor…

o la Canción (1849) para Manuelita en su cumpleaños

En el Prado de Palermo
hay esbelta y olorosa
entre nardos una rosa
que es de carmín su color;
de su cáliz purpurino
que al que se acerca consuela
se ve salir a Manuela
simbolizando el candor

Coro

Cantad argentinos
el día dichoso
natal venturoso
de un ángel de luz

Aun después de Caseros, su vigencia se mantuvo incólume hasta el punto de merecer la responsabilidad de normalizar la versión oficial del Himno Nacional de Parera. Esta tarea le fue encomendada en 1859 por Francisco Faramiñán, con el fin de uniformar las ejecuciones realizadas por las distintas bandas militares y poner límite a las “Grandes Variaciones” que, de acuerdo al gusto generalizado, realizaban los virtuosos nativos y extranjeros.

Con la muerte de Esnaola, ocurrida en Buenos Aires el 8 de julio de 1878, se cerró un capítulo de la historia de la música del país. Según la Gaceta Musical, la del “primero de nuestros compositores, el más renombrado de los músicos argentinos”.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
López Jáuregui, Elena & Broggini, Norberto – Juan Pedro Esnaola 1808-1878.
Mondolo, Ana María – Juan Pedro Esnaola.
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GENERAL JUAN ANTONIO ALVAREZ DE ARENALES

GENERAL JUAN ANTONIO ALVAREZ DE ARENALES



Nació el 13 de junio de 1770 en Villa de Reinoso, situada entre Santander y Burgos (provincia de Castilla la Vieja).  Su padre fue Francisco Alvarez de Arenales, perteneciente a una distinguida familia del Distrito, quien se había propuesto para su hijo una esmerada educación, pero su prematuro fallecimiento cuando Arenales tenía solamente 9 años, malogró estos propósitos.  Su madre fue María González de antiguo linaje de la provincia de Asturias.
A la muerte de su progenitor, Arenales fue educado por su pariente Remigio Navamuel, dignatario de la iglesia de Galicia y desde sus primeros años reveló gran vocación por la carrera de las armas, razón por la cual a los 13 años era dado de alta como cadete en el famoso Regimiento de Burgos.  Por su voluntad pasó en 1784 al Regimiento “Fijo” de Buenos Aires, donde se perfeccionó en las ciencias exactas y preparó su espíritu para acometer las grandes empresas que le tocó en suerte en su larga y brillante carrera.  Su contracción al servicio y su excelente conducta le granjearon la buena disposición de sus superiores.  El virrey Arredondo el 6 de diciembre de 1794, lo promovía a teniente coronel de las milicias provinciales de Buenos Aires y, en la misma fecha, lo transfería con igual grado a las milicias del Partido de Arque (provincia de Cochabamba), nombrándolo el 26 de enero de 1795 subdelegado del mismo partido.  En dos ocasiones en que fue necesario resistir las invasiones portuguesas en la Banda Oriental, acreditó su fidelidad, honor y patriotismo.  El 10 de mayo de 1798 era designado subdelegado del Partido de Curli (Pilaya y Paspaya) en la provincia de Charcas y posteriormente el 18 de diciembre de 1804, pasaba a ocupar el mismo puesto en el partido de Yamparaes, en la misma Intendencia de Charcas.  En estos puestos administrativos, Arenales desplegó su mayor celo en la imparcial aplicación de la justicia, “especialmente en la protección de los indígenas, de cuya suerte se demostró muy especialmente solícito, por ser los más oprimidos”.  Sin embargo progresaba lentamente la infiltración revolucionaria en las colonias españolas de América: el 25 de mayo de 1809 se produce en la ciudad de Chuquisaca una rebelión contra su presidente Ramón García Pizarro, al grito de “¡Muera Fernando VII!  ¡Mueran los chapetones!”, deponiéndolo.  Encontrándose en aquella revuelta el entonces coronel graduado Alvarez de Arenales, simpatiza abiertamente con los rebeldes, no obstante su origen español, motivo por el cual le nombran comandante general de armas; organiza las fuerzas rebeldes poniéndose al frente de ellas, pero el 21 de diciembre llegan los generales Nieto y Goyeneche con tropas realistas y ahogan en sangre la rebelión, tomando preso a Arenales que ingresa en las prisiones del Callao después de permanecer seis meses en los lóbregos calabozos del Alto Perú, sufriendo la confiscación de sus bienes.  En las Casamatas de la famosa fortaleza, Arenales permaneció quince meses, durante los cuales hasta corrió el riesgo de ser fusilado.  Finalmente se evadió y embarcándose para regresar a las Provincias Unidas del Río de la Plata, naufragó en Mollendo, viéndose reducido a la desnudez y más absoluta miseria; logró llegar a las proximidades de Chuquisaca, donde supo con profunda pena el fracaso de los patriotas en la jornada de Huaqui, el 20 de junio de 1811.  Regresa a la provincia de Salta, donde había contraído enlace con María Serafina Hoyos y Torres, fundando su hogar lo que iba a ser una de las principales causas de su adhesión a la Patria naciente y del valor y lealtad con que cooperó a su emancipación.  En un admirable documento que revela su elevación espiritual se dirigió a la asamblea nacional Constituyente, solicitando la ciudadanía argentina, identificándose así con la nacionalidad que contribuía a crear.  En aquella época (1811) vivía a 36 leguas al S. de la ciudad de Salta, entre las montañas y bosques de Guachipas, en su estancia la “Pampa Grande”.
En el año 1812, el general Tristán penetró en la provincia de Tucumán con una fuerza enviada desde Lima por el virrey Abascal, dejando un destacamento en Salta.  Alvarez de Arenales que había sido electo regidor y alcalde del primer voto del Cabildo de Salta, se puso a la cabeza de un movimiento rebelde, el cual fue sofocado por los realistas, lo que obligó a Arenales a ocultarse en Salta, corriendo los mayores peligros, para esquivar la persecución de sus enemigos.  Llegado a Tucumán, justamente después de las victorias de Las Piedras (3 de setiembre de 1812) y de Tucumán (24 del mismo mes y año) allí el general Belgrano no pudo menos que simpatizar con este hombre austero en sus costumbres, estoico por temperamento y tenaz en sus propósitos.  Entre ambos se estableció rápidamente una franca amistad.  El Ejército vencedor prosiguió su avance hacia el Norte, acompañando Arenales a Belgrano en la campaña que terminó con la magnífica victoria de Salta, el 20 de febrero de 1813, que originó la capitulación del general Tristán y en la cual le cupo a Arenales actuación descollante.  El 19 de setiembre de 1818 el Director Pueyrredón le extendió el diploma acordándole el escudo de oro por la acción de Salta.
Por su participación en aquella batalla y por su decisión por la causa libertadora, el gobierno argentino le otorgó los despachos de coronel graduado, el 25 de mayo de 1813 y el 6 de julio del mismo año se le otorgaba la carta de ciudadanía que había solicitado en nota, que como queda dicho, reflejaba su espíritu selecto.  El general Belgrano lo designaba el 6 de setiembre de 1813, para el puesto de gobernador político y militar de la provincia de Cochabamba y de todas sus dependencias.  Cuando se produjeron los desastres de Vilcapugio y Ayohuma, pocos días después, el coronel Arenales quedó cortado en Cochabamba y en completo aislamiento a causa de la retirada del ejército patriota.  “Este bizarro jefe -dice el general Paz en sus Memorias póstumas-, tuvo que abandonar la capital, pero sacando las fuerzas que él mismo había formado y los recursos que pudo, se sostuvo en la campaña, retirándose a veces a los lugares desiertos y escabrosos, y aproximándose otras a inquietar los enemigos a quienes dio serios cuidados.  La campaña que emprende desde este momento el coronel Arenales coronada de triunfos, es su gloria inmortal”.  Aquella campaña tan larga como heroica, fue de consecuencias profundas para la causa de la emancipación americana. 
Mitre en su Historia de San Martín, ha trazado la vigorosa silueta de Arenales, con las siguientes palabras: “Solo hombres del temple de Arenales y de Warnes podrían encargarse de la desesperada empresa de mantener vivo el fuego de la insurrección de las montañas del Alto Perú, después de tan grandes desastres, quedando completamente abandonados en medio de un ejército fuerte y victorioso y sin contar con más recursos que la decisión de las poblaciones inermes y campos devastados por la guerra”.  La fuerza que organizó no pasaba de 200 hombres, con los que emprendió una marcha hacia Santa Cruz de la Sierra, a través de millares de realistas, a los cuales arrolló en todos los encuentros que tuvo con ellos; motivo que inflamó el ardor marcial y retempló las fibras patrióticas de sus subordinados.  Arenales llevó su valor singular hasta el extremo de atacar en La Florida, con 300 hombres, una fuerza realista al mando del coronel Blanco, justamente triple en efectivos: La acción tuvo lugar el 25 de Mayo de 1814 y es uno de los más justos timbres de la gloria de este gran soldado.  “Aún no habían cesado los cantos del triunfo -dice Pedro De Angelis- cuando el coronel Arenales, que se había separado momentáneamente de sus tropas avanzándose en persecución de los prófugos, se vio en la precisión de defender su vida contra 11 soldados enemigos, que lo acechaban para lavar en su sangre la afrenta de sus compañeros.  La lucha fue larga y obstinada, pero al fin sucumbieron los agresores, tres de los cuales quedaron muertos y los demás heridos.  Arenales extenuado por la pérdida considerable de la sangre que manaba de su cuerpo por 14 heridas de sable, hubiera perecido también sin la oportuna intervención de algunos de sus soldados atraídos por las descargas que se oían en las inmediaciones del campo”.  El gobierno de las Provincias Unidas premia tan valeroso comportamiento con el empleo de coronel efectivo discernido con fecha 19 de octubre de 1814 por el Director Supremo Gervasio Antonio Posadas y por decreto del mismo día.  Arenales era nombrado Gobernador Intendente de la Provincia de Cochabamba.  El 9 de noviembre la oficialidad y tropa de la fuerza a sus órdenes recibe un escudo que decía: “La Patria a los vencedores de La Florida”.
San Pedro, Postrer Valle, Suipacha, Quillacollo, Vinto, Sipe-Sipe, Totora, Santiago de Cotagaita, y otros muchos puntos donde sostuvo desiguales combates contra los realistas, constituyen los brillantes de la magnífica corona que ciñó la frente del héroe de la Sierra.  El triunfo de La Florida tuvo influencia preponderante en la guerra de la Independencia, al asegurar la libertad de Santa Cruz, imponiendo la evacuación de las provincias argentinas del Norte, por parte de las fuerzas del general Pezuela.  El 27 de abril de 1815 tomó la ciudad de Chuquisaca y 20 días después Cochabamba, provincia que ocupó totalmente.
Por fin, después de 18 meses de épica lucha y de incesantes fatigas y sorteando peligros a cada instante, Arenales, con su cuerpo de 1.200 hombres levantado casi en su totalidad a expensas de sus pujantes esfuerzos, con armas y elementos que fue sucesivamente capturando a sus enemigos, se incorporó al ejército patriota que iniciaba una nueva campaña en el Alto Perú bajo el mando superior del general José Rondeau.  La Patria había premiado sus esfuerzos, nombrándolo el 30 de octubre de 1814, comandante general de las tropas del interior, cargo que le fue discernido por el propio Rondeau, desde su cuartel general en Jujuy.  Poco después, el gobierno de las provincias Unidas lo promovía a coronel mayor, con fecha 16 de setiembre de 1815 y el 25 de noviembre del mismo se le otorgaba el título honorífico de coronel del Regimiento de Infantería Nº 12.  Después de la desastrosa batalla de Sipe-Sipe, el 29 de noviembre de 1815, Arenales con los restos del ejército se repliega sobre la ciudad de Tucumán.  Algunos juicios o apreciaciones contradictorias que lastimaron su alma de soldado, indujeron a Arenales a solicitar la instrucción de un sumario que pusieron en claro los servicios que había rendido a la causa independiente.  El Director Supremo, general Pueyrredón, con tal motivo, expidió el siguiente decreto:
“Hallándose este gobierno con pruebas irrefragables de la virtuosa comportación, decidido patriotismo y fidelidad del ciudadano de las Provincias Unidas, Coronel Mayor de los Ejércitos de la Patria, don Juan A. A. de Arenales y en el concepto de que cualquiera que fuesen los esfuerzos con que la maledicencia pretenda oscurecer sus distinguido servicios a la causa de la libertad, jamás contrastarán la ventajosa opinión que este benemérito jefe ha adquirido en el concepto público de la gran familia americana, sobreséase en la prosecución de este expediente, que se devolverá al interesado por conducto del General en Jefe del ejército auxiliar del Perú, para su satisfacción, etc. etc.”.  Fue Presidente del Tribunal Militar del Ejército del Norte, ejerciendo el comando en jefe, el general Belgrano.
Batalla de Cerro de Pasco
Permaneció en Tucumán prestando siempre el concurso de una incansable actividad y de sus luces en el desempeño de comisiones importantes siendo posteriormente nombrado gobernador de Córdoba en 1819.  Pero la anarquía se enseñorea del territorio argentino: Alvarez de Arenales no quiere participar en la lucha que destruirá la Patria adoptiva y por tercera vez prefirió hacer el sacrificio de su vida en defensa de la libertad americana, dirigiéndose a Chile a ponerse a las órdenes del general San Martín, que a la sazón preparaba intensamente su expedición al Perú.  “Desde que el general Arenales se presentó al general San Martín en 1820, este le honró siempre con el tratamiento de “compañero”, así en la correspondencia como en el trato familiar, siendo Arenales el único general de los de su tiempo que obtuvo tan señalada y constante distinción hasta en los actos de etiqueta”.  Desembarcado en Pisco el ejército patriota, el 8 de setiembre de 1820, Arenales recibe de San Martín el mando de una División de 1.138 hombres, que debía penetrar en la Sierra, para insurreccionar las poblaciones peruanas al mismo tiempo que abatiera el esfuerzo realista.  Arenales llega rápidamente a las ciudades de Ica (6 de octubre), Humanga (donde entra después de la victoria de Nazca, el 15 de octubre), Jauja y Jauma, produciendo en todas partes un levantamiento general contra la dominación española, capturando numerosos armamentos de las muchas partidas enemigas que encuentra y dispersa.  Alarmadas las autoridades realistas ante tales progresos, despachan al Brigadier O’Reilly para batir a Arenales y sus huestes, teniendo lugar el contacto en el Cerro de Pasco, el cual se produce después que Arenales ha tomado todas las medidas de seguridad, para conocer en lo posible, la fuerza que se aproxima, a fin de lanzar sus tropas al combate en plena seguridad de no caer en una emboscada.  La fuerza realista suma 1.200 hombres; los efectivos contrapuestos son un poco diferentes en lo que a número se refiere, pues  Arenales no puede concentrar sobre el campo de batalla más de 600 hombres.  No obstante esta disparidad, no vacila y ataca con violencia al adversario, que es derrotado completamente y que deja 58 muertos y 18 heridos sobre el campo de batalla y 343 prisioneros incluidos 23 oficiales.  Cayeron además en poder de Arenales dos cañones, 350 fusiles, todas las banderas, estandartes, pertrechos de guerra y demás elementos bélicos escapando el enemigo en la más completa dispersión, pues no lograron hacer partidas de más de 5 hombres, cayendo prisionero en la persecución el propio brigadier O’Reilly.  En conocimiento del espléndido triunfo alcanzado por Arenales, San Martín, el día 13 de diciembre, expidió la siguiente orden del día:
“La División libertadora de la Sierra ha llenado el voto de los pueblos que la esperaban: los peligros y las dificultades han conspirado contra ella a porfía, pero no han hecho más que exaltar el mérito del que las ha dirigido, y la constancia de los que han obedecido sus órdenes para unos y otros se grabará una medalla que represente las armas del Perú por el anverso y por el reverso tendrá la inscripción “A los Vencedores de Pasco”.  El General y los jefes la traerán de oro, y los oficiales de plata pendiente de una cinta blanca y encarnada; los sargentos y tropa usarán al lado izquierdo del pecho un escudo bordado sobre fondo encarnado con la leyenda, “Yo soy de los vencedores de Pasco”.  San Martín extendió el diploma correspondiente al general Arenales el 31 de marzo de 1822.
Así termino la primera campaña de la Sierra, incorporándose Arenales con su División al ejército patriota el 3 de enero de 1821, evocando su presencia los riesgos y duras penalidades sufridas, no obstante lo cual la gloria había cubierto a sus componentes, siendo recibida triunfalmente por sus compañeros de armas.  San Martín recibió de manos del glorioso vencedor del Cerro de Pasco “13 banderas y 5 estandartes, entre las que se habían tomado en las provincias de su tránsito o en el campo de batalla”.  Designado el 19 de abril del mismo año por San Martín comandante general de la División, Arenales inicia su segunda campaña de la Sierra organizando su fuerza con los cuerpos siguientes: Granaderos a Caballo, coronel Rudecindo Alvarado; Batallón de “Numancia” (1º de Infantería del ejército), coronel Tomás Heres; Batallón Nº 7 de los Andes, coronel Pedro Conde; Batallón de Cazadores del ejército, teniente coronel José M. Aguirre y 4 piezas de artillería; a estas tropas debía incorporarse la pequeña fuerza del coronel Gamarra, compuesta de patriotas peruanos.  La División Arenales partió del cuartel general de Huaura, el 21 de abril.  San Martín le ha precedido en su camino triunfal con su famosa proclama a los habitantes de Tarma, en la cual les dice: “Vuestro destino es escarmentar por segunda vez a los ofensores de la Sierra; el General que os dirige conoce tiempo ha el camino por donde se marcha a la victoria; él es digno de mandar, por su honradez acrisolada, por su habitual prudencia, y por la serenidad de su coraje: seguidle y triunfaréis”.  Arenales llega a Oyón el 26 de abril; allí encuentra la División Gamarra, que se le incorpora, la cual está casi deshecha, tal es su estado.  En Oyón, Arenales recibe detalles de las fuerzas realistas que se hacen ascender 2.500 hombres de línea.  Reorganizadas sus tropas, Arenales prosigue su avance el 8 de mayo en dirección a la Sierra.  El 12 llega a Pasco.  En persecución de Carratalá llegaba el 17 de mayo a Carguamayo; el 20 estaba con su división en Palcamayo, el 21 en Tarma, y el 24 de mayo llega a Jauja.  El armisticio de Punchauca, celebrado entre San Martín y el Virrey Laserna, interrumpió las operaciones en la Sierra, pero si bien este acontecimiento fue solemnemente propicio a Carratalá, no le fue menos a Arenales, que se entregó tesoneramente a la tarea de reorganizar e instruir sus valientes tropas.  Terminado el plazo de 20 días de armisticio, que empezó a contarse desde su concertación el 23 de mayo, el día 29 de junio Arenales prosiguió sus interrumpidas operaciones, día que ocupó por la fuerza el pueblo de Guando, capturando íntegra la compañía de cazadores del batallón realista “Imperial Alejandro”, pero una nueva suspensión  de las hostilidades concertada por el General en Jefe, que le fue comunicada aquel mismo día, obligó a Arenales a detener la marcha victoriosa que había iniciado sobre Carratalá.  El general patriota regresó a Jauja, donde se encontraba el 9 de julio, fecha en que le llegó la noticia de que el general Canterac había salido de Lima con 4.000 hombres, recibiendo Arenales en el mismo día, el parte e la dirección de marcha que seguía el jefe español.
Inmediatamente se reunió una junta de guerra, la cual por unanimidad, resolvió marchar al encuentro del ejército español, para atacarlo al pasar la cordillera; con este fin, el 10 se puso en marcha Arenales con su vanguardia por la ruta de Guancayo e Iscuchaga; el 12 llegaba la División al primer punto nombrado, donde hizo alto; allí recibió Arenales a las 10 de la noche la noticia de que Canterac ya cruzaba la cordillera en dirección conocida hacia Guancavélica.  En la madrugada del 13, la División prosigue su marcha con objeto de dar alcance a la vanguardia enemiga y batirla, pero no era aún de día cuando llegó un chasque conduciendo pliegos de San Martín, en los cuales le anunciaba la ocupación de Lima por el ejército libertador.  Simultáneamente y en carta aparte, el General en Jefe encarecía a Arenales que de ningún modo comprometiera su División en un combate, mientras no tuviera la plena seguridad de vencer, que por lo tanto, si era buscado por el enemigo, se pusiese en retirada hacia el Norte por Pasco, o hacia Lima por San Mateo, lo que dejaba a su discreción y prudencia”.  Arenales, al recibir estas instrucciones ordenó detener la marcha a sus cuerpos que estaba orientada con el fin de buscar a Canterac, para batirlo.  Las fuerzas patriotas bajo su comando, sumaban 1.300.  Ante las órdenes recibidas, Arenales resolvió regresar a Guancayo y finalmente, a Jauja, donde llegó el 19 de julio.  Después de la batalla de Ayacucho, el general Canterac confesó al general Sucre “que no sabía cómo Arenales no le atacó en aquella vez: que tuvo por cierta su derrota, si se le hubiese comprometido a un ataque, cuando tampoco podía eludirlo a causa del mal estado de sus tropas y animales”.  En la noche del mismo 19 de julio, Arenales recibió del Generalísimo más claras y terminantes instrucciones en el sentido de que la División se pusiera fuera de todo compromiso lo más prestamente posible, indicando en las mismas las direcciones en que convenía ejecutarlo.  En la madrugada siguiente Arenales se puso en marcha en la dirección señalada por San Martín, cumplimentando sus disposiciones.  El 24 de julio estaba en el pueblo de Yauli, llegando a mediodía a la cima de la cordillera.  Desde allí, el camino de San Mateo conduce a Lima.  Arenales descendió la cumbre con ánimo de situarse en San Mateo y esperar allí nuevas órdenes; este punto dista 26 leguas de Lima y 9 o 10 de la cumbre, pues el intenso frío reinante lo decidió a seguir su marcha hasta San Juan de Matucana, distante 19 leguas de Lima a donde llegó el día 25.  Finalmente, el 31 de julio, Arenales recibió orden del Protector de replegarse sobre Lima con su División, la cual abandonó la quebrada de San Mateo y entró en la Capital en los primeros días de agosto con más de 1.000 hombres menos de los que contaba cuando salió de Jauja, como resultado de la deserción que sufrió por parte de los milicianos peruanos, al abandonar la región de la Sierra, en cumplimiento de órdenes superiores.  El pueblo de Lima recibió a la División con particulares demostraciones de aprecio, saliendo fuera de las murallas considerable gentío que acompañó a la División medio desnuda hasta sus cuarteles en medio de los vivas más entusiastas.  Arenales anticipó su entrada, vestido de paisano “pues nunca gustó de este género de cortesía y mucho menos en aquella ocasión en que creía haber menos motivos para ellas”.  El 28 de julio se había proclamado solemnemente la Independencia del Perú.  Arenales, el 22 de agosto de 1821, fue designado por el Protector, Presidente del departamento de Trujillo y comandante militar del mismo en el cual, siguiendo las instrucciones de San Martín, formó y disciplinó dos batallones de infantería y dos escuadrones de cazadores a caballo, enviando a Lima, además, a 1.800 reclutas de acuerdo con el general Sucre, gobernador de Guayaquil que había concertado el plan de libertar a Quito, cuando una grave enfermedad postró a Arenales, que se vio forzado a ceder a otro la gloria de Pichincha.  Restablecida su salud, Arenales fue llamado a Lima para encargársele la expedición a Puertos Intermedios, comando que rehusó y fue en cambio otorgado al general Alvarado.  Arenales no aceptó aquel comando no obstante haber declarado Sucre que serviría a las órdenes de aquél, “pues le reconocía su antigüedad y méritos y ser Arenales un acreditado general”.
En cambio aceptó el cargo de comandante en jefe del ejército del centro para expedicionar a la Sierra; pero no pudiendo realizar esta campaña por falta de recursos Arenales pidió sus pasaportes para el Río de la Plata, pretextando que sólo continuaría en el mando si el gobierno le garantizaba recursos y el apoyo de su autoridad.  Recibió la promesa gubernativa de este apoyo y de aquella garantía, pero en realidad no se cumplimentó nada ante sus justificadas demandas, poniéndose por el contrario, la situación día a día más crítica.  El Congreso quiso premiarlo y le acordó una medalla de oro con la inscripción: “El Congreso Constituyente del Perú al mérito distinguido”.  Agradeciendo Arenales este honroso y merecido premio expuso ante el Congreso Peruano cuál era el estado de su División en la segunda campaña de la Sierra y su incapacidad para buscar al enemigo.  No consiguiendo su objeto, a pesar de su insistencia, se vio obligado a pedir sus pasaportes, sintiendo la necesidad de ver a su familia después de una ausencia de cinco años, la cual por esta causa carecía de lo más necesario.  Ante tan imperiosa demanda, el Congreso decretó socorros para la familia del general Arenales, a cuenta de sueldos y premios acordados por la Municipalidad.  Entre otros nombramientos y honores que había recibido del gobierno del Perú, aparte de los señalados en el curso de esta biografía, conviene destacar: Fundador de la Orden del “Sol del Perú”, el 10 de diciembre de 1821; Gran Mariscal del Perú, el 22 de diciembre del mismo año.  La medalla acordada por decreto del 15 de agosto de 1821 y discernida el 27 de diciembre del mismo; Consejero de la Orden del “Sol del Perú”, el 16 de enero de 1822, con la pensión vitalicia de 1.000 pesos anuales; Jefe del Estado Mayor General de los Ejércitos del Perú el 25 de igual mes y año, el ya citado nombramiento de General en Jefe del Ejército del Centro, discernido el 14 de diciembre de 1822, por el general San Martín.  En Chile el 28 de marzo de 1822 había sido condecorado con la “Legión del Mérito” y el 14 de noviembre de 1820 el Director O’Higgins le otorgaba los despachos de Mariscal de campo de aquel Estado.
Después de su representación ante el Congreso peruano, el sufrimiento del Ejército llegó a su colmo y el inflexible Arenales se vio en la imprescindible necesidad de elevar una queja formal firmada por todos los jefes del cuerpo, a nombre del Ejército, señalando el abandono en que éste se hallaba, al cual no se reponían las bajas siempre crecientes, haciendo resaltar los males palpables resultantes de esa inacción, terminando su exposición con la súplica de que se emprendiera la campaña de la Sierra que abriría nuevos recursos a la capital y destruiría en parte el descontento general que produce la inacción y la miseria.  Alejado del Perú, pasó a Chile, llegando a la provincia de Salta, donde fue elegido gobernador el 29 de diciembre e 1823.  A los cuidados de la administración interior se reunieron otros que interesaban a toda la República.  Arenales fue comisionado por el gobierno el 22 de marzo de 1825 para atacar al general español Olañeta, que después de la jornada de Ayacucho permanecía al frente de una fuerza realista entre el desaguadero y Tupiza, y para cumplimentar esta orden marchó con una División para dispersarla.  El coronel Carlos Medinaceli perteneciente a las fuerzas del general Olañeta se sublevó contra su jefe y se produjo un choque entre ambos bandos, el 1º de abril de 1825, en Tumusla, donde pereció Olañeta.  Medinaceli y casi todo el resto de la fuerza realista, se entregó a Arenales, terminando así, completamente la guerra de la Independencia sudamericana.  Por ese tiempo tuvo lugar el pronunciamiento de Tarija en provincia independiente dirigiéndose Arenales al gobierno nacional, cuyo apoyo le falló a causa de la guerra que acababa de declararse al Brasil y las reclamaciones de Arenales quedaron suspendidas por disposición superior en virtud de la misión de Alvear destinada a entrevistarse con Bolívar.  Los esfuerzos posteriores del general Arenales, tendientes a evitar la desmembración, no fueron suficientes para eludirla por la influencia decisiva del caudillo colombiano.  En 1826 realizó una exploración de las costas del río Bermejo, buscando la posibilidad de su navegación, de acuerdo con una compañía constituida a tal efecto, y proyectó un camino de acceso al mismo, a la par que trazaba un plano defensivo contra los indígenas.  Poco antes se había concentrado en la tarea de organizar un cuerpo de 500 hombres para engrosar las fuerzas que alistaba la República para combatir con el imperio del Brasil.  Fue en mérito a tantos afanes y desvelos, que el presidente Rivadavia le otorgó con fecha 7 de agosto de 1826, el empleo de Brigadier de los Ejércitos de la Patria.  El 11 de febrero de este mismo año el ministro de Guerra por orden de Rivadavia nombró a Arenales “General de todas las tropas existentes en Salta”.
“El general Arenales –dice uno de los biógrafos- estrechamente ligado al gobierno presidencial, y sobre todo a la persona de Rivadavia, era la principal columna con que el gabinete presidencial contaba para organizar un poderoso grupo de fuerzas, que apoyando a Lamadrid en Tucumán, pudiera servir para desalojar de la provincia de Santiago del Estero a Ibarra, a Bustos de la provincia de Córdoba, para establecer en ambas el partido enemigo de éstos caudillos, que por lo mismo empezaba a llamarse liberal, y sofocar por fin en La Rioja la naciente nombradía de Quiroga”.  No alcanzó a realizar sus propósitos, pues en Salta se preparaba una asonada con el objeto de deponerlo, pretextando sus enemigos de que quería perpetuarse en el mando; el movimiento estalló encabezado por el Gral. Dr. José Ignacio Gorriti, el 28 de enero de 1827, y después de algunas incidencias, el movimiento se resolvió en el combate de Chicoana, el 7 de febrero, resultando exterminado, pues sólo se salvó un soldado.  Arenales se vio obligado a refugiarse en Bolivia, cuyo presidente el general Sucre, lo trató con toda deferencia.  Se dedicó a las faenas rurales para subvenir al mantenimiento de su numerosa familia.  Arenales estuvo casado con Serafina de Hoyos, con la cual tuvieron muchos hijos. 
Una inflamación de garganta terminó con su vida en Moraya (Bolivia) el 4 de diciembre de 1831.
Fuera de los cargos y comisiones que se han detallado, el general Arenales fue designado el 23 de julio de 1823 por el ministro Rivadavia, para determinar como Representante de las Provincias Unidas del Río de la Plata, la línea de ocupación por parte del Perú, entre las autoridades españolas y las de los territorios limítrofes, especialmente el de estas provincias.  Para cumplimentar tal misión, debió trasladarse a Salta, donde se situó.
Frías dice: “Arenales, solo ya, sigue peleando sin pensar en rendirse.  Un feroz hachazo le tiene el cráneo abierto en uno de sus parietales.  Su cara está tinta en sangre.  Otro tajo horrible le abre desde arriba de la ceja hasta casi el extremo de la nariz, dividiéndola en dos; otro le parte la mejilla derecha, por bajo el pómulo, desde el arranque de la sien hasta cerca de la boca.  En fin: trece heridas tiene despedazada su cara, su cabeza y su cuerpo –por lo que sus adversarios le llamarían con el apodo de “El Hachado”- y todas están manando sangre; pero él defiende la vida haciéndola pagar caro”.
“El bravo general sigue peleando solo, sin pensar en rendirse.  Todos sus demás enemigos están heridos por su espada; más uno de ellos, que logra colocarse por detrás, le da un recio golpe con la culata del fusil; le hunde bajo de la nuca el hueso, derribándolo al suelo sin sentido, y boca abajo; con lo que lo dejaron por muerto, y continuaron la fuga”.
Repatriación de sus restos
El historiador Fermin V. Arenas Luque aportó datos valiosos en cuanto al destino que sufrieron los restos mortales de héroe de “La Florida”: “Cuando un terrible temblor sacudió al pueblo de Moraya, la iglesia parroquial se derrumbó.  Las sepulturas se removieron y por esta macabra circunstancia algunas fueron objeto de actos profanatorios.  Con el propósito de que pudiese ocurrir lo mismo con los restos de Arenales, el coronel Pizarro los sacó del lugar en que se hallaban y los depositó en el osario común, excepto la calavera, que quedó en poder de dicho militar”.  Tiempo después, en 1874, la calavera del prócer fue remitida desde Moraya a Buenos Aires, para ser entregada a su hija María Josefa Alvarez de Arenales de Uriburu, permaneciendo en poder de sus descendientes hasta fines de la década de 1950.
A lo largo del Siglo XX, en la provincia de Salta, se promovieron múltiples iniciativas tendientes a tributarle los debidos homenajes y el justo reconocimiento por la sobresaliente actuación del general Arenales, una de ellas, de gran significación, fue la que impulsó al Primer Arzobispo de Salta, el insigne monseñor Roberto J. Tavella, quien interpretó cabalmente el deseo de los salteños para que sus restos descansen en la tierra en donde consolidó su hogar y en la cual ejercitó su mandato como gobernador.  Monseñor Tavella decidió contactarse con los descendientes directos del prócer en Salta, sus sucesores Uriburu Arenales, que a la sazón la integran las familias: Castellanos Uriburu y Zorrilla Uriburu, al tiempo que remitió una carta a los otros miembros de la familia Uriburu Arenales, residentes en Buenos Aires, con el objeto de solicitarles la remisión de sus restos mortales, a fin de que los mismos descansen en el Panteón de las Glorias del Norte, en virtud de los nobles servicios prestados a la Patria.
En uno de los párrafos más salientes de la misiva de Monseñor Tavella al doctor Guillermo Uriburu Roca afirmaba: “… la presencia de esta reliquia, vendría a completar la constelación sanmartiniana de Arenales, Alvarado, y Güemes, los puntos básicos de la estrategia del Gran Capitán, que tendrán en el Panteón de las Glorias del Norte de nuestra Catedral, el reposo junto con la admiración de Salta, su tierra amada, y de todos los americanos”.  En la Capital Federal, reunidos los sucesores del prócer en el domicilio de la señora Agustina Roca de Uriburu, estos procedieron a labrar una escritura pública por la entrega de tan inestimable tesoro familiar, ante el escribano Luis. M. Aldao Unzué, encontrándose presentes en esa ocasión los doctores Atilio y Pedro T. Cornejo, quienes posteriormente trasladaron la urna provisoria a Salta.
Una vez arribados a Salta, monseñor Tavella convino en atesorar dicha reliquia en la Capilla Privada del Arzobispado, hasta tanto se concluyesen con los trabajos de armado de la urna definitiva.  Posteriormente en la sede del Comando de Ejército con asiento en Salta, y ante la presencia de autoridades civiles, militares eclesiásticas y miembros de la familia del prócer, uno de sus sucesores, don Federico Castellanos Uriburu procedió a introducir la calavera de su antepasado en la urna que actualmente se encuentra en el referido Panteón.
De este modo, aquél joven español, que se sumara con denuedo a la guerra por la libertad americana y que luego de sobrellevar una existencia fraguada de triunfos y contrastes, hoy es motivo de tributo y gratitud del pueblo salteño y de los miles de hombres y mujeres que visitan Salta.  Todo lo entregó en aras de sus ideales independentistas, legando para la historia, su testimonio de nobleza humana y su gallardo temple militar.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Frías, Bernardo – Historia del general D. Martín Güemes y de la Provincia de Salta de 1810 a 1832.
Paz, José María – Memorias póstumas.
Portal Informativo de Salta
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938)
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miércoles, 2 de septiembre de 2015

Carlos Luis Spegazzini

Carlos Luis Spegazzini



Nació en Bairo, distrito de Ivrea, Piamonte (Italia), el 20 de abril de 1858, hijo del general del ejército piamontés Luis Spegazzini y Carolina Turina, perteneciente a una familia de diplomáticos.  Hizo sus primeros estudios en el famoso colegio Marco Foscarini de Venecia, e ingresó más tarde a la Scuola Enologica di Conegliano, donde se recibió en 1879.  Fue su maestro el célebre botánico italiano Pier Andra Saccardo, quien despertó su vocación por la micología y la fanerogamia.  A los 18 años le comunicó el resultado de sus primeros estudios sobre ciertos hongos parásitos de plantas y sus estados evolutivos.
A fines de 1879, se embarcó con destino al Brasil, pero al llegar a Río de Janeiro, la encontró azotada por una epidemia de fiebre amarilla, por lo que resolvió continuar su viaje a Buenos Aires.  Aquí conoció al doctor Domingo Parodi, bajo cuya protección se hizo coleccionista, organizador de herbarios, preparador de pieles y esqueletos de animales.
En noviembre de 1880, se incorporó al gabinete de Historia Natural de la Facultad de Ciencias Físicas y Naturales, encargado de coleccionar plantas y hacer preparados microscópicos.  Bien pronto realizó excursiones por los alrededores de la ciudad, conoció el Riachuelo, San José de Flores, Recoleta, Palermo e hizo su primera publicación sobre los “Funghi argentini pergillus primus”, en los “Anales de la Sociedad Científica Argentina”.  En esa institución pronunció varias conferencias.
En 1881, denunció en los diarios de la capital, la existencia en el país de la Peronóspora de la vid (plasmofora vitícola).  A fin de ese mismo año, se incorporó a la expedición científica a la Patagonia y Tierra del Fuego en la corbeta “Cabo de Hornos” bajo la dirección del teniente de la marina italiana Santiago Bove, como botánico y representante de la Universidad de Buenos Aires.  Después de haber recorrido varios puntos de la costa patagónica y de la isla de los Estados tuvieron que abandonar en Punta Arenas el “Cabo de Hornos”, porque no se prestaba para la navegación en los canales del archipiélago fueguino, debiendo continuar en la goleta “San José”.  Lamentablemente naufragaron en la bahía  Slogget, pero los náufragos fueron recogidos por el cúter “Allen Gardiner” de las Misiones inglesas, que los llevó nuevamente a Punta Arenas, en donde persistiendo en su empeño explorador alquilaron la balandra “San Pedro” para continuar recorriendo la costa de Tierra del Fuego y luego Río Gallegos y Santa Cruz.  Finalmente se embarcaron de nuevo en el “Cabo de Hornos” y regresaron a Buenos Aires.
Las colecciones hechas por el sabio Spegazzini en esa expedición fueron numerosas y de un gran valor científico  Las correspondientes a la Patagonia, estrecho de Magallanes e islas de los Estados se salvaron por haber quedado a bordo del “Cabo de Hornos”, perdió, en cambio, en el naufragio, lo que había recogido en parte de Tierra del Fuego.  En medio de tanta desgracia, afortunadamente, tuvo la suerte de salvar sus libretas de apuntes que contenían un catálogo minucioso de todas las plantas, tanto fanerógamas como criptógamas observadas en cada localidad visitada y las descripciones detalladas de las especies que le eran desconocidas o de las que por sus flores u otros caracteres merecieron su especial atención.
Durante ese viaje Spegazzini recogió ejemplares de 1.108 especies botánicas (293 fanerógamas, 20 pteridófilas, 461 de hongos, etc.).  Su labor fue elogiada por Bove y también por Alberto de Agostini.  Además, estudió las lenguas y costumbres de los indígenas, su vocabulario, y publicó elementos de su gramática.
En 1883, hizo nuevos viajes a Santa Cruz, y uno de estudio por el norte del país hasta el Chaco y el Paraguay.  Formó parte, en carácter de bacteriólogo, de la comisión encargada de elegir y dictaminar sobre el lugar en que había de fundarse la nueva capital de la provincia de Buenos Aires.  En ésta, que tomó el nombre de La Plata, se radicó en 1884, y contrajo matrimonio con María de la Cruz Rodríguez.  Mientras, en 1883, fue nombrado por la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires para colaborar con el doctor Pedro. N. Arata, director de la Oficina Química creada poco antes.  La Universidad de Buenos Aires le encargó la dirección del Jardín Botánico. 
En 1885, ocupó la cátedra de higiene e historia natural, y luego la de química en el Colegio Provincial de La Plata, recientemente creado.  Dos años después formó parte del personal docente del Instituto Agronómico de Santa Catalina, que pasó más tarde a la Facultad de Agronomía y Veterinaria, encargándosele el curso de patología vegetal.
Spegazzini poseía una vasta y profunda ilustración, así que enseñó, además de la botánica a la cual se dedicó especialmente, zoología, mineralogía, geología, micrografía y química.  Fue designado director general de estudios en 1890, y vicedecano a principios de 1891.  En abril del citado año, por razones de índole económica, el gobierno de la provincia propuso a la Legislatura la clausura de la Facultad.  Spegazzini junto con el veterinario Desiderio Bernier expuso el grave error que tal decisión significaba, consiguiendo salvar a la Facultad.  En la nueva organización conservó la dirección de los estudios hasta 1899.  Volvió a ella en 1905, como miembro del Consejo de Enseñanza.
En 1898, al fundarse el Ministerio de Agricultura de la Nación, Spegazzini asumió la dirección de la sección Botánica y Fitopatología.  Reunió allí junto a su hijo  Propile Luis (fallecido en 1911), el Herbario del Ministerio.  También fue profesor de la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas de la Universidad de La Plata, donde enseñó química analítica; en la Facultad de Química y Farmacia dictó botánica médica desde 1900 hasta su jubilación en 1912.
Siendo Florentino Ameghino director del Museo de Historia Natural, en 1903 lo nombró botánico, desempeñando ese cargo por espacio de veinte años.  Fue consejero, académico y vicedecano de la Facultad de Agronomía de La Plata, donde revalidó su título, miembro correspondiente de academias y sociedades científicas nacionales y extranjeras, socio honorario de la Sociedad Científica Argentina y de la Sociedad Argentina de Ciencias Naturales, académico honorario del Museo de La Plata, fundador de la Sociedad Ornitológica del Plata (hoy Asociación Ornitológica del Plata), y de la Revista Argentina de Botánica.
Participó en numerosos congresos, comisiones nacionales y extranjeras, y su producción científica que se eleva a más de 200 trabajos abarca sobre todo las fanerógamas y los hongos. 
Cuando comenzó sus estudios sobre la flora patagónica, se conocían en la Argentina tan sólo 39 especies de hongos que habían sido recogidos en expediciones anteriores por Alcides D’Orbigny, Charles Darwin y otros investigadores.  Con los estudios de Spegazzini esta cifra se elevó a 2.500.  Puede decirse que el sabio no dejó de explorar rincón alguno de la Argentina que pudiera ofrecer un interés botánico. 
En 1907, con dos de sus hijos y un reducido número de colaboradores, se internó en la selva misionera partiendo de Santa Ana de Loreto por el río Yaberibí hasta el río Chapú, y de allí a Fracán, en donde establecieron su centro de trabajo, llegando en sus incursiones a Yaguaritica, San Pedro, Pepirí-Guazú y hasta las cabeceras de San Antonio.  Se tuvo conocimiento de su regreso a los centros poblados, cuando una nueva expedición estaba a punto de emprender su rescate, considerándolo perdido en la selva.  De esta expedición regresó con más de 6.000 ejemplares botánicos, 4.000 insectos reptiles y rocas.
El Tercer Congreso Internacional de Botánica, reunido en Bruselas, en 1910, incluyó su nombre entre los micólogos más eminentes de la época.
Sus publicaciones son famosas en todo el mundo, por el gran aporte que significaron para la anatomía y sistemática vegetal.  Entre ellas podemos mencionar tres: 1) “Cactasearum platenses tentamen”; 2) “Funghi argentini nova v. critici”, en el que describió aproximadamente 882 especies de hongos argentinos; 3) “Mycetes argentiinenses”, publicado entre 1899 y 1912, en el que trató 1.546 entidades taxonómicas.  En 1925, publicó la “Revista Argentina de Botánica”, en cuatro entregas escritas casi enteramente por él.
Spegazzini era un políglota: dominaba el latín y el griego, hablaba todos los dialectos italianos; el francés, el alemán, el inglés, el castellano, el portugués, los idiomas de la Malasia, el japonés, las lenguas fueguinas, el guaraní, etc.
Falleció en La Plata, el 1º de julio de 1926.  Numerosas y muy demostrativas fueron las honras fúnebres.  Dejó un testamento donando una casa de la Calle 55, Nº 477, al Museo de la Plata, para ser destinada a un Instituto de Botánica que lleva su nombre, incluyendo su instrumental, colecciones, exicata y biblioteca.  La inauguración de este instituto tuvo lugar el 26 de abril de 1930.
El Laboratorio de Farmacología Experimental del Instituto Biológico Argentino, inaugurado en Florencio Varela (Prov. de Buenos Aires), en 1927, lleva también su nombre.  La Sociedad Argentina de Ciencias Naturales decidió consagrar un número íntegro de su revista “Physis” a la memoria de este gran botánico.  Sendas calles de la ciudad de La Plata y Buenos Aires, así como una estación del Ferrocarril Roca, lo recuerdan por su labor científica.
Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1985).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Moncaut, Carlos Antonio – Carlos Luis Spegazzini, el ilustre sabio platense.
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Manuel Roseti

Manuel Roseti


El coronel Manuel Roseti rodeado por dos tenientes del 1º de Línea (actual RI1 “Patricios”)



Nació en Buenos Aires en 1832, oriundo de una distinguida familia porteña. Inició su carrera militar en el sitio de esta capital, en diciembre de 1852, en las filas de la Guardia Nacional, ingresando poco después como subteniente del batallón 1º de línea, que mandaba el coronel Conesa, cuerpo en el que sirvió el resto del sitio, hasta el 13 de julio de 1853.

En agosto de 1854 ascendió a teniente 2º y el 16 de febrero de 1855, a teniente 1º, recibiendo los galones de ayudante mayor, el 12 de febrero de 1856.  En este intervalo de tiempo se halló en varias expediciones que se llevaron a cabo al interior de la provincia de Buenos Aires, a consecuencia de las invasiones realizadas por fuerzas de la Confederación.  A fines de 1856 marchó a la frontera con su batallón, hallándose en los combates que tuvieron lugar con los indios en diciembre de 1857 y posteriormente, en aquellos que se dieron en el Sol de Mayo, los días 16 y 17 de febrero de 1858, en el Arroyo de Pigué.  El 15 de diciembre de 1857 fue promovido a capitán, pasando a mandar la 2ª compañía de su batallón.

En 1859 regresó con su cuerpo a Buenos Aires, siendo destacado de inmediato a la Isla de Martín García, donde permaneció hasta el mes de octubre, incorporándose a principios de éste, al ejercicio del general Mitre, con el cual se aprestaba a rechazar la invasión de las fuerzas de la Confederación, formando parte Roseti del 1º de Línea, a cargo de la 2ª compañía.  En la batalla de Cepeda, el capitán Roseti se batió bravamente a las órdenes del general Conesa, recibiendo un balazo en un hombro, y asistió, a pesar de estar herido, a la famosa retirada sobre San Nicolás, y al regresar con el ejército embarcado en la escuadra, tomó parte en el combate naval sostenido frente a aquella ciudad, así como también, al corto sitio que le fue impuesto a la capital por las fuerzas de Urquiza, hasta el acuerdo del 11 de noviembre.

En enero de 1860 ascendió a sargento mayor graduado y el 14 de junio del mismo año alcanzó la efectividad.  En la campaña de 1861 se halló al frente del batallón 1º de Línea, batiéndose con su bravura acostumbrada, en Pavón, el 17 de setiembre, participando en el avance del ejército vencedor hacia la provincia de Santa Fe, en persecución de las fuerzas de la Confederación, obteniendo Roseti en diciembre del mismo año, el grado de teniente coronel.  Después de la expedición, marchó a la frontera Oeste de la provincia de Buenos Aires, a las órdenes del coronel Julio de Vedia, siendo uno de los fundadores del pueblo “9 de Julio”.  Recibió la efectividad de teniente coronel el 28 de febrero de 1863, y confirmado en el mando del 1º de Línea.  Asistió este último año a la campaña de Córdoba contra el Chacho, a las órdenes de Paunero.  Nombrado por el coronel Vedia, el 18 de octubre de 1864, jefe de la Frontera del Oeste, fue confirmado por el Gobierno el 24 del mismo mes.

Provocada la guerra del Paraguay, marchó con el general Paunero, formando parte del 1er Cuerpo del Ejército: el 25 de mayo de 1865 desembarcaba en Corrientes y en el asalto a la ciudad ocupada por las fuerzas paraguayas, Roseti al mando de dos compañías del 1º de Línea, se batió aquel día con una intrepidez y serenidad admirables, destacando su hermosa figura de soldado y dejando imperecedero recuerdo en las fuerzas beligerantes.

Se halló en la batalla de Yatay, el 17 de agosto; en la toma de Uruguayaza, el 18 de setiembre del mismo año; pasaje del río Paraná, el 16 de abril de 1866; combate de Estero Bellaco, el 2 de mayo; gran batalla de Tuyutí, el día 24 del mismo mes, en la que actuó como jefe de la brigada formada por el 1º de Línea y el batallón San Nicolás.  En esta acción Roseti reveló pericia y buen golpe de vista táctico, prestando oportuna ayuda a otros cuerpos que se habían comprometido imprudentemente en la vanguardia, distinguiéndose el 1º de Línea por una carga a la bayoneta dada oportunamente a una fuerza paraguaya.

En Yataytí-Corá demostró temple de acero, resistiendo con su batallón contra fuerzas superiores, perdiendo 11 jefes y oficiales, entre ellos el mayor Echegaray.  Se halló igualmente en el Boquerón, el 18 de julio de 1866.

En el furioso asalto de Curupaytí, el 22 de setiembre de aquel año, al frente de su brigada, Roseti destacó su figura enérgica entre los soldados: en el transcurso del ataque es herido y sus oficiales lo rodean pidiéndole que se retire; “no es nada”, les dice, y levantando su espada, grita “¡Adelante!”, y más enardecido que nunca, marcha desafiando aquel granizo de plomo y de metralla; es una fuerza misteriosa que le impele a cumplir el glorioso compromiso de su muerte; herido por segunda vez, cae desfallecido.  Algunos de sus compañeros intentan salvarlo, pero el plomo enemigo ocasiona nuevas víctimas, y al pronunciarse el retroceso de los atacantes, el valiente coronel Roseti queda en poder de los enemigos, entre el montón de cadáveres.  Su agonía debió ser dantesca, viendo aproximarse aquellos demonios paraguayos con sus uniformes rojos, poseídos del vértigo de sangre y sin ninguna clemencia para los rendidos o heridos.  Así perdió la Patria uno de sus más valerosos servidores.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).

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martes, 1 de septiembre de 2015

GRAL. JOSÉ RUIZ HUIDOBRO “LUGARTENIENTE DE FACUNDO QUIROGA”

GRAL.  JOSÉ RUIZ HUIDOBRO 
“LUGARTENIENTE DE FACUNDO QUIROGA”
 



Nació en Madrid en 1802, siendo sobrino del teniente general de la Real Armada Pascual Ruiz Huidobro, gobernador de la Plaza de Montevideo y jefe del Apostadero Naval del Río de la Plata en la época de las invasiones inglesas.  Muy joven se incorporó al ejército real y en el año 1820 prestaba servicios en calidad de teniente en el famoso Regimiento Numancia, que mandaba el coronel Tomás de Heres, cuerpo que a fines de aquel año se plegó a la causa de los patriotas, merced a las hábiles maquinaciones del general San Martín, que había invadido el Perú y dirigía con singular acierto su admirable “guerra de zapa”.  El teniente Ruiz Huidobro, en el año 1825, pasó a Mendoza, acompañado de su esposa Petrona Godoy y una hija de dos años, Modesta.  Allí se alojó en casa de su tía política María Josefa Morales de los Ríos, viuda del general Huidobro, nombrado más arriba, que había fallecido en aquella ciudad el 5 de abril de 1813.

El joven Ruiz Huidobro, de figura arrogante y maneras distinguidas, cortés y sociable, gustos de buen vivir y alguna instrucción literaria, posee condiciones amables que le granjean simpatías generales entre la sociedad mendocina.  Se relaciona con la mejor gente de esta ciudad, concurriendo asiduamente a las reuniones sociales, donde despierta admiración por su destreza en el baile y afectos sinceros por su carácter accesible y complaciente.  Al principio resolvió convertirse en actor teatral, instalando una sala de representaciones en el cuartel de los Olivos, en el cual durante dos años cosecha muchos aplausos y dinero, logrando alcanzar una holgada posición.  Pero con esto no vence el hastío y resuelve incorporarse de nuevo en el servicio militar. En aquellos días el coronel José Félix Aldao recibe orden de organizar un regimiento de caballería denominado “Auxiliares de los Andes”, con el fin de incorporarse a las fuerzas que prepara el general Juan Facundo Quiroga para combatir al ejército del general Paz, que se halla en Córdoba; Ruiz Huidobro se incorpora a aquel cuerpo con el grado de capitán.  Por su comportamiento merece después la siguiente anotación en su foja: “Cumplió sus deberes con reconocida inteligencia y ejemplar conducta militar”.  En esta campaña actuó como parlamentario de Quiroga con la guarnición de Córdoba, antes de que esta ciudad se rindiera el 21 de julio de 1829.

Afirma su vocación militar, convirtiéndose en federal fervoroso y trata de neutralizar la hostilidad que le demuestra Aldao, ganándose la buena voluntad de Quiroga.  A fines de julio de aquel año, Ruiz Huidobro colabora en la represión de un tumulto en la Plaza Nueva de Mendoza.  Asiste al combate del Pilar, el 22 de setiembre de 1829.  Ruiz Huidobro contuvo el saqueo de Mendoza, fusilando salteadores.  En la acción de La Tablada ostenta las presillas de sargento mayor del 4º escuadrón del regimiento “Auxiliares de los Andes”, y casi inmediatamente después de aquella sangrienta batalla, Quiroga asciende a comandante al joven mayor de los Auxiliares.

Al regresar a Mendoza después de La Tablada es que se produce el movimiento revolucionario del coronel Moyano; que derrota al gobernador Juan Corvalán.  Aldao marcha contra los revoltosos y los vence en el Pilar.  Moyano es sometido a un consejo de guerra y es condenado a muerte, correspondiendo a Ruiz Huidobro el triste papel de mandar la ejecución, el 23 de octubre.

Prisionero en aquellos momentos inciertos en el Cabildo de Mendoza, Ruiz Huidobro, subleva a los presos de la cárcel, asalta el convento de San Francisco y rinde a su defensor, el capitán Luis Infante.  Por otra parte después de la derrota de La Tablada, Quiroga se propone disciplinar sus tropas, pues se ha convencido que con tropas irregulares no logrará vencer a su adversario; en aquella fatigosa tarea, el joven Ruiz Huidobro presta servicios admirables al riojano, afianzando su prestigio de gran organizador.  El Regimiento “Auxiliares de los Andes” “llegó a un punto de disciplina e instrucción la más completa.  Estaba armado de sable, carabina y lanza.  Vestía uniforme azul, bocamanga azul sajón, cabos de oro, jefes y oficiales”.  Producida la segunda derrota de Quiroga en Oncativo, el 25 de febrero de 1830,  Quiroga se retira a Buenos Aires, llevando consigo al comandante Huidobro, a quien no sólo dispensa ya su favor, sino también su confianza e intimidad.  Ya en abril de 1830, Ruiz Huidobro revista como “Coronel en Comisión, Teniente Coronel, P. M. del Regimiento de Caballería de Auxiliares de la División del General Quiroga.  En el campamento de Manantiales de Ramallo”.

Quiroga permanece un año en Buenos Aires; Ruiz Huidobro durante diez meses cumple la ardua tarea de organizar y disciplinar tropas en los campamentos de Manantiales y Arroyo de Ramallo, Arroyo Dulce, Areco y Pergamino.  En febrero de 1831 aparece como coronel en el campamento de Pergamino.

En estos momentos Facundo Quiroga inicia su tercera campaña contra las fuerzas unitarias que responden al general Paz.  Parte de la provincia de Buenos Aires con escasa fuerza de caballería y lleva como segundo al coronel Ruiz Huidobro; vuela a la región andina “a redimir a los pueblos del cautiverio, a protegerlos y no a oprimirlos”.  Ruiz Huidobro acompaña a Quiroga en la toma de Río IV, el 9 de marzo de 1831; en la derrota y muerte del coronel Pringles, el 18 del mismo mes; en la ocupación de La Rioja, en que el coronel Brizuela subleva la campaña; en la batalla del Rodeo de Chacón, el 28 de marzo, en que dispersa la fuerza de Videla Castillo y penetran ambos en Mendoza, que los recibe en medio de aclamaciones.  Después de esta cadena de triunfos, Quiroga se detiene y comisiona a su favorito, el coronel Ruiz Huidobro en la obra de “organizar y doctrinar un ejército, tal en número, disciplina y recursos, que aventaja a sus aliados y al enemigo”.  A fines de agosto de 1831, Quiroga emprende la marcha sobre Tucumán, impaciente por batir a Lamadrid y su actividad y energía sin tregua, es eficazmente secundada por el antiguo Teniente de “Numancia”.  El 4 de noviembre de aquel año, en los campos de la Ciudadela, Lamadrid sufre una terrible derrota, siendo el coronel Ruiz Huidobro la figura brillante de la jornada, al frente de la caballería federal.  Por su actuación en la batalla, fue ascendido a general sobre el campo,  recibiendo además un premio de 10.000 pesos fuertes.  El 9 de marzo de 1832, el gobierno de la provincia de Buenos Aires, le reconocía el grado de Coronel Mayor de sus ejércitos.

En las primeras semanas de 1832 Quiroga regresa a Cuyo, a recibir los honores el triunfo y a preparar la campaña al Desierto, de antemano convenida con Juan Manuel de Rosas; Ruiz Huidobro pasa a Mendoza a recoger las palmas de la victoria.  Aparece de regreso de sus triunfos, por las calles de Mendoza, a caballo al frente de sus tropas, rodeado de numeroso estado mayor, alta talla, marcial apostura y maneras cultas.  Evidentemente, es un oficial a la europea, como se decía entonces.

Inmediatamente Quiroga se pone en plena actividad para alistar las fuerzas que concurrirían a la expedición al Desierto y nombra al general Ruiz Huidobro jefe de las mismas; el Regimiento “Auxiliares de los Andes” participará de ella al que se le incorporará un contingente de 500 cordobeses, que manda Francisco Reynafé.  La columna parte el 14 de marzo de 1833, rumbo al Sud, y toma el nombre de División del Centro; el día 16 tiene lugar un duro encuentro con la indiada de Yanquetruz; Huidobro destaca condiciones excepcionales para el mando en jefe en aquel encuentro, que dura seis horas y donde los salvajes cargan con violencia inusitada, terminando la batalla con la fuga de las legiones de Yanquetruz.

La División del Centro prosigue su marcha, pero son tales las dificultades que encuentra para subsistir, especialmente por la falta de agua, que no obstante su victoria en Las Acollaradas del 16, se ve obligada a detenerse,  pues en un punto llamado Soben, los indios les arrebatan 1.300 cabezas vacunas para alimento de la División.  El jefe de estado mayor de ésta, coronel Juan Andrés Seguí, es destacado por Ruiz Huidobro, para informar a Quiroga, que se halla en San Juan, de estas dificultades insalvables.  Quiroga ordenó el retroceso.  El coronel Seguí regresa rápidamente a Trapal, donde se encuentra la División y trasmite a su jefe la orden del Tigre de los Llanos, de ir a acantonarse en la plaza de Río IV.  Desde este punto, Ruiz Huidobro alimenta un plan subversivo contra el gobernador Reynafé, de Córdoba, movimiento que fracasa, encabezado por el comandante Juan Esteban del Castillo, el 30 de junio de 1833.  En previsión del fracaso del movimiento, Ruiz Huidobro reinicia días antes su marcha de nuevo al Sur, sobre el Desierto; el 27 de junio está en Huinca Renancó, donde el mismo día se produce un nuevo combate contra los indios.  Quiroga, finalmente interrumpe el avance de la División, ordenando a Ruiz Huidobro, devuelva el contingente de Córdoba y él, con los “Auxiliares”, se mantenga en aptitud de esperar órdenes del gobierno de Buenos Aires.  El 28 de noviembre, Quiroga parte a Buenos Aires a la cabeza del regimiento “Auxiliares de los Andes”.  El 15 de setiembre había entregado Ruiz Huidobro el regimiento de referencia, en San Luis, al coronel Barcala, partiendo él para Buenos Aires, para solicitar al gobierno el juzgamiento de su conducta, delatada por el gobernador Reynafé, como dirigente de la fracasada intentona.  El consejo de guerra formado para fallar la causa, le condena a un arresto, pero seis meses después se manda sobreseer el proceso, declarándose que el coronel mayor José Ruiz Huidobro “no ha desmerecido el concepto a que se ha hecho acreedor en el ejército y con las provincias de la República, por su conducta militar y civil, sin que la presente causa deje la menor nota en su honor y buen nombre”.  Ruiz Huidobro publica después un folleto redactado por el Dr. José Barros, explicando su actitud; esta exposición, hábilmente redactada, encierra las excusas del fracaso, pero no es una vindicación de su conducta.  El 2 de enero fue dado de 1834 fue dado de alta en la Plana Mayor Activa del Ejército de la Provincia de Buenos Aires como coronel mayor, y desde julio de 1835 revista “En comisión del Gobierno en las provincias de Cuyo”.

Desde este momento, el general Ruiz Huidobro se retira a la vida privada y no obstante gozar aún de la privanza de Quiroga, no desempeña funciones públicas y durante muchos meses ni siquiera figura en las listas de revista.  Después del asesinato de Facundo Quiroga, en mayo de 1835, Rosas lo envía en comisión a las provincias de Cuyo, regresando a Buenos Aires a comienzos de 1836.  En las listas de revista de enero de 1837, Ruiz Huidobro figura como dado de baja el 22 de diciembre anterior, por orden superior.  El 29 de mayo de 1839 fue nuevamente reincorporado.  Cuando la ciudad de Buenos Aires fue amenazada por la invasión de Lavalle en 1840, en el plan de defensa que se preparó,  Ruiz Huidobro mandaba la tercera Sección, Sur del mismo, con la fuerza que defendía a la misma.

Fallece en Buenos Aires, el 30 de enero de 1842, siendo enterrado en la bóveda del general Juan Facundo Quiroga en el Cementerio de la Recoleta.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas –Buenos Aires (1939)

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JUAN MANUEL DE LARRAZÁBAL

JUAN MANUEL DE LARRAZÁBAL



Nació en Buenos Aires el 1º de mayo de 1796, siendo sus padres Mariano de Larrazábal y de la Quintana, y María Josefa de la Trinidad de Aspiazu y de la Palma, que contrajeron matrimonio el 12 de febrero de 1787. Fue hermano del coronel Mariano de Larrazábal, guerrero de la Independencia. Juan Manuel de Larrazábal prestó largos y meritorios servicios a la Nación desde la época de la emancipación. Fue diputado a la Legislatura de la provincia de Buenos Aires. En setiembre de 1845 era jefe del Batallón “Comisionados de Manzana”.
Fue presidente de la Sociedad Popular Restauradora durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Fue uno de los firmantes del acta levantada el 18 de enero de 1847, con motivo de la colocación de la piedra fundamental de la muralla de la Alameda (Paseo de Julio), acto presidido por el Ministro de Hacienda, doctor Manuel Insiarte, apadrinando la ceremonia, la hija del Gobernador, Manuelita Rosas.
En setiembre de 1849 ejercía las funciones de Vice-presidente 2º del Departamento de Serenos, Juez de Paz de la Parroquia del Pilar y de capitán, y desempeñando tales cargos, Larrazábal fue uno de los que formaron el cortejo oficial de acompañamiento del cadáver del general Miguel Estanislao Soler, al ser trasladado al Cementerio del Norte, el día 24 de aquel mes y año.
También desempeñó funciones de edecán del gobernador Juan Manuel de Rosas. Posteriormente prestó servicios militares a la Confederación Argentina, y en la clase de teniente coronel participó en la batalla de Pavón, el 17 de setiembre de 1861.
Juan Manuel de Larrazábal perdió la vida en el incendio del vapor “América”, el 24 de diciembre de 1871, conjuntamente con su hijo, Juan Antonio, y la esposa de éste, Josefa Villar, joven y bellísima dama, una de las muchas víctimas de aquella tremenda catástrofe.
Juan Manuel de Larrazábal había contraído matrimonio con Paula de Carretón y Maciel, nacida el 9 de octubre de 1811, hija de Juan Antonio de Carretón y Pelloni, nacido en Concepción de Chile, y de Silvina Dorotea Maciel y Calderón, desposados el 28 de abril de 1819. La viuda de Larrazábal le sobrevivió hasta el 10 de mayo de 1895, fecha en que falleció en esta Capital.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).
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