JUAN PEDRO ESNAOLA
Nació en
Buenos Aires, en aquel entonces capital del Virreinato del Río de La
Plata, el 17 de agosto de 1808. Su padre, natural de Albistur, y su madre
oriunda de Segura, pertenecían a dos familias guipuzcoanas de vieja estirpe
vasca. Desde temprana edad fue alumno de su tío, el Presbítero José Antonio
Picasarri (Segura 1769 – Buenos Aires 1843), quien obligado a abandonar el país
por su fidelidad a la corona durante las guerras por la independencia
argentina, lo llevó a Europa. Entre
1818 y 1822 visitan Euskadi, Madrid, París, Roma, Nápoles y Viena, estudiando
contrapunto con acreditados maestros. Cuando
regresaron a Buenos Aires tío y sobrino establecieron una Academia de Música
donde dieron a conocer en América del Sur la producción de los contemporáneos
Dussek, Rossini y Paër, entre otros.
Su
precocidad como pianista y cantante no le impide emprender, a los 16 años, la
composición de sus propias obras para la liturgia como misas, réquiem, salmos,
lamentaciones, himnos, motetes. En 1833 comienza a poner en música poemas de
sus contemporáneos como Vicente López, Juan Cruz Varela y Esteban Echeverría
dando nacimiento a la canción de cámara argentina.
Junto a
Juan Bautista Alberdi y Amancio Alcorta surgió como figura representativa del
grupo de los Precursores. Estos
hombres, cuya formación integral les permitió desarrollar tareas en diferentes
ámbitos del quehacer político, social y artístico, habían nacido en suelo
argentino y fomentaron el nacimiento de una nueva cultura. Pero mientras que Alberdi sobresalió
por su labor en el campo de la filosofía política y Alcorta en el de la
economía, Esnaola se destacó por su actividad en el terreno de la música. En su caso, el funcionario público –
Director del Batallón de Serenos (1842) y de la Casa de la Moneda, Juez de Paz
de la parroquia de la Catedral al Norte (1852), Presidente del Club del
Progreso (1858) y del Banco de la Provincia (1866) – no llegó a eclipsar al
compositor, intérprete, pedagogo y organizador de sociedades especializadas.
A Esnaola
le tocó vivir en tiempos en los que los músicos no pasaban de ser meros
aficionados. Su ámbito era
el de la iglesia, para apoyar a la liturgia, o el de la tertulia, para fomentar
el sano esparcimiento. Los
géneros en boga fueron los de la música de salón y la canción. La primera estaba concebida para la
danza, según el más estricto dictamen de la moda: de pareja suelta (minué,
cuadrillas, gavota, etc.) hasta 1840; de pareja tomada independiente (polca,
vals, mazurca, etc.) durante la segunda mitad del siglo XIX. Entre ellas, las de Esnaola fueron de
las más exitosas de la época. La canción, por su parte, oscilaba entre los
aires locales, las melodías españolas o las de estilo italianizante. Esnaola hizo su incursión en el rubro
canzonetta, con páginas tales como La primavera (ca. 1841), con texto en
italiano:
Gia ride
Primavera
col suo
fiorito aspetto…
También
era frecuente que en los salones se ejecutaran trozos instrumentales compuestos
o transcriptos para clave, piano, arpa, violín, flauta o guitarra, y música de
cámara.
Parece
que en la Argentina naciente no había nada más seductor que oír cuando una
porteña le decía a otra: “este cielito me lleva el alma”. O bailar una contradanza española, por
permitirle a los hombres “oprimir
en sus brazos, alternativamente, a todas esas bonitas mujeres y hasta hacerles
declaraciones sin que se ofendan en lo más mínimo: a lo más, dirán
ingenuamente: ¡tiene dueño!” (Gesualdo, Vicente: Historia de la Música en la
Argentina. Bs. As., Beta, 1961).
Pero al
margen del candor de los salones, el país se debatía en luchas políticas
tendientes a la organización de la República. Hecho que se reflejaba en expresiones
musicales como la Canción Federal (1843) que compuso Esnaola con texto de
Bernardo de Irigoyen:
Guerra,
guerra,
al
rebelde de Oriente…
Amigo de
Juan Manuel de Rosas y de la hija de este, Manuelita, Juan Pedro Esnaola
transitó durante sus casi setenta años de vida sin que los embates políticos le
hicieran mella. Seguramente
lo marcó la impronta de su tío y padrino, el presbítero José Antonio Picasarri,
férreo defensor de la monarquía española, que llegó al exceso de ponerse a la
orden de su Majestad para terminar con los levantamientos independentistas de
las colonias del Nuevo Mundo. Esto
afectó a Esnaola dado que, al estar bajo la tutela de su tío, sufrió igual
suerte que éste: primero la confinación a la Guardia de San Miguel del Monte
(1812) y luego la expulsión de la Argentina (1818). Exiliados en Europa y frente a la dura
realidad de una España que, luego de la invasión napoleónica, se hallaba
envuelta en el desorden político, Picasarri debió resignarse y enfrentar la
derrota definitiva de sus ideales. Sin
más que hacer en este sentido, quien había dirigido la actividad musical de la Catedral
de Buenos Aires y ejercido la enseñanza de esta disciplina entre los
seminaristas, se abocó a la formación de su sobrino.
Juan
Pedro Esnaola había iniciado sus estudios musicales de pequeño junto a José
Antonio Picasarri. Durante
el exilio se perfeccionó en el Conservatorio de París y, en forma particular,
en las ciudades de Madrid, Viena y Nápoles. Por esa época el joven prodigio ya
había compuesto una Colección de piezas de diversas proporciones para piano
(Madrid, 1822).
Gracias a
la amnistía impartida a los opositores de la revolución por el gobierno de
Martín Rodríguez, la familia Esnaola – Picasarri pudo regresar a la Argentina
el 29 de junio de 1822. En
el transcurso de ese mismo año el presbítero tomó la iniciativa de fundar junto
a su sobrino la Escuela de Música y Canto, reconocida por el ministro de
gobierno Rivadavia quien les cedió las salas altas del edifico consular y becas
para alumnos. A partir de
ese momento Esnaola no dejó de estar ligado a la enseñanza, ya sea a través de
clases particulares (entre sus alumnas figuraba Manuelita Rosas) o de
instituciones públicas (Jefe del Departamento de Escuelas nombrado por
Sarmiento, en 1858; Presidente de la Escuela de Música de la Provincia, fundada
en 1875).
Sus dotes
de instrumentista unidas a su formación europea le permitieron descollar con
facilidad, interviniendo en memorables conciertos junto a celebridades como el
violinista Massoni y el pianista Thalberg (concierto a cuatro manos, 1855). Sin
embargo, Esnaola era un intérprete del salón que se negaba rotundamente a subir
a los escenarios de los teatros porteños.
Como
creador, su prolífera labor estuvo destinada a la música litúrgica, los
conjuntos orquestales, las canciones y las piezas de salón. Su principal mérito
radicó en que, sin escapar del influjo rossiniano imperante, imprimió en sus
partituras características locales que constituyen un verdadero antecedente del
nacionalismo musical argentino.
Uno de
los ejemplos más claros lo encontramos en su Minué Federal o Montonero (1845),
en el que recreó la especie criolla derivada de la danza europea: un tiempo
lento y uno vivo que se alternaban en forma sucesiva para sustentar a la
coreografía. Pero la producción de Esnaola, propia de un gran técnico, cobró
mayor envergadura que la de sus pares de la época. El virtuosismo requerido por parte del
ejecutante, las dimensiones de sus dos secciones y las variantes que introdujo
en cada una de las repeticiones (A B A’ B’ A’’ B’’ A’’’), la alejaban de sus orígenes
danzables y la convertían en una verdadera página de concierto.
En las
canciones su vocación por reflejar los acontecimientos sociales y políticos del
entorno resultó más evidente a causa de los textos. Recordemos su Himno de Marzo (ca.
1843) dedicado a Juan Manuel de Rosas,
Guarde
Dios la vida
Del
Restaurador
La Patria le debe
Brillo y
esplendor…
o la
Canción (1849) para Manuelita en su cumpleaños
En el
Prado de Palermo
hay
esbelta y olorosa
entre
nardos una rosa
que es de
carmín su color;
de su
cáliz purpurino
que al
que se acerca consuela
se ve
salir a Manuela
simbolizando
el candor
Coro
Cantad
argentinos
el día
dichoso
natal
venturoso
de un
ángel de luz
Aun
después de Caseros, su vigencia se mantuvo incólume hasta el punto de merecer
la responsabilidad de normalizar la versión oficial del Himno Nacional de
Parera. Esta tarea le fue encomendada en 1859 por Francisco Faramiñán, con el
fin de uniformar las ejecuciones realizadas por las distintas bandas militares
y poner límite a las “Grandes Variaciones” que, de acuerdo al gusto
generalizado, realizaban los virtuosos nativos y extranjeros.
Con la
muerte de Esnaola, ocurrida en Buenos Aires el 8 de julio de 1878, se cerró un
capítulo de la historia de la música del país. Según la Gaceta Musical, la del
“primero de nuestros compositores, el más renombrado de los músicos
argentinos”.
Fuente
Efemérides
– Patricios de Vuelta de Obligado.
López
Jáuregui, Elena & Broggini, Norberto – Juan Pedro Esnaola 1808-1878.
Mondolo,
Ana María – Juan Pedro Esnaola.
Portal
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