lunes, 7 de septiembre de 2015

Felipe Senillosa

Felipe Senillosa


Nació en Tarragone, España, el 26 de mayo de 1790.  Cuando cumplió trece años fue enviado a Madrid, a cursar matemáticas a la Universidad de Alcalá de Henares, fundada por el cardenal Cisneros, tres siglos antes.  A los dieciocho años, en 1808, se trasladaba de Madrid con 100 hombres reunidos en el camino, a Zaragoza, para ponerse a las órdenes de Palafox en la defensa inmortal de aquella ciudad contra los franceses invasores.  Allí fue destinado como teniente de cazadores Walones y agregado al servicio de ingenieros, pero aprovechando el heroico defensor los conocimientos matemáticos adquiridos por Senillosa, dispuso que fortificase el castillo de Alfageria, que había sido morada de los reyes de Aragón y que Felipe V convirtiera en fortaleza.  El sitio duró cuatro meses y la plaza debió capitular, como Sagunto contra los cartagineses y como Numancia contra los romanos, evidenciándose una vez más el valor de la raza hispana.  Felipe Senillosa prisionero, fue remitido por los franceses a Nancy (1).  Cuando recuperó su libertad, sus paisanos lo repudiaron porque ya no sustentaban las convicciones políticas de otrora y porque se había debilitado su adhesión al régimen imperante en la Península.  Regresó a Francia en 1813 y se incorporó a las águilas imperiales, efectuando la campaña el Norte.  Peleó en Silesia y en Alemania, así como en Sajonia y Holanda.  En 1814 regresó a España y lo motejaron de “el afrancesado”, siendo estrechamente vigilado, como si fuera un espía.  Nadie pensaba en utilizar sus ricos conocimientos militares y matemáticos, adquiridos en costosa experiencia y áspero trajín y se vio obligado a emigrar, dirigiéndose a Londres, en 1815, donde conoció a Rivadavia, Sarratea y Belgrano y desde aquel momento empezó a interesarle la causa emancipadora de Sud América, decidiendo su viaje a Buenos Aires, donde esperaba que sabrían valorar mejor sus amplios conocimientos; cambiando de horizonte, cambiaría de espíritu y el recuerdo de las memorables batallas napoleónicas de: Katzbach, Leipzig, Arnheim, Hanau, Lutzen, Vurtzen y Bautzen, a las que había asistido, permanecería del otro lado del hosco Mar Atlante.
Llegado a Buenos Aires, el Directorio lo designaba con fecha 3 de febrero de 1816, Director y Preceptor de la “Academia de Matemáticas” y siete meses después, director de todas las academias establecidas en Buenos Aires.  El 12 de junio de 1817 elevó al gobierno un sucinto Plan de Educación, que aquél agradeció a su autor por el loable celo con que se contraía a promover la primera y preciosa educación.  Fundó también en aquella época un periódico que tituló: “Los Amigos de la Patria y de la Juventud”, destinado a defender los intereses de la instrucción pública.  Fue miembro de la “Sociedad del Buen Gusto del Teatro” (para la que fue nombrado el 30 de octubre de 1817).  Cuando en el año 1821 se instituyó en el gobierno del general Martín Rodríguez, la Universidad de Buenos Aires, Senillosa figuró entre los primeros profesores con rango directivo.
El 31 de enero de 1818 fue nombrado miembro de la comisión de caminos.  En 1820 publicó un Tratado Elemental de Aritmética.  El 25 de junio de 1821 se le nombró catedrático de Geometría Descriptiva y sus aplicaciones, en la Universidad.  El 24 de setiembre de 1824 fue nombrado para formar parte de la Comisión Topográfica de la Provincia de Buenos Aires, junto con Vicente López y Avelino Díaz, catedrático de ciencias fisico-matemáticas el último, y Senillosa, Prefecto de Ciencias Exactas.
En 1825 formó parte de una comisión en la que figuraba Juan Manuel de Rosas, para trazar la línea de fronteras exterior al Tandil, recientemente poblado por el general Rodríguez, comisión en la cual actuó también el coronel Juan Lavalle.  El 26 de junio de 1826 fue nombrado primer ingeniero del Departamento Topográfico y dos años después, Presidente del mismo, con fecha 10 de enero de 1828.  En los comicios electorales del 22 de julio de 1827, Senillosa fue elegido para ocupar una banca de diputado en la H. Sala de Representantes.
En 1832 fue elegido diputado a la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires, siendo reelegido al terminar aquel período.  En 1838 fue designado nuevamente Presidente del Departamento Topográfico.  Más tarde volvió a ser diputado, cargo que ejercía en diciembre de 1849.  Por treinta años consecutivos, Senillosa es el consejero técnico de cuanta misión útil se constituye en el país para ejecutar obras de provecho.  Publica en 1817 una “Gramática Española”; redacta una “Memoria sobre pesas y medidas”, que Juan Manuel de Rosas reglamenta para uso en el país; con Lahitte y Anchorena contribuyó a especificar las atribuciones del Ministerio de Pobres y Menores; proyecta construir un muelle sobre la rada de Buenos Aires; elige los planos para edificar la Nueva Aduana en el antiguo Fuerte y dirige la ejecución de las obras, cumplimentando esta ímproba tares sin remuneración de ninguna clase, estimulado solamente por su profundo deseo de ser útil a la sociedad en cuyo seno vive con ese afán de minero que cuenta sus años por el número de las obras ejecutadas, que son como el desquite póstumo de estas vidas extraordinarias, ante el silencio involuntario y obstinado de la posteridad.
El 25 de abril de 1837 fue admitido como socio correspondiente de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona.  El 26 de agosto de igual año fue nombrado miembro de una comisión, conjuntamente con el doctor Eduardo Lahitte y Nicolás Anchorena, para presentar un reglamento que especificase las atribuciones del Ministerio de Pobres y Menores.  En enero de 1839 fue designado miembro del Tribunal de Recursos Extraordinarios, y por impedimento del Ministerio Fiscal y de la Presidencia del Dr Lahitte, desempeñó las funciones del presidente del referido Tribunal.  En 1842 formó parte de la Comisión de Hacienda de la Sala de Representantes.  En 1844, fue nombrado miembro de la Sociedad Real de Anticuarios del Norte.  En 1852 ofreció al gobierno sus servicios en la Guardia Nacional como ingeniero militar.  El 18 de diciembre de 1853 fue nombrado miembro de la Comisión Filantrópica, y el 28 de abril de 1854, miembro de la comisión encargada de presentar las medidas necesarias para el arreglo de las tierras.
Desde el Directorio hasta Caseros compartió todas las vicisitudes argentinas, favorecido por una salud que la muerte tardó en quebrantar a los 68 años, pues falleció en Buenos Aires, el 20 de abril de 1858.
El 26 de julio de 1855 había sido nombrado miembro del Consejo consultivo del Gobierno; el 8 de junio de 1856, elegido miembro de número del Instituto Histórico-Geográfico del Río de la Plata, y en diciembre de 1856, Ingeniero Inspector del Departamento Topográfico.
Contrajo matrimonio con Pastora Botet.  Rosas le dispensó permanente amistad por el esfuerzo admirable de su espíritu bien templado y de su indiscutible capacidad para el desempeño de los puestos públicos.
Referencia

(1) Mientras estuvo prisionero, Senillosa escribió en Francia un Tratado de Mnemónica o Arte de fijar la memoria, que se conserva inédito en poder de la familia.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

Evaristo de Uriburu

Evaristo de Uriburu



Nació en la ciudad de Salta el 25 de octubre de 1796.  Fueron sus padres José de Uriburu Bazterrechea y Manuela Hoyos y Aguirre.  Estudió primeras letras, gramática castellana y un año de Filosofía.  A los 14 años fue capitán del ejército, nombrado por la Junta de 1810, en razón de haber ofrecido su padre, José de Uriburu, desde la provincia de Salta, mantener, armar, pagar y proporcionar cabalgaduras para 6 soldados de caballería, a nombre de sus seis hijos menores de edad, como consta en “La Gaceta de Buenos Aires”, de fecha 20 de setiembre de 1810.  La Junta dictó un decreto, con fecha 24 de este mismo mes y año, declarando a José de Uriburu “patriota en grado heroico”.
Desde entonces el joven Evaristo de Uriburu dejó los estudios y empezó a prestar servicios a la Patria, “vestido, armado y montado por mi citado padre con cinco soldados más” (dice en su autobiografía).  En 1811 se hallaba incorporado al Ejército del Norte, hallándose en el combate del río de Las Piedras, el 3 de setiembre de 1812 y en la batalla de Tucumán, el día 24 del mismo mes, así como también, fue uno de los vencedores en la gloriosa acción de Salta, el 20 de febrero de 1813.  Asistió a las desastrosas batallas de Vilcapugio y de Ayohuma y a la retirada sobre Jujuy y Salta, “dejando –dice el propio Uriburu- al general Arenales con 500 hombres, a que hiciese la guerra en el Alto Perú, como lo hizo en dos años, al principio con algunos contrastes, y luego ganó las batallas de la Florida, Puente del Plata, y otras varias, ayudando a los caudillos patriotas que él formó, Padilla y Lanza, y mientras que el ejército de Pezuela ocupaba Salta y Jujuy, el general Arenales atacó Chuquisaca, Potosí, Cochabamba y La Paz, y obligó a Pezuela a volver al Perú con la mitad de su ejército de 8.000 hombres que trajo y que habían sucumbido, hostilizado por las milicias de Salta, al mando del coronel, entonces, Martín Miguel de Güemes”.  (Autobiografía citada)
Uriburu continuó en el Ejército del Norte, bajo el mando superior de San Martín y de Rondeau, los años 1814 y 1815, asistiendo a la batalla de Sipe-Sipe, el 29 de noviembre de este último año.  Cuando el general Belgrano se recibió nuevamente del comando de aquel Ejército, a mediados de 1816, destinó al capitán Uriburu para La Rioja, con la misión de incorporarse al destacamento del teniente coronel Francisco Zelada, el que sumó 500 hombres, de los cuales, 300 eran de infantería bajo las órdenes de Uriburu; y 200 de Caballería, al mando de Dávila y Gordillo.  Se halló en la toma de Huasco, capital de la provincia de Atacama, la que fue atacada una noche por tres puntos diferentes, rindiéndose el coronel realista con los 200 hombres que la guarnecían.  De Huasco pasaron a Copiapó que se hallaba desguarnecida, y allí recibieron orden del general San Martín, que ya había ganado la batalla de Chacabuco, de regresar a La Rioja, provincia de la cual era gobernador el coronel Benito Martínez.
La división patriota se licenció; una parte quedó de guarnición y 50 hombres se le entregaron a Uriburu, para escoltar un regimiento de caballería denominado “Húsares de la Guardia”, creado por el coronel Caparroz para Córdoba, y en La Hedionda, 30 leguas de La Rioja, se sublevaron, mataron 5 oficiales y algunos clases que habían pasado a ese cuerpo pertenecientes a milicias riojanas, se desertaron y repartieron en toda la provincia, en los Llanos de la Rioja.  El coronel Martínez puso en juego toda la milicia y pudo reunir 350 hombres, los que confió a Uriburu para conducirlos a Córdoba, escoltándolos con los 50 soldados ya mencionados; empleó este último 22 días para cumplimentar esta comisión, intervalo de tiempo durante el cual el capitán Uriburu no durmió ninguna de las noches y de cuyas resultas enfermó tan gravemente en Córdoba, que casi murió y debió permanecer tres meses en cura.  Al cabo de ellos, regresó a Salta, donde continuó sus servicios, conjuntamente con otro hermano que llegó al empleo de coronel y otro que alcanzó el de teniente coronel: “Los tres hermanos –dice el coronel Uriburu en su autobiografía-, hemos servido sin sueldo por ofrecimiento de mi padre, que siempre mantuvo a más de tres soldados, en virtud de su ofrecimiento, que al principio del relato hice, hasta fines del año 25, que concluyó la guerra con la batalla de Ayacucho”.  Actuó en 1821 como ayudante de Gorriti en su famosa captura de la División del coronel Marquiegui en abril.  El 6 de abril de 1824, fue nombrado capitán de la 1ra Compañía del Batallón “Cívicos del Orden” formado por Arenales.
Desde entonces se ocupó el coronel Uriburu del arreglo de los Batallones Cívicos; en dictar academias para la instrucción de los oficiales y tropa, siempre sin sueldo ninguno, hasta 1831.  En enero de 1822 se le encuentra como miembro del Cabildo.  El 10 de octubre de 1826, el gobernador Arenales encargó a Uriburu del mando accidental del Batallón “Cívicos del Orden” por licencia de Facundo Zuviría, titular.  En abril de 1831 ejerció las funciones de gobernador delegado del general Alvarado; a raíz de la captura del general Paz y de su consecuencia inmediata, la batalla de Ciudadela, los representantes de Salta mandaron una comisión a entrevistarse con el general Facundo Quiroga y no presentándose a ella, Uriburu emigró a Bolivia con su familia acompañando a su suegro, el general Arenales, que falleció en esos días, en Moraya, el 6 de diciembre de 1831.  Con fecha 11 de julio de este año, el general Alvarado, como “General en Jefe del Ejército Nacional”, le extendió despachos de coronel graduado, en Tucumán (siendo antes comandante) rubricados por Eusebio Mollinedo.
Uriburu regresó a Salta en 1832, ante la amenaza del gobernador de la Provincia de secuestrarle todos sus bienes, los cuales se hallaban embargados.  Estuvo ocupado como instructor de milicias hasta que se declaró la guerra a Santa Cruz; entonces creó dos cuerpos de infantería: uno veterano que se llamó batallón “Libertad”; y el otro fue denominado “Cazadores Argentinos”.  Habiendo sido nombrado mayor general del Ejército Confederado el general Felipe Heredia, éste delegó la gobernación el 7 de diciembre de 1837 en la persona el coronel Uriburu, al que acompañó en calidad de Ministro secretario Ciriaco Cornejo.  “A las demostraciones de entusiasmo de los jefes de guardia nacional y de la mayor parte de los ciudadanos se debió que el delegado Uriburu, al aproximarse el general boliviano a la frontera, ofreciera al general en jefe de las fuerzas confederadas los servicios de 4.000 hombres de caballería y 500 infantes, todos bien armados y listos para marchar con su gobernador a incorporarse al ejército de operaciones donde fuera necesario” (Zinny).
Durante la administración del general Felipe Heredia, el coronel Uriburu llevó a cabo la obra pública del río de la Silleta.  Heredia delegó el mando en este último por no haberle sido aceptada la renuncia que presentó a la Legislatura.  Por causa de esta delegación, Uriburu no hizo la campaña contra Santa Cruz, yendo los dos batallones citados a cargo de los tenientes coroneles Lagos y Doso.
Uriburu obtuvo sus diferentes ascensos militares en las épocas que se detallan: Capitán, el 24 de setiembre de 1810; sargento mayor en 1825; comandante en 1827;  teniente coronel efectivo en 1828; coronel graduado en 1831, como queda dicho, y efectivo, en 1836, grado con el cual ejerció por dos veces la comandancia general de armas de la provincia de Salta y múltiples comisiones.  El 11 de mayo de este último año, el general Felipe Heredia, gobernador de Salta, le otorgó despachos de coronel del Regimiento de “Cazadores Argentinos”.
“Con respecto a la causa que produjo la guerra con el dictador Santa Cruz, en 1837 – dice Uriburu en su autobiografía- ésta reside en que el citado personaje desde que ocupó la silla presidencial no hizo más que fomentar revoluciones en Chile, Perú y la Argentina.  Salaberry, del Perú, le declaró la guerra, y tuvo la suerte Santa Cruz de derrotarlo en el Alto de la Luna, cerca de Arequipa y después de capitular con él y con el general Fernardina, los fusiló traidoramente en esta ciudad como es notorio”.
Por este triunfo y los tratados de Paucarpata, hechos con el general Blanco Encalada, que marchó contra Santa Cruz como general plenipotenciario de Chile, que fueron desaprobados por su gobierno, pudo aquél ocupar la capital del Perú, Lima.  Entonces, el general Bulnes, al mando del ejército de Chile, marchó a Lima, que ocupó, pero debió retirarse al Norte, cuando Santa Cruz se aproximó nuevamente al frente de un poderoso ejército, acompañado de Obregón, hecho por él presidente del Perú, y en realidad su títere.  No obstante la fuerza a sus órdenes, el encuentro de Santa Cruz con Bulnes, que tuvo lugar en los campos de Yunguay, fue completamente desfavorable para el primero, que no detuvo su huída hasta Arequipa, a 200 leguas del campo de batalla.  De esta ciudad partió bajo protección del cónsul inglés, porque el pueblo de la misma quería prenderle y para evitar esto, tuvo el precitado cónsul que hacer desembarcar la tropa que tenía la fragata de guerra “Semiramis”, en el puerto de Islu, para proteger su salida de Arequipa, cuyo pueblo quería asesinarlo.  Se embarcó en el mencionado buque para Europa.
El Ejército Confederado se compuso de contingentes de Tucumán, Salta y Jujuy, cuya fuerza, perteneciente a las tres armas, sólo llegó a 1.500 hombres bajo el mando del general Alejandro Heredia, siendo su Jefe de Estado Mayor su hermano Felipe.
Estando formando recién los campos en Salta –dice Uriburu- Santa Cruz tramó una revolución en Salta, seduciendo al coronel de milicias de la Quebrada del Toro, camino de Bolivia, Valdivieso, y al comandante Balderrama, del pueblo de Chicoana, e hizo sublevar al batallón “Libertad”, que mandaba el coronel Uriburu, en la ciudad de Salta, hiriendo la tropa 9 oficiales y teniendo que batirme toda una noche del 13 de setiembre de 1838, en compañía del jefe de “Coraceros de la Muerte”, teniente coronel D. Anselmo Rojo, después General, hasta que pude someter la tropa, la que fue castigada, fusilando a un oficial Plaza, 10 cabos y 4 sargentos que fueron los cabecillas”.
Al mismo tiempo, el general Felipe Heredia batía en el pueblo de Humahuaca a una división de infantería y caballería que invadía la provincia de Salta en protección de la revolución que había hecho estallar; mandaba aquella división, el coronel Fernández Campero, marqués de Yaví, a quien batió primero la fuerza argentina que era compuesta por un escuadrón de “Cristinos de Caballería”, el que rechazó a la caballería boliviana; pero la infantería de los invasores ganó el fuerte de Santa Bárbara, cuyo nombre tomó la batalla, y allí resistió a los argentinos, matándoles el comandante de los Cristinos, 4 oficiales, e hiriendo al ayudante del general Felipe Heredia; sin embargo, aquella fuerza se rindió y esta acción probó al mariscal Santa Cruz que en ninguna forma podía tener éxito una tentativa de sublevar las provincias argentinas que limitaban con su territorio, pues hasta Tucumán se sintieron sus tramas y esto repercutió notablemente en el alistamiento del ejército que se estaba organizando, retrasando la iniciación de las operaciones sobre Bolivia.  Una de estas operaciones, fue destacar una división nuestra, desde la ciudad de Orán, sobre Tarija, fuerte de 700 hombres, bajo las órdenes del general Gregorio Paz, la que estaba compuesta de: 200 infantes al mando del comandante Virena; 100 de los que se llamaban Rifleros, a las órdenes del comandante Oliva; 200 Coraceros Argentinos; y 200 milicianos de Orán al mando del coronel Mateo Ríos.  Llegó la división hasta 4 leguas de Tarija, cuando tuvo noticia de la aproximación del general Braun, que era el mejor jefe del ejército boliviano, con una división compuesta por: el batallón más acreditado, el Nº 6 de Línea, fuerte de 600 plazas; un regimiento de guías, de 300 hombres, y otro cuerpo de caballería miliciana, con lo cual aquella división no bajaría de 1.000 soldados.  Paz inició su retirada por el camino de Orán a donde estaba el cuartel general.  Braun lo siguió con empeño y le dio alcance en la cuesta de Cuyambuyo.  Paz que estaba ocupando la cuesta, debió bajar al llano, por tener más caballería y de mejor clase, y aguardaba al enemigo; optó por ponerse en retirada con su caballería, dejando sólo 200 infantes, “que en lugar de formar mitades – dice Uriburu- para defender la posición que estaba en su favor, mandó desplegar en cazadores, que se hace por partes en dispersión, así que sólo una pareja de dos hombres ocupaba el camino, y los demás, bajados a uno y otro lado de las quebradas de la cuesta, y el General en retirada con la caballería, así que sólo una compañía del 6 de Línea se batió con los dos soldados que defendían el camino y todos los demás cayeron prisioneros.  Este es el gran combate denominado Monte Negro, no se por qué; la cuesta se nombra Cuyambuyo, que parió un gran mariscal de aquel nombre, sin que haya perdido tres hombres en la tan célebre batalla, porque no encontró con quien pelear”.
El coronel Uriburu ejerció el gobierno delegado de Salta por varios meses, siendo sustituido el 17 de noviembre de 1838, por N. Cabrera.  Cuando se produjo la Coalición del Norte contra Juan Manuel de Rosas, Uriburu continuó leal a éste, y terminada la guerra civil con el triunfo de Oribe en Famaillá y el de Pacheco en el Rodeo del Medio, se restableció el gobierno federal en aquellas provincias.  Uriburu fue nombrado coronel-comandante de los departamentos de Guachipas y Chicoana, a fines de 1841.  En julio de 1845, ejerció la delegación del gobierno salteño hecha por el coronel Manuel Antonio Saravia, con motivo de haber tenido éste que salir a campaña a causa de las amenazas de los indios del Chaco, sobre la ciudad de Orán y su campaña, y por haber tenido, después de esta operación, que rechazar la invasión desde Bolivia de los emigrados argentinos encabezados por el coronel Rojo, Ubierna, etc.  El 11 de marzo de 1839 fue dado de alta en la Plana Mayor Activa del Ejército de la Provincia de Buenos Aires como coronel de infantería, en la que revistó hasta el fin del gobierno de Rosas, con la nota “En Salta”.
El Gobierno de la Confederación Argentina le extendió despachos de coronel de infantería, el 22 de agosto de 1855, con destino a la Sección Salta, Estado Mayor de plaza, donde continuó revistando hasta la batalla de Pavón.  Desde 1862 revistó en la P. M. D. del Ejército Argentino hasta el 29 de julio de 1870, en que fue incluido en la lista de “Guerreros de la Independencia”, en conformidad con la ley de 24 de setiembre de 1868.
Falleció en Buenos Aires el 28 de julio de 1885.
Se halló en el combate librado en Salta del 27 al 28 de mayo de 1864, atacada la ciudad por fuerzas rebeldes mandadas por Latorre, Gutiérrez, etc., las que fueron rechazadas.
Uriburu perteneció a los “Decididos”, “Dragones”, “Cívicos Patricios” e “Infernales”, de Güemes, y fue ayudante de Gorriti, cuando derrotó a Marquiegui, en Jujuy en 1821.  Tres veces fue juez de paz; 22 meses diputado a la Legislatura desde 1821; fundador del Tribunal del Comercio, en 1824; en Salta, juez de 1ra instancia en 1825, y dos años en la provincia de Jujuy y su distrito, en los años 1866 y 67.
Uriburu se casó el 16 de abril de 1825, con María Josefa de Arenales, hija del general Juan Antonio Alvarez de Arenales y de María Serafina de Hoyos y Torres, bautizada en Salta el 9 de mayo de 1810, y fallecida en Buenos Aires el 15 de junio de 1890.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Portal www.revisionistas.com.ar
Uriburu, Evaristo de – Autobiografía
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).
Zinny, Antonio – Historia de los gobernadores de la provincias argentinas (1810-1880) – Buenos Aires (1880).
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domingo, 6 de septiembre de 2015

Máximo Terrero

Máximo Terrero




Nació en Buenos Aires el 4 de mayo de 1817, hijo de Juan Nepomuceno Terrero Villarino y Juana Josefa Muñoz de Rávago y García de la Mata.  Hacia 1848, Juan Manuel de Rosas lo nombró comisario del ejército de la provincia, y luego secretario privado suyo.
Desde joven debido a que su padre era el mejor amigo del gobernador frecuentó la residencia de Palermo con asiduidad hasta que pasó a ocupar una habitación en ella.  Poca importancia se le había dado hasta entonces al discreto enamorado de Manuelita.  Sus amigos y parientes conocían esos pálidos amores, pero oficialmente no tenían estado público.
En el famoso baile que el comercio porteño le ofreció el 28 de octubre de 1851, Manuelita se sentó entre las personalidades descollantes, y ni siquiera se mencionó a Máximo entre los concurrentes a la fiesta. 
Terrero acompañó al Restaurador de las Leyes a la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852, y tomado preso por las fuerzas enemigas fue liberado inmediatamente por orden del general Urquiza.  Un oficial de la corbeta sueca “Lagerbjelka” fue el encargado de transmitirle esas noticias a Manuelita, las que le produjeron un gran alivio.
Después de la llegada a Inglaterra de Rosas y su hija, Máximo se reunió con ellos el 6 de mayo decidido a casarse y a soportar el destierro.  El 23 de octubre pidieron unirse en matrimonio en la iglesia católica de Southampton (San José, situada en Bugle Street 84).  Ambos se instalaron en Hampstead, localidad próxima a Londres.  Rosas quedo solo en Southampton, arrendando una granja en la que trabajaba para vivir.
Del matrimonio nacieron dos hijos varones: Máximo Juan Nepomuceno, el 20 de mayo de 1856, y Rodrigo Tomás, el 22 de setiembre de 1858.
Corría el año 1865.  Máximo Terrero, su esposa Manuelita Rosas y sus dos hijos pasan los meses estivales junto a Juan Manuel de Rosas, en la granja que éste ultimo poseía en Swathlimg.  Allí llega la triste noticia de la muerte de Juan Nepomuceno Terrero. “Con Tatita -escribe Manuelita a Josefa Gómez-  hemos acompañado a mi Máximo a llorar”.
La amistad entre el padre de Máximo Terrero y Juan Manuel de Rosas no conoció de flaquezas ni olvidos.  Juan Nepomuceno permaneció junto al amigo de infancia, luego socio durante la  juventud de ambos, (con quien, junto a Luis Dorrego, montó el primer saladero criollo), hasta el fin de sus días, aún cuando la distancia de dos continentes los separó.
Fue con Juan Nepomuceno con quien Rosas compró y pobló su famosa Estancia “Los Cerillos”; y a él, a quien, en la hora de la desgracia, luego de ser derrotado en Caseros, le confía todo su patrimonio.
La situación económica  de Rosas en Inglaterra era harto difícil.  La familia Terrero no olvidó al amigo: anualmente, le enviaban 500 libras esterlinas.  Muchos otros, que debían incontables favores al ex Gobernador, o habían sido de su amistad, e incluso parientes muy próximos, olvidaron al emigrado.
Máximo Terrero se mantuvo vinculado a los intereses del Plata, y con el uruguayo Francisco Nin Reyes estimuló las experiencias del ingeniero Charles Tellier en la congelación de la carne.
A la muerte de Juan Manuel de Rosas, ocurrida en 1877, Terrero se encontraba en viaje a Buenos Aires.  Conoció la infausta noticia por carta de su mujer, donde le describía los últimos momentos de su progenitor.
Como albacea del Restaurador debió hacer luego laboriosas tratativas para la devolución de los bienes propios de su esposa, cuyas gestiones tuvieron amplia publicidad.  En 1882, Terrero presentó una solicitud ante el Congreso de la Nación, sobre reclamación de bienes.
El sable de San Martín
Asentado en Southampton, Rosas recibe el sable del Libertador, dándose cumplimiento a lo establecido en la tercera cláusula testamentaria de San Martín de 1844.  En su chacra de Burguess Street Farm, Juan Manuel de Rosas tenía exhibida la reliquia dentro de un cofre, en cuya tapa hizo colocar una chapa de bronce en la que estaba grabada la cláusula del testamento ya citado.
En el mismo pueblo inglés, Rosas redacta su testamento político con fecha 28 de agosto de 1862.  Allí deja constancia de la distribución total de sus bienes que deja a familiares y amigos de toda la vida.  En la cláusula 18, dice: “A mi primer amigo el señor Dn. Juan Nepomuceno Terrero, se entregará la espada que me dejó el Excelentísimo Señor Capitán General Dn. José de San Martín (…)  Muerto mi dicho amigo, pasará a su Esposa la Señora Da. Juanita Rábago de Terrero, y por su muerte a cada uno de sus hijos, e hijas, por escala de mayor edad”.
Al morir Rosas el 14 de marzo de 1877, el sable legado quedó en poder de Máximo Terrero, dado que los padres de éste ya habían fallecido.  A mediados de 1896, el doctor Adolfo P. Carranza, entonces director del Museo Histórico Nacional, le solicita la repatriación del sable el que, luego de algunas gestiones, salió de Southampton para Buenos Aires el 5 de febrero de 1897  a bordo del vapor “Danube”.
Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo diccionario biográfico argentino – Buenos Aires (1971)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com
Turone, Gabriel O. – El sable de San Martín

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Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar¡GRACIAS!

Francisco Uzal

Francisco Uzal



Nació en Buenos Aires en 1793, siendo su padre Miguel de Uzal, español de nacimiento, quien poseía una chacra en San José de Flores. Se cree que el futuro Coronel nació en el mes de setiembre del mencionado año. Se educó en esta ciudad. Se inició en la carrera militar como oficial de milicias, hallándose en la Reconquista de esta Capital, el 12 de agosto de 1806, y al organizarse la Legión Patricios de Buenos Aires, el 8 de octubre del mismo año Francisco de Uzal fue nombrado capitán de la 2ª Compañía del 1er Batallón de aquel cuerpo.
Con un efectivo de 4 sargentos, 7 cabos, un tambor y 49 soldados; y secundado por el teniente Pablo Illescas y el subteniente Narciso Machado, el capitán Uzal se batió valerosamente en las gloriosas jornadas del 2 al 6 de julio de 1807, con motivo del desembarco del segundo ejército invasor británico mandado por el teniente general John Whitelocke, en la playa de Quilmes; asistiendo a los combates que se libraron en el Puente de Gálvez, los Corrales de Miserere, y ya dentro de la ciudad, en aquellos días memorables. La compañía de Uzal se comportó dignamente en tal difícil emergencia.
Producido el movimiento emancipador de Mayo, Uzal se incorporó a la columna expedicionaria que marchó al Paraguay a las órdenes de Manuel Belgrano. Según una tradición de familia, equipó un escuadrón o compañía, de su peculio particular. El 18 de agosto de 1813 se le encuentra ya de comandante militar de San Fernando. (1)
En noviembre de 1814, siendo teniente coronel graduado, el Director Supremo de las Provincias Unidas, Gervasio Antonio Posadas, lo nombró Comandante General de la Frontera Norte; tomándose razón de este nombramiento en el Tribunal de Cuentas y en la Contaduría General el 9 de noviembre de 1814, y con fecha 3 de este mismo mes se le extendieron despachos de teniente coronel efectivo de ejército. El 17 de marzo de 1815 se hallaba listo a marchar con el Regimiento Nº 1. (2)
Perteneció al Estado Mayor de Plaza desde el 1º de julio de 1815 hasta el 16 de febrero de 1816, en que obtuvo despachos de“Comandante en Jefe de Asamblea – Regimiento Nº 2 de Milicias de Caballería de Campaña de Buenos Aires” de “nueva creación”(3). Se tomó razón de este ascenso en el Tribunal de Cuentas y en la Comandancia General del Ejército y Hacienda del Estado el día 19 del mismo mes y año. Dicho Regimiento comprendía las milicias de los partidos de San Fernando, San Isidro, Morón y San José de Flores; y desempeñó en aquella época la sargentía mayor del mismo Juan Manuel Rodríguez.
El 11 de junio de 1816 fue promovido al grado de coronel de caballería de línea. Con dicho cuerpo, el 7 de octubre de 1818, Uzal se hallaba en la Villa de Morón, listo para emprender la marcha para Santa Fe.
Al frente de su regimiento intervino en la campaña sobre Santa Fe, a fines de 1818, formando parte del Ejército de Observación mandado por el general Juan Ramón Balcarce; asistiendo a los hechos de de armas que tuvieron lugar contra las montoneras mandadas por Estanislao López. A raíz del Armisticio firmado en San Lorenzo el 5 de abril de 1819, se restableció momentáneamente la paz entre el Directorio de las Provincias Unidas y las provincias rebeldes. El coronel Uzal llegó a San Fernando con el Regimiento 2º de Campaña el día 19 de aquel mes y año, de regreso de la campaña que había terminado. Continuó desempeñando la comandancia de su cuerpo y la militar de San Fernando. En el ejercicio de este cargo delineó topográficamente los partidos de Olivos, Vicente López, San Fernando y San Isidro.
Después de la campaña de comienzos de 1820, con fecha 16 de febrero de aquel año, el coronel Uzal pasó a revistar en el Estado Mayor de Plaza, en Buenos Aires; situación de revista que conservó hasta el 28 de febrero de 1822, en que fue incluido en la Ley de Reforma.
El coronel Francisco de Uzal falleció en Buenos Aires el 26 de junio de 1823, a la edad de 40 años; siendo sepultados sus restos en el Cementerio del Norte, al día siguiente. Reposan actualmente en el Cementerio de la Chacarita, en el Panteón de la Sociedad Militar de Socorros Mutuos, al que fueron trasladados el 31 de marzo de 1939, previos los honores de ordenanza.
Se unió en matrimonio con María Josefa de la Rosa (viuda de Juan Monicos); con quien tuvo, según referencias de familia, sólo dos hijos: Francisco y Josefa Petrona del Rosario Uzal, bautizada esta última en Buenos Aires, el 19 de octubre de 1807.
Referencias
(1) Fecha ésta en la cual Uzal comunicó al Gobierno que antes de salir el sol había entrado en Las Conchas, un falucho y dos lanchones al mando de Zabala, “el mismo que derrotó San Martín en San Lorenzo”.
(2) ”Al arreglo e instrucción de las milicias de campaña”.
(3) Comandante de escuadrón Lucas Villarino.
FuenteEfemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939)
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sábado, 5 de septiembre de 2015

Lucio Norberto Mansilla

Lucio Norberto Mansilla




Nació en la ciudad de Buenos Aires en el año 1792. Recibió la mejor educación que por ese entonces era posible obtener y manifestó, ya desde sus tempranos años, la fuerza de su carácter, su clara y lúcida inteligencia y una audacia que se mostraría en toda su magnitud durante la guerra contra los anglo-franceses, en 1845.

Como tantos de sus coetáneos, en junio de 1806 se alistó en las filas de Liniers para participar en las gloriosas jornadas de la Reconquista, las cuales culminaron el 12 de agosto con la rendición del General británico Beresford. En el mes de octubre de 1806, se alistó como soldado en la fuerza que debía socorrer a la plaza de Montevideo (sitiada por los ingleses), que se encontraba al mando de Santiago de Liniers. Bajo las órdenes del Coronel Prudencio Murguiondo, intervino en la aprehensión del depuesto virrey Rafael Sobremonte.

El 2 de julio de 1807 y durante el ataque de Whitelocke a Buenos Aires, Mansilla tomó parte en los combates de los Corrales de Miserere, que dieron inicio a la segunda derrota británica en el Plata.

Cinco años después, con la jerarquía de Teniente, sirvió a órdenes del General Artigas en la Banda Oriental, contra los portugueses. Se incorporó luego al ejército de Rondeau, que sitiaba Montevideo, y en 1813 integró la expedición del Coronel Domingo French, cuyo objetivo era la conquista de la fortaleza lusitana “El Quilombo”, en la línea del Yaguarón. Durante el ataque a dicha posición, Mansilla fue herido de bala el 12 de mayo, reconociendo el gobierno su coraje en la Gaceta de Buenos Aires del día 5 de junio de 1813. Una vez curado, intervino en todas las operaciones ejecutadas hasta la rendición de las fuerzas realistas (23 de junio de 1814). Por esta campaña obtuvo un escudo de plata y fue declarado “benemérito de la Patria en grado heroico”.

En 1815, fue enviado por el gobierno a Cuyo con algunos reclutas y armamentos. San Martín lo nombró mayor de plaza en San Juan, asignándole la instrucción de 600 hombres de tropa, quienes más tarde revistarían en los célebres batallones 7 y 11, de brillante desempeño en Chacabuco y Maipú.

A continuación, fue comandante militar de Jáchal y el Libertador lo designó luego comandante general de las cordilleras del sur de los Andes.

Iniciada la campaña de Chile, el General San Martín supo apreciar su capacidad, dándole un puesto de importancia como segundo jefe de la Primera División de Vanguardia, a pesar de su jerarquía de Mayor Graduado. Como tal, peleó en Chacabuco. Fue condecorado con una medalla de oro por el gobierno nacional y Chile lo recompensó con la Orden de la Legión al Mérito en grado de Oficial, consistente en una medalla y cordones. Estuvo en Maipú y, bajo el mando de Las Heras, actuó en la campaña al sur de Chile.

En 1820, la anarquía bonaerense lo encontró en su ciudad natal. Mansilla intervino en la elaboración del Tratado del Pilar, celebrado el 23 de febrero de ese año entre Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos. Allí tomó contacto con el caudillo entrerriano Francisco Ramírez, quien, deseoso a esas alturas de liberarse de la influencia de Artigas, invitó al porteño a unirse con él para convencer al “Protector de los Pueblos Libres” de la conveniencia de aceptar el tratado. El gobernador Sarratea lo autorizó y Mansilla marchó a Entre Ríos. Se produjo luego la ruptura definitiva entre Ramírez y Artigas, que concluyó con la expatriación de éste y la muerte de aquél. Mansilla fue elegido gobernador y capitán general por los representantes de Entre Ríos. Estrechó las relaciones con Buenos Aires y concertó la paz con Santa Fe. Hizo esto a su manera: se le presentó una noche a Estanislao López, solo y desarmado, expresando que no volvería hasta haber solucionado sus diferencias.

Por su iniciativa, los territorios de Corrientes y Misiones, dependientes de Entre Ríos, fueron erigidos en provincias que elegían a sus propios gobernadores. Además, Mansilla hizo sancionar, en 1821, la primera constitución provincial para Entre Ríos, la cual él mismo había elaborado junto con Domingo de Oro y el doctor Pedro J. Agrelo. Al concluir su mandato, rehusó continuar en el cargo para no sentar precedentes, a pesar de haber sido reelecto tres veces.

Al ser elegido diputado al Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas, se pronunció por la adopción del régimen unitario de gobierno.

En 1826, se produjo la guerra con el Imperio del Brasil. Rivadavia nombró a Mansilla comandante general de la costa en el mes de septiembre. En ese cargo, Mansilla desplegó una notable actividad, organizando varios cuerpos para el Ejército, remitiendo al cuartel general armamentos, vestuario, caballadas y materiales diversos y uniéndose finalmente, al frente de su división, a las fuerzas comandadas por el General Alvear.

Como General de División, participó en forma destacada en el combate de Camacuá persiguiendo al enemigo, por lo que mereció una mención especial. Poco después, libró la batalla del Ombú (15 de febrero de 1827), en la cual, conduciendo a los 1.800 hombres de su división, derrotó y dispersó a la mejor caballería imperial, mandada por el General Bentos Manuel Riveiro. La dispersión evitó que dichas tropas intervinieran en la batalla de Ituzaingó, tres días después. El desempeño de Mansilla en esta acción de guerra fue brillante, por lo que Alvear lo recomendó al gobierno, que le concedió el uso de un escudo y cordones.

Luego, fue jefe de Estado Mayor hasta que el Ejército Nacional se retiró a cuarteles de invierno. En ese año de 1827, Mansilla fue designado diputado por La Rioja a la Convención de Santa Fe y, con autorización del Poder Ejecutivo, aceptó el cargo. Cuando comenzó la guerra civil, Mansilla decidió no tomar parte en ella y se retiró a la vida privada.

Ya en 1834, el gobernador de Buenos Aires, General Viamonte, lo nombró jefe de policía de la ciudad. Mansilla emprendió entonces la organización de esta repartición y obtuvo resultados sobresalientes. Creó la institución de los serenos, redactó los reglamentos generales (los que luego tomaron como modelo para sus propias fuerzas policiales los gobiernos de Brasil y de la República Oriental) y emprendió varias obras públicas, como el camino del Riachuelo a la Boca y el muelle del Margen. Continuó en sus funciones hasta que se inició la guerra contra la confederación peruano-boliviana presidida por el Mariscal Santa Cruz.

Entonces, el gobierno lo nombró comandante en jefe del Ejército de Reserva, el cual debía organizar en Tucumán. Mansilla persistió en su negativa a dejarse arrastrar a las luchas civiles en que se enfrentaban unitarios y federales. Pese a ser cuñado de Juan Manuel de Rosas, mantuvo su independencia respecto de los bandos en lucha. Solamente aceptó una comisión del gobernador de Buenos Aires: acompañó al enviado francés, Capitán Eduard Halley, el 4 de diciembre de 1840, a entrevistarse con el General Lavalle, jefe unitario que había sido derrotado en Quebracho Herrado, para ofrecerle, por parte de Francia, una salida favorable si abandonaba la guerra y el país, oferta que Lavalle rechazó.

En 1838, 1840, 1842 y 1844, Mansilla integró la Sala de Representantes o Legislatura de la provincia de Buenos Aires, en cuyo recinto se alzó su voz para sostener los derechos de la nación y la justicia de su causa en la guerra colonialista que llevaba a cabo Francia contra la Confederación Argentina.

Al producirse en 1845 la llamada intervención anglo-francesa, que era, en realidad, una guerra no declarada, el General Mansilla fue designado jefe del Departamento del Norte por Rosas y recibió la orden de fortificar y artillar las costas del Paraná a fin de negar la navegación por ese río a la escuadra enemiga. Es bien conocida su heroica defensa de la Vuelta de Obligado (20 de noviembre de 1845), combate que representó una victoria táctica para los aliados, pero también, paradójicamente, una derrota estratégica, dado que los objetivos de los intervinientes no pudieron lograrse. Después de Obligado, volvió a combatir a los anglo-franceses en Acevedo, San Lorenzo y el Quebracho.

Concluida esta lucha, Mansilla no volvió a tomar las armas hasta 1852, en que Rosas lo nombró comandante en jefe de las fuerzas de la ciudad de Buenos Aires. Tras la batalla de Caseros las tropas de Urquiza marcharon hacia la capital provincial, la que cayó sin que Mansilla disparara un solo tiro.  Lo más significativo fue el hecho de que se rindiera ante Urquiza con el grito de ¡Viva Urquiza! ¡Muera el tirano Rosas!

Después de Caseros, Mansilla se retiró a Francia, donde su prestigio y su don de gentes le abrieron las puertas de la corte imperial de Napoleón III y permitieron que fuera recibido en los altos círculos parisinos con el mayor de los respetos.

De regreso a Buenos Aires, se mantuvo apartado de las contiendas políticas y se dedicó a su familia y amistades. Su casa se convirtió en el lugar de reunión de los notables de la época y, en ese ambiente culto y refinado, creció quien llegaría a ser el autor de Una excursión a los indios ranqueles, el General Lucio Victorio Mansilla.

Sobrevivió a casi todos sus camaradas y cuando murió, el 10 de abril de 1871, llevaba sobre sus espaldas medio siglo de generalato, siendo el más antiguo de la República.

Las autoridades nacionales no asistieron a su entierro. Tampoco se le rindieron los honores fúnebres correspondientes a su rango. Al pie de su tumba, uno de sus amigos, Diego G. de la Fuente, expresó de esta forma el homenaje de sus compatriotas: “No sé, señores, en qué, ni cómo, se perpetuará algún día el nombre del vencedor del Ombú, del autor de la primera constitución provincial argentina, del organizador avisado de la policía de Buenos Aires, de un soldado de la Independencia, de un diputado al congreso del año 26, de un general recomendado a la gratitud pública por Bernardino Rivadavia; pero sí sé, y debo aquí decirlo, que el viajero argentino que remonta los ríos detiene siempre los ojos con noble orgullo en un recodo del gran río Paraná, donde un día la entereza del General Mansilla, rigiendo el pundonoroso sentimiento nacional en lucha desigual con los poderes más fuertes de la Tierra, supo grabar con sangre que no se borra derechos indestructibles de honor y de gloria. ¿Qué importa el murmullo del vulgo sobre hechos, de suyo efímeros, al pie de monumentos imperecederos diseñados por el heroísmo como la Vuelta de Obligado, donde se destacó la bizarra figura de Mansilla entre el fuego y la metralla, a la sombra, señores, no de otra bandera que aquélla que saludaron dianas de triunfo en los campos de Maipú y de Ituzaingó?”

Fuente:
Biografías. Ejército Argentino – Su Historia
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Malamud, Carlos. Juan Manuel de Rosas.
Portal www.revisionistas.com.ar

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Carlos Guido y Spano

Carlos Guido y Spano



Nació en Buenos Aires el 19 de enero de 1827, siendo bautizado como Carlos Rufino Pedro Ángel Luis, hijo del brigadier general Tomás Guido, guerrero de la Independencia, y de María del Pilar Spano y Ceballos, primogénita del coronel chileno Carlos Spano y Padilla.  En 1840, viajó a Río de Janeiro llamado por su padre, que ocupaba en ese país, el cargo de ministro plenipotenciario de la Confederación.  Allí aprendió el portugués, y más tarde escribió poemas en ese idioma.
Volvió a Buenos Aires para alistarse en el ejército de Juan Manuel de Rosas contra los franceses, pero no combatió, por haber desaparecido el peligro.
En 1848, preocupado por el estado de salud de su hermano Daniel que se había batido en duelo, partió hacia Francia, donde aquél falleció.  Intervino en las revoluciones callejeras, de carácter liberal, que estallaron en París en ese año, y cansado de la fatigosa vida que llevaba regresó al Brasil.  Requerido por la sociedad local, se mezcló con ella, y atacó la política oficial carioca.  Se afilió a un Club de Letras y tradujo al portugués el Rafael de Lamartine, precedido de un escrito satírico sobre sus Confidencias; pero la autoridad le extendió orden de destierro.  Después de protestar y de escribir en publicaciones opositoras al gobierno imperial, se retiró a Europa, residiendo en Portugal, Inglaterra y Francia.  El 2 de diciembre de 1851, le cupo “el honor de recibir, entre las filas del pueblo amotinado, el fuego de los pretorianos al servicio de la ambición rampante”, según sus propias palabras.
Regresó a Buenos Aires en 1852, después de la batalla de Caseros.  Con motivo de la revolución del coronel Hilario Lagos, fue nombrado ayudante del general Angel Pacheco, aunque pronto abandonó las filas y el suelo natal, como acto de protesta por la conducta que el gobierno observó contra su padre.  Retornó una vez que hubo tranquilidad en el país.  Cuando Derqui ocupó la presidencia de la Confederación, lo nombró en 1854, subsecretario del Ministerio de Relaciones Exteriores, en Paraná.  Colaboró en el número inicial de la “Revista del Paraná”, de ese año, con una de sus más celebradas piezas: “Al pasar”, especie de idilio impregnado de tierna nostalgia que tiene por escenario un lugar rústico del norte de Francia.
Por cuestiones políticas entre Derqui y Urquiza, renunció a ese cargo, y en 1861, fue nombrado subsecretario del Ministerio del Interior, en Buenos Aires, del que se retiró de inmediato, pasando a Montevideo, donde residía su padre.  Sin medios de fortuna, trabajó como corrector de pruebas en una imprenta hasta embarcarse para Río de Janeiro, requerido por un negocio de carne conservada que fracasó.
De regreso a Buenos Aires comenzó a incursionar decididamente en la poesía.  Cuestionó ciertos triunfos literarios, y después se trasladó a Paysandú donde se unió a los defensores locales que fueron derrotados.  Pasó a Montevideo, ciudad en la que se lo recibió con entusiasmo, pero vencida, tornó a Buenos Aires para dedicarse a sus trabajos literarios.
Pronto perdió a sus padres, rudo golpe que no quebrantó su fuerza juvenil ni doblegó su espíritu independiente y algo bohemio.  Su padre había expresado el deseo de ser sepultado bajo las piedras de su querida Cordillera de los Andes, por lo que —a fin de poder enterrarlo en el Cementerio de la Recoleta, de Buenos Aires— Carlos Guido y Spano hizo traer piedras desde la cordillera para construir con sus propias manos el sepulcro de su padre. (1)
En 1871, tomó parte activa en la Comisión Popular de lucha contra la fiebre amarilla, que asoló a la ciudad.  Terminada la peste, falleció su esposa Sofía Hynes.  En ese año, reunió sus poesías y las publicó en un tomo que tituló “Hojas al Viento”, aclarando que era una “humildísima ofrenda al sentimiento y al arte”.  Su libro fue recibido con censuras y aplausos.  Los versos agradaron por la música, sentido del color y la forma.  El crítico de su obra, Pedro Goyena, no vaciló en afirmar, que eran poesías perfectas y cabales, de corte netamente clásico.
En 1872, el ministro Nicolás Avellaneda lo nombró secretario del recién fundado Departamento Nacional de Agricultura.  Formó en la Guardia Nacional para aplastar la rebelión de Mitre en 1874, contra la candidatura de Avellaneda, y al término de la misma, fue nombrado director del Archivo General de la Provincia, a la vez que ejercía la presidencia de la Sociedad Protectora de Animales.  En aquel año, el editor Eduardo Perié, de Sevilla, inauguró una colección literaria hispanoamericana con sus “Misceláneas literarias”.
Durante trece años, Guido y Spano cumplió funciones de vocal en el Consejo Nacional de Educación, desde enero de 1881 hasta 1889, y desde este año –por nueva designación- hasta el 31 de julio de 1894, en que no fue reelegido, por decisión del presidente Sáenz Peña.  Esta apresurada terminación de funciones, mereció ser criticada por docentes, alumnos y el pueblo mismo.  El Congreso, entonces, a pedido del diputado Almada, le acordó merecida jubilación en la sesión del 13 de agosto de 1894.
Cuando ya era muy popular en Buenos Aires, publicó en prosa una colección de crónicas y ensayos diversos, reunidos en dos volúmenes, titulados “Ráfagas” (1879), mereciendo destacarse el largo prólogo, magnífica autobiografía escrita en prosa ágil y suelta, cuya lectura produce el placer del más ameno de los relatos.
Volvió a prestar ayuda a los enfermos y heridos en la revolución de 1880, siendo socio de la Cruz Roja Argentina. 
En 1899, apareció “Ecos Lejanos”, su segundo libro de poesías, nueva comprobación de su talento, de una opulenta belleza plástica, donde sus versos pueden citarse como ejemplo de flexibilidad y riqueza de palabras. 
Su figura era popular, y solía caminar por la ciudad con particular indumentaria.  Vestía con bombacha negra y una minisotana que le servía para disimular el defecto de una pierna de la que quedó defectuoso a raíz de una caída en la calle.  Portaba sombrero alón de color blanco, y su canosa barba peinada y discreta “leonina” le daban particular realce a su apostura apoyada en un enorme bastón.  El reumatismo que le atacó, paulatinamente, fue imposibilitando su andar, hasta que quedó postrado. 
Vivió sus últimos años, recluido en su casona de la calle Ministro Inglés, luego Canning (hoy Scalabrini Ortiz) al 2700, y que los vecinos se obstinaban en llamar con el nombre del poeta, hasta la que llegaban de continuo numerosos grupos de alumnos de las escuelas para tributarle frecuentes homenajes.  Se le consideraba una figura patriarcal.  Eugenio María de Hostos dice que “entrando en su aposento, se encuentra Guido en el trapillo familiar, sin su disfraz de la calle, sin aparato adverso o favorable, se encontrará un hombre de edad media, singularmente envejecido por que no se atina qué motivos al parecer incapaces de mellar aquella vida risueña y saludable; perpetuamente rejuvenecido por el calor de la mirada, de la palabra y del fácil entusiasmo de su ambiciosa fantasía…  Lo primero que se nota al hablar con Guido es la armonía discordante de su voz; varonil en la entonación, infantil en la modulación, produce un contraste agradabilísimo, tan atractivo como el producido por los efectos tónicos que se llaman discordancias armónicas en música.  Para el que tenga oídos en el entendimiento, esa virilidad de entonación opuesta al dulce candor de la modulación es una nota del carácter del hombre”.
Casó en segundas nupcias con Micaela Lavalle, quien lo cuidó con amorosos afanes en los veinte años de postración.  De este modo, rodeado por el cariño y respeto de sus compatriotas gozó del reconocimiento de todos por su caballerosidad y benevolencia.
Fue miembro correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua, en 1889, y miembro honorario de la Academia de Bellas Artes, de Santiago de Chile.  En 1896, la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires lo designó académico honorario.  Su prestigio literario se fue acrecentando, y desde su lecho de dolor continuó trabajando sus composiciones mientras su intelecto permanecía lúcido y aun fecundo hasta el día de su muerte, acaecida el 25 de julio de 1918, a los 91 años de edad. 
Sus exequias fueron imponentes.  Una multitud acompañó al patriarca; era el homenaje de Buenos Aires a su poeta cantor, a quien se había ufanado de ser porteño y “argentino hasta la muerte”.  “La Prensa” y “La Nación” publicaron sentidas notas necrológicas; este último compuso una imponente página entera de duelo, con el retrato de Guido viviente, y otra con “la cabeza yacente del poeta” en el ataúd.  La última imagen de él, era la de un anciano de aspecto venerable, enmarcado el rostro por barba y cabellos blancos.  Era la suya, una cabeza de profeta, a lo Leonardo da Vinci; poderosa y espiritual.  Miguel Cané, en un artículo “Salud al poeta”, reunió una corona de alabanzas.  Entre los poetas argentinos del pasado, Guido y Spano, es el que se halla menos lejos de nuestra sensibilidad actual, ha dicho Ricardo Rojas, agregando que es el “primer artista verdadero que hayamos tenido en nuestro país”.  “Perfeccionó el verso, después del vehemente Mármol; civilizó la prosa a la par del elegante Avellaneda; dio a la poesía una función desinteresada, al margen de la política, y nos dejó en el recuerdo de su propia vida, un espectáculo de belleza casi legendaria en el ambiente de nuestras embrionarias repúblicas”
Puede decirse que pertenece a la generación del Ochenta, conjuntamente con Olegario V. Andrade, Ricardo Gutiérrez y Rafael Obligado.  Su obra emana en su casi totalidad del romanticismo y, si bien, convivió un poco con la inspiración parnasiana aportada por Rubén Darío, la labor poética de Guido y Spano es de esencia romántica.  Hay suavidad y grandeza en su verso.
En 1911, al editarse sus “Poesías Completas”, Joaquín V. González y Santiago Estrada, escribieron en esa oportunidad sendos prólogos laudatorios.  Sus poesías más conocidas son: “At home”, canto de las virtudes domésticas, en tono digno y sencillo; “Nenia”, elegía dulce y melancólica, que llora al Paraguay después de la guerra de la Triple Alianza, cuya segunda quintilla es conocida en toda América:
Llora, llora urutaú
en las ramas del yatay,
ya no existe el Paraguay
donde nací como tú.
Llora, llora urutaú.
Un conocido escritor argentino, contemporáneo del poeta, el general Lucio Victor Mansilla, comentó humorísticamente la estrofa de este modo: “el urutaú es un pájaro que no llora; el yatay, tiene hojas, no ramas; el Paraguay existe…”
Otras poesías son: “Marmórea”, retrato romántico; “La Aurora”, juego de colores y de música; “Myrta en el Baño”, un revivir de la Grecia de mármoles luminosos; “En los Guindos”, idilio juvenil de las horas felices del despertar de la vida; “A mi hija María Pilar y a mi Madre”, versos delicados, hechos con unción y ternura exquisitas; “¡Adelante!”, admonitorio y viril; “Patagonia”, voz airada y vibrante, que en momentos críticos tuviera tanta resonancia en la Argentina y aun en Chile; “Amira”, un canto de terneza, y así muchos otros.
Dentro de su estilo cuidado y sereno, está presente su admiración y culto a los poetas griegos, y como un escultor ático burila con esmero sus versos.  Su obra conjunta es amplia y diversa.  Aparte de la suavidad y grandeza que se observa en su verso, sobresale por encima de todo, una gran nobleza de pensamiento, y una elevación que han hecho de él, una personalidad profundamente respetada en nuestras letras.
El “Album Guido y Spano” preparado en ocasión de las fiestas en honor del poeta (Buenos Aires, 1895), contiene innumerables colaboraciones laudatorias de los mejores escritores y poetas de la época.  De él, dijo Luis Berisso: “Leyendo a Guido, parece que el hombre se olvida de las duras batallas de la vida, que la humanidad es menos egoísta, que hay más bondad en los corazones, más esperanzas en el porvenir, y que hasta el espíritu, desatándose de la mortal envoltura, se eleva por encima de las miserias de esta vida”.
Su voz, genuinamente argentina, voz de tierra y de pueblo, voz de América, fue innovadora, fecunda y sincera, como expresó Joaquín V. González: “Una vida consagrada entera a las musas amadas de la Patria y una honrada y pura ancianidad semejante a las encinas por lo vigorosas y floridas.  ¡Es que lo alentó una gran salud de cuerpo y espíritu; por eso no hay debilidad en su canto, ni sombra en su ideal!  Toda su obra respira los dos sentimientos, que son dos fundamentales virtudes: el amor del suelo nativo con su tradición, sus pompas y desnudeces, sus alegrías y dolores, sus sueños de gloria y de tristeza, y el amor santo y fecundo del hogar, que el poeta ha divinizado en estrofas de eternal perfume y mística unción”.
He nacido en Buenos Aires.
¡Qué me importan los desaires
con que me trate la suerte!
Argentino hasta la muerte,
he nacido en Buenos Aires.
Referencia
(1) El cuerpo de Tomás Guido permaneció guarecido en el cementerio de La Recoleta hasta el año del centenario de su fallecimiento.  Se hallaba en una tumba con apariencia de refugio de montaña, de gruta patagónica.  Sólida, resistente, humilde.  Una cueva sencilla que, por su originalidad, contrasta con las fastuosas estatuas que decoran los mausoleos vecinos.  En 1966, en conmemoración a los cien años de su muerte, sus restos fueron trasladados cerca de los de su amigo, José de San Martín, en la Catedral de Buenos Aires.
Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo diccionario biográfico argentino – Buenos Aires (1971)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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viernes, 4 de septiembre de 2015

TEODORO GARCÍA

TEODORO GARCÍA



Nació en Buenos Aires el 4 de diciembre de 1840, siendo sus padres, D. Francisco García, porteño, y doña Rosario Alvarez, natural de Córdoba, fallecida en esta capital en 1899, a la avanzada edad de 90 años.
Ingresó al ejército en calidad de Aspirante de Guardias Nacionales a los 19 años, siendo dado de alta en el batallón 4º de Infantería, el 1 de julio de de 1859.  Más tarde como soldado, tomó parte en la batalla de Cepeda librada el 23 de octubre del mismo año.  Después en la de Pavón (1861) ascendió a sargento primero y a fin del año siguiente a teniente.
Era García ayudante mayor cuando estalló la contienda de la Triple Alianza, participando en todas las acciones de guerra de la campaña, alcanzando sucesivos grados hasta el de teniente coronel y obteniendo los premios militares consiguientes.
Producida la intervención nacional a Entre Ríos luego del asesinato de Urquiza, Teodoro García se halló luchando contra las fuerzas jordanistas en la batalla del Sauce y en el combate de Don Cristóbal, en el cual comandó una brigada de infantería; con posterioridad en Cuchillas de Díaz.
Jefe del 1er Regimiento de Guardias Nacionales de la capital (actual Regimiento de Infantería 1 “Patricios”), en 1874 mandó las fuerzas de infantería que operaron contra el levantamiento de Mitre.  Al frente del 1º de Línea estuvo en el Chaco, donde fue gobernador interino.
El teniente coronel García se destacó luego en la guerra contra los indios en el sur de Buenos Aires, batiéndolos en numerosas ocasiones.  Ascendió a coronel en 1879, formó parte del Ejército expedicionario que marchó a órdenes del ministro general Roca al río Negro, permaneciendo en Choele Choel hasta agosto.
Estallada la rebelión del gobernador Tejedor (1880), García fue nombrado jefe de Estado Mayor de las Fuerzas de la Nación en el campamento de la Chacarita, por decreto del 6 de junio.  Un mes después alcanzó el rango de coronel mayor.
Después de otros cargos militares, entre los cuales puede mencionarse el de inspector del arma de infantería, fue ascendido a general de división en 1882.  Durante la presidencia de Juárez Celman resultó elegido diputado nacional.
No participó en la revolución del 90, pese a su condición de opositor, pero cuando el Gobierno Nacional dio de baja a los jefes y oficiales sublevados, García expresó por nota al Estado Mayor General “que se ha incurrido en omisión al no incluir mi nombre”, pues se encontraba –dijo- “adentro de la misma disposición invocada por el señor ministro de la Guerra para fundar su resolución”.  La amnistía de septiembre lo reincorporó a las filas luego de su honroso gesto.
A consecuencia de las contingencias revolucionarias de 1893, el general García sufrió una injusta detención de varios meses a bordo de un buque de guerra.  Después de estas persecuciones, fue elegido nuevamente diputado por la Capital, el 9 de mayo de 1894, banca que ocupó hasta el 30 de abril de 1898.
Casado con doña Luisa Uriburu, Teodoro García falleció el 9 de julio de 1909.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).
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