sábado, 12 de septiembre de 2015

JOSÉ MONTES DE OCA

JOSÉ MONTES DE OCA




Nació en Buenos Aires en 1792.  Empezó su carrera militar con motivo de la Reconquista el 12 de agosto de 1806, en que prestó servicios en un cañón de las fuerzas de Liniers, y es fama que en lo más recio de la pelea, se desnudó para suplir con su ropa la falta de taco para cargar la pieza.  Esta valiente actitud del muchacho fue notada por el enemigo, y el mayor británico Makensie, que abandonaba en aquellos instantes su puesto de lucha, herido, al ver aquel gesto de valor, lo saludó con su espada en señal de admiración.  También, según la tradición, fue el niño Montes de Oca el que disparó el último cañonazo contra los invasores; rendidos éstos y agrupados en la calle frente a Santo Domingo, esperaban la orden de desarme completo; uno de los cañones de Fornagueras, cargado, dominaba el grupo, y los artilleros descuidados, conversaban en la vereda, cuando de repente se oyó un estampido y seis ingleses rodaron por tierra destrozados.  El cañón había sido disparado durante el armisticio sin saberse por quién ni por qué razón, y pasada la confusión, se descubrió que el niño Montes de Oca se había acercado a él y había encendido la mecha como un acto de travesura.  Era un cañón de a 24.
Incorporado en clase de cadete al Cuerpo de Patricios, prestó magníficos servicios en las cálidas jornadas del 2 al 6 de julio de 1807, por lo que mereció el ascenso a subteniente del precitado cuerpo, el 26 de setiembre de igual año.
Producido el movimiento emancipador, Montes de Oca pasó a formar parte del 2º Batallón del Regimiento 6 de Infantería con el empleo de teniente, incorporándose al Ejército Auxiliar mandado por el coronel Ortiz de Ocampo, que partió de Buenos Aires con destino a las provincias del Norte en la tarde del 6 de julio de 1810.
Intervino en la represión del movimiento encabezado por Liniers en Córdoba.  Se halló en la acción de Cotagaita, al mando Montes de Oca de una de las guerrillas destinadas a batir a los enemigos que se encontraban protegidos por trincheras, “y en esta acción –dice el coronel José León Domínguez en un informe fechado el 18 de octubre de 1825- se sostuvo con intrepidez hasta la retirada del ejército y luego se incorporó llevando siempre con orden la tropa que mandaba.  Luego siguió hasta el Desaguadero y se halló en la acción que se dio allí y se portó en ella con distinción, llevando eficazmente las órdenes a los puntos que se le ordenaban; en la retirada se mantuvo siempre al lado del Jefe, el Sr. Coronel Mayor D. Juan José Viamonte, hasta la Villa de Potosí, en donde quedó bajo las órdenes del Sr. Brigadier D. Juan Martín de Pueyrredón.  Después lo vi llegar con dicho jefe escoltando los caudales que se salvaron de la Casa de Moneda de Potosí, y fue incorporado nuevamente bajo mis órdenes como encargado del mando del Regimiento Nº 6.  En la sublevación que hizo la División en La Tablada de Jujuy, fue uno de los que me ayudaron a la prisión de los sublevados; esta Comisión la desempeñó con toda la entereza que en estos casos se necesita.  Ultimamente me consta que este Jefe ha desempeñado toda comisión con el honor que es indispensable en la carrera de las armas, y particularmente en las funciones de guerra, ha llenado su deber completamente.  Es cuanto puedo informar a V. E.”
Actor, pues en la batalla de Suipacha y en el desastre de Huaqui o Yuraicoragua, su comportamiento en la retirada que siguió a este último hecho de armas no sólo está confirmado por el informe del coronel Domínguez, sino también por otro expedido por el general Juan Martín de Pueyrredón el 11 de octubre de 1825 y que dice que Montes de Oca después del desastre del Desaguadero acompañó al Ejército Auxiliar hasta Potosí, donde contribuyó a salvar los caudales de aquel Banco y Casa de Moneda, y se batió con denuedo en varios ataques que debieron sufrir los patriotas de los Potosinos y Cinteños –sublevados contra ellos- “que su intrepidez lo condujo con otros tres o cuatro compañeros, a ser prisionero de los últimos (los Cinteños), por haberse empeñado en su persecución sobre el río de San Juan; pero libertado en el mismo día por una partida que mandé al intento; y que continuó prestando servicios recomendables hasta su reincorporación al ejército que se organizó en Jujuy”.
El 21 de octubre de 1817 el Director Pueyrredón le extendió los despachos de teniente del Regimiento Nº 6 “con antigüedad de primero de enero de mil ochocientos once en que fue promovido a dicha clase”.  Con la misma fecha, Pueyrredón le otorgó los despachos de ayudante mayor del extinguido Regimiento Nº 6 “con la antigüedad de primero de marzo de mil ochocientos once en que fue promovido a dicha clase”.
El 12 de enero de 1812 asistió al combate de Nazareno, al mando de Díaz Vélez y a la batalla de Tucumán, el 24 de setiembre; así como igualmente, a la de Salta, por cuyo comportamiento fue promovido a capitán de la 3ª Compañía del 2º Batallón del Regimiento Nº 6, el 25 de mayo de 1813, otorgándosele al mismo tiempo el grado de teniente coronel, cuyos despachos están firmados por el Triunvirato: Rodríguez Peña, Alvarez Jonte y José Julián Pérez.
Participó en el avance por el Alto Perú y se encontró en las acciones de Vilcapugio y Ayohuma, cayendo prisionero en la última en poder del coronel Saturnino Castro, el cual lo puso en libertad poco después previo juramento de no tomar parte en la lucha contra los realistas.  En mayo de 1814 regresó a Buenos Aires, dejando de pertenecer al Ejército Auxiliar.
El 25 de enero de 1815 el Director Alvear le confió una comisión para la formación de un batallón de infantería en la ciudad de San Juan.  El 6 de setiembre del mismo año, San Martín le expidió en Mendoza pasaporte para regresar a esta Capital.  El 3 de julio de igual año se le designó capitán de la 3ª Compañía del 1er Batallón del Regimiento 8 de Infantería, siendo ascendido a sargento mayor con el grado de teniente coronel del mencionado cuerpo el 31 de diciembre de 1815.
Participó en la campaña sobre Santa Fe asistiendo a 4 acciones de guerra con el Regimiento Nº 8, bajo el superior comando del general Eustoquio Díaz Vélez, quien dice en un informe de 17 de octubre de 1825, que Montes de Oca actuó “con el mismo valor, cuya recomendable reputación le hicieron siempre acreedor al aprecio de sus jefes”.  Con algunas compañías del Nº 8 formaba parte Montes de Oca de la guarnición de esta Capital cuando fue destituido el Director Balcarce el 11 de julio de 1816.
El 1º de enero de 1817 fue nombrado Habilitado del Estado Mayor de Plaza, puesto que conservó hasta el 28 de febrero de 1822, en que pasó a la situación de reformado.
En 1826 se le encuentra ejerciendo las funciones de Habilitado del Estado Mayor de Plaza de Buenos Aires.  El 28 de noviembre de 1825 solicitó ser incorporado al Ejército Nacional en la Línea de Uruguay “bien sea en Infantería o Caballería”, decía en su solicitud.
En la mitad del año se le encuentra desempeñando las funciones de comisario en San Isidro, y la de juez de paz del mismo partido.  El 28 de octubre, el gobernador Viamonte le otorgó despachos de teniente coronel-comandante del 2º Escuadrón del Regimiento 1º de Milicias de Caballería.
El 11 de octubre de 1833 tomó parte activa en la Revolución de los Restauradores.  El 27 de mayo de 1834 se le otorgó el grado de coronel por el gobernador Viamonte, y el 17 de noviembre de 1838, Juan Manuel de Rosas le expidió despachos concediéndole la efectividad de aquella jerarquía, agregado al Regimiento Nº 1 de Campaña; cuerpo con el cual marchó de guarnición a Santos Lugares en setiembre de 1840, después de haber tomado parte en las campañas contra los revolucionarios del Sur y contra Lavalle.
Asistió a la batalla de Caseros y derrocado Rosas, Montes de Oca fue destinado a la P. M. A. el 9 de abril de 1852 a contar del 1º de febrero del mismo año.  Falleció en Buenos Aires el 30 de abril de 1852, a los 60 años de edad.
Por su participación en la batalla de Salta recibió una medalla con el lema: “A los valientes defensores de la libertad”, con la inscripción en la circunferencia; “Al mérito en Salta”; y en su centro: “Año 1817”.
Se casó en primeras nupcias con Manuela Arduz, el coronel Montes de Oca contrajo segundo matrimonio “en artículo mortis”, en el campamento de Santos Lugares, el 14 de enero de 1845, con Paula Martínez; apadrinando la ceremonia Antonino Reyes y Carmen Olivera.  Montes de Oca estaba sumamente enfermo entonces.  Su viuda sobrevivió hasta el 11 de julio de 1901, en que falleció en Buenos Aires.
El general Benito Martínez, en un informe del 18 de octubre de 1825, dice: “Cuando en 1811 me incorporé al Ejército Auxiliar del Perú, encontré “sirviendo en el Regimiento Nº 6 al teniente coronel graduado D. José Montes de Oca, y cuando pasé en mayo de 1813 a dicho Regimiento en la clase de mayor, él era capitán: su comportación en toda circunstancia, y particularmente en las funciones de guerra, fue siempre digna de su clase, habiéndose hallado en todas las que tuvo el expresado ejército”.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar


jueves, 10 de septiembre de 2015

Fray Luis Beltrán

Fray Luis Beltrán


Nació en las proximidades de la ciudad de Mendoza, el 7 de setiembre de 1784, siendo sus padres, Luis Bertrand, francés de origen, que poseía un almacén en las inmediaciones de la plaza mayor de aquella capital; y Manuela Bustos. El niño fue bautizado en la iglesia de Mendoza, de 3 días de edad, el 10 de setiembre de 1784, con los nombres de José Luis Marcelo, y por un error de escritura fue asentado como hijo de “D. Luis Betrán”, a lo que se debe que su apellido quedase alterado para el porvenir. Fue apadrinado en óleos, por Simón Videla y María Josefa Reyes.
Siguió sus estudios primarios en el curso de carácter social, histórico, filosófico y teológico, que dictaban los sacerdotes del Convento de San Francisco, donde se especializaban los conocimientos en geografía, latín, gramática castellana, caligrafía, aritmética, etc. El ambiente religioso pronto hizo inclinar su vacilante vocación por la Iglesia y el 20 de agosto de 1800 formulaba su testamento abandonando las prerrogativas terrenales para optar por la Sagrada Religión. Casi seguidamente fue trasladado al Convento Provincialito de Santiago de Chile, acompañado por el Provincial de la Santísima Trinidad de aquel país, Fray Teodoro de Villalón.
Algunos años después es nombrado vicario de coro, permaneciendo en Chile hasta el año 1812, en el Convento de referencia. En el curso de este último año fue designado para desempeñar las funciones de capellán del ejército de Carrera, con el cual asistió al combate de Hierbas-buenas, donde los patriotas sufrieron una derrota. Después de este combate fue preciso pensar urgentemente en la recomposición del material inutilizado (que era numeroso), razón por la cual debió crearse una maestranza. Beltrán, que en el convento se había dedicado al aprendizaje de muchos oficios manuales, especialmente en el ramo de la mecánica, frecuentemente se trasladaba a aquella maestranza, donde repetidamente formulaba sus observaciones, muy juiciosas, Sus conocimientos técnicos fueron valorados de inmediato y su asesoramiento oficioso se consideró poco después que no era suficiente y se le nombró teniente de artillería a cargo de la maestranza, teniendo el título en propiedad, pero sin abandonar los hábitos.
Prestó servicios en el sitio de Chillán y acompañó a los Carreras en su última campaña, precursora del desastre de Rancagua, que se produjo el 2 de octubre de 1814. Después de este contraste, Beltrán regresó a pie a su patria, con un saco de herramientas al hombro, conteniendo todos los instrumentos que había inventado o construido con sus manos para elaborar por “adivinación los variados productos de su genio”. “Todo caudal de ciencia –dice Mitre en su Historia de San Martín-, lo había adquirido por sí en sus lecturas, o por la observación y la práctica. Así se hizo matemático, físico y químico por intuición; artillero, relojero, pirotécnico, carpintero, arquitecto, herrero, dibujante, cordonero, bordador y médico por la observación y la práctica; siendo entendido en todas las artes manuales; y lo que no sabía lo aprendía con solo aplicar a ello sus extraordinarias facultades naturales”.
Llegado a Mendoza, Beltrán bien pronto se incorporó al ejército que alistaba febrilmente San Martín en el campamento de El Plumerillo, con el fin de realizar la colosal empresa que debía afianzar la independencia argentina, y emancipar Chile y el Perú de la dominación española. Capellán del Ejército de los Andes, Beltrán no tardaría en trocar el evangelio y la cruz por la espada, siendo nombrado el 1º de marzo de 1815, teniente 2º del 3er Batallón de Artillería. Casi al mismo tiempo se hacía cargo de la maestranza de aquel Ejército, pues el General en Jefe de éste, con su visión de águila, adivinó excepcionales méritos en el sacerdote soldado; le encomendó el montaje del Parque y Maestranza, llegando a disponer de 700 hombres en sus talleres, y allí se preparaba desde las piedras de chispa para los fusiles, herrajes para los caballos y hasta el calzado para la tropa.
Dice Mitre: “Al soplo del padre Beltrán, se encendieron las fraguas y se fundieron como cera los metales que modeló en artefactos de guerra. Como un Vulcano vestido con hábitos talares, él forjó las armas de la revolución. En medio del ruido de los martillos que golpeaban sobre siete yunques y de las limas y sierras que chirriaban, dirigiendo a la vez 300 trabajadores, a cada uno de los cuales enseñaba su oficio, su voz casi se extinguió al esforzarla, y quedó ronco hasta el fin de sus días. Fundió cañones, balas y granadas, empleando el metal de las campanas que descolgaba de las torres por medio de aparatos ingeniosos inventados por él. Construía cureñas, cartuchos, pertrechos de guerra, mochilas, caramañolas, monturas y zapatos; forjaba herraduras para las bestias y bayonetas para los soldados; recomponía fusiles y con las manos ennegrecidas por la pólvora, dibujaba sobre la pared del taller, con el carbón de la fragua, las máquinas de su invención con que el Ejército de los Andes debía transmontar la Cordillera y llevar la libertad a la América”.
Frecuentemente se le veía pasear vestido de uniforme en un excelente caballo chileno, y a veces acompañaba al general San Martín en sus paseos; otras, andaba solo, pues se había hecho ya entonces algo reconcentrado y taciturno. Realizaba incursiones para obtener salitre y azufre y hasta se trasladó a San Juan una vez, donde le habían informado sobre la existencia de una mina de plomo.
El 31 de mayo de 1816 fue ascendido por San Martín a teniente 1º con grado de capitán; y en el memorable pasaje de los Andes por el ejército de San Martín, Beltrán condujo el parque, maestranza, obreros y pasó rodando siete cañones y dos obuses, los que condujo hasta la misma ciudad de Santiago de Chile.
Para atravesar la Cordillera construyó medios apropiados para su transporte en aquellos pasos fragosos y difíciles. El mismo celo e infatigable actividad que se le vio desplegar constantemente en los talleres de Mendoza, exteriorizó en el cumplimiento de sus tareas en el arduo pasaje, destacando en forma memorable las dotes superiores de inteligencia y capacidad de trabajo que han inmortalizado su nombre. (1)
Bueno es recordar aquí, que el coronel José Gazcón, Inspector General del Ejército de las Provincias Unidas, había antepuesto el año anterior un dictamen completamente contrario a la incorporación del fraile-soldado, a las listas de oficiales de las fuerzas acampadas en El Plumerillo, por considerar tal procedimiento como anticatólico. Afortunadamente los reparos formulados por Gazcón no los tuvo el jurista canónico doctor Diego Estanislao Zavaleta, el 4 de noviembre de 1816, que dictaminó haciendo desaparecer todo reparo que había sido ocasionado por el mencionado Inspector General, en el expediente de San Martín proponiendo el ascenso de Beltrán. En virtud del dictamen de referencia, por acuerdo de 8 de noviembre de aquel año, el Superior Gobierno accediendo a la propuesta, mandaba expedir los correspondientes despachos de capitán de artillería graduado al teniente 2º Fray Luis Beltrán, pero con la antigüedad que le había otorgado el general San Martín.
Concurrió a la batalla de Chacabuco el 12 de febrero de 1817, por cuya acción el Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata le concedió la medalla de plata otorgada por decreto de 15 de abril de aquel año. Además, en el parte detallado de la acción, el ilustre General vencedor entre otros jefes, recomienda de un modo especial al capitán Beltrán que se había distinguido en el cuerpo de artillería y en la conservación del Parque, y dice textualmente:
“A sus conocimientos y esfuerzos extraordinarios, auxiliado del benemérito emigrado chileno Don N. Barrueta, se debe el trasmonte de la artillería con el mejor suceso por las escarpadas y fragosas cordilleras de los Andes, y nada se ha resistido al tesón infatigable de aquel honrado Oficial…..”.
Tan nobles y patrióticos esfuerzos fueron premiados con la efectividad de capitán de artillería, cuyos despachos le fueron conferidos con fecha 7 de mayo de 1818 pero con antigüedad de 15 de mayo de 1817. Al llegar a Santiago, el capitán Beltrán al frente de su maestranza, fue ubicado en el cuartel de San Pablo. Un decreto posterior de O`Higgins, dado el 21 de febrero de aquel año (1817), mandó que se le entregara cuanto antes la casa de ejercicios espirituales llamada “Loreto”, ubicada en los arrabales de la capital, lugar denominado callejón de la Ollería, actual calle de la Maestranza. Allí se establecieron los almacenes de armas y municiones del ejército y la maestranza del mismo. Esta última adquiere una importancia enorme, pues los elementos son menos escasos que en Cuyo y el salitre está más a mano. Además, ya contaba con una respetable cantidad de obreros y el propio Beltrán había adquirido una gran práctica para el desempeño de sus altas e importantísimas funciones. El Director O´Higgins, con la patriótica supervisión que puso en todos sus actos públicos, le dio carta blanca para que trabajara a su antojo y le facilitó la creación de un establecimiento ejemplar, el más grande y mejor organizado que hubo en aquella época en toda América.
Beltrán forjaba entonces las armas destinadas a la culminación de la campaña transcontinental que imaginara el vencedor de Chacabuco, yendo a libertar a los hermanos del Rimac. El 12 de febrero de 1818 se declaró la independencia de Chile, encargándose Beltrán de los fuegos de artificio con los cuales se celebró tan fastuoso acontecimiento.
Por tan eminentes servicios, el 1º de febrero de aquel año, el Gobierno de Chile le confirió despachos de comandante del Batallón “nuevamente creado de ambos ejércitos, de los diversos gremios que están destinados a los trabajos de maestranza, en el Parque de Artillería y con el sueldo que goza por capitán”.
El desastre de Cancha Rayada puso a Beltrán en el más difícil trance: el parque se había perdido y solo 5 cañones fueron salvados en aquella tremenda noche. El incansable sacerdote-soldado recogió por todas partes cuanto hierro, acero y demás metales que pudieran servir para la confección de armas y municiones, y otra vez los yunques y las fraguas resonaron armoniosamente: 93 hombres, 22 mujeres y 47 niños de 14 a 18 años, blancos y negros, de todas las esferas sociales, trabajaron afiebradamente para dotar a los futuros vencedores de Maipú de las armas con las que iban a derrotar a los audaces atacantes de Cancha Rayada. 22 cañones, parque, pertrechos, proyectiles, etc., estuvieron listos en breves días, para contribuir poderosamente al glorioso triunfo de Maipú, el 5 de abril de 1818. Por los méritos que adquirió Beltrán por su actividad extraordinaria en aquellas memorables jornadas, y por su participación en aquella batalla decisiva, el Gobierno de Chile lo condecoró con una medalla de plata; y el de Buenos Aires, con un cordón de plata de honor, declarándolo al mismo tiempo “Heroico Defensor de la Nación”. El 9 de abril de 1818 solicitaba su retiro del Ejército de los Andes, que le fue concedido por el Director Pueyrredón el 14 de mayo, regresando a Mendoza por orden de San Martín, expedida el 5 de enero de 1819, por haberlo así solicitado el gobernador de aquella provincia. En Mendoza, Beltrán permaneció unos ocho meses, reorganizando la maestranza y actuando con el respeto de sus semejantes. Al cabo de ellos volvió a Chile, por requerirlo así las necesidades del alistamiento de la campaña libertadora del Perú.
Preparó todos los pertrechos con que se contó para esta admirable empresa, completando el parque del ejército expedicionario, embarcándose el propio Beltrán en Valparaíso, el 20 de agosto de 1820, en el carácter de Director de la Maestranza del Ejército Libertador, cargo que desempeñó desde aquella fecha hasta agosto de 1824.
Por los servicios que prestó en esta campaña, obtuvo una medalla de oro que le concedió el Protector del Perú con el lema: “Yo fui del Ejército Libertador”. Fue declarado Asociado de la “Orden del Sol”, creada el 8 de octubre de 1821 para premio de los ciudadanos virtuosos y en recompensa a los hombres meritorios, siéndole asignada a Beltrán la pensión de 250 pesos anuales.
El 22 de octubre de 1821 ascendió a sargento mayor graduado. En marzo de 1822 fundió 24 cañones de montaña, arma de que se hallaba carente el ejército. Aprestó en el ramo de pertrechos de guerra, cuatro expediciones marítimas: una, la que marchó a las órdenes del brigadier Domingo Tristán; las dos a Puertos Intermedios, al mando de los generales Rudecindo Alvarado y Andrés de Santa Cruz, respectivamente; y la última, la que fue a Arequipa a las órdenes del general Sucre.
Por tantos merecimientos, el 20 de septiembre de 1822, recibió la efectividad de sargento mayor y el 18 de agosto de 1823, los despachos de teniente coronel graduado. En el curso de este último año se retiró con el parque y la maestranza a los castillejos del Callao, en el mes de junio, ante la aproximación del ejército de Canterac. Allí permaneció hasta el mes de julio, en que los enemigos levantaron el sitio que habían impuesto a aquella plaza fuerte y se retiraron.
A consecuencia de la sublevación del Callao, el 5 de febrero de 1824, encabezada por los sargentos Moyano y Oliva, el comandante Beltrán se retiró a Trujillo, conduciendo la maestranza y obreros, donde continuó sus tareas para pertrechar el ejército del general Bolívar, cuyo cuartel general estaba instalado en aquella ciudad.
Un día Bolívar visitó personalmente el parque y maestranza, donde halló entre otras armas, un millar de tercerolas y fusiles; dio la orden terminante a Beltrán de limpiar ese armamento, aceitarlo y encajonarlo en el perentorio término de 3 días, pues conceptuaba que aquellas armas eran indispensables para las operaciones del ejército.
No obstante que Beltrán puso todo su infatigable celo para cumplimentar lo ordenado, 8 días después aún no había terminado la pesada tarea, pues escaseaban los obreros y los armeros eran pocos para recorrer tanto armamento, a fin de dejarlo en condiciones de ser utilizado en las futuras operaciones. Cuando al cabo de aquel tiempo se presentó nuevamente Bolívar al Parque, al ver que su orden no estaba cumplida, no sólo reconvino en tono altanero y despótico a Beltrán, sino que lo amenazó con mandarlo fusilar. Esta escena, que no era una excepción en los procedimientos despóticos del Libertador de Colombia, acostumbrado a tratar muy mal a sus subordinados según es fama entre los recuerdos que nos legaron los gloriosos soldados que fueron actores en la última etapa de la libertad del Perú, dejó una profunda impresión en Beltrán; aquella injusticia extravió su inteligencia y la idea del suicidio atenazó su espíritu.
Resuelto a cumplir tan fatal designio, se encerró en la pieza donde se alojaba, con un brasero de carbón, sobre cuyas brasas derramó asafétida (2); acostándose después sobre su cama, de la cual esperaba no levantarse más con vida.
Pero la familia en cuya casa se hospedaba sintió el fétido olor de aquella humareda, e impuesta de la escena que había sucedido entre Beltrán y Bolívar, echó abajo la puerta de la habitación del primero, sacándolo semiasfixiado. Se le prodigaron los cuidados que la ciencia aconseja, concurriendo médicos del ejército y sus amigos, pero desgraciadamente el insigne sacerdote-soldado se había vuelto loco.
El mal era grave y debió por supuesto abandonar sus tareas. Se le veía por las pobres calles del pueblito de Huanchaco, recorrerlas gritando: “¡Ahí viene…. ahí viene…. No le dejen llegar…. Es Bolívar…. Es Bolívar!”. Otras veces lo hacía llevando un cajoncito vendiendo “agua fresca y cigarros fuertes”. Así anduvo 5 días vagando por las calles, seguido por los pilluelos que gritaban: “¡El loco! ¡El loco!”.
Extenuado por la fiebre y por la fatiga, fue recogido por la familia de la buena mujer que le lavaba la ropa. Allí lo pusieron en cama y le dieron un caldo; el desventurado patriota estaba debilitado, durmió y con un régimen de tranquilidad fue convaleciendo. Una profunda postración física le quedó algún tiempo, pero al fin recobró la razón.
Restablecido completamente de su enfermedad, el 14 de agosto de 1824 se alejó de Huanchaco, embarcándose con destino a Chile, para de allí pasar a Buenos Aires. En el barco en que lo hizo se encontró con el coronel Espejo, que habiéndose embarcado en un puerto norteño, tenía el mismo objetivo en su viaje que Beltrán. También iban otros oficiales del Ejército Libertador que regresaban a su patria. En la travesía, un furioso temporal desarboló el buque, y por instantes se creyó que se hundiría y tan inminente fue el riesgo de vida que corrieron los pasajeros y tripulantes que una vez desembarcados en Valparaíso, realizaron una demostración pública piadosa, en agradecimiento al Ser Supremo por la salvación extraordinaria.
El 17 de junio de 1825 llegó Beltrán a Buenos Aires. Desde Mendoza, en marzo y abril de aquel año, había solicitado sin resultado, que se le concediese licencia con medio sueldo, a fin de atender su quebrantada salud, señalando al Gobierno, que se había visto obligado por la estrechez de sus recursos “a recibir el alimento diario por favor, pues absolutamente no me ha quedado para subsistir”.
Después de un corto descanso de dos meses, en agosto de aquel año, Beltrán y Espejo fueron destacados al ejército que organizaba sobre la línea del río Uruguay, el general Martín Rodríguez: el primero como Jefe del Parque y el segundo, como ayudante del Estado Mayor General. El 13 de noviembre de 1826 le fue revalidado su grado de teniente coronel por el Gobierno Argentino, habiendo obtenido despachos de sargento mayor el 7 de septiembre del mismo año.
Las funciones del teniente coronel Beltrán fueron de gran importancia, pues no solo alistó armas para los varios de miles de soldados que se instruían en las costas entrerrianas, sino que también proveyó armamento a los diferentes buques de la escuadra confiada a la hábil dirección del Almirante Brown; el cual debió hacer frente en todos los encuentros a fuerzas navales muy superiores, de donde resultaron averías muy importantes para los barcos republicanos y sus piezas de combate quedaron frecuentemente fuera de uso. Sin bien es cierto de que la escuadra tenía sus talleres de reparaciones, también lo es de que Beltrán tuvo influencia importante en su dirección.
Actuó en la batalla de Ituzaingó, pero el mal estado de su salud lo obligó a abandonar la campaña y regresar a Buenos Aires y sintiendo que se aproximaba su fin, pasó sus últimos meses reconcentrado en las prácticas religiosas, haciendo penitencias y nuevos votos de castidad, pasando días de prueba y de tortura. Reclamó la presencia de un sacerdote para comulgarse y reconciliarse con el Ser Supremo. Durante dos días los sacerdotes franciscanos rodearon su lecho y finalmente, pidió ser vestido nuevamente con el hábito de la Orden, renunciando a las armas. Nombró albacea a su antiguo amigo, el después general Manuel Corvalán.
El teniente coronel Luis Beltrán, falleció a las siete de la mañana del 8 de diciembre de 1827; y al día siguiente fue sepultado en el Cementerio del Norte “en clase de sacerdote que era, por haber renunciado a la carrera militar antes de morir”, según expresa la comunicación de Corvalán al Inspector y Comandante General de Armas de fecha 10 del mismo mes y año. El otro acompañante de su cadáver fue el general Tomás Guido.
A pesar de que en su testamento de 29 de agosto de 1800, Beltrán dice ser nacido en San Juan, se considera que este suceso se produjo viajando su familia de esta ciudad a la de Mendoza, ya que solo tenía tres días cuando llegaron sus progenitores a esta última, donde fue bautizado, como queda dicho. Su madre sobrevivió hasta 1847.
Referencias
(1) En realidad la artillería transportada sumaba: 2 obuses de 6 pulgadas, 7 cañones de batalla de a 4, 9 cañones de montaña de a 4 y dos cañones de hierro de un calibre, y dos de 10 onzas con sus respectivas cureñas y armones. Las municiones eran considerables: 300 granadas, 200 tarros de metralla para obús, 2.100 tiros de bala, 1.400 tiros de metralla, 2.700 tiros a bala para las piezas de montaña, etc. etc. etc..
(2) La asafétida (Ferula asafoetida) es una especie botánica de olor muy fuerte, bastante repugnante, vagamente similar al ajo.
FuenteEfemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).
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Juan Francisco Borges

Juan Francisco Borges




Nació en Santiago del Estero, el 24 de junio de 1766, siendo sus padres Manuel Pedro Borges y María Josefa de Urrejola y Peñaloza.  El joven Borges, estudiante en La Paz, era ayudante mayor de Milicias cuando estalló la “sublevación” de Túpac Amaru, atroz y vengativamente cancelada.  En defensa de la sitiada ciudadela española combatieron padre e hijo, perdiendo la vida don Manuel Pedro.  En su estada en España, donde fue ascendido a Capitán de los Ejércitos de S. M., se le concedió el título de Caballero Cruzado de la Orden de Santiago.
Ostentaba el grado de teniente coronel cuando se produjo el movimiento emancipador de mayo de 1810.  Hombre audaz y abnegado, sus conexiones de familia, su empleo en el ejército del Rey, no fueron un impedimento para detener los generosos sentimientos de su ardiente patriotismo y a su actividad y celo se debió la pronta incorporación de su provincia natal a la causa emancipadora.  Ayudado por uno de sus más íntimos amigos, Germán Lugones (padre del coronel Lorenzo Lugones), empezó a reclutar gente, que uniformó y equipó a costa de su peculio, tan pronto tuvo noticias de la preparación de la empresa libertadora confiada al coronel Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, de modo que cuando éste llegó a la jurisdicción de Santiago del Estero, el comandante Borges pudo presentarle 367 hombres perfectamente organizados, que se incorporaron a los expedicionarios con el nombre de “Patricios de Santiago del Estero”, los que se batieron en Suipacha, así como también en Tucumán y Salta.  En los desastres de Vilcapugio y Ayohuma perecieron casi todos los santiagueños, después de haberse batido con denuedo, hecho que aprovecharon los enemigos del general Belgrano para prevenir a Borges contra aquél, especialmente, cuando el Director Pueyrredón le designó nuevamente para mandar el Ejército del Norte, después de su regreso de Europa.
Sublevación autonomista en Santiago del Estero
Entre tanto, el Congreso General resuelto trasladar su sede a Buenos Aires en contra de la opinión de los diputados de Santiago del Estero y Tucumán, a la cual el territorio de la primera pertenecía como parte integrante de la segunda.  Estas circunstancias dieron a Borges pretexto suficiente para levantar el estandarte de la revolución federal, apoyado por las milicias locales; derrocó al Teniente Gobernador Gabino Ibáñez en diciembre de 1816 y se colocó en su lugar, negando obediencia al general Belgrano y al gobierno de Tucumán, de quien dependía.  Ibañéz fue detenido y enviado a Loreto.
Belgrano destacó al comandante Lamadrid con un escuadrón de 100 Húsares como vanguardia de las fuerzas destinadas contra Borges, cuyo grueso lo comandó el coronel Juan Bautista Bustos, con 250 hombres y dos piezas de artillería.  Este último, en realidad no llegó a actuar, pues la vanguardia adelantada a las órdenes de Gregorio Aráoz de Lamadrid los dispersó en el combate de Pitambalá, el 27 de diciembre de 1816.  Las fuerzas de Borges contaban con un total de alrededor de 500 hombres.
Borges se retiró en dirección al Salado (río que corre por la frontera Este de Santiago) de donde se proponía pasar a Salta, en busca del apoyo de Martín Miguel de Güemes.  Finalmente, al cabo de tres días, se refugió en la casa de los Taboada en Guaype (actual Departamento Sarmiento), a la sazón parientes suyos, quienes lo entregaron a Lamadrid.
“Los partes de estas ocurrencias – dice el Gral. José M. Paz en sus Memorias Póstumas- se transmitían instantáneamente al general Belgrano, que luego que supo la derrota de los sublevados, expidió un decreto de indulto, con excepción de Borges, Gonsebat y del capitán Lugones, de mi regimiento.  Este se hallaba allí desde antes de la sublevación con un piquete de treinta Dragones, con los que se había unido a Borges, y salido a campaña, y a los que (sin que hasta ahora sepa por qué) despidió desde Loreto, de modo que volvieron y se incorporaron, al cargo de un sargento, a las fuerza que los perseguía.  Todo prueba que los revoltosos se asustaron de su propia obra, luego que la hubieron consumado.
“Cuando a los cuatro o cinco días de la derrota se tuvo noticia de la prisión de Borges, tuve orden de salir con una partida que iba a cargo del capitán don Joaquín Lima, al puesto de Vinal, situado a diez leguas de la ciudad, a recibir al prisionero, tomarle una declaración sobre los últimos hechos y hacerlo seguir hasta la ciudad.  Habíamos contado con hallar a Borges esa noche en Vinal, pero no sucedió así, y luego se tuvo noticia de que por causa de enfermedad se había demorado su marcha.
Fusilamiento de Borges
“A la mañana siguiente continuó en su solicitud, el capitán Lima con la partida, quedándome yo a esperarlo en Vinal, para llenar las formalidades de mi comisión.  En todo ese día ni la noche no apareció, y a la madrugada del tercer día se me presentó el comandante Lamadrid, quien me manifestó la orden que traía de fusilarlo sin más demora que la muy precisa para recibir los auxilios espirituales.  La sentencia emanaba directamente del general Belgrano; había sido remitida a Bustos, y este comisionó a Lamadrid para su ejecución.
“En la pequeña comitiva que había sacado Lamadrid de Santiago venía un religioso dominico, el Padre Ibarzábal, quien debía ofrecer sus servicios al desgraciado Borges; mas como por su edad y poco ejercicio en el caballo, no pudiese acompañar la rápida marcha del comandante, se convino en que se quedase en una chacarilla que tiene el mismo convento, a dos leguas de la ciudad, debiendo Lamadrid traer allí al reo, para que fuese ejecutado después de hacer sus disposiciones cristianas.
“Bien poco agradable me había sido la comisión que se me había conferido, así es que aproveché sin trepidar la ocasión que se me presentaba de eximirme.  Yo había creído que la declaración que se mandaba tomar al prisionero era para que sirviese de precedente a un juicio que, aunque fuese muy breve, llenase en cierto modo las formas; pero, desde que sin esperar éste se había extendido la sentencia y se mandaba ejecutar, ya era inútil todo esclarecimiento de un hecho que estaba juzgado.  Me retiré pues, antes que viniese Borges, y antes de mediodía estuve en Santiago, sin la declaración que había ido a tomar.
“Bustos se conformó con la explicación que le dí, pero el teniente gobernador, teniente coronel don Gabino Ibáñez, que acababa de ser restituido a su empleo, se aferraba en que otras personas del vecindario habían tomado parte en la conspiración, y exigía que, sin embargo de la sentencia, declarase el reo sus cómplices.  Sin embargo de haber sostenido yo la opinión contraria, venció en el ánimo de Bustos el modo de pensar de Ibáñez, y a las once de la noche recibí orden de trasladarme muy temprano, con un secretario, a la chacarilla de los dominicos, donde ya debía estar Borges.  Tuve que conformarme, y serían las seis de la mañana cuando llegué al lugar en que debía ser el suplicio de aquel desgraciado jefe.  El comandante Lamadrid me salió al encuentro para decirme que había llegado esa madrugada con el reo y que inmediatamente se le había puesto en capilla, con dos horas de término, las que iban ya a cumplirse.  Me pareció cruel y hasta bárbaro turbar los últimos momentos de un hombre, en aquella situación, con preguntas que si él satisfacía, comprometían a sus amigos, y si negaba podían conturbar su conciencia.  Por otra parte me constaba que el General en Jefe nada de esto había prevenido, antes por el contrario, dando por concluida la rebelión, había promulgado una amnistía.  Tomé, pues, sobre mi responsabilidad, y esta vez sin remisión,  porque el declarante iba a desaparecer, evitar la declaración, y sin bajarme del caballo, volví las riendas para la ciudad de donde acababa de salir.
“Cuando llegué a la chacra de Santo Domingo (1) estaba ya designado el lugar del suplicio, a unas cuantas varas del rancho que ocupaba el reo, bajo un frondoso algarrobo, a cuyo tronco estaba atada una mala silla de cuero, que debía de servir de banquillo.  El comandante Lamadrid me dijo que cumplidas ya las dos horas, el reo iba a ser ejecutado.  Cuando me despedí se formaba ya la escolta, y no había andado ni un cuarto de legua, cuando oí la fatal descarga.  Borges murió con entereza y protestando contra la injusticia de su sentencia y la no observancia de las formas, pero con los sentimientos religiosos y cristianos.
“Antes de una hora estuve en Santiago y en casa de Bustos, a quien di cuenta de lo sucedido.  Manifestó por ello la más cumplida indiferencia; no así Ibáñez, quien, a pesar de nuestra relación de amistad, reprobó mi procedimiento, lo que dio lugar a acaloradas disputas.  Mas no fue este el único punto en que discordó, como lo voy a referir.
“El mismo día llegó el parte de haber sido detenidos y presos en Ambargasta, jurisdicción también de Santiago, Gonsebat y Lugones, que muy luego llegarían a la ciudad.  Al primero no lo conocía yo, pero el segundo era oficial de mi regimiento, y había sido antes de mi compañía; había sido también mi particular amigo, aunque en el tiempo precedente se hubiesen resfriado nuestras relaciones, por efecto de esas ideas anárquicas que empezaban a fermentar en su cabeza.
“A más del interés que me inspiraba Lugones, mis principios y mi corazón me hacían desear que no se derramase más sangre.  Creí, pues, que debía hacer algo para detener el golpe terrible que lo amenazaba, cuya gracia naturalmente sería extensiva a los otros exceptuados.  Me llegué al coronel Bustos a rogarle con el mayor encarecimiento, que al dar cuenta de la prisión de Lugones, lo recomendara al General, y me empeñé con los comandantes Lamadrid y Morón para que me secundasen en mi solicitud.  El coronel Bustos me lo prometió, y estoy persuadido de que lo hizo; el hecho fue que Lugones perdió su empleo, quedando destinado a servir como “aventurero” (2) en el ejército, y subsistió así por algún tiempo, quedando al fin, de nuevo, en su clase; siendo ésta la única pena a que se le condenó.  Gonsebat y Montenegro salvaron también sus vidas a costa de algún tiempo en prisión y privación de sus empleos.
“El general Belgrano no debió arrepentirse de la indulgencia con que trató a los últimos, siéndome sensible no poder decir lo mismo de la sentencia (si puede llamarse sentencia un decreto de muerte, sin juicio, sin forma alguna y sin oír al reo) precipitada que hirió a Borges.  ¿Creyó acaso el General que la demora de la ejecución, podía dar motivos a nuevas turbaciones?  No lo sé; pero si así fuese se equivocó completamente, pues la rebelión estaba tan terminada, como el caudillo había sido arrestado por sus mismos paisanos y en el mismo teatro de sus aspiraciones.  De cualquier modo, nunca podía faltar tiempo para que se juzgase sumariamente y se  oyesen sus descargos.  Lo singular es que el General, que tanto predicaba la obediencia y la observancia de las leyes, las violase invocándolas, sin que ninguna autoridad superior le hiciese cargo”.
Borges, en cumplimiento de las órdenes de Belgrano, y sin juicio previo ni defensa, fue fusilado el 1º de enero de 1817. 
Su esposa era Catalina de Medina y Montalvo, con la que tuvo un hijo: Juan Francisco Segundo Borges, que años más tarde llegaría a ser gobernador de su provincia.
Juan Francisco Borges hoy es reivindicado en su provincia natal como uno de los precursores del federalismo nacional.
Referencias
(1) Hoy Departamento Robles, Santiago del Estero.
(2) Voluntario con equipo, armas y caballo propios.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Paz, José María – Memorias póstumas – Tomo I – Campañas de la Independencia.
Portal www.revisionistas.com.ar
Tagliotti, Guillermo José – Semblanza santiagueña.
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).
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miércoles, 9 de septiembre de 2015

JOSÉ FIGUEROA ALCORTA

JOSÉ FIGUEROA ALCORTA

(Córdoba, 1860 - Buenos Aires, 1931) Político argentino que fue presidente de la República entre 1906 y 1910, tras la muerte de Quintana. En 1882 se graduó en leyes en la universidad, y el mismo año fue designado para dictar en la antigua casa de estudios una cátedra de derecho internacional. José Figueroa Alcorta alternó la docencia universitaria y su cargo de consultor de la municipalidad de Córdoba y del ferrocarril Norte con tareas periodísticas en los diarios La Época y El Interior. No había cumplido aún los veinticinco años cuando fue elegido senador provincial.
Al cesar en sus funciones de senador fue elegido diputado a la legislatura por cuatro años, período que no pudo cumplir, porque en 1890 fue nombrado ministro de Gobierno en la administración de Marcos Suárez, a quien acompañó hasta el final de su gestión. Eleazar Garzón, sucesor de Juárez, lo designó ministro de Hacienda de la provincia. Apenas cumplidos los 35 años fue elegido gobernador de la provincia de Córdoba. Su gobierno se distinguió por el saneamiento de las finanzas y por sus iniciativas en educación pública, obras viales y mejoras edilicias. Creó el registro de la propiedad, organizó el cuerpo de bomberos, inauguró las obras de luz y fuerza de la provincia y llevó a cabo otras numerosas realizaciones.
Terminado su período de gobierno en el mes de marzo de 1898, la Legislatura lo eligió el mes siguiente senador nacional, por gran mayoría. Le tocó intervenir en la discusión de problemas vitales como los vinculados a la cuestión de límites con Chile. José Figueroa Alcorta fue el encargado de presentar a la Cámara el informe favorable a los "pactos de Mayo", haciéndolo en un discurso que puso de manifiesto los peligros de la paz armada en América; sostuvo la implantación del arbitraje para la solución de los conflictos internacionales y expuso la inquietud argentina en la cuestión del Pacífico entre Chile, Perú y Bolivia.
En la "reunión de notables", convocada por Roca, surgió su nombre como compañero de la fórmula presidencial que encabezaba Manuel Quintana. Al triunfar la fórmula, José Figueroa fue consagrado vicepresidente de la República y asumió la presidencia del Senado desde el 12 de octubre de 1904. Aprovechando un receso parlamentario se trasladó con su familia a Córdoba, en el verano de 1905, y se instaló en Capilla del Monte.
La revolución del 4 de febrero de 1905 estalló en Córdoba bajo la dirección del coronel Daniel Fernández y el doctor Aníbal del Viso, que derrocaron a las autoridades constituidas. Al conocerse en Córdoba el fracaso de la revolución en Buenos Aires, cundió el desaliento, y los revolucionarios, en busca de amparo, se apoderaron de la persona del vicepresidente y lo mantuvieron como rehén, para presionar sobre el ánimo del primer magistrado. Dominada la revuelta, Figueroa Alcorta recuperó la libertad y volvió a Buenos Aires, reanudando su labor en el Senado.
La presidencia de José Figueroa Alcorta
En 1906, tras la muerte del presidente Manuel Quintana, renunció el gabinete en pleno. José Figueroa Alcorta asumió la presidencia y reorganizó el gobierno de esta forma: Norberto Quirno Costa en Interior; Manuel Montes de Oca en Relaciones Exteriores; Norberto Piñero en Hacienda; Federico Pinedo en Justicia, Culto e Instrucción Pública, sustituido luego por Rómulo Neón, que fundó las primeras escuelas rurales para difundir la instrucción en la campaña; Luis María Campos en Guerra; Onofre Betbeder en Marina; Ezequiel Ramos Mejía, que trazó un plan de ferrocarriles patagónicos, en Agricultura, y Miguel Tedín en Obras Públicas.
A lo largo de su mandato presidencial (1906-1910), José Figueroa Alcorta supo gobernar sin presiones y pudo encauzar una política de renovación, que le aseguró al comienzo un margen de simpatía en las esferas que se disputaban el poder. Pero poco a poco cayó bajo la influencia de la fracción oligárquica. Mientras que en el aspecto político el gobierno tenía que afrontar constantes problemas de hostigamiento, en lo económico el país había entrado en una etapa de prosperidad industrial, comercial y cultural, en un creciente bienestar que se advertía en muchas esferas de la vida del país. La Argentina era en ese entonces uno de los grandes proveedores mundiales de cereales.
En las elecciones del 11 de marzo de 1906, la coalición de partidos opositores encabezada por Carlos Pellegrini dio el triunfo a los antirroquistas en la capital. Pero la mayoría de legisladores no veía con agrado esa orientación y procuró resistir en forma pasiva al poder ejecutivo y su política; incluso se habló de formar juicio político al presidente. Convocado al Congreso a sesiones extraordinarias a fines de 1907 para considerar el presupuesto de gastos y numerosos asuntos más, las cámaras no sólo se mostraron reacias a la iniciativas del poder ejecutivo, sino que las ignoraron.
El 25 de enero de 1908 el presidente, en acuerdo general de ministros, decretó la vigencia del presupuesto general de 1908 de gastos de la administración. Como consecuencia de la oposición de las cámaras, clausuró las sesiones extraordinarias del Congreso y retiró los asuntos sometidos a su deliberación. El 27 de enero, la fuerza pública ocupó el palacio legislativo y prohibió la entrada a los legisladores de ambas cámaras. Se anunció por el Ministerio del Interior que se prohibían las reuniones de legisladores en cualquier punto del país.
Hubo algunas protestas ruidosas a la entrada de las cámaras, pero en poco tiempo el incidente fue olvidado, pues no había sido mal recibido por la opinión popular, poco adicta a un parlamento que estaba bastante lejos de sus aspiraciones. Ante la protesta de diputados y senadores, las fuerzas de ocupación fueron retiradas el 30 de enero, y los legisladores pudieron entrar y salir libremente. La clausura del Congreso por parte del ejecutivo fue un hecho político de gran importancia; el Congreso reanudó sus sesiones en mayo de 1908.
A nivel interno, durante la presidencia de Figueroa Alcorta se construyeron en las provincias y territorios canales, puentes, caminos, diques, obras de riego, etcétera. Fue inaugurado el palacio del Congreso y en mayo de 1906 se realizaron allí sesiones legislativas. En el curso de cuatro años los ferrocarriles tuvieron un aumento de siete mil kilómetros. El crecimiento urbano de la capital prosiguió y, al llegar el Centenario de la Independencia, Buenos Aires era una de las grandes ciudades del mundo.
La explotación de recién descubiertos yacimientos petrolíferos fue otro de los hechos destacados del periodo. El 13 de diciembre de 1907, mientras se realizaban trabajos de perforación en busca de agua en Comodoro Rivadavia por encargo de la División de Minas, Geología e Hidrología, los responsables de las tareas, J. Fuch y Humberto Behin, hallaron a 535 metros de profundidad una capa de petróleo. Desde entonces hasta 1910 se perforaron cinco pozos. En la Exposición del Centenario se presentó una gran caldera que funcionaba con petróleo argentino; el mismo año se promulgó la ley de reservas, que abarcaba una zona de cinco mil hectáreas.
En política exterior, el presidente Figueroa Alcorta tuvo que hacer frente a varios conflictos internacionales. Uno de ellos fue la ruptura de relaciones con Bolivia, en julio de 1909. De acuerdo con el tratado entre Perú y Bolivia del 30 de diciembre de 1902, ambos países habían aceptado someter el pleito al arbitraje del gobierno argentino para resolver una vieja cuestión de límites. Ésta fue sometida a una comisión asesora del gobierno argentino, pero el laudo fue rechazado por el Congreso y el gobierno de Bolivia, por considerar que no les era favorable. En La Paz y otras ciudades del Altiplano se produjeron demostraciones hostiles en las calles y la legación argentina fue apedreada. El gobierno argentino retiró inmediatamente a su delegado en Bolivia y entregó los pasaportes al representante boliviano en Buenos Aires. Las relaciones diplomáticas no se restablecieron hasta enero de 1911, bajo el gobierno de Roque Sáenz Peña.
Otro serio problema se suscitó con Uruguay, en razón de divergencias sobre el alcance jurisdiccional en aguas del Río de la Plata, a raíz del cual se produjo un enfrentamiento entre los gobiernos argentino y uruguayo, a mediados de 1907. El conflicto tuvo mucha repercusión en la calle y suscitó amplias controversias en la prensa. Finalmente prevaleció en los gobernantes de los dos países un criterio ponderado y sereno; las relaciones se mantuvieron después de una gestión diplomática, de la que se encargó Roque Sáenz Peña. Por último se firmó un protocolo que puso fin a la cuestión el 5 de enero de 1910.
El titular de Relaciones Exteriores, Estanislao S. Zeballos, asistió desde su ministerio a un enfriamiento en las relaciones con los Estados Unidos, Brasil y Uruguay. Zeballos había llevado su nacionalismo pasional a la categoría de un argentinismo agresivo; pretendía militarizar el país y dominar por la fuerza la desavenencias con Brasil, según expresó en una carta del 27 de junio de 1908. Para hacer frente a esa eventualidad buscó la alianza con Chile y Uruguay, a fin de aislar a Brasil e imponerle la limitación de armamentos o la cesión de parte de su escuadra.
Un telegrama cifrado que había cursado el ministro a su embajador en Chile, y que Zeballos conservaba en secreto, fue dado a la publicidad y mostraba ciertos propósitos bélicos por parte de Brasil. Alarmados ambos países por estos hechos, el barón de Rio Branco demostró la falsedad del texto publicado y divulgó la clave secreta de su cancillería. Figueroa Alcorta tuvo que pedir la renuncia del ministro Zeballos, siendo designado para reemplazarlo Victorino de la Plaza. Con esto cedió la tensión internacional, aunque la cordialidad entre ambos países sólo se restableció plenamente bajo la presidencia de Sáenz Peña.
La sucesión presidencial
A mediados del año 1909, se hizo pública la candidatura de Roque Sáenz Peña a la presidencia de la República. Para proclamarla se formó la Unión Nacional, compuesta por mitristas, pellegrinistas, roquistas, oficialistas provinciales, fuerzas amparadas por el presidente y ciudadanos independientes como Ricardo Lavalle, que debía presidirla. Los representantes del "viejo régimen" se unieron para sostener esa candidatura, lo mismo que la del entonces ministro de Relaciones Exteriores, Victorino de la Plaza.
En la oposición figuraba únicamente el Partido Republicano, a cuyo frente estaba Emilio Mitre, quien, al ver el triunfo aplastante de la Unión Nacional en la elección para senadores por la capital, abandonó la carrera electoral. Cuando Sáenz Peña aceptó su candidatura dijo: "Necesitamos crear al sufragante, sacándolo del oscuro rincón del egoísmo, a la luz vivificante de las deliberaciones populares". Las elecciones para la renovación de la presidencia se realizaron en abril de 1910.
El 12 de octubre de 1910, Figueroa Alcorta entregó el gobierno a su sucesor Roque Sáenz Peña. Después de un breve descanso en su hogar y de un viaje de recreo a España en 1911, el nuevo presidente Sáenz Peña le encomendó la embajada extraordinaria para representar a la Argentina en el Centenario de las Cortes de Cádiz y de la Constitución Liberal de 1812. Con ello se retribuía también la visita de la infanta Isabel; Alcorta fue recibido por el rey Alfonso XIII.
Al regresar al país se dedicó a su profesión de abogado; en 1915 quedó vacante un cargo de ministro de la Suprema Corte y el entonces presidente Victorino de la Plaza lo designó para ocuparla, previo acuerdo con el Senado. Figueroa Alcorta se abstuvo de toda participación política y se dedicó desde el alto tribunal a su función específica. Falleció el 27 de diciembre de 1931, a los 71 años.


FRANCISCO ACUÑA DE FIGUEROA

FRANCISCO ACUÑA DE FIGUEROA



(Montevideo, 1790- id., 1862) Poeta uruguayo, una de las más altas figuras de la época clasicista de la literatura rioplatense.
Con Acuña de Figueroa se inician los perfiles de la literatura nacional de su país, en los tiempos en que la nacionalidad uruguaya se va concretando y definiendo frente a la argentina.
De modesta posición, ingenioso y culto, contempló la evolución de su patria desde la colonia hasta la independencia, y su formación y temperamento lo llevaron a mostrarse adversario del dictador argentino Rosas. Fue director de la Biblioteca Nacional, escribió la letra de los himnos nacionales de Uruguay y Paraguay, narró en verso los episodios del sitio de Montevideo (Diario histórico), hizo gala de su ingenio en los Decretos pilatunos, escribió algunas piezas teatrales, tradujo diversos poemas latinos y preparó sus originales en doce volúmenes de Obras completas, en los que puede encontrarse su variada producción.
La personalidad de Francisco Acuña de Figueroa, que llegó a ser una especie de jerarca oficial de las letras de su país, refleja los vaivenes y balbuceos de la transformación y crecimiento de la nación uruguaya, a cuya independencia literaria contribuyó en gran manera. Dotado de una sólida formación neoclásica, siguió los modelos de los moralistas españoles Juan Bautista Arriaza, Félix María de Samaniego y Tomás de Iriarte, satirizando instituciones y personas públicas y también costumbres y asuntos privados. Sus obras pueden clasificarse en serias y festivas, atribuyéndose a estas últimas el mayor mérito.
De su producción destaca el poema épico burlesco La Malambrunada, su trabajo más ambicioso, en el que se burla de las mujeres viejas libidinosas que pretenden competir en el amor con las jóvenes ninfas. Escrito en 1837 en octavas reales, la acción se plantea como una lucha entre las viejas (representadas por unas brujas capitaneadas por Malambruna y protegidas por Satán) y las jóvenes, amparadas por Venus bajo el mando de la ninfa Violante. Después de intrincadas y burlescas peleas y risueños episodios casi heroicos, fallece Malambruna. Las viejas huyen ante la vigorosa carga de las jóvenes, hasta hundirse, para salvarse, en un fangal en el que el propio Diablo, que protegía a las feas, las abandona dejándolas transformadas en ranas.
Junto a esta obra con ciertos ribetes de crítica social y de filosofía satírica, merecen destacarse por sus méritos literarios sus numerosísimos epigramas, que reunió en títulos como Mosaico poético (1857). Verso fácil, gracejo narrativo, intencionado donaire y quevediana picardía son los rasgos distintivos de esta múltiple labor satírico-burlesca que Acuña de Figueroa cumplió hasta el último día de su existencia.


martes, 8 de septiembre de 2015

JEAN JAURÈS

JEAN JAURÈS





Jean Jaurès, cuyo nombre completo era Auguste Marie Joseph Jean Léon Jaurès fue un político socialista francés. Fundó L'Humanité en 1904. Fue asesinado tres días después de comenzada la Primera Guerra Mundial.

Dirigente socialista francés (Castres, Tarn, 1859 - París, 1914).

Este profesor de Filosofía de la Universidad de Toulouse, procedente de una familia acomodada, inició su andadura política en las filas de los republicanos «oportunistas» de centro-izquierda (1885). Fue su investigación doctoral sobre los orígenes del pensamiento socialista alemán la que le llevó a abrazar el ideario socialista y enriquecerlo con sus propias aportaciones.

Jean Jaurès sostuvo un socialismo humanista ecléctico, pero coherente, en el que se mezclan patriotismo e internacionalismo, individualismo y colectivismo, reforma y revolución. Defendió el valor de la democracia parlamentaria para mejorar la condición obrera, encauzando el socialismo francés por vías legales y reformistas; contribuyó a que los socialistas se sumaran a las reclamaciones de revisión del proceso Dreyfus (1898) y participaran en gobiernos reformistas de la Tercera República.

Sus brillantes cualidades intelectuales y morales, así como su entrega a la causa obrera, le convirtieron en el gran líder del socialismo francés anterior a la Primera Guerra Mundial y un referente moral para la época posterior.

Diputado socialista desde 1893, fue elegido presidente de la cámara en 1903. Tuvo un papel importante en la unificación de las diversas tendencias en que se hallaban divididos los socialistas franceses, facilitando la formación del partido Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO) en 1905; y posteriormente se impuso en su seno sobre el dogmático marxista Jules Guesde.

Ante las tensiones internacionales de comienzos de siglo, Jaurès criticó el imperialismo y defendió la negociación pacífica de las diferencias entre Francia y Alemania; esta actitud le ganó la enemistad de los ultranacionalistas franceses, uno de los cuales le asesinó en vísperas del estallido de la Primera Guerra Mundial.


CONCEPCIÓN ARENAL "pionera del movimiento feminista"

CONCEPCIÓN ARENAL "pionera del movimiento feminista"







Concepción Arenal fue una importante escritora española realista vinculada al pionero movimiento feminista de finales del siglo XIX.

Escritora y activista social española (El Ferrol, 1820 - Vigo, 1893). Sorteando las dificultades que en su época se oponían al acceso de las mujeres a la universidad, estudió en Madrid Derecho, Sociología, Historia, Filosofía e idiomas (teniendo incluso que acudir a clase disfrazada de hombre).
En 1847 casó con don Fernando García Carrasco, abogado y escritor, y ambos esposos colaboraron en La Iberia. Su primer libro fue la novela Historia de un corazón, y en 1851 publicóFábulas en verso. Enviudó en 1855 y se retiró a Potes (Santander) con sus hijos, y más tarde a Galicia. Próxima al krausismo, pronto fueron conocidas sus críticas a la injusticia social de su tiempo (particularmente contra la marginación de la mujer, la condición obrera y el sistema penitenciario), fundamento de un reformismo social de raíz católica.
En 1862 publicó su Manual del visitador del preso, traducido a casi todos los idiomas europeos. En 1864 fue nombrada visitadora general de prisiones de mujeres. Colaboró con Fernando de Castro en el Ateneo Artístico y Literario de Señoras, precedente de posteriores iniciativas en pro de la educación de la mujer como medio para alcanzar la igualdad de derechos. Desarrolló una intensa actividad filantrópica: fue fundadora del Patronato de los Diez, de la Constructora Benéfica y del periódico La Voz de la Caridad (1870), secretaria de la Cruz Roja de Madrid, directora de un hospital de campaña durante la Tercera Guerra Carlista…
Al mismo tiempo, elaboró una amplia obra escrita, en la que reflexionaba sobre propuestas como la legitimidad de la guerra justa en defensa de los derechos humanos (Ensayo sobre derechos de gentes), la orientación del sistema penal hacia la reeducación de los delincuentes (El visitador del preso) o la intervención del Estado en favor de los desvalidos (La beneficencia, la filantropía y la caridad).Como penalista propuso una función educativa del sistema penitenciario que reformase al delincuente en lugar de castigarlo, siguiendo las ideas del reformador del derecho penal Pedro Dorado Montero.
Otros de sus estudios destacados son La instrucción del pueblo, La pena de deportación(premiadas por la Academia de Ciencias Morales y Políticas), Cartas a los delincuentes, Cartas a un obrero y a un señor, La condición de la mujer en España (publicada primeramente en inglés),El delito colectivo, etc. En la obra y en la vida de Concepción Arenal domina la esperanzadora certeza de que en la sociedad existen los elementos necesarios para consolar todos los dolores; no hay más que armonizarlos.
De sus obras sobre la condición femenina sobresalen La mujer de su casa y La mujer del porvenir. En La mujer de su casa (1895), estudió los problemas a que debía enfrentarse la mujer española de su tiempo para ocupar digna y eficazmente el puesto en que la sociedad humana la necesita. Sostuvo que era una profunda y nefasta equivocación del hombre la de mantener el principio de que la mujer perfecta "no piensa más que en su casa, en su marido y en sus hijos". En La mujer del porvenir (1868), señaló la contradicciones en la consideración de la mujer ("Si la ley civil mira a la mujer como un ser inferior al hombre, moral e intelectualmente considerada, ¿por qué la ley criminal le impone iguales penas cuando delinque?"), combatió los prejuicios sobre la supuesta inferioridad fisiológica, moral e intelectual de la mujer y exploró las consecuencias de su acceso a la educación y al trabajo.