jueves, 10 de septiembre de 2015

Juan Francisco Borges

Juan Francisco Borges




Nació en Santiago del Estero, el 24 de junio de 1766, siendo sus padres Manuel Pedro Borges y María Josefa de Urrejola y Peñaloza.  El joven Borges, estudiante en La Paz, era ayudante mayor de Milicias cuando estalló la “sublevación” de Túpac Amaru, atroz y vengativamente cancelada.  En defensa de la sitiada ciudadela española combatieron padre e hijo, perdiendo la vida don Manuel Pedro.  En su estada en España, donde fue ascendido a Capitán de los Ejércitos de S. M., se le concedió el título de Caballero Cruzado de la Orden de Santiago.
Ostentaba el grado de teniente coronel cuando se produjo el movimiento emancipador de mayo de 1810.  Hombre audaz y abnegado, sus conexiones de familia, su empleo en el ejército del Rey, no fueron un impedimento para detener los generosos sentimientos de su ardiente patriotismo y a su actividad y celo se debió la pronta incorporación de su provincia natal a la causa emancipadora.  Ayudado por uno de sus más íntimos amigos, Germán Lugones (padre del coronel Lorenzo Lugones), empezó a reclutar gente, que uniformó y equipó a costa de su peculio, tan pronto tuvo noticias de la preparación de la empresa libertadora confiada al coronel Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, de modo que cuando éste llegó a la jurisdicción de Santiago del Estero, el comandante Borges pudo presentarle 367 hombres perfectamente organizados, que se incorporaron a los expedicionarios con el nombre de “Patricios de Santiago del Estero”, los que se batieron en Suipacha, así como también en Tucumán y Salta.  En los desastres de Vilcapugio y Ayohuma perecieron casi todos los santiagueños, después de haberse batido con denuedo, hecho que aprovecharon los enemigos del general Belgrano para prevenir a Borges contra aquél, especialmente, cuando el Director Pueyrredón le designó nuevamente para mandar el Ejército del Norte, después de su regreso de Europa.
Sublevación autonomista en Santiago del Estero
Entre tanto, el Congreso General resuelto trasladar su sede a Buenos Aires en contra de la opinión de los diputados de Santiago del Estero y Tucumán, a la cual el territorio de la primera pertenecía como parte integrante de la segunda.  Estas circunstancias dieron a Borges pretexto suficiente para levantar el estandarte de la revolución federal, apoyado por las milicias locales; derrocó al Teniente Gobernador Gabino Ibáñez en diciembre de 1816 y se colocó en su lugar, negando obediencia al general Belgrano y al gobierno de Tucumán, de quien dependía.  Ibañéz fue detenido y enviado a Loreto.
Belgrano destacó al comandante Lamadrid con un escuadrón de 100 Húsares como vanguardia de las fuerzas destinadas contra Borges, cuyo grueso lo comandó el coronel Juan Bautista Bustos, con 250 hombres y dos piezas de artillería.  Este último, en realidad no llegó a actuar, pues la vanguardia adelantada a las órdenes de Gregorio Aráoz de Lamadrid los dispersó en el combate de Pitambalá, el 27 de diciembre de 1816.  Las fuerzas de Borges contaban con un total de alrededor de 500 hombres.
Borges se retiró en dirección al Salado (río que corre por la frontera Este de Santiago) de donde se proponía pasar a Salta, en busca del apoyo de Martín Miguel de Güemes.  Finalmente, al cabo de tres días, se refugió en la casa de los Taboada en Guaype (actual Departamento Sarmiento), a la sazón parientes suyos, quienes lo entregaron a Lamadrid.
“Los partes de estas ocurrencias – dice el Gral. José M. Paz en sus Memorias Póstumas- se transmitían instantáneamente al general Belgrano, que luego que supo la derrota de los sublevados, expidió un decreto de indulto, con excepción de Borges, Gonsebat y del capitán Lugones, de mi regimiento.  Este se hallaba allí desde antes de la sublevación con un piquete de treinta Dragones, con los que se había unido a Borges, y salido a campaña, y a los que (sin que hasta ahora sepa por qué) despidió desde Loreto, de modo que volvieron y se incorporaron, al cargo de un sargento, a las fuerza que los perseguía.  Todo prueba que los revoltosos se asustaron de su propia obra, luego que la hubieron consumado.
“Cuando a los cuatro o cinco días de la derrota se tuvo noticia de la prisión de Borges, tuve orden de salir con una partida que iba a cargo del capitán don Joaquín Lima, al puesto de Vinal, situado a diez leguas de la ciudad, a recibir al prisionero, tomarle una declaración sobre los últimos hechos y hacerlo seguir hasta la ciudad.  Habíamos contado con hallar a Borges esa noche en Vinal, pero no sucedió así, y luego se tuvo noticia de que por causa de enfermedad se había demorado su marcha.
Fusilamiento de Borges
“A la mañana siguiente continuó en su solicitud, el capitán Lima con la partida, quedándome yo a esperarlo en Vinal, para llenar las formalidades de mi comisión.  En todo ese día ni la noche no apareció, y a la madrugada del tercer día se me presentó el comandante Lamadrid, quien me manifestó la orden que traía de fusilarlo sin más demora que la muy precisa para recibir los auxilios espirituales.  La sentencia emanaba directamente del general Belgrano; había sido remitida a Bustos, y este comisionó a Lamadrid para su ejecución.
“En la pequeña comitiva que había sacado Lamadrid de Santiago venía un religioso dominico, el Padre Ibarzábal, quien debía ofrecer sus servicios al desgraciado Borges; mas como por su edad y poco ejercicio en el caballo, no pudiese acompañar la rápida marcha del comandante, se convino en que se quedase en una chacarilla que tiene el mismo convento, a dos leguas de la ciudad, debiendo Lamadrid traer allí al reo, para que fuese ejecutado después de hacer sus disposiciones cristianas.
“Bien poco agradable me había sido la comisión que se me había conferido, así es que aproveché sin trepidar la ocasión que se me presentaba de eximirme.  Yo había creído que la declaración que se mandaba tomar al prisionero era para que sirviese de precedente a un juicio que, aunque fuese muy breve, llenase en cierto modo las formas; pero, desde que sin esperar éste se había extendido la sentencia y se mandaba ejecutar, ya era inútil todo esclarecimiento de un hecho que estaba juzgado.  Me retiré pues, antes que viniese Borges, y antes de mediodía estuve en Santiago, sin la declaración que había ido a tomar.
“Bustos se conformó con la explicación que le dí, pero el teniente gobernador, teniente coronel don Gabino Ibáñez, que acababa de ser restituido a su empleo, se aferraba en que otras personas del vecindario habían tomado parte en la conspiración, y exigía que, sin embargo de la sentencia, declarase el reo sus cómplices.  Sin embargo de haber sostenido yo la opinión contraria, venció en el ánimo de Bustos el modo de pensar de Ibáñez, y a las once de la noche recibí orden de trasladarme muy temprano, con un secretario, a la chacarilla de los dominicos, donde ya debía estar Borges.  Tuve que conformarme, y serían las seis de la mañana cuando llegué al lugar en que debía ser el suplicio de aquel desgraciado jefe.  El comandante Lamadrid me salió al encuentro para decirme que había llegado esa madrugada con el reo y que inmediatamente se le había puesto en capilla, con dos horas de término, las que iban ya a cumplirse.  Me pareció cruel y hasta bárbaro turbar los últimos momentos de un hombre, en aquella situación, con preguntas que si él satisfacía, comprometían a sus amigos, y si negaba podían conturbar su conciencia.  Por otra parte me constaba que el General en Jefe nada de esto había prevenido, antes por el contrario, dando por concluida la rebelión, había promulgado una amnistía.  Tomé, pues, sobre mi responsabilidad, y esta vez sin remisión,  porque el declarante iba a desaparecer, evitar la declaración, y sin bajarme del caballo, volví las riendas para la ciudad de donde acababa de salir.
“Cuando llegué a la chacra de Santo Domingo (1) estaba ya designado el lugar del suplicio, a unas cuantas varas del rancho que ocupaba el reo, bajo un frondoso algarrobo, a cuyo tronco estaba atada una mala silla de cuero, que debía de servir de banquillo.  El comandante Lamadrid me dijo que cumplidas ya las dos horas, el reo iba a ser ejecutado.  Cuando me despedí se formaba ya la escolta, y no había andado ni un cuarto de legua, cuando oí la fatal descarga.  Borges murió con entereza y protestando contra la injusticia de su sentencia y la no observancia de las formas, pero con los sentimientos religiosos y cristianos.
“Antes de una hora estuve en Santiago y en casa de Bustos, a quien di cuenta de lo sucedido.  Manifestó por ello la más cumplida indiferencia; no así Ibáñez, quien, a pesar de nuestra relación de amistad, reprobó mi procedimiento, lo que dio lugar a acaloradas disputas.  Mas no fue este el único punto en que discordó, como lo voy a referir.
“El mismo día llegó el parte de haber sido detenidos y presos en Ambargasta, jurisdicción también de Santiago, Gonsebat y Lugones, que muy luego llegarían a la ciudad.  Al primero no lo conocía yo, pero el segundo era oficial de mi regimiento, y había sido antes de mi compañía; había sido también mi particular amigo, aunque en el tiempo precedente se hubiesen resfriado nuestras relaciones, por efecto de esas ideas anárquicas que empezaban a fermentar en su cabeza.
“A más del interés que me inspiraba Lugones, mis principios y mi corazón me hacían desear que no se derramase más sangre.  Creí, pues, que debía hacer algo para detener el golpe terrible que lo amenazaba, cuya gracia naturalmente sería extensiva a los otros exceptuados.  Me llegué al coronel Bustos a rogarle con el mayor encarecimiento, que al dar cuenta de la prisión de Lugones, lo recomendara al General, y me empeñé con los comandantes Lamadrid y Morón para que me secundasen en mi solicitud.  El coronel Bustos me lo prometió, y estoy persuadido de que lo hizo; el hecho fue que Lugones perdió su empleo, quedando destinado a servir como “aventurero” (2) en el ejército, y subsistió así por algún tiempo, quedando al fin, de nuevo, en su clase; siendo ésta la única pena a que se le condenó.  Gonsebat y Montenegro salvaron también sus vidas a costa de algún tiempo en prisión y privación de sus empleos.
“El general Belgrano no debió arrepentirse de la indulgencia con que trató a los últimos, siéndome sensible no poder decir lo mismo de la sentencia (si puede llamarse sentencia un decreto de muerte, sin juicio, sin forma alguna y sin oír al reo) precipitada que hirió a Borges.  ¿Creyó acaso el General que la demora de la ejecución, podía dar motivos a nuevas turbaciones?  No lo sé; pero si así fuese se equivocó completamente, pues la rebelión estaba tan terminada, como el caudillo había sido arrestado por sus mismos paisanos y en el mismo teatro de sus aspiraciones.  De cualquier modo, nunca podía faltar tiempo para que se juzgase sumariamente y se  oyesen sus descargos.  Lo singular es que el General, que tanto predicaba la obediencia y la observancia de las leyes, las violase invocándolas, sin que ninguna autoridad superior le hiciese cargo”.
Borges, en cumplimiento de las órdenes de Belgrano, y sin juicio previo ni defensa, fue fusilado el 1º de enero de 1817. 
Su esposa era Catalina de Medina y Montalvo, con la que tuvo un hijo: Juan Francisco Segundo Borges, que años más tarde llegaría a ser gobernador de su provincia.
Juan Francisco Borges hoy es reivindicado en su provincia natal como uno de los precursores del federalismo nacional.
Referencias
(1) Hoy Departamento Robles, Santiago del Estero.
(2) Voluntario con equipo, armas y caballo propios.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Paz, José María – Memorias póstumas – Tomo I – Campañas de la Independencia.
Portal www.revisionistas.com.ar
Tagliotti, Guillermo José – Semblanza santiagueña.
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).
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