sábado, 12 de septiembre de 2015

PERITO FRANCISCO PASCASIO MORENO

PERITO FRANCISCO PASCASIO MORENO


Nació en Buenos Aires el 31 de mayo de 1852.  Su padre, Francisco Facundo había regresado a esta ciudad en 1852, después de permanecer siete años en Montevideo como exiliado.  Su madre fue Juana Thwaites, de ascendencia inglesa, fallecida prematuramente en 1867, a consecuencia de la epidemia de cólera que azotó Buenos Aires.
Francisco Pascasio era el mayor de cinco hermanos, dos mujeres y tres varones.  Nace y vive sus primeros años en una casa ubicada en Paseo Colón y Venezuela; en 1866 la familia se traslada a una residencia situada en una esquina de las calles Piedad (hoy Bartolomé Mitre) y Uruguay.  Aquí permanece durante varios años, y en ella tiene lugar la fundación de su primer museo, ubicado en el mirador de la misma.
Adolescente ya, a los catorce años, recorría los terrenos de Palermo y las barrancas del Río de la Plata recogiendo piezas para sus colecciones.
Entre 1863 y 1866 concurre, junto con sus dos hermanos, al Colegio San José, como interno.  Durante este período, según Moreno, “aumentó mucho mi propio bagaje de ensueños”.  Escuchaba con atención los relatos que desde el púlpito hacía el hermano celador, referente a los viajes y penurias de algún misionero en lejanos países salvajes, lo que sumado a sus lecturas de las extraordinarias aventuras de Livingstone y del intrépido navegante inglés John Franklin, dieron más vuelo a sus infantiles lucubraciones.
Otros acontecimientos que tuvieron lugar durante esta época le impresionaron mucho.  Así dice Moreno sobre la Guerra de la Triple Alianza: “fueron impresiones de la infancia que quedaron grabadas con buril profundo (…) no olvido los veteranos del 6º de Línea volviendo al descanso momentáneo al son de la música inmortal…”.
En 1866 se produce el cambio de colegio; su padre, con el propósito de que sus hijos adquirieran un conocimiento más vasto, los inscribe en el Colegio Catedral del Norte (1).  Su Director Monsieur Chanalet, gozaba de particular predicamento por la orientación y nivel que había sabido imprimir a la enseñanza.
En julio de 1867, un domingo su padre llevó a Francisco y sus dos hermanos a pasear cerca del río.  Al descubrir montículos de pedregullo dejados por el río Uruguay, quedaron asombrados, y de inmediato se dedicaron a seleccionar jaspes y piedras de variados colores, con los cuales llenaron sus bolsillos.  Allí mismo, Moreno y sus hermanos abordaron al padre obteniendo su consentimiento para llevarlos a su casa e instalarlos en el mirador de la misma, que así se convertiría en “su primer museo”.  La fecha de este hecho anecdótico fue considerada por Moreno como la de “iniciación de su museo”, según lo expresa en una carta dirigida al general Bartolomé Mitre en 1892.
En el año1867, se produce un hecho trascendente para el futuro del museo y la obra de Moreno: los tres hermanos se arman de coraje y deciden visitar al director del Museo Público de Buenos Aires, el paleontólogo alemán Germán Burmeister (1807-1892), arribado al país en los primeros años de la década del sesenta para hacerse cargo del al dirección del Museo.
Moreno y sus hermanos quedaron asombrados por el amable recibimiento y el interés demostrado por sus colecciones.  Posteriormente los acompañó en un recorrido por las salas del Museo.  Prometió visitarlos, y así lo hizo en forma casi inmediata.
Las colecciones van aumentando en forma acelerada y el museo deja de ser un juego de niños.  Surgen discrepancias entre los tres hermanos con respecto a su futuro.  Josué y Eduardo sentían gran atracción por la filatelia, razón por la cual querían enriquecer la colección de estampillas.  Pancho (ese era el apodo de Francisco Pascasio) en cambio, insistía en dedicar los esfuerzos hacia las ciencias naturales.  Como no pudieron llegar a un acuerdo, Josué decidió separarse y vender su parte en trescientos pesos, pagaderos en mensualidades.  Más tarde lo haría Eduardo, por lo que el 9 de agosto de 1868, a los dieciséis años, Pancho quedó como Director y único dueño del Museo al que llamó “Museo Moreno”.
La bondadosa atención que siempre le dispensó el Dr. Burmeister, se transforma con el tiempo en una sólida amistad, a pesar de la diferencia de edades.  Para estimular su vocación bautizó una especie fósil con el nombre de “Dasypus moreni”.
Al producirse la epidemia de fiebre amarilla en 1871, la familia Moreno establece su residencia en la casa de un pariente en Chascomús.  Desaparecido el peligro retorna a Buenos Aires con el precioso cargamento de piezas que Francisco recogió en la zona.
Posteriormente su padre adquiere una propiedad en Parque de los Patricios, una quinta formada por varias manzanas. (2)  Allí fue donde Moreno, al cumplir veinte años, recibe un magnífico regalo: una construcción para “su museo”, constituida por dos salas.
Movido por el afán de aumentar sus colecciones, comienza a efectuar exploraciones en lugares cercanos: riberas del Río de la Plata, laguna Vitel (partido de Chascomús) y en 1873, su primer viaje al Sur, hasta Carmen de Patagones.
Se despierta entonces su interés por la Patagonia, que se convertiría en el objetivo fundamental de su accionar futuro.  Advierte, además, cuando sólo tenía veinte años, la necesidad de conocer y estudiar a fondo su geografía para así adquirir conocimientos indispensables que permitieran determinar, científicamente, los límites entre nuestro país y Chile, evitando peligrosas situaciones conflictivas.
En abril de 1873 Moreno llega a Carmen de Patagones, donde es recibido con todos los honores por un amigo suyo, comerciante, que actúa como un verdadero cicerone.  Al cabo de un mes, consiguió reunir una colección de más de setenta cráneos, mil flechas y puntas de lanzas y otros sílex tallados, con los cuales regresó para clasificarlos y acomodarlos en su museo.
Para apreciar la magnitud de esta empresa, realizada poco antes de cumplir veintiún años, hay que situarse en la época.  El ferrocarril entonces llegaba hasta Las Flores, y la enorme distancia entre este lugar y Carmen de Patagones (aproximadamente 1.000 kilómetros) debía ser cubierta en galera y a caballo, sorteando enormes peligros, como el de la acechanza de los indios.  Solamente dos poblaciones existían en su trayecto: una, Bahía Blanca, que entonces tenía una reducidísima población, y Carmen de Patagones, fundada en 1779 por Antonio de Viedma, que era, con su fortín de avanzada, el vigía nacional de estas desoladas tierras.
Con este viaje termina una etapa de la vida de Moreno –la de su niñez y adolescencia- para comenzar la de sus exploraciones personales realizadas entre 1874 y 1880.
Moreno, como explorador, demostró poseer aptitudes sobresalientes: coraje y audacia, sostenidos por una gran resistencia física.  No en vano se ganó el respeto y admiración de los indios –a quien él también respetó y admiró en algunos aspectos- que lo calificaron como “Huinca” (cristiano), “Toro Moreno” o “Valiente Moreno”, máximos calificativos ponderativos usados por ellos.  Además, la heroicidad que exhibía al dar cuenta sin pestañar de los manjares indígenas, constituidos por carnes crudas de diverso origen y otros alimentos sazonados con sangre caliente de yegua, contribuyeron a conquistar la simpatía y amistad de los aborígenes.
Cuatro fueron las exploraciones realizadas durante ese período:
I. A Santa Cruz, hasta la desembocadura del río del mismo nombre. 
Duración: Cuatro meses; agosto a diciembre de 1874.
Objetivos: A raíz de los conflictos surgidos en el sur de nuestro país en la región limítrofe con Chile, el Gobierno resolvió constituir una Comisión Especial para que explorara las tierras inmediatas a la bahía de Santa Cruz y elaborara un informe sobre al situación existente.  Además de estos objetivos Moreno se propuso realizar excavaciones en búsqueda de materiales de estudio para aumentar las colecciones de su museo.
II. Primer viaje al lago Nahuel Huapi.
Duración: Aproximadamente seis meses; 25 de setiembre de 1875 al 11 de marzo de 1876.
Objetivos: Llegar al lago Nahuel Huapi, hacer su reconocimiento, y encontrar un paso en la cordillera que permitiera el acceso a la ciudad chilena de Valdivia
III. A Santa Cruz, remontando el río hasta sus nacientes (Lago Argentino).
Duración: Aproximadamente siete meses; 20 de octubre de 1876 al 8 de mayo de 1877.
Objetivos: Llegar a las nacientes del río Santa Cruz, “…problema aún no resuelto completamente, averiguar la verdadera situación de la Cordillera en la zona del Estrecho de Magallanes y confirmar los derechos argentinos en las tierras ubicadas al oriente de los Andes”.
IV. Segundo viaje al lago Nahuel Huapi.
Duración: Aproximadamente cinco meses; octubre de 1879 al 11 de marzo de 1880.
Objetivos: Exploración de los territorios australes bañados por el océano Atlántico.
En 1880 Moreno viaja a Europa donde permanece un año, circunstancia que aprovecha para visitar museos de primer nivel e interiorizarse de aspectos relacionados con la organización de los mismos.
Al volver a su país, continuó con sus exploraciones en las provincias argentinas con el objeto de incrementar las colecciones del Museo Antropológico y Arqueológico de la Provincia de Buenos Aires, del cual era su Director.  En particular recorrió regiones andinas en las provincias de Cuyo donde el trazado del límite determinado por el tratado firmado en 1881 podría dar lugar a dificultades.  Esta serie de viajes concluye en 1884.
Además, en su calidad de miembro de la Comisión Especial encargada de la construcción de edificios públicos para la nueva capital de la Provincia, tuvo ocasión de comenzar los primeros estudios relacionados con la ubicación del futuro museo.
Entre 1880 y 1910 se sucedieron cinco períodos presidenciales, de los cuales tres fueron completados por los vicepresidentes respectivos, a causa de renuncia o fallecimiento del titular.  Durante este lapso dos revoluciones civiles (1890 y 1893), una profunda crisis económica en 1890, y las cuestiones limítrofes con Chile que hicieron temer por un conflicto armado, fueron causas de disturbios que entorpecieron el desarrollo de actividades.
No obstante, la capacidad de acción y la constancia de Moreno permitieron que las metas fijadas se alcanzaran ordenadamente y en forma plena.  Y se fueron encadenando y ensamblando de tal manera que cada una sirvió de apoyo para continuar con la otra.
Así, el museo, nacido al impulso de su interés de coleccionista, va enriqueciendo su patrimonio con las exploraciones.  Estas, y su amor por la naturaleza, lo llevan al reconocimiento del territorio patagónico para lograr su integración al país.  Y, al mismo tiempo, los estudios geográficos y científicos que realiza han de constituir una base firme para la determinación de los límites naturales de la región cordillerana entre nuestro país y Chile.
En 1880 se federaliza la ciudad de Buenos Aires y el 19 de noviembre de 1882 se funda La Plata, capital de la Provincia.  Recién en abril de 1884, las autoridades de la Provincia pueden instalarse en la flamante capital, y en julio las colecciones del Museo Antropológico y Arqueológico (integradas por las piezas que Moreno donó y que correspondían a su colección particular) se trasladan a La Plata, y se ubican en diversos locales provisionales, principalmente en la planta alta del Banco Hipotecario que, en 1906, fue sede de las autoridades de la Universidad Nacional de La Plata.
El 17 de setiembre de 1884, por decreto del gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Carlos D’Amico, se funda el Museo de la Plata, al que se incorpora después el Museo Antropológico y Arqueológico de Buenos Aires, y Moreno es designado Director de la nueva institución.
El Departamento de Ingenieros contemplaba una ubicación céntrica del Museo, y fue Moreno quien sugirió se abandonara esta idea y se lo emplazara en el Paseo del Bosque.
En 1884, el arquitecto Henrik G. A. Aberg asumió la tarea de la construcción del edificio del Museo.  Aberg, nacido en Suecia, se había radicado en el país en 1869, cuando tenía veintiocho años de edad.  Para la realización de la obra se asoció con el ingeniero alemán Carl L. W. Heynemann.
La construcción del edificio comienza en octubre de 1884; en 1887 algunas secciones fueron habilitadas al público y el 19 de noviembre de 1888 se inaugura oficialmente.
Por falta de presupuesto el edificio construido no estuvo de acuerdo con el plano original firmado por Aberg y Heynemann, integrado por un conjunto de tres edificios, de los cuales se terminó uno solamente.  Los dos cuerpos restantes jamás se construyeron.
Moreno se desempeñó como Director del Museo de la Plata desde 1884 hasta 1906, fecha de su renuncia.  Durante siete años de esta etapa (1896-1903), simultáneamente ocupó el cargo de Perito Argentino.
Durante el período que le tocó actuar, se realizaron exploraciones por diferentes regiones del país, en las que participaron técnicos y especialistas bajo su dirección. La más importante de todas se llevó a cabo entre enero y junio de 1896.  El programa de la misma comprendía “el reconocimiento geográfico y geológico (…) de la zona inmediata a los Andes y de la parte oriental de éstos comprendida entre San Rafael (Mendoza) y el lago de Buenos Aires (territorio de Santa Cruz)”.
Se puso en marcha con más de veinte personas competentes del Museo a principios de 1896.  Los trabajos asignados a las distintas comisiones fueron cuidadosamente planificados y, además, transmitidos con precisas instrucciones a todos los integrantes de los grupos de exploración del Museo de la Plata.
Riccardi, en su libro (3), sintetiza así el contenido y la importancia de esta extraordinaria exploración:
“Moreno orientó las actividades de la institución hacia la defensa de los intereses argentinos, y con el eficaz asesoramiento del ingeniero Enrique Delachaux efectuó una obra que hoy día llena de asombro a cualquiera que haya recorrido la región cordillerana limítrofe entre Argentina y Chile.
“Baste señalar que la expedición realizada por Moreno entre enero y junio de 1896 sirvió para el reconocimiento de un área de 170.000 km2 entre San Rafael y lago Buenos Aires con vistas a elaborar un plano en escala 1:400.000.  En ella se recorrieron 7.155 kilómetros a caballo, se determinaron 3 longitudes, 328 latitudes y 201 azimutes; se hicieron 360 estaciones con teodolito y 180 con brújula prismática; se realizaron 1.072 estaciones barométricas y 271 estaciones trigonométricas de altura; se tomaron 960 clichés fotográficos y 6.250 muestras de rocas y fósiles; y se confeccionó el primer plano preliminar del lago Nahuel Huapi y del Valle 16 de Octubre.
“Producto de esta misma expedición fue la propuesta de Moreno para que se construyera una red de líneas ferroviarias que uniera el Atlántico con la cordillera, propuesta que serviría de fundamento al proyecto que años después presentaría al Congreso de la Nación el Dr. Ezequiel Ramos Mejía, y que Moreno defendería desde su banca de diputado”.
En 1896 Moreno decide aceptar el cargo de Perito Argentino a fin de colaborar en la solución de los problemas limítrofes con Chile.  Sus amplios conocimientos de la zona en litigio, su perseverancia y capacidad de acción le permitieron sobrellevar con éxito tan difícil gestión.  Además, a sus ya reconocidas cualidades agregó la de una insólita habilidad diplomática exhibida oportunamente en situaciones muy delicadas que amenazaban hacer fracasar los acuerdos perseguidos.
Sobre su acción, ningún juicio más categórico que el del Jefe de la Comisión Arbitral, coronel Thomas Holdich, que en carta dirigida a Moreno en agosto de 1902 dijo: “He afirmado repetidamente que todo lo que obtenga el gobierno argentino al oeste de la división de aguas continentales de deberá, exclusivamente, a usted”.
Algunos meses después de ocupar el cargo de perito, Moreno se trasladó a Santiago de Chile.  Cruzó la Cordillera, a principios de 1897, junto con su esposa y sus cuatro hijos, a lomo de mula, acompañado por su amigo y Secretario de la Comisión, Clemente Onelli.  Inmediatamente comenzó a desarrollar intensas gestiones, reuniones con diplomáticos y asesores del gobierno chileno, para intercambiar opiniones y allanar el camino para las futuras negociaciones.
A poco de llegar, su esposa, María Ana Varela, contrajo fiebre tifoidea; luego de casi cincuenta días de enfermedad, y cuando su recuperación parecía segura, murió víctima de una sorpresiva complicación el 1º de junio de 1897.  Era hija de Rufino Varela, funcionario y periodista, y de Josefa Wright.  Su abuelo fue el poeta y escritor Florencio Varela.  Moreno contrajo matrimonio el 14 de junio de 1885; ella tenía entonces diecisiete años y él treinta y tres. 
El matrimonio tuvo cuatro hijos: Francisco José (1886), Juana María (1888), Eduardo Vicente (1890) y Florencio (1891).
Después de acompañar el traslado en vapor de los restos de su esposa a Buenos Aires, en julio de 1897, regresa a Santiago de Chile.
Por gestión de Moreno ante el presidente chileno, Dr. Errázuriz, con quien mantenía excelentes relaciones, se produce la entrevista entre dicho presidente y el general Roca, que en pocos meses debía asumir la presidencia de la Argentina.  Dicha reunión tuvo lugar el 15 de febrero de 1899 en el Estrecho de Magallanes, a bordo del buque insignia O’Higgins, que simbolizó un gesto amistoso y un pacto tácito de buena voluntad entre las dos naciones.  Sus presidentes acordaron dar corte a la cuestión limítrofe, en especial a la demarcación de la Puna de Atacama, donde la divergencia era más profunda.
Como resultado inmediato de esta reunión cumbre, dieron comienzo en Londres las deliberaciones entre diplomáticos argentinos y chilenos, y miembros del Gobierno británico, en su calidad de árbitro del litigio limítrofe.  Moreno, que se había trasladado a Londres junto con sus cuatro hijos en enero de 1899, actuó, en las reuniones celebradas, como asesor geográfico del ministro argentino.
En el transcurso de este año establece contactos con la Sociedad Real de Geografía.  Es invitado a pronunciar una conferencia, que tiene lugar en mayo, cuyo texto fue leído, en inglés, por el Mayor Darwin, Secretario Honorario de la Sociedad e hijo de Charles Darwin.
En 1900 Moreno reside prácticamente en Londres, y allí sus hijos concurren a la escuela.  En 1901 regresa a Buenos Aires con tres de sus hijos; el mayor se queda en Londres donde estudia pintura.
Este mismo año llega a Buenos Aires el coronel sir Thomas Holdich, geógrafo de reconocido prestigio, designado Comisionado por el Gobierno británico para actuar en representación del Tribunal Arbitral en el reconocimiento de la zona en litigio.  Casi de inmediato da comienzo a sus tareas de exploración.  Durante tres meses, acompañando a los integrantes de las comisiones argentina y chilena, recorrió la extensa región andina comprendida entre el lago Lácar y el seno de Ultima Esperanza.  El coronel Holdich dejó constancia –públicamente y en documentos oficiales- que este emprendimiento se concretó con éxito gracias a la invalorable ayuda del Perito Moreno.
Terminadas las tareas preliminares de reconocimiento, el Comisionado británico regresó a Londres para elevar su informe al Tribunal Superior.  Moreno, que no quiso perder pisada a estos trabajos, le acompaña en este viaje.
El 20 de noviembre de 1902, el rey Eduardo VII firmó el laudo arbitral, y poco después los miembros de la Comisión británica, acompañados por Moreno y su secretario, Clemente Onelli, se embarcaron con destino a Buenos Aires, donde llegan el 27 de diciembre.
Poco después de este arribo, que dio lugar a una recepción apoteósica según los comentarios periodísticos, se organizaron las comisiones –cinco en total- que en enero de 1903 comenzaron las actividades en la alta cordillera.  Los distintos grupos contaron con el apoyo del incansable Moreno.
Con estos últimos trabajos se confeccionó el documento decisivo, que significó para la Argentina la incorporación de 42.000 km2 de tierras que el perito chileno había atribuido a su país.  Entre ellas se encontraban importantes zonas, tales como, la cuenca del lago Lácar y la Colonia 16 de Octubre.
Concluida la colocación de los hitos, Moreno regresó a Buenos Aires donde siguió recibiendo el agradecimiento de todo el país.  Volvió al Museo de La Plata, pero dejó de vivir allí, y se trasladó a la Quinta Moreno, en Parque de los Patricios, junto a sus tres hijos.  Sigue cumpliendo con sus funciones como Director del Museo hasta 1906, año en que renuncia cuando esta institución pasa a formar parte de la flamante Universidad Nacional de La Plata.
A fines de 1905 nace la primera Escuela Patria, así bautizada por Moreno, inspirada y dirigida por él, donde, además de impartir las primeras enseñanzas, se da de comer a niños indigentes.  Posteriormente, sobre la base de la fundada por Moreno se crean las Escuelas Patrias del Patronato de la Infancia.
En los primeros días de 1904 Moreno recibe una nota firmada por el Presidente y el Secretario de la segunda circunscripción electoral de la Capital Federal, parroquia de San Cristóbal.  En la misma se expresa que los vecinos de la localidad han resuelto sostener, el los próximos comicios, su candidatura para el cargo de Diputado, pues consideran que su incorporación al Cuerpo Legislativo será beneficiosa para los intereses generales nacionales y, en particular, para los de esta sección electoral.  Casi de inmediato, el 15 de febrero, Moreno envía su respuesta por carta donde agradece la confianza dispensada por sus vecinos y acepta la candidatura ofrecida.
Cuando Moreno recibe esta propuesta era Director del Museo de La Plata, cargo al que renunció en marzo de 1906.
Se incorpora a la Cámara de Diputados de la Nación en 1910, ocupando su banca desde el 5 de mayo de ese año hasta el 14 de marzo de 1913, durante el período presidencial de Roque Sáenz Peña, y presenta su renuncia en marzo de 1914, al ser propuesto para ocupar el cargo de Vicepresidente del Consejo Nacional de Educación.  Consideró entonces que éticamente no podía desempeñar ambas funciones simultáneamente, y opta por la del Consejo Nacional de Educación.
Como Diputado, no obstante su corta actuación, dejó el sello inconfundible de su personalidad: la de un hombre de acción vigorosa, animado por un idealismo puro que sustentó desde su juventud.
El 3 de julio de 1903 se sancionó la Ley Nº 4192, cuyo artículo 1º establece: “Acordar al señor Francisco P. Moreno (…) como recompensa extraordinaria por sus servicios y en mérito a que durante veintidós años ellos han sido de carácter gratuito, la propiedad de veinticinco leguas de campos fiscales, en el territorio del Neuquén…”.
En noviembre del mismo año, Moreno hace una donación al Gobierno de la Nación, de tres leguas cuadradas ubicadas al oeste del lago Nahuel Huapi, con el fin de que sean conservadas como parque natural.
Por decreto del Presidente de la República del 1º de febrero de 1904, se aceptó el ofrecimiento, “reservándose la zona determinada como Parque Nacional, (…) sin que en ella pueda hacerse concesión alguna a particulares”.
Esta donación fue el origen del primer parque nacional de la Argentina, constituyéndose nuestro país, después de los Estados Unidos de América y de Canadá, en el tercero del mundo que adoptó similar decisión en defensa de sus reservas naturales.
Otro acontecimiento extraordinario, de repercusión mundial, en el cual Moreno tuvo una decisiva participación, fue el salvamento realizado en 1903 por un buque argentino a los tripulantes de dos expediciones, una sueca y otra noruega, que quedaron aprisionadas en los hielos de la Antártida.
Moreno fue también un entusiasta partidario de que la Argentina se hiciera presente en la Antártida, y en ese aspecto le correspondió una participación activa en la instalación de la primera estafeta postal y oficina meteorológica, en enero de 1904, en las Islas Orcadas del Sur.
Fue integrante de la Comisión Nacional del Centenario, que en 1906 resolvió abrir un concurso para la ejecución de un monumento en homenaje a la Revolución de Mayo, que nunca llegó a concretarse.  Años más tarde, en 1912, Moreno fue designado por el Gobernador de Mendoza miembro de una Comisión encargada de proponer el lugar más apropiado para levantar un monumento a San Martín.  En principio se pensó en un lugar céntrico, pero él no estuvo de acuerdo y sostuvo que lo más adecuado era erigirlo en un sitio menos accesible donde, quienes lo visitaran, llevaran como única finalidad la de contemplarlo.  Y sugiere que su emplazamiento se efectúe en el llamado Cerro de Pilar, nombre que propone sea cambiado por el de Cerro de la Gloria.  Sus propuestas, aceptadas por la Comisión, fueron elevadas a las autoridades superiores.
En una reunión que tiene lugar en su casa de la calle Caseros 2841 que se realiza el 4 de julio de 1912, se resuelve la fundación de la Asociación de Boys Scouts Argentinos, designándose como Presidente al Dr. Francisco Pascasio Moreno.  Continuó presidiendo el Comité Ejecutivo hasta 1916.  En 1917 el presidente de la República, Dr. Hipólito Yrigoyen consideró a esta institución como un Bien Nacional.
En 1913, cuando Moreno era Vicepresidente del Consejo Nacional de Educación, nuestro país recibió la visita del ex presidente de los Estados Unidos de América, Teodoro Roosevelt.  Este, a su llegada expresó el deseo de encontrarse con Moreno.  Nuestro gobierno decidió, con el acuerdo del Perito, designarlo acompañante oficial.
El encuentro tuvo lugar en el paso Pérez Rosales, uno de los lugares más bellos de la zona andina de los lagos.  En esta región, al encontrarse Moreno con viejos amigos, manifiesta a éstos el deseo de que los indios vecinos acudieran en masa a orillas del lago Nahuel Huapi para saludar al ilustre visitante norteamericano.
Habían transcurrido ya más de treinta años desde que llegó por primera vez al lago Nahuel Huapi, por lo que pocos debían ser los indios que quedaban de aquella época.  Sin embargo, su nombre continuaba siendo familiar en las tribus, ya que durante su función como Perito Argentino en más de una ocasión recorrió estas regiones.
Los indios finalmente concurrieron en masa a la cita; sus voces –al grito de “¡Tapago!”, nombre con el que se lo apodaba a Moreno- resonaron en el ámbito del lago.  Cuentan las crónicas de la época que Teodoro Roosevelt quedó atónito ante tan insólita manifestación y, contagiado por el entusiasmo sumó su vos al coro de los indios.
En el transcurso de su existencia, sus recursos propios fueron disminuyendo sistemáticamente.  Tanto sus viajes de exploración, como la formación y desarrollo del Museo de La Plata, contaron, cuando se presentaban situaciones económicas difíciles de superar, con su desinteresado –y anónimo- apoyo.
El último de ellos terminó con la liquidación total de sus bienes.  Tuvo lugar cuando, para proseguir su obra de asistencia a niños pobres de barrios vecinos, resuelve levantar en su quinta una construcción destinada a brindar comida e instrucción primaria a más de doscientos niños por día.
No vacila en financiar tan ambicioso proyecto con la venta de las diecisiete leguas cuadradas que le restaban de las que le fueron donadas por el Gobierno de la Nación, y de las cuales ya había cedido una parte para el parque nacional.
A mediados de 1912, como consecuencia de la tramitación de la sucesión de su padre, comenzó la subdivisión de la quinta de Parque de los Patricios.  Así se produce la pérdida de su casa solariega.  Imperioso era trasladarse, y las mudanzas se fueron repitiendo una tras otra.  La primera, en Caseros 2841; más tarde, en 1914, en la casa de su hija, Juana María Moreno de Gowland, y la última, en una vivienda por demás modesta, ubicada en Charcas al 3400.  También temporariamente, en búsqueda de aires más sanos, estuvo en un campo de San Luis, donde vivía uno de sus hijos.
A fines de 1914 su salud experimentó una recaída.  Pero no obstante sus padecimientos, sigue con atención los acontecimientos de la época.
El 20 de noviembre de 1919 en la escuela de Barracas, que dirige la señora Sara Abraham, se celebra el fin del año lectivo.  Desde luego, Moreno, protector de la escuela, figura entre los invitados.  En las fotografías tomadas en esa ocasión puede advertirse cansancio y tristeza en su mirada.  La señora Abraham conversa animadamente con Moreno, invitándolo a participar, el domingo, de una excursión con alumnos de la escuela por el Delta, que se realizará en su conocido vapor “Vigilante”, el mismo que en 1879 le fuera asignado por el Gobierno para una exploración por los territorios del Sur.  Moreno, complacido, acepta su invitación: “el domingo –dice-, aquí estaré presente”.  Pero no pudo cumplir, la muerte lo sorprendió un día antes, el 22 de noviembre de 1919.  El deceso fue provocado por una angina de pecho.
La noticia de su fallecimiento se expandió rápidamente en la ciudad, y numerosos amigos, entre ellos muchos científicos, acudieron a la casa mortuoria para rendirle postrer homenaje de respeto y admiración a tan ilustre ciudadano, aunque por parte de las autoridades oficiales hubo un vacío inconcebible.  El Poder Ejecutivo no dictó decreto alguno con motivo del fallecimiento, ni hubo honores de carácter oficial.
El día del sepelio en el cementerio de la Recoleta, una numerosa concurrencia de público aguardaba la llegada del cortejo fúnebre.  Entre la misma había representantes de entidades científicas, amigos y colegas del Museo de La Plata, destacándose la gran cantidad de niños y damas de los círculos dependientes de los Consejos Escolares, de los cuales había sido principal animador y benefactor de su obra.
El 22 de agosto de 1934, el presidente de la Nación, general Agustín P. Justo envía a la Cámara de Diputados un proyecto de ley para erigir un mausoleo a la memoria de Francisco P. Moreno en el Parque Nacional Nahuel Huapi.  El proyecto fue aprobado por unanimidad, pero permaneció olvidado por muchos años.  Finalmente la obra fue concluida en diciembre de 1943 y el 14 de enero de 1944 se decreta el traslado de los restos desde el cementerio de la Recoleta hasta San Carlos de Bariloche, donde serán alojados en el mausoleo de la isla Centinela, inaugurándose en tal oportunidad la estatua erigida a su memoria.
En Bariloche sus restos son trasladados en una cureña hasta la Municipalidad, donde estaba instalada la capilla ardiente.  A su paso, tropas del ejército le rinden honores.  El 22 de enero soldados llevan el ataúd, cubierto con la bandera argentina y los ponchos de Shaihueque, Pincén y Catriel, hasta el barco Modesta Victoria, que lo transporta al el mausoleo de la isla Centinela.
Referencias
(1) Actual escuela “José Manuel Estrada”, Reconquista 461, Buenos Aires
(2) La quinta estaba delimitada por las actuales calles Brasil-Catamarca-Caseros-y Deán Funes.  El frente del edificio destinado al museo, de clásico estilo helénico, era similar al que fuera adoptado por Moreno para el Museo de La Plata.  Constaba de un salón de 10 m por 15m, destinado a las colecciones, y una habitación de 5 m por 10 m para la instalación de un laboratorio y la biblioteca.  Moreno siguió viviendo en la quinta hasta 1912, año en que la propiedad se subdivide por la sucesión de su padre.  Hoy en la manzana de la quinta familiar se levanta el edificio del Instituto Félix Fernando Bernasconi.
(3) Riccardi, A. C. – Las ideas y la obra de Francisco P. Moreno – La Plata (1989).
Fuente
Fasano, Héctor L. – Perito Francisco Pascasio Moreno, Un Héroe Civil – La Plata (2003)
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JOSÉ MONTES DE OCA

JOSÉ MONTES DE OCA




Nació en Buenos Aires en 1792.  Empezó su carrera militar con motivo de la Reconquista el 12 de agosto de 1806, en que prestó servicios en un cañón de las fuerzas de Liniers, y es fama que en lo más recio de la pelea, se desnudó para suplir con su ropa la falta de taco para cargar la pieza.  Esta valiente actitud del muchacho fue notada por el enemigo, y el mayor británico Makensie, que abandonaba en aquellos instantes su puesto de lucha, herido, al ver aquel gesto de valor, lo saludó con su espada en señal de admiración.  También, según la tradición, fue el niño Montes de Oca el que disparó el último cañonazo contra los invasores; rendidos éstos y agrupados en la calle frente a Santo Domingo, esperaban la orden de desarme completo; uno de los cañones de Fornagueras, cargado, dominaba el grupo, y los artilleros descuidados, conversaban en la vereda, cuando de repente se oyó un estampido y seis ingleses rodaron por tierra destrozados.  El cañón había sido disparado durante el armisticio sin saberse por quién ni por qué razón, y pasada la confusión, se descubrió que el niño Montes de Oca se había acercado a él y había encendido la mecha como un acto de travesura.  Era un cañón de a 24.
Incorporado en clase de cadete al Cuerpo de Patricios, prestó magníficos servicios en las cálidas jornadas del 2 al 6 de julio de 1807, por lo que mereció el ascenso a subteniente del precitado cuerpo, el 26 de setiembre de igual año.
Producido el movimiento emancipador, Montes de Oca pasó a formar parte del 2º Batallón del Regimiento 6 de Infantería con el empleo de teniente, incorporándose al Ejército Auxiliar mandado por el coronel Ortiz de Ocampo, que partió de Buenos Aires con destino a las provincias del Norte en la tarde del 6 de julio de 1810.
Intervino en la represión del movimiento encabezado por Liniers en Córdoba.  Se halló en la acción de Cotagaita, al mando Montes de Oca de una de las guerrillas destinadas a batir a los enemigos que se encontraban protegidos por trincheras, “y en esta acción –dice el coronel José León Domínguez en un informe fechado el 18 de octubre de 1825- se sostuvo con intrepidez hasta la retirada del ejército y luego se incorporó llevando siempre con orden la tropa que mandaba.  Luego siguió hasta el Desaguadero y se halló en la acción que se dio allí y se portó en ella con distinción, llevando eficazmente las órdenes a los puntos que se le ordenaban; en la retirada se mantuvo siempre al lado del Jefe, el Sr. Coronel Mayor D. Juan José Viamonte, hasta la Villa de Potosí, en donde quedó bajo las órdenes del Sr. Brigadier D. Juan Martín de Pueyrredón.  Después lo vi llegar con dicho jefe escoltando los caudales que se salvaron de la Casa de Moneda de Potosí, y fue incorporado nuevamente bajo mis órdenes como encargado del mando del Regimiento Nº 6.  En la sublevación que hizo la División en La Tablada de Jujuy, fue uno de los que me ayudaron a la prisión de los sublevados; esta Comisión la desempeñó con toda la entereza que en estos casos se necesita.  Ultimamente me consta que este Jefe ha desempeñado toda comisión con el honor que es indispensable en la carrera de las armas, y particularmente en las funciones de guerra, ha llenado su deber completamente.  Es cuanto puedo informar a V. E.”
Actor, pues en la batalla de Suipacha y en el desastre de Huaqui o Yuraicoragua, su comportamiento en la retirada que siguió a este último hecho de armas no sólo está confirmado por el informe del coronel Domínguez, sino también por otro expedido por el general Juan Martín de Pueyrredón el 11 de octubre de 1825 y que dice que Montes de Oca después del desastre del Desaguadero acompañó al Ejército Auxiliar hasta Potosí, donde contribuyó a salvar los caudales de aquel Banco y Casa de Moneda, y se batió con denuedo en varios ataques que debieron sufrir los patriotas de los Potosinos y Cinteños –sublevados contra ellos- “que su intrepidez lo condujo con otros tres o cuatro compañeros, a ser prisionero de los últimos (los Cinteños), por haberse empeñado en su persecución sobre el río de San Juan; pero libertado en el mismo día por una partida que mandé al intento; y que continuó prestando servicios recomendables hasta su reincorporación al ejército que se organizó en Jujuy”.
El 21 de octubre de 1817 el Director Pueyrredón le extendió los despachos de teniente del Regimiento Nº 6 “con antigüedad de primero de enero de mil ochocientos once en que fue promovido a dicha clase”.  Con la misma fecha, Pueyrredón le otorgó los despachos de ayudante mayor del extinguido Regimiento Nº 6 “con la antigüedad de primero de marzo de mil ochocientos once en que fue promovido a dicha clase”.
El 12 de enero de 1812 asistió al combate de Nazareno, al mando de Díaz Vélez y a la batalla de Tucumán, el 24 de setiembre; así como igualmente, a la de Salta, por cuyo comportamiento fue promovido a capitán de la 3ª Compañía del 2º Batallón del Regimiento Nº 6, el 25 de mayo de 1813, otorgándosele al mismo tiempo el grado de teniente coronel, cuyos despachos están firmados por el Triunvirato: Rodríguez Peña, Alvarez Jonte y José Julián Pérez.
Participó en el avance por el Alto Perú y se encontró en las acciones de Vilcapugio y Ayohuma, cayendo prisionero en la última en poder del coronel Saturnino Castro, el cual lo puso en libertad poco después previo juramento de no tomar parte en la lucha contra los realistas.  En mayo de 1814 regresó a Buenos Aires, dejando de pertenecer al Ejército Auxiliar.
El 25 de enero de 1815 el Director Alvear le confió una comisión para la formación de un batallón de infantería en la ciudad de San Juan.  El 6 de setiembre del mismo año, San Martín le expidió en Mendoza pasaporte para regresar a esta Capital.  El 3 de julio de igual año se le designó capitán de la 3ª Compañía del 1er Batallón del Regimiento 8 de Infantería, siendo ascendido a sargento mayor con el grado de teniente coronel del mencionado cuerpo el 31 de diciembre de 1815.
Participó en la campaña sobre Santa Fe asistiendo a 4 acciones de guerra con el Regimiento Nº 8, bajo el superior comando del general Eustoquio Díaz Vélez, quien dice en un informe de 17 de octubre de 1825, que Montes de Oca actuó “con el mismo valor, cuya recomendable reputación le hicieron siempre acreedor al aprecio de sus jefes”.  Con algunas compañías del Nº 8 formaba parte Montes de Oca de la guarnición de esta Capital cuando fue destituido el Director Balcarce el 11 de julio de 1816.
El 1º de enero de 1817 fue nombrado Habilitado del Estado Mayor de Plaza, puesto que conservó hasta el 28 de febrero de 1822, en que pasó a la situación de reformado.
En 1826 se le encuentra ejerciendo las funciones de Habilitado del Estado Mayor de Plaza de Buenos Aires.  El 28 de noviembre de 1825 solicitó ser incorporado al Ejército Nacional en la Línea de Uruguay “bien sea en Infantería o Caballería”, decía en su solicitud.
En la mitad del año se le encuentra desempeñando las funciones de comisario en San Isidro, y la de juez de paz del mismo partido.  El 28 de octubre, el gobernador Viamonte le otorgó despachos de teniente coronel-comandante del 2º Escuadrón del Regimiento 1º de Milicias de Caballería.
El 11 de octubre de 1833 tomó parte activa en la Revolución de los Restauradores.  El 27 de mayo de 1834 se le otorgó el grado de coronel por el gobernador Viamonte, y el 17 de noviembre de 1838, Juan Manuel de Rosas le expidió despachos concediéndole la efectividad de aquella jerarquía, agregado al Regimiento Nº 1 de Campaña; cuerpo con el cual marchó de guarnición a Santos Lugares en setiembre de 1840, después de haber tomado parte en las campañas contra los revolucionarios del Sur y contra Lavalle.
Asistió a la batalla de Caseros y derrocado Rosas, Montes de Oca fue destinado a la P. M. A. el 9 de abril de 1852 a contar del 1º de febrero del mismo año.  Falleció en Buenos Aires el 30 de abril de 1852, a los 60 años de edad.
Por su participación en la batalla de Salta recibió una medalla con el lema: “A los valientes defensores de la libertad”, con la inscripción en la circunferencia; “Al mérito en Salta”; y en su centro: “Año 1817”.
Se casó en primeras nupcias con Manuela Arduz, el coronel Montes de Oca contrajo segundo matrimonio “en artículo mortis”, en el campamento de Santos Lugares, el 14 de enero de 1845, con Paula Martínez; apadrinando la ceremonia Antonino Reyes y Carmen Olivera.  Montes de Oca estaba sumamente enfermo entonces.  Su viuda sobrevivió hasta el 11 de julio de 1901, en que falleció en Buenos Aires.
El general Benito Martínez, en un informe del 18 de octubre de 1825, dice: “Cuando en 1811 me incorporé al Ejército Auxiliar del Perú, encontré “sirviendo en el Regimiento Nº 6 al teniente coronel graduado D. José Montes de Oca, y cuando pasé en mayo de 1813 a dicho Regimiento en la clase de mayor, él era capitán: su comportación en toda circunstancia, y particularmente en las funciones de guerra, fue siempre digna de su clase, habiéndose hallado en todas las que tuvo el expresado ejército”.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar


jueves, 10 de septiembre de 2015

Fray Luis Beltrán

Fray Luis Beltrán


Nació en las proximidades de la ciudad de Mendoza, el 7 de setiembre de 1784, siendo sus padres, Luis Bertrand, francés de origen, que poseía un almacén en las inmediaciones de la plaza mayor de aquella capital; y Manuela Bustos. El niño fue bautizado en la iglesia de Mendoza, de 3 días de edad, el 10 de setiembre de 1784, con los nombres de José Luis Marcelo, y por un error de escritura fue asentado como hijo de “D. Luis Betrán”, a lo que se debe que su apellido quedase alterado para el porvenir. Fue apadrinado en óleos, por Simón Videla y María Josefa Reyes.
Siguió sus estudios primarios en el curso de carácter social, histórico, filosófico y teológico, que dictaban los sacerdotes del Convento de San Francisco, donde se especializaban los conocimientos en geografía, latín, gramática castellana, caligrafía, aritmética, etc. El ambiente religioso pronto hizo inclinar su vacilante vocación por la Iglesia y el 20 de agosto de 1800 formulaba su testamento abandonando las prerrogativas terrenales para optar por la Sagrada Religión. Casi seguidamente fue trasladado al Convento Provincialito de Santiago de Chile, acompañado por el Provincial de la Santísima Trinidad de aquel país, Fray Teodoro de Villalón.
Algunos años después es nombrado vicario de coro, permaneciendo en Chile hasta el año 1812, en el Convento de referencia. En el curso de este último año fue designado para desempeñar las funciones de capellán del ejército de Carrera, con el cual asistió al combate de Hierbas-buenas, donde los patriotas sufrieron una derrota. Después de este combate fue preciso pensar urgentemente en la recomposición del material inutilizado (que era numeroso), razón por la cual debió crearse una maestranza. Beltrán, que en el convento se había dedicado al aprendizaje de muchos oficios manuales, especialmente en el ramo de la mecánica, frecuentemente se trasladaba a aquella maestranza, donde repetidamente formulaba sus observaciones, muy juiciosas, Sus conocimientos técnicos fueron valorados de inmediato y su asesoramiento oficioso se consideró poco después que no era suficiente y se le nombró teniente de artillería a cargo de la maestranza, teniendo el título en propiedad, pero sin abandonar los hábitos.
Prestó servicios en el sitio de Chillán y acompañó a los Carreras en su última campaña, precursora del desastre de Rancagua, que se produjo el 2 de octubre de 1814. Después de este contraste, Beltrán regresó a pie a su patria, con un saco de herramientas al hombro, conteniendo todos los instrumentos que había inventado o construido con sus manos para elaborar por “adivinación los variados productos de su genio”. “Todo caudal de ciencia –dice Mitre en su Historia de San Martín-, lo había adquirido por sí en sus lecturas, o por la observación y la práctica. Así se hizo matemático, físico y químico por intuición; artillero, relojero, pirotécnico, carpintero, arquitecto, herrero, dibujante, cordonero, bordador y médico por la observación y la práctica; siendo entendido en todas las artes manuales; y lo que no sabía lo aprendía con solo aplicar a ello sus extraordinarias facultades naturales”.
Llegado a Mendoza, Beltrán bien pronto se incorporó al ejército que alistaba febrilmente San Martín en el campamento de El Plumerillo, con el fin de realizar la colosal empresa que debía afianzar la independencia argentina, y emancipar Chile y el Perú de la dominación española. Capellán del Ejército de los Andes, Beltrán no tardaría en trocar el evangelio y la cruz por la espada, siendo nombrado el 1º de marzo de 1815, teniente 2º del 3er Batallón de Artillería. Casi al mismo tiempo se hacía cargo de la maestranza de aquel Ejército, pues el General en Jefe de éste, con su visión de águila, adivinó excepcionales méritos en el sacerdote soldado; le encomendó el montaje del Parque y Maestranza, llegando a disponer de 700 hombres en sus talleres, y allí se preparaba desde las piedras de chispa para los fusiles, herrajes para los caballos y hasta el calzado para la tropa.
Dice Mitre: “Al soplo del padre Beltrán, se encendieron las fraguas y se fundieron como cera los metales que modeló en artefactos de guerra. Como un Vulcano vestido con hábitos talares, él forjó las armas de la revolución. En medio del ruido de los martillos que golpeaban sobre siete yunques y de las limas y sierras que chirriaban, dirigiendo a la vez 300 trabajadores, a cada uno de los cuales enseñaba su oficio, su voz casi se extinguió al esforzarla, y quedó ronco hasta el fin de sus días. Fundió cañones, balas y granadas, empleando el metal de las campanas que descolgaba de las torres por medio de aparatos ingeniosos inventados por él. Construía cureñas, cartuchos, pertrechos de guerra, mochilas, caramañolas, monturas y zapatos; forjaba herraduras para las bestias y bayonetas para los soldados; recomponía fusiles y con las manos ennegrecidas por la pólvora, dibujaba sobre la pared del taller, con el carbón de la fragua, las máquinas de su invención con que el Ejército de los Andes debía transmontar la Cordillera y llevar la libertad a la América”.
Frecuentemente se le veía pasear vestido de uniforme en un excelente caballo chileno, y a veces acompañaba al general San Martín en sus paseos; otras, andaba solo, pues se había hecho ya entonces algo reconcentrado y taciturno. Realizaba incursiones para obtener salitre y azufre y hasta se trasladó a San Juan una vez, donde le habían informado sobre la existencia de una mina de plomo.
El 31 de mayo de 1816 fue ascendido por San Martín a teniente 1º con grado de capitán; y en el memorable pasaje de los Andes por el ejército de San Martín, Beltrán condujo el parque, maestranza, obreros y pasó rodando siete cañones y dos obuses, los que condujo hasta la misma ciudad de Santiago de Chile.
Para atravesar la Cordillera construyó medios apropiados para su transporte en aquellos pasos fragosos y difíciles. El mismo celo e infatigable actividad que se le vio desplegar constantemente en los talleres de Mendoza, exteriorizó en el cumplimiento de sus tareas en el arduo pasaje, destacando en forma memorable las dotes superiores de inteligencia y capacidad de trabajo que han inmortalizado su nombre. (1)
Bueno es recordar aquí, que el coronel José Gazcón, Inspector General del Ejército de las Provincias Unidas, había antepuesto el año anterior un dictamen completamente contrario a la incorporación del fraile-soldado, a las listas de oficiales de las fuerzas acampadas en El Plumerillo, por considerar tal procedimiento como anticatólico. Afortunadamente los reparos formulados por Gazcón no los tuvo el jurista canónico doctor Diego Estanislao Zavaleta, el 4 de noviembre de 1816, que dictaminó haciendo desaparecer todo reparo que había sido ocasionado por el mencionado Inspector General, en el expediente de San Martín proponiendo el ascenso de Beltrán. En virtud del dictamen de referencia, por acuerdo de 8 de noviembre de aquel año, el Superior Gobierno accediendo a la propuesta, mandaba expedir los correspondientes despachos de capitán de artillería graduado al teniente 2º Fray Luis Beltrán, pero con la antigüedad que le había otorgado el general San Martín.
Concurrió a la batalla de Chacabuco el 12 de febrero de 1817, por cuya acción el Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata le concedió la medalla de plata otorgada por decreto de 15 de abril de aquel año. Además, en el parte detallado de la acción, el ilustre General vencedor entre otros jefes, recomienda de un modo especial al capitán Beltrán que se había distinguido en el cuerpo de artillería y en la conservación del Parque, y dice textualmente:
“A sus conocimientos y esfuerzos extraordinarios, auxiliado del benemérito emigrado chileno Don N. Barrueta, se debe el trasmonte de la artillería con el mejor suceso por las escarpadas y fragosas cordilleras de los Andes, y nada se ha resistido al tesón infatigable de aquel honrado Oficial…..”.
Tan nobles y patrióticos esfuerzos fueron premiados con la efectividad de capitán de artillería, cuyos despachos le fueron conferidos con fecha 7 de mayo de 1818 pero con antigüedad de 15 de mayo de 1817. Al llegar a Santiago, el capitán Beltrán al frente de su maestranza, fue ubicado en el cuartel de San Pablo. Un decreto posterior de O`Higgins, dado el 21 de febrero de aquel año (1817), mandó que se le entregara cuanto antes la casa de ejercicios espirituales llamada “Loreto”, ubicada en los arrabales de la capital, lugar denominado callejón de la Ollería, actual calle de la Maestranza. Allí se establecieron los almacenes de armas y municiones del ejército y la maestranza del mismo. Esta última adquiere una importancia enorme, pues los elementos son menos escasos que en Cuyo y el salitre está más a mano. Además, ya contaba con una respetable cantidad de obreros y el propio Beltrán había adquirido una gran práctica para el desempeño de sus altas e importantísimas funciones. El Director O´Higgins, con la patriótica supervisión que puso en todos sus actos públicos, le dio carta blanca para que trabajara a su antojo y le facilitó la creación de un establecimiento ejemplar, el más grande y mejor organizado que hubo en aquella época en toda América.
Beltrán forjaba entonces las armas destinadas a la culminación de la campaña transcontinental que imaginara el vencedor de Chacabuco, yendo a libertar a los hermanos del Rimac. El 12 de febrero de 1818 se declaró la independencia de Chile, encargándose Beltrán de los fuegos de artificio con los cuales se celebró tan fastuoso acontecimiento.
Por tan eminentes servicios, el 1º de febrero de aquel año, el Gobierno de Chile le confirió despachos de comandante del Batallón “nuevamente creado de ambos ejércitos, de los diversos gremios que están destinados a los trabajos de maestranza, en el Parque de Artillería y con el sueldo que goza por capitán”.
El desastre de Cancha Rayada puso a Beltrán en el más difícil trance: el parque se había perdido y solo 5 cañones fueron salvados en aquella tremenda noche. El incansable sacerdote-soldado recogió por todas partes cuanto hierro, acero y demás metales que pudieran servir para la confección de armas y municiones, y otra vez los yunques y las fraguas resonaron armoniosamente: 93 hombres, 22 mujeres y 47 niños de 14 a 18 años, blancos y negros, de todas las esferas sociales, trabajaron afiebradamente para dotar a los futuros vencedores de Maipú de las armas con las que iban a derrotar a los audaces atacantes de Cancha Rayada. 22 cañones, parque, pertrechos, proyectiles, etc., estuvieron listos en breves días, para contribuir poderosamente al glorioso triunfo de Maipú, el 5 de abril de 1818. Por los méritos que adquirió Beltrán por su actividad extraordinaria en aquellas memorables jornadas, y por su participación en aquella batalla decisiva, el Gobierno de Chile lo condecoró con una medalla de plata; y el de Buenos Aires, con un cordón de plata de honor, declarándolo al mismo tiempo “Heroico Defensor de la Nación”. El 9 de abril de 1818 solicitaba su retiro del Ejército de los Andes, que le fue concedido por el Director Pueyrredón el 14 de mayo, regresando a Mendoza por orden de San Martín, expedida el 5 de enero de 1819, por haberlo así solicitado el gobernador de aquella provincia. En Mendoza, Beltrán permaneció unos ocho meses, reorganizando la maestranza y actuando con el respeto de sus semejantes. Al cabo de ellos volvió a Chile, por requerirlo así las necesidades del alistamiento de la campaña libertadora del Perú.
Preparó todos los pertrechos con que se contó para esta admirable empresa, completando el parque del ejército expedicionario, embarcándose el propio Beltrán en Valparaíso, el 20 de agosto de 1820, en el carácter de Director de la Maestranza del Ejército Libertador, cargo que desempeñó desde aquella fecha hasta agosto de 1824.
Por los servicios que prestó en esta campaña, obtuvo una medalla de oro que le concedió el Protector del Perú con el lema: “Yo fui del Ejército Libertador”. Fue declarado Asociado de la “Orden del Sol”, creada el 8 de octubre de 1821 para premio de los ciudadanos virtuosos y en recompensa a los hombres meritorios, siéndole asignada a Beltrán la pensión de 250 pesos anuales.
El 22 de octubre de 1821 ascendió a sargento mayor graduado. En marzo de 1822 fundió 24 cañones de montaña, arma de que se hallaba carente el ejército. Aprestó en el ramo de pertrechos de guerra, cuatro expediciones marítimas: una, la que marchó a las órdenes del brigadier Domingo Tristán; las dos a Puertos Intermedios, al mando de los generales Rudecindo Alvarado y Andrés de Santa Cruz, respectivamente; y la última, la que fue a Arequipa a las órdenes del general Sucre.
Por tantos merecimientos, el 20 de septiembre de 1822, recibió la efectividad de sargento mayor y el 18 de agosto de 1823, los despachos de teniente coronel graduado. En el curso de este último año se retiró con el parque y la maestranza a los castillejos del Callao, en el mes de junio, ante la aproximación del ejército de Canterac. Allí permaneció hasta el mes de julio, en que los enemigos levantaron el sitio que habían impuesto a aquella plaza fuerte y se retiraron.
A consecuencia de la sublevación del Callao, el 5 de febrero de 1824, encabezada por los sargentos Moyano y Oliva, el comandante Beltrán se retiró a Trujillo, conduciendo la maestranza y obreros, donde continuó sus tareas para pertrechar el ejército del general Bolívar, cuyo cuartel general estaba instalado en aquella ciudad.
Un día Bolívar visitó personalmente el parque y maestranza, donde halló entre otras armas, un millar de tercerolas y fusiles; dio la orden terminante a Beltrán de limpiar ese armamento, aceitarlo y encajonarlo en el perentorio término de 3 días, pues conceptuaba que aquellas armas eran indispensables para las operaciones del ejército.
No obstante que Beltrán puso todo su infatigable celo para cumplimentar lo ordenado, 8 días después aún no había terminado la pesada tarea, pues escaseaban los obreros y los armeros eran pocos para recorrer tanto armamento, a fin de dejarlo en condiciones de ser utilizado en las futuras operaciones. Cuando al cabo de aquel tiempo se presentó nuevamente Bolívar al Parque, al ver que su orden no estaba cumplida, no sólo reconvino en tono altanero y despótico a Beltrán, sino que lo amenazó con mandarlo fusilar. Esta escena, que no era una excepción en los procedimientos despóticos del Libertador de Colombia, acostumbrado a tratar muy mal a sus subordinados según es fama entre los recuerdos que nos legaron los gloriosos soldados que fueron actores en la última etapa de la libertad del Perú, dejó una profunda impresión en Beltrán; aquella injusticia extravió su inteligencia y la idea del suicidio atenazó su espíritu.
Resuelto a cumplir tan fatal designio, se encerró en la pieza donde se alojaba, con un brasero de carbón, sobre cuyas brasas derramó asafétida (2); acostándose después sobre su cama, de la cual esperaba no levantarse más con vida.
Pero la familia en cuya casa se hospedaba sintió el fétido olor de aquella humareda, e impuesta de la escena que había sucedido entre Beltrán y Bolívar, echó abajo la puerta de la habitación del primero, sacándolo semiasfixiado. Se le prodigaron los cuidados que la ciencia aconseja, concurriendo médicos del ejército y sus amigos, pero desgraciadamente el insigne sacerdote-soldado se había vuelto loco.
El mal era grave y debió por supuesto abandonar sus tareas. Se le veía por las pobres calles del pueblito de Huanchaco, recorrerlas gritando: “¡Ahí viene…. ahí viene…. No le dejen llegar…. Es Bolívar…. Es Bolívar!”. Otras veces lo hacía llevando un cajoncito vendiendo “agua fresca y cigarros fuertes”. Así anduvo 5 días vagando por las calles, seguido por los pilluelos que gritaban: “¡El loco! ¡El loco!”.
Extenuado por la fiebre y por la fatiga, fue recogido por la familia de la buena mujer que le lavaba la ropa. Allí lo pusieron en cama y le dieron un caldo; el desventurado patriota estaba debilitado, durmió y con un régimen de tranquilidad fue convaleciendo. Una profunda postración física le quedó algún tiempo, pero al fin recobró la razón.
Restablecido completamente de su enfermedad, el 14 de agosto de 1824 se alejó de Huanchaco, embarcándose con destino a Chile, para de allí pasar a Buenos Aires. En el barco en que lo hizo se encontró con el coronel Espejo, que habiéndose embarcado en un puerto norteño, tenía el mismo objetivo en su viaje que Beltrán. También iban otros oficiales del Ejército Libertador que regresaban a su patria. En la travesía, un furioso temporal desarboló el buque, y por instantes se creyó que se hundiría y tan inminente fue el riesgo de vida que corrieron los pasajeros y tripulantes que una vez desembarcados en Valparaíso, realizaron una demostración pública piadosa, en agradecimiento al Ser Supremo por la salvación extraordinaria.
El 17 de junio de 1825 llegó Beltrán a Buenos Aires. Desde Mendoza, en marzo y abril de aquel año, había solicitado sin resultado, que se le concediese licencia con medio sueldo, a fin de atender su quebrantada salud, señalando al Gobierno, que se había visto obligado por la estrechez de sus recursos “a recibir el alimento diario por favor, pues absolutamente no me ha quedado para subsistir”.
Después de un corto descanso de dos meses, en agosto de aquel año, Beltrán y Espejo fueron destacados al ejército que organizaba sobre la línea del río Uruguay, el general Martín Rodríguez: el primero como Jefe del Parque y el segundo, como ayudante del Estado Mayor General. El 13 de noviembre de 1826 le fue revalidado su grado de teniente coronel por el Gobierno Argentino, habiendo obtenido despachos de sargento mayor el 7 de septiembre del mismo año.
Las funciones del teniente coronel Beltrán fueron de gran importancia, pues no solo alistó armas para los varios de miles de soldados que se instruían en las costas entrerrianas, sino que también proveyó armamento a los diferentes buques de la escuadra confiada a la hábil dirección del Almirante Brown; el cual debió hacer frente en todos los encuentros a fuerzas navales muy superiores, de donde resultaron averías muy importantes para los barcos republicanos y sus piezas de combate quedaron frecuentemente fuera de uso. Sin bien es cierto de que la escuadra tenía sus talleres de reparaciones, también lo es de que Beltrán tuvo influencia importante en su dirección.
Actuó en la batalla de Ituzaingó, pero el mal estado de su salud lo obligó a abandonar la campaña y regresar a Buenos Aires y sintiendo que se aproximaba su fin, pasó sus últimos meses reconcentrado en las prácticas religiosas, haciendo penitencias y nuevos votos de castidad, pasando días de prueba y de tortura. Reclamó la presencia de un sacerdote para comulgarse y reconciliarse con el Ser Supremo. Durante dos días los sacerdotes franciscanos rodearon su lecho y finalmente, pidió ser vestido nuevamente con el hábito de la Orden, renunciando a las armas. Nombró albacea a su antiguo amigo, el después general Manuel Corvalán.
El teniente coronel Luis Beltrán, falleció a las siete de la mañana del 8 de diciembre de 1827; y al día siguiente fue sepultado en el Cementerio del Norte “en clase de sacerdote que era, por haber renunciado a la carrera militar antes de morir”, según expresa la comunicación de Corvalán al Inspector y Comandante General de Armas de fecha 10 del mismo mes y año. El otro acompañante de su cadáver fue el general Tomás Guido.
A pesar de que en su testamento de 29 de agosto de 1800, Beltrán dice ser nacido en San Juan, se considera que este suceso se produjo viajando su familia de esta ciudad a la de Mendoza, ya que solo tenía tres días cuando llegaron sus progenitores a esta última, donde fue bautizado, como queda dicho. Su madre sobrevivió hasta 1847.
Referencias
(1) En realidad la artillería transportada sumaba: 2 obuses de 6 pulgadas, 7 cañones de batalla de a 4, 9 cañones de montaña de a 4 y dos cañones de hierro de un calibre, y dos de 10 onzas con sus respectivas cureñas y armones. Las municiones eran considerables: 300 granadas, 200 tarros de metralla para obús, 2.100 tiros de bala, 1.400 tiros de metralla, 2.700 tiros a bala para las piezas de montaña, etc. etc. etc..
(2) La asafétida (Ferula asafoetida) es una especie botánica de olor muy fuerte, bastante repugnante, vagamente similar al ajo.
FuenteEfemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).
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Juan Francisco Borges

Juan Francisco Borges




Nació en Santiago del Estero, el 24 de junio de 1766, siendo sus padres Manuel Pedro Borges y María Josefa de Urrejola y Peñaloza.  El joven Borges, estudiante en La Paz, era ayudante mayor de Milicias cuando estalló la “sublevación” de Túpac Amaru, atroz y vengativamente cancelada.  En defensa de la sitiada ciudadela española combatieron padre e hijo, perdiendo la vida don Manuel Pedro.  En su estada en España, donde fue ascendido a Capitán de los Ejércitos de S. M., se le concedió el título de Caballero Cruzado de la Orden de Santiago.
Ostentaba el grado de teniente coronel cuando se produjo el movimiento emancipador de mayo de 1810.  Hombre audaz y abnegado, sus conexiones de familia, su empleo en el ejército del Rey, no fueron un impedimento para detener los generosos sentimientos de su ardiente patriotismo y a su actividad y celo se debió la pronta incorporación de su provincia natal a la causa emancipadora.  Ayudado por uno de sus más íntimos amigos, Germán Lugones (padre del coronel Lorenzo Lugones), empezó a reclutar gente, que uniformó y equipó a costa de su peculio, tan pronto tuvo noticias de la preparación de la empresa libertadora confiada al coronel Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, de modo que cuando éste llegó a la jurisdicción de Santiago del Estero, el comandante Borges pudo presentarle 367 hombres perfectamente organizados, que se incorporaron a los expedicionarios con el nombre de “Patricios de Santiago del Estero”, los que se batieron en Suipacha, así como también en Tucumán y Salta.  En los desastres de Vilcapugio y Ayohuma perecieron casi todos los santiagueños, después de haberse batido con denuedo, hecho que aprovecharon los enemigos del general Belgrano para prevenir a Borges contra aquél, especialmente, cuando el Director Pueyrredón le designó nuevamente para mandar el Ejército del Norte, después de su regreso de Europa.
Sublevación autonomista en Santiago del Estero
Entre tanto, el Congreso General resuelto trasladar su sede a Buenos Aires en contra de la opinión de los diputados de Santiago del Estero y Tucumán, a la cual el territorio de la primera pertenecía como parte integrante de la segunda.  Estas circunstancias dieron a Borges pretexto suficiente para levantar el estandarte de la revolución federal, apoyado por las milicias locales; derrocó al Teniente Gobernador Gabino Ibáñez en diciembre de 1816 y se colocó en su lugar, negando obediencia al general Belgrano y al gobierno de Tucumán, de quien dependía.  Ibañéz fue detenido y enviado a Loreto.
Belgrano destacó al comandante Lamadrid con un escuadrón de 100 Húsares como vanguardia de las fuerzas destinadas contra Borges, cuyo grueso lo comandó el coronel Juan Bautista Bustos, con 250 hombres y dos piezas de artillería.  Este último, en realidad no llegó a actuar, pues la vanguardia adelantada a las órdenes de Gregorio Aráoz de Lamadrid los dispersó en el combate de Pitambalá, el 27 de diciembre de 1816.  Las fuerzas de Borges contaban con un total de alrededor de 500 hombres.
Borges se retiró en dirección al Salado (río que corre por la frontera Este de Santiago) de donde se proponía pasar a Salta, en busca del apoyo de Martín Miguel de Güemes.  Finalmente, al cabo de tres días, se refugió en la casa de los Taboada en Guaype (actual Departamento Sarmiento), a la sazón parientes suyos, quienes lo entregaron a Lamadrid.
“Los partes de estas ocurrencias – dice el Gral. José M. Paz en sus Memorias Póstumas- se transmitían instantáneamente al general Belgrano, que luego que supo la derrota de los sublevados, expidió un decreto de indulto, con excepción de Borges, Gonsebat y del capitán Lugones, de mi regimiento.  Este se hallaba allí desde antes de la sublevación con un piquete de treinta Dragones, con los que se había unido a Borges, y salido a campaña, y a los que (sin que hasta ahora sepa por qué) despidió desde Loreto, de modo que volvieron y se incorporaron, al cargo de un sargento, a las fuerza que los perseguía.  Todo prueba que los revoltosos se asustaron de su propia obra, luego que la hubieron consumado.
“Cuando a los cuatro o cinco días de la derrota se tuvo noticia de la prisión de Borges, tuve orden de salir con una partida que iba a cargo del capitán don Joaquín Lima, al puesto de Vinal, situado a diez leguas de la ciudad, a recibir al prisionero, tomarle una declaración sobre los últimos hechos y hacerlo seguir hasta la ciudad.  Habíamos contado con hallar a Borges esa noche en Vinal, pero no sucedió así, y luego se tuvo noticia de que por causa de enfermedad se había demorado su marcha.
Fusilamiento de Borges
“A la mañana siguiente continuó en su solicitud, el capitán Lima con la partida, quedándome yo a esperarlo en Vinal, para llenar las formalidades de mi comisión.  En todo ese día ni la noche no apareció, y a la madrugada del tercer día se me presentó el comandante Lamadrid, quien me manifestó la orden que traía de fusilarlo sin más demora que la muy precisa para recibir los auxilios espirituales.  La sentencia emanaba directamente del general Belgrano; había sido remitida a Bustos, y este comisionó a Lamadrid para su ejecución.
“En la pequeña comitiva que había sacado Lamadrid de Santiago venía un religioso dominico, el Padre Ibarzábal, quien debía ofrecer sus servicios al desgraciado Borges; mas como por su edad y poco ejercicio en el caballo, no pudiese acompañar la rápida marcha del comandante, se convino en que se quedase en una chacarilla que tiene el mismo convento, a dos leguas de la ciudad, debiendo Lamadrid traer allí al reo, para que fuese ejecutado después de hacer sus disposiciones cristianas.
“Bien poco agradable me había sido la comisión que se me había conferido, así es que aproveché sin trepidar la ocasión que se me presentaba de eximirme.  Yo había creído que la declaración que se mandaba tomar al prisionero era para que sirviese de precedente a un juicio que, aunque fuese muy breve, llenase en cierto modo las formas; pero, desde que sin esperar éste se había extendido la sentencia y se mandaba ejecutar, ya era inútil todo esclarecimiento de un hecho que estaba juzgado.  Me retiré pues, antes que viniese Borges, y antes de mediodía estuve en Santiago, sin la declaración que había ido a tomar.
“Bustos se conformó con la explicación que le dí, pero el teniente gobernador, teniente coronel don Gabino Ibáñez, que acababa de ser restituido a su empleo, se aferraba en que otras personas del vecindario habían tomado parte en la conspiración, y exigía que, sin embargo de la sentencia, declarase el reo sus cómplices.  Sin embargo de haber sostenido yo la opinión contraria, venció en el ánimo de Bustos el modo de pensar de Ibáñez, y a las once de la noche recibí orden de trasladarme muy temprano, con un secretario, a la chacarilla de los dominicos, donde ya debía estar Borges.  Tuve que conformarme, y serían las seis de la mañana cuando llegué al lugar en que debía ser el suplicio de aquel desgraciado jefe.  El comandante Lamadrid me salió al encuentro para decirme que había llegado esa madrugada con el reo y que inmediatamente se le había puesto en capilla, con dos horas de término, las que iban ya a cumplirse.  Me pareció cruel y hasta bárbaro turbar los últimos momentos de un hombre, en aquella situación, con preguntas que si él satisfacía, comprometían a sus amigos, y si negaba podían conturbar su conciencia.  Por otra parte me constaba que el General en Jefe nada de esto había prevenido, antes por el contrario, dando por concluida la rebelión, había promulgado una amnistía.  Tomé, pues, sobre mi responsabilidad, y esta vez sin remisión,  porque el declarante iba a desaparecer, evitar la declaración, y sin bajarme del caballo, volví las riendas para la ciudad de donde acababa de salir.
“Cuando llegué a la chacra de Santo Domingo (1) estaba ya designado el lugar del suplicio, a unas cuantas varas del rancho que ocupaba el reo, bajo un frondoso algarrobo, a cuyo tronco estaba atada una mala silla de cuero, que debía de servir de banquillo.  El comandante Lamadrid me dijo que cumplidas ya las dos horas, el reo iba a ser ejecutado.  Cuando me despedí se formaba ya la escolta, y no había andado ni un cuarto de legua, cuando oí la fatal descarga.  Borges murió con entereza y protestando contra la injusticia de su sentencia y la no observancia de las formas, pero con los sentimientos religiosos y cristianos.
“Antes de una hora estuve en Santiago y en casa de Bustos, a quien di cuenta de lo sucedido.  Manifestó por ello la más cumplida indiferencia; no así Ibáñez, quien, a pesar de nuestra relación de amistad, reprobó mi procedimiento, lo que dio lugar a acaloradas disputas.  Mas no fue este el único punto en que discordó, como lo voy a referir.
“El mismo día llegó el parte de haber sido detenidos y presos en Ambargasta, jurisdicción también de Santiago, Gonsebat y Lugones, que muy luego llegarían a la ciudad.  Al primero no lo conocía yo, pero el segundo era oficial de mi regimiento, y había sido antes de mi compañía; había sido también mi particular amigo, aunque en el tiempo precedente se hubiesen resfriado nuestras relaciones, por efecto de esas ideas anárquicas que empezaban a fermentar en su cabeza.
“A más del interés que me inspiraba Lugones, mis principios y mi corazón me hacían desear que no se derramase más sangre.  Creí, pues, que debía hacer algo para detener el golpe terrible que lo amenazaba, cuya gracia naturalmente sería extensiva a los otros exceptuados.  Me llegué al coronel Bustos a rogarle con el mayor encarecimiento, que al dar cuenta de la prisión de Lugones, lo recomendara al General, y me empeñé con los comandantes Lamadrid y Morón para que me secundasen en mi solicitud.  El coronel Bustos me lo prometió, y estoy persuadido de que lo hizo; el hecho fue que Lugones perdió su empleo, quedando destinado a servir como “aventurero” (2) en el ejército, y subsistió así por algún tiempo, quedando al fin, de nuevo, en su clase; siendo ésta la única pena a que se le condenó.  Gonsebat y Montenegro salvaron también sus vidas a costa de algún tiempo en prisión y privación de sus empleos.
“El general Belgrano no debió arrepentirse de la indulgencia con que trató a los últimos, siéndome sensible no poder decir lo mismo de la sentencia (si puede llamarse sentencia un decreto de muerte, sin juicio, sin forma alguna y sin oír al reo) precipitada que hirió a Borges.  ¿Creyó acaso el General que la demora de la ejecución, podía dar motivos a nuevas turbaciones?  No lo sé; pero si así fuese se equivocó completamente, pues la rebelión estaba tan terminada, como el caudillo había sido arrestado por sus mismos paisanos y en el mismo teatro de sus aspiraciones.  De cualquier modo, nunca podía faltar tiempo para que se juzgase sumariamente y se  oyesen sus descargos.  Lo singular es que el General, que tanto predicaba la obediencia y la observancia de las leyes, las violase invocándolas, sin que ninguna autoridad superior le hiciese cargo”.
Borges, en cumplimiento de las órdenes de Belgrano, y sin juicio previo ni defensa, fue fusilado el 1º de enero de 1817. 
Su esposa era Catalina de Medina y Montalvo, con la que tuvo un hijo: Juan Francisco Segundo Borges, que años más tarde llegaría a ser gobernador de su provincia.
Juan Francisco Borges hoy es reivindicado en su provincia natal como uno de los precursores del federalismo nacional.
Referencias
(1) Hoy Departamento Robles, Santiago del Estero.
(2) Voluntario con equipo, armas y caballo propios.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Paz, José María – Memorias póstumas – Tomo I – Campañas de la Independencia.
Portal www.revisionistas.com.ar
Tagliotti, Guillermo José – Semblanza santiagueña.
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).
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miércoles, 9 de septiembre de 2015

JOSÉ FIGUEROA ALCORTA

JOSÉ FIGUEROA ALCORTA

(Córdoba, 1860 - Buenos Aires, 1931) Político argentino que fue presidente de la República entre 1906 y 1910, tras la muerte de Quintana. En 1882 se graduó en leyes en la universidad, y el mismo año fue designado para dictar en la antigua casa de estudios una cátedra de derecho internacional. José Figueroa Alcorta alternó la docencia universitaria y su cargo de consultor de la municipalidad de Córdoba y del ferrocarril Norte con tareas periodísticas en los diarios La Época y El Interior. No había cumplido aún los veinticinco años cuando fue elegido senador provincial.
Al cesar en sus funciones de senador fue elegido diputado a la legislatura por cuatro años, período que no pudo cumplir, porque en 1890 fue nombrado ministro de Gobierno en la administración de Marcos Suárez, a quien acompañó hasta el final de su gestión. Eleazar Garzón, sucesor de Juárez, lo designó ministro de Hacienda de la provincia. Apenas cumplidos los 35 años fue elegido gobernador de la provincia de Córdoba. Su gobierno se distinguió por el saneamiento de las finanzas y por sus iniciativas en educación pública, obras viales y mejoras edilicias. Creó el registro de la propiedad, organizó el cuerpo de bomberos, inauguró las obras de luz y fuerza de la provincia y llevó a cabo otras numerosas realizaciones.
Terminado su período de gobierno en el mes de marzo de 1898, la Legislatura lo eligió el mes siguiente senador nacional, por gran mayoría. Le tocó intervenir en la discusión de problemas vitales como los vinculados a la cuestión de límites con Chile. José Figueroa Alcorta fue el encargado de presentar a la Cámara el informe favorable a los "pactos de Mayo", haciéndolo en un discurso que puso de manifiesto los peligros de la paz armada en América; sostuvo la implantación del arbitraje para la solución de los conflictos internacionales y expuso la inquietud argentina en la cuestión del Pacífico entre Chile, Perú y Bolivia.
En la "reunión de notables", convocada por Roca, surgió su nombre como compañero de la fórmula presidencial que encabezaba Manuel Quintana. Al triunfar la fórmula, José Figueroa fue consagrado vicepresidente de la República y asumió la presidencia del Senado desde el 12 de octubre de 1904. Aprovechando un receso parlamentario se trasladó con su familia a Córdoba, en el verano de 1905, y se instaló en Capilla del Monte.
La revolución del 4 de febrero de 1905 estalló en Córdoba bajo la dirección del coronel Daniel Fernández y el doctor Aníbal del Viso, que derrocaron a las autoridades constituidas. Al conocerse en Córdoba el fracaso de la revolución en Buenos Aires, cundió el desaliento, y los revolucionarios, en busca de amparo, se apoderaron de la persona del vicepresidente y lo mantuvieron como rehén, para presionar sobre el ánimo del primer magistrado. Dominada la revuelta, Figueroa Alcorta recuperó la libertad y volvió a Buenos Aires, reanudando su labor en el Senado.
La presidencia de José Figueroa Alcorta
En 1906, tras la muerte del presidente Manuel Quintana, renunció el gabinete en pleno. José Figueroa Alcorta asumió la presidencia y reorganizó el gobierno de esta forma: Norberto Quirno Costa en Interior; Manuel Montes de Oca en Relaciones Exteriores; Norberto Piñero en Hacienda; Federico Pinedo en Justicia, Culto e Instrucción Pública, sustituido luego por Rómulo Neón, que fundó las primeras escuelas rurales para difundir la instrucción en la campaña; Luis María Campos en Guerra; Onofre Betbeder en Marina; Ezequiel Ramos Mejía, que trazó un plan de ferrocarriles patagónicos, en Agricultura, y Miguel Tedín en Obras Públicas.
A lo largo de su mandato presidencial (1906-1910), José Figueroa Alcorta supo gobernar sin presiones y pudo encauzar una política de renovación, que le aseguró al comienzo un margen de simpatía en las esferas que se disputaban el poder. Pero poco a poco cayó bajo la influencia de la fracción oligárquica. Mientras que en el aspecto político el gobierno tenía que afrontar constantes problemas de hostigamiento, en lo económico el país había entrado en una etapa de prosperidad industrial, comercial y cultural, en un creciente bienestar que se advertía en muchas esferas de la vida del país. La Argentina era en ese entonces uno de los grandes proveedores mundiales de cereales.
En las elecciones del 11 de marzo de 1906, la coalición de partidos opositores encabezada por Carlos Pellegrini dio el triunfo a los antirroquistas en la capital. Pero la mayoría de legisladores no veía con agrado esa orientación y procuró resistir en forma pasiva al poder ejecutivo y su política; incluso se habló de formar juicio político al presidente. Convocado al Congreso a sesiones extraordinarias a fines de 1907 para considerar el presupuesto de gastos y numerosos asuntos más, las cámaras no sólo se mostraron reacias a la iniciativas del poder ejecutivo, sino que las ignoraron.
El 25 de enero de 1908 el presidente, en acuerdo general de ministros, decretó la vigencia del presupuesto general de 1908 de gastos de la administración. Como consecuencia de la oposición de las cámaras, clausuró las sesiones extraordinarias del Congreso y retiró los asuntos sometidos a su deliberación. El 27 de enero, la fuerza pública ocupó el palacio legislativo y prohibió la entrada a los legisladores de ambas cámaras. Se anunció por el Ministerio del Interior que se prohibían las reuniones de legisladores en cualquier punto del país.
Hubo algunas protestas ruidosas a la entrada de las cámaras, pero en poco tiempo el incidente fue olvidado, pues no había sido mal recibido por la opinión popular, poco adicta a un parlamento que estaba bastante lejos de sus aspiraciones. Ante la protesta de diputados y senadores, las fuerzas de ocupación fueron retiradas el 30 de enero, y los legisladores pudieron entrar y salir libremente. La clausura del Congreso por parte del ejecutivo fue un hecho político de gran importancia; el Congreso reanudó sus sesiones en mayo de 1908.
A nivel interno, durante la presidencia de Figueroa Alcorta se construyeron en las provincias y territorios canales, puentes, caminos, diques, obras de riego, etcétera. Fue inaugurado el palacio del Congreso y en mayo de 1906 se realizaron allí sesiones legislativas. En el curso de cuatro años los ferrocarriles tuvieron un aumento de siete mil kilómetros. El crecimiento urbano de la capital prosiguió y, al llegar el Centenario de la Independencia, Buenos Aires era una de las grandes ciudades del mundo.
La explotación de recién descubiertos yacimientos petrolíferos fue otro de los hechos destacados del periodo. El 13 de diciembre de 1907, mientras se realizaban trabajos de perforación en busca de agua en Comodoro Rivadavia por encargo de la División de Minas, Geología e Hidrología, los responsables de las tareas, J. Fuch y Humberto Behin, hallaron a 535 metros de profundidad una capa de petróleo. Desde entonces hasta 1910 se perforaron cinco pozos. En la Exposición del Centenario se presentó una gran caldera que funcionaba con petróleo argentino; el mismo año se promulgó la ley de reservas, que abarcaba una zona de cinco mil hectáreas.
En política exterior, el presidente Figueroa Alcorta tuvo que hacer frente a varios conflictos internacionales. Uno de ellos fue la ruptura de relaciones con Bolivia, en julio de 1909. De acuerdo con el tratado entre Perú y Bolivia del 30 de diciembre de 1902, ambos países habían aceptado someter el pleito al arbitraje del gobierno argentino para resolver una vieja cuestión de límites. Ésta fue sometida a una comisión asesora del gobierno argentino, pero el laudo fue rechazado por el Congreso y el gobierno de Bolivia, por considerar que no les era favorable. En La Paz y otras ciudades del Altiplano se produjeron demostraciones hostiles en las calles y la legación argentina fue apedreada. El gobierno argentino retiró inmediatamente a su delegado en Bolivia y entregó los pasaportes al representante boliviano en Buenos Aires. Las relaciones diplomáticas no se restablecieron hasta enero de 1911, bajo el gobierno de Roque Sáenz Peña.
Otro serio problema se suscitó con Uruguay, en razón de divergencias sobre el alcance jurisdiccional en aguas del Río de la Plata, a raíz del cual se produjo un enfrentamiento entre los gobiernos argentino y uruguayo, a mediados de 1907. El conflicto tuvo mucha repercusión en la calle y suscitó amplias controversias en la prensa. Finalmente prevaleció en los gobernantes de los dos países un criterio ponderado y sereno; las relaciones se mantuvieron después de una gestión diplomática, de la que se encargó Roque Sáenz Peña. Por último se firmó un protocolo que puso fin a la cuestión el 5 de enero de 1910.
El titular de Relaciones Exteriores, Estanislao S. Zeballos, asistió desde su ministerio a un enfriamiento en las relaciones con los Estados Unidos, Brasil y Uruguay. Zeballos había llevado su nacionalismo pasional a la categoría de un argentinismo agresivo; pretendía militarizar el país y dominar por la fuerza la desavenencias con Brasil, según expresó en una carta del 27 de junio de 1908. Para hacer frente a esa eventualidad buscó la alianza con Chile y Uruguay, a fin de aislar a Brasil e imponerle la limitación de armamentos o la cesión de parte de su escuadra.
Un telegrama cifrado que había cursado el ministro a su embajador en Chile, y que Zeballos conservaba en secreto, fue dado a la publicidad y mostraba ciertos propósitos bélicos por parte de Brasil. Alarmados ambos países por estos hechos, el barón de Rio Branco demostró la falsedad del texto publicado y divulgó la clave secreta de su cancillería. Figueroa Alcorta tuvo que pedir la renuncia del ministro Zeballos, siendo designado para reemplazarlo Victorino de la Plaza. Con esto cedió la tensión internacional, aunque la cordialidad entre ambos países sólo se restableció plenamente bajo la presidencia de Sáenz Peña.
La sucesión presidencial
A mediados del año 1909, se hizo pública la candidatura de Roque Sáenz Peña a la presidencia de la República. Para proclamarla se formó la Unión Nacional, compuesta por mitristas, pellegrinistas, roquistas, oficialistas provinciales, fuerzas amparadas por el presidente y ciudadanos independientes como Ricardo Lavalle, que debía presidirla. Los representantes del "viejo régimen" se unieron para sostener esa candidatura, lo mismo que la del entonces ministro de Relaciones Exteriores, Victorino de la Plaza.
En la oposición figuraba únicamente el Partido Republicano, a cuyo frente estaba Emilio Mitre, quien, al ver el triunfo aplastante de la Unión Nacional en la elección para senadores por la capital, abandonó la carrera electoral. Cuando Sáenz Peña aceptó su candidatura dijo: "Necesitamos crear al sufragante, sacándolo del oscuro rincón del egoísmo, a la luz vivificante de las deliberaciones populares". Las elecciones para la renovación de la presidencia se realizaron en abril de 1910.
El 12 de octubre de 1910, Figueroa Alcorta entregó el gobierno a su sucesor Roque Sáenz Peña. Después de un breve descanso en su hogar y de un viaje de recreo a España en 1911, el nuevo presidente Sáenz Peña le encomendó la embajada extraordinaria para representar a la Argentina en el Centenario de las Cortes de Cádiz y de la Constitución Liberal de 1812. Con ello se retribuía también la visita de la infanta Isabel; Alcorta fue recibido por el rey Alfonso XIII.
Al regresar al país se dedicó a su profesión de abogado; en 1915 quedó vacante un cargo de ministro de la Suprema Corte y el entonces presidente Victorino de la Plaza lo designó para ocuparla, previo acuerdo con el Senado. Figueroa Alcorta se abstuvo de toda participación política y se dedicó desde el alto tribunal a su función específica. Falleció el 27 de diciembre de 1931, a los 71 años.


FRANCISCO ACUÑA DE FIGUEROA

FRANCISCO ACUÑA DE FIGUEROA



(Montevideo, 1790- id., 1862) Poeta uruguayo, una de las más altas figuras de la época clasicista de la literatura rioplatense.
Con Acuña de Figueroa se inician los perfiles de la literatura nacional de su país, en los tiempos en que la nacionalidad uruguaya se va concretando y definiendo frente a la argentina.
De modesta posición, ingenioso y culto, contempló la evolución de su patria desde la colonia hasta la independencia, y su formación y temperamento lo llevaron a mostrarse adversario del dictador argentino Rosas. Fue director de la Biblioteca Nacional, escribió la letra de los himnos nacionales de Uruguay y Paraguay, narró en verso los episodios del sitio de Montevideo (Diario histórico), hizo gala de su ingenio en los Decretos pilatunos, escribió algunas piezas teatrales, tradujo diversos poemas latinos y preparó sus originales en doce volúmenes de Obras completas, en los que puede encontrarse su variada producción.
La personalidad de Francisco Acuña de Figueroa, que llegó a ser una especie de jerarca oficial de las letras de su país, refleja los vaivenes y balbuceos de la transformación y crecimiento de la nación uruguaya, a cuya independencia literaria contribuyó en gran manera. Dotado de una sólida formación neoclásica, siguió los modelos de los moralistas españoles Juan Bautista Arriaza, Félix María de Samaniego y Tomás de Iriarte, satirizando instituciones y personas públicas y también costumbres y asuntos privados. Sus obras pueden clasificarse en serias y festivas, atribuyéndose a estas últimas el mayor mérito.
De su producción destaca el poema épico burlesco La Malambrunada, su trabajo más ambicioso, en el que se burla de las mujeres viejas libidinosas que pretenden competir en el amor con las jóvenes ninfas. Escrito en 1837 en octavas reales, la acción se plantea como una lucha entre las viejas (representadas por unas brujas capitaneadas por Malambruna y protegidas por Satán) y las jóvenes, amparadas por Venus bajo el mando de la ninfa Violante. Después de intrincadas y burlescas peleas y risueños episodios casi heroicos, fallece Malambruna. Las viejas huyen ante la vigorosa carga de las jóvenes, hasta hundirse, para salvarse, en un fangal en el que el propio Diablo, que protegía a las feas, las abandona dejándolas transformadas en ranas.
Junto a esta obra con ciertos ribetes de crítica social y de filosofía satírica, merecen destacarse por sus méritos literarios sus numerosísimos epigramas, que reunió en títulos como Mosaico poético (1857). Verso fácil, gracejo narrativo, intencionado donaire y quevediana picardía son los rasgos distintivos de esta múltiple labor satírico-burlesca que Acuña de Figueroa cumplió hasta el último día de su existencia.