sábado, 26 de septiembre de 2015

Elpidio González

Elpidio González



Elpidio González había nacido el 1º de agosto de 1875 en Rosario.  Ocupó diversos cargos públicos durante la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen: Ministro de Guerra de 1916 a 1918 y Jefe de la Policía Federal Argentina, a partir de aquel último año y hasta 1921.  Fue elegido para acompañar a Marcelo T. de Alvear como vicepresidente de la Nación, y volvió a cumplir funciones en el segundo mandato de Yrigoyen (1928-1930), siendo Ministro del Interior.
El 12 de marzo de 1922, tras dos jornadas de reunión, la UCR (Unión Cívica Radical), por medio de su Honorable Convención Nacional, designa por medio de una rigurosa votación que el compañero de fórmula del candidato presidencial Marcelo T. de Alvear va a ser Elpidio González.  El escrutinio le fue favorable por 102 votos propios contra 28 votos de quien le seguía en la lista, Ramón Gómez, lo que a las claras demuestra todo lo que representaba Elpidio González para sus correligionarios.
Como flamante candidato a Vicepresidente de la Nación, González remitió una nota muy conceptuosa y llena de compromisos y lealtades:
“Me es grato acusar recibo de la nota del señor Presidente (1), en la cual me hace saber que la Convención Nacional de la Unión Cívica Radical, me ha designado candidato del partido para la vicepresidencia de la República en el próximo período constitucional.
“Después de una intensa lucha de mi espíritu ante el honroso voto del más alto cuerpo de mi partido, que valoro en todo su significado, me hago un deber en aceptar su determinación, asegurando a sus miembros que si el sufragio popular llegase a confirmarlo, pondría en el desempeño de tan alta magistratura todas mis aptitudes e inspirándome celosamente en las virtudes del esclarecido ciudadano que hoy preside la República (Hipólito Yrigoyen), cuyo ejemplo democrático –me considero en la obligación moral de manifestarlo así- ha de constituir la norma de mi acción al servicio de las instituciones nacionales, en el culto invariable de la verdad y la justicia.  Elpidio González”.
Gente que lo ha tratado hasta su muerte, decía que Elpidio González murió muy pobre.  Esto dice un portal del partido al cual perteneció: “No solamente se rehusó (Elpidio González) a percibir la pensión como ex vicepresidente que por ley le correspondía, sino que para ganarse la vida debió ingresar a la conocida firma productora de anilinas “Colibrí”, para desempeñarse como corredor de comercio percibiendo una modestísima remuneración que le obligaba a vivir austeramente”.  Dignísimo.
Hay una anécdota que lo pinta de cuerpo entero a este hombre que fue hijo de un gaucho federal de Felipe Varela, dada a conocer por el diario “La Nación” el día de su muerte (18 de octubre de 1951), y que decía así.
“(…) en un tranvía cierto domingo de un frío invierno, al mediodía, un anciano, pesándole más los años que el maletín de gastado cuero cargado de betún y anilinas Colibrí para los zapatos con que se ganaba la vida, vistiendo un traje gris, pobre y limpio y la barba, larga pero cuidada, subió a un tranvía.
Después de sacar el boleto se sentó al lado de un señor que venía leyendo un libro.
-“Cantos de vida y esperanza”, un buen libro de Rubén Darío”, le dijo el anciano al pasajero lector, y luego se enfrascó en sus cosas sin prestarle más atención.
El anciano contaba ahora algunas monedas que había obtenido de la venta del día.
-“Y sí, es él”, pensó el lector; ese al que ahora se le caía una moneda de un peso y se levantaba cansinamente a recogerla.  Era él, el mismo que decían que vivía en un cuarto de la calle Cerrito que se venía abajo; el mismo que había rechazado una pensión que le correspondía; el amigo de Yrigoyen; el vicepresidente de Alvear…. el que tampoco aceptó una casa que el gobierno quiso darle para que viviera como merecía.  Si, era Elpidio González.
El viejo político, con la moneda recuperada en su mano, jadeó un poco.  Se había agitado al agacharse a recogerla.  Y, como justificándose, dijo a su vecino al sentarse nuevamente junto a él:
-“Si no la uso para limosna, la usaré para comer”.
Y en la siguiente parada se alejó hacia la puerta trasera, como un espectro, para irse.
-“¡Oiga, señor González! -le dijo el viajero- sírvase guardar el libro que le agrada con usted.  Sería un honor para mí que le aceptara”.
El anciano le miró agradecido y, cerrando los ojos, le dijo con convicción y humildad:
-“Un funcionario, aunque ya no lo sea, no acepta regalos, hijo.  Y, además, recuerdo bien a Darío, mejor que a los precios de las pomadas: … y muy siglo dieciocho, y muy antiguo, y muy moderno; audaz, cosmopolita; con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo, y, una sed de ilusiones infinitas…”
Después de recitar su estrofa, tras la parada, el anciano bajó del tranvía y se perdió en la historia, con toda la riqueza de su pobreza, guardada en un maletín viejo, lleno de pomadas, y de unas pocas monedas escurridizas.
Un hombre olvidado, quizás, porque es un espejo en el cual muy pocos –o acaso nadie en la política argentina de hoy- pueda mirarse….  Elpidio González.
Lo recordamos, rechazó toda pensión del estado que le correspondiera y había sido: diputado nacional, ministro de Guerra, jefe de Policía, vicepresidente de la República, ministro del Interior y, finalmente, preso político durante dos años, tras el derrocamiento del gobierno democrático de Yrigoyen, que integraba.
Su paso por los altos cargos públicos no había significado para él un enriquecimiento material.  Pobre, muy pobre, hizo frente al violento cambio de la fortuna con estoica simplicidad”.
Su padre, el coronel Domingo González
Reservo para el final, algunos datos interesantes acerca del padre de don Elpidio González, hablo del coronel Domingo González, militar que abrazó la causa de las montoneras federales.
Bajo las órdenes del caudillo y general Juan Saá, Domingo González se sublevó en la zona de Cuyo hacia 1866 y 1867, siendo parte de la última gran revuelta federal que hubo en el país.  Cabe agregar que el padre de Elpidio González fue también un viejo servidor de Angel Vicente “Chacho” Peñaloza.
La estrategia de la sublevación de 1866/67 estaba a cargo de tres caudillos federales: Felipe Varela, Ricardo López Jordán y Juan Saá.  El primero lucharía por el noroeste, el segundo en el litoral, y Saá en la zona de Cuyo.  El Quijote de los Andes (Varela), le dio un nombre a esta contraofensiva gaucha federal: “Revolución de los Colorados”.
Igualmente, no pasó mucho tiempo para que, una vez iniciado el levantamiento federal, Domingo González pasará a colocarse bajo las órdenes del mayor Simón Luengo, en Córdoba, donde se enroló dentro del partido “ruso” que existía en la provincia mediterránea.  En el post-Caseros, se entendía por “ruso cordobés” al hombre político intransigente que, a su vez pertenecía a “una organización amigadel general Urquiza –dúplice jefe del Partido Federal- y de los hombres decididamente antiporteñistas.  En Córdoba, los “rusos” marcaron (…) una estoica “tercera posición” que se batió contra los partidos Constitucional y Ministerial, ambas expresiones del unitarismo  cordobés”. (2)
Aunque no hay muchos datos biográficos del padre de Elpidio González, lo que debería generar una inquietud para la investigación revisionista, sí sabemos que el coronel era apodado con el alias de “Gato Amarillo” y que, sublevado el 20 de febrero de 1867 en la provincia de Córdoba junto con Simón Luengo, José Pío de Achával –ex hombre de confianza del caudillo santiagueño Juan Felipe Ibarra- y el mayor Agenor Pacheco –ex secretario privado del “Chacho” Peñaloza-, González fue designado jefe de un Batallón de Guardias Nacionales.  Esta noticia cundió rápidamente en las hojas del periódico “La Nación Argentina” de febrero de 1867.
Tan grande y seria fue la actuación de los federales “rusos” en Córdoba, que Rufino de Elizalde, entonces Ministro de Relaciones Exteriores de Mitre, le manda decir a éste que era imperioso “ocupar militarmente a Córdoba, y ponerla a cubierto de un movimiento, ya sea del gobierno o de su partido; hacer salir de allí a los enemigos, poner la fuerza en poder de los amigos”.
El encargado de poner orden en la provincia de Córdoba contra la revolución de los “rusos” confederados, fue el general Emilio Conesa, quien el 27 de agosto de 1867 le intimó al mayor Simón Luengo para que se rinda y entregue a la justicia.  Luengo se negó, por eso el general Conesa irrumpe en la capital cordobesa el 28 de agosto, persiguiendo y matando a los federales “rusos” que hallaba en su camino.  La represión mitrista perduró hasta el mes de diciembre, “facilitada –dice Fermín Chávez- por los batallones de  línea”.
Por este enfrentamiento y ocupación, que revivió el inextinguible choque de unitarios versus federales, el 4 de diciembre de 1867 fue hecho prisionero el coronel montonero Domingo González.  Su captor fue G. L. del Barco; quien con fecha 6 de diciembre le envió una misiva al vicepresidente de la Nación, Marcos Paz, informándole la verdad:
“El mismo día 4 tomé a Domingo González, uno de los peores cabecillas del motín de Luengo, y el que se sublevó contra las fuerzas nacionales en los momentos de entrar a esta ciudad, y trató de asesinar al ministro de Guerra (3) y demás presos que estaban con él.  Están, pues, bajo la acción de la justicia todos los cabecillas de aquel escándalo, sin faltar ninguno.  Los individuos de tropa, y que han servido voluntarios a Luengo, ejerciendo un rol más o menos importante, todos están tomados, a excepción de muy pocos que no se escaparán”.
Se dice que el coronel González permaneció detenido en la cárcel de Córdoba capital junto a Simón Luengo y Agenor Pacheco por varios meses, sin que se efectúen los correspondientes trámites judiciales.  Abandonados a su suerte, los únicos que se preocuparon por estos gauchos federales fueron los responsables del periódico “La Capital”, de la ciudad de Rosario, el cual había sido fundado por don Ovidio Lagos en ese mismo año de 1867, colaborando en ello su amigo, el poeta José Hernández.
Pidiendo por los tres montoneros, salieron diversas publicaciones en los meses de mayo y agosto de 1868.  En 24 y 25 de agosto, por ejemplo, “La Capital” sacó una columna intitulada Los mártires políticos del pueblo cordobés.  Allí, se leía lo siguiente: “Las naciones y los pueblos tienen sus héroes y sus mártires; Córdoba se distingue por los primeros y es célebre por los segundos.  D. Simón Luengo, don Agenor Pacheco, don Domingo González y don Jacinto Alvarez.  He aquí el nombre de cuatro mártires, víctimas de la infamia y de la traición de ciertos hombres político…”  Esta afirmación periodística hacía alusión, sobre el final, a la esquiva actitud del general Justo José de Urquiza.
Como solía ocurrir con tantos federales tardíos que murieron en las mazmorras de las cárceles públicas, “La Capital” denunciaba el maltrato que recibían los “rusos” cordobeses.  “Luengo, Pacheco y González –clamaba el periódico rosarino- han sido sacados del calabozo en altas horas de la noche, sin que el pueblo llegara a percibirse del hecho.  Al otro día, como un sordo rumor, circulaba de boca en boca la desaparición de aquellos jefes beneméritos”.
En efecto, lo que había sucedido era que los tres federales habían sido trasladados a Buenos Aires en el máximo sigilo.  Dos meses más tarde, en octubre de 1868, fueron castigados con la pena de “extrañamiento del territorio argentino”, es decir, el exilio.
El 20 de noviembre de 1868, otro periódico, “La América”, cuyos redactores eran Agustín de Vedia y Olegario V. Andrade, publican una nota titulada Los presos políticos, la cual contenía una carta que los tres detenidos habían dirigido al presidente de la Nación, Domingo Faustino Sarmiento.  Allí solicitaban la salida del país o la excarcelación.  A mediados de diciembre del mismo año, sale a la luz otra carta de los reos federales a Sarmiento con términos más o menos similares.
Al no haber respuestas de parte del salvaje unitario Sarmiento, el 21 de enero de 1869, Luengo, Pacheco y Domingo González le vuelven a escribir una misiva para el pronto esclarecimiento de su situación.
Lo último que se sabe del coronel montonero González, es que entre el 1º y 2 de febrero de 1869 fue embarcado con destino a Montevideo junto con Agenor Pacheco, como lo informó el diario “La América”.  El vapor que los condujo a Uruguay era el Río Negro, y hasta allí fueron acompañados por una escolta, sugiere Fermín Chávez.
El único que quedó a merced de la justicia liberal fue Simón Luengo, el cual será muerto a tiros en 1872 en su Córdoba natural, al resistir a tiros una emboscada que le habían tendido los enemigos de la patria gaucha.
Es indudable que el coronel Domingo González llegó a inculcarle a su hijo los valores patrióticos llenos de moral, sacrificio y humildad, los que, recogidos por Elpidio, han merecido la escritura de una de las páginas más ilustres de la olvidada doctrina radical de Hipólito Yrigoyen.  Hoy el pueblo deberá exigir la reaparición de decenas, de cientos y hasta de miles de Elpidio González para devolverle a la patria una felicidad y dignidad que hace mucho ha dejado de tener.
Referencias
(1) Se refiere al Presidente de la Honorable Convención Nacional de la UCR, doctor Francisco Beiró.
(2) Turone, Gabriel O., “Coronel Simón Luengo: Exponente del Federalismo Tardío Cordobés. 1858-1863”, Buenos Aires, Mayo de 2012.
(3) No sabemos si se refiere al Ministro de Guerra y Marina Juan Andrés Gelly o a Wenceslao Paunero.
Autor: Gabriel O. Turone
Fuente:
Barovero, Diego – “Elpidio González, el asceta de la política”, Villa Mercedes, San Luis, 2003.
Chávez, Fermín – “Vida del Chacho”, Ed. Theoría, Buenos Aires, Enero 1974.
Gallo, Rosalía Edit y Giacobone, Carlos – “Radicalismo bonaerense. 1891-1931”, Editorial Corregidor, Buenos Aires, Abril 1999.
Portal www.revisionistas.com.ar
Turone, Gabriel O. – “Origen federal de los primeros radicales”, Portal de Internet “Revisionistas.com.ar”, Buenos Aires, 2009.
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

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