jueves, 17 de septiembre de 2015

Francisco Bibolini

Francisco Bibolini



Nació en Spezia, Italia, en el año 1827.  En 1854 viajó a América y después de cortas estadas en Asunción y Buenos Aires, se estableció en el “Fortín Mulitas” (1), donde llegó el 12 de Julio de 1855 con el nombre de cura párroco, celebrando las primeras misas en el mismo fortín.  Posteriormente se levantó una capilla (donde hoy se encuentra el Consejo Deliberante del pueblo de 25 de Mayo), era precaria y fue destruida por un incendio.  De inmediato el cura párroco habilita su casa para celebración de misas y oratorio.  En el pueblo no había medico ni farmacia por lo que la vida de los pobladores dependía de la buena voluntad de este Ministerio de Dios.
El 29 de octubre del año 1859, el temido señor de “Las Salinas Grandes”, Cacique Calfucurá, con dos mil de sus indios estaba dispuesto a entrar al saqueo de “Mulitas”, como así también en busca de venganza ya que odiaba al comerciante Juan Basabe, porque en su negocio se había dado muerte a uno de sus más apreciados amigos.  Inmediatamente el padre Bibolini salió al encuentro del feroz cacique, y tras un largo trayecto, en su magnífico corcel llegó al lugar denominado “Médano Partido” (de Galíndez) y allí lo entrevistó.
Con gran temple, el sacerdote pidió por las vidas y las haciendas de los habitantes, a cambio de darle víveres, dinero y regalos.  Fue así que merced a la tenaz decisión de Bibolini, el cacique desistió de la macabra idea y al final entró pacíficamente al pueblo, junto al mismo Bibolini, y ante la mirada de asombro de los pobladores que en principio no daban crédito a lo que estaban viendo, o más precisamente que se trataba de un milagro.
La indiada se diseminó tranquilamente por la población pidiendo “Cofque” (galleta-pan); “Yergué” (yerba), “Petrén” (tabaco) y “Pulcuí” (aguardiente).
Calfucurá, con su cortejo de tres de sus damas de “Las Salinas Grandes” y sus capitanejos, se hospedó en la misma casa de Bibolini, donde le fueron servidos chocolate, cominillo y tortas fritas.
Francisco Bibolini fue un hombre de cierta preparación, audaz, fuerte, tan generoso como impulsivo y por sobre todo: conversador y poeta.  Escribió versos detestables que se publicaron como curiosidad en periódicos locales y según afirmaban los viejos vecinos, sus sermones estaban a la altura de sus versos.
Pero al margen de sus condiciones personales e inquietudes literarias, Bibolini tuvo todo el empuje y heroicidad de su época.  De la nada construyó su iglesia frente a la plaza mayor y a su lado, con sus propias manos, un enorme caserón para alojar indigentes. 
Realizó o colaboró directamente con todas las primeras obras de progreso de la futura ciudad y durante la epidemia de cólera del año 1869, hizo de médico y de boticario con gran éxito, aunque sólo curando con lo único que tenía: oraciones y yuyos. 
Era un cura sin vueltas y amigo de decir las cosas como las pensaba.  Quizá por su excesivo amor a “su chusma”, su desenfado cocoliche y su frenesí en los sermones, se creó muchos enemigos, que en pueblo chico le crearon chismes grandes, hasta hacer de la verdad, que por si sola era bastante grande y pintoresca, la famosa novela del Cura Bibolini.
Lo pinta de cuerpo entero su famoso proceso por “profanación”.  En efecto, por denuncia de monseñor Aneiros, Obispo Capitular, se inició en el año 1873 un original sumario judicial, porque en el cementerio local que había visitado el prelado, se encontró un cartel sobre la tumba del Rdo. Padre Rodríguez Soto, que decía así: “El finado Cura Soto dejo treinta mil pesos para los pobres y el Cura Seijo se los quitó.  Firmado: Francisco Bibolini.”
La causa, que fue engordando con estridentes declaraciones del procesado, pintoresquísimas declaraciones de los testigos, ocurrentes y graciosas pruebas, terminó su primera etapa con el ingreso de Bibolini a la cárcel de Mercedes, de la cual sólo pudo salir por la fianza de su amigo Andrés Grillo.
No se quedó quieto.  La justicia del Estado le preocupaba poco, pues él creía firmemente en la suya, y entonces se dedicó a escribir cartas al damnificado, que, como fue de esperar, se agregaron a la causa: “Marzo 30.  Canalla de Seijo: ha llegado a mi conocimiento que tú has dicho que yo soy un criminal por haber firmado una petición.  Calumniador, vil, ladrón.  Tendrás que darme satisfacciones.  Me las vas a pagar.  Francisco Bibolini…”.
Naturalmente que el procesado no probó su acusación y en medio de improperios a las autoridades civiles y eclesiásticas, fue condenado a un año de prisión, sin que por otra parte se registrase su cumplimiento en el archivo de la cárcel…  Eso sí, fue consecuente hasta el final: cuando lo requieren para que retire términos ofensivos en su última presentación (“… que él no tiene caridad en cuanto a Seijo…), acepta la intimación, los retira y los reemplaza por éstos: “¡Que Seijo era un tirano y un falsario!”.
Fue párroco hasta el año 1861 en que se mezcló en política y presentó su candidatura a Intendente, lo que como es natural, le costó el curato, siendo suspendido en el año 1863.  No obstante ello, peleando con los curas que lo reemplazaron, inició una famosa competencia al establecer aranceles más baratos para misas y bautismos, que oficiaba… en su casa.
Fue un poco de todo e hizo un poco de todo.  Fue prestamista, ejecutó hipotecas, vendió propiedades y con los importes y ganancias mantuvo pobres; ayudó a sus pobres y vivió bastante regaladamente dentro de la sencillez del lugar y la época. 
Debió gastar todos sus recursos en su original ministerio, porque en el año 1890 aparece reclamando al Gobierno una pensión vitalicia.  Gracioso resulta que, como no se votaba con la urgencia que él reclamaba, remitió a la Legislatura un largo romance-amonestación, que terminaba así: “Si Lamela no moja bien la pluma a mi favor en la Legislatura, le he caer como quien derrumba desde muy elevada altura”.
Murió el 24 de mayo de 1907.  Sus antiguos feligreses, con autorización eclesiástica levantaron en el atrio de la iglesia un lindo monumento a su memoria y la autoridad civil, en la plaza principal, lo recuerda con un bronce, donde aparece como realmente fue: recio, expresivo, espinoso, como si quisiera seguir guerreando.
Fue un producto de su tiempo.  La sotana no alcanzó a serenar su espíritu arrebatado y desbordante y en vez de elegir el silencio de su iglesia y la confidencia del misal, prefirió la calle donde fue más hombre que sacerdote.  Y como cuando se sale, uno se ensucia, él fue salpicado por todos los barros, aunque eso no quitó que a su vez los chapaleara con pasión y hasta con gusto, repitiéndolo a los cuatro vientos.
Pero cumplió su ministerio con su original pero real verdad y en los momentos de peligro para su pueblo supo jugarse con generosidad, sin esconder el pellejo, cuando era más posible perderlo que conservarlo.
Referencia
(1) El nombre “Mulita” con que se lo bautizó es debió a la gran cantidad de roedores que se encontraban en el lugar, por eso en el escudo de la ciudad de 25 de Mayo, figura la mulita.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Guido, Horacio J. – Calvucura y el cura, un episodio de la lucha contra el indio.
Portal www.revisionistas.com.ar
Todo es Historia – Año I, Nº 5, Buenos Aires, setiembre de 1967.
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